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Nada bueno vendrá de legalizar la droga

Domingo, Febrero 14, 2016 - 00:01
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P Señor McCaffrey, ¿qué examen hizo su oficina en aquella época sobre la situación de Colombia para considerar que estaba al borde de ser un Estado fallido?
R Sí. En ese momento escuché con mucho cuidado a las autoridades de Colombia, particularmente a los voceros del Ministerio de Defensa y la Policía, y en algún punto resultó claro para mí que todos los movimientos se estaban dando en la dirección equivocada. Así que me entrevisté personalmente con el presidente Clinton y le dije: «Presidente, Colombia es un país amigo, está en problemas y va a colapsar ante la mirada del próximo presidente de los Estados Unidos; él vendrá a usted y lo cuestionará por no haber hecho nada al respecto, por no haber presentado un plan que le brindara el apoyo adecuado para defenderse». Y Clinton, a quien considero un hombre de gran sentido común y coraje político, dijo: «Ok, vamos a apoyar a Colombia». Y ese fue el telón de fondo para el Plan Colombia.

P ¿Qué información recibía usted desde Colombia sobre los crecientes ataques de las guerrillas al Ejército y la Policía, y sobre el crecimiento del narcotráfico, pese a que los carteles de Medellín y Cali prácticamente habían desaparecido?
R Bueno, obviamente había la colaboración inusualmente cercana que era de esperarse entre las autoridades de los Estados Unidos y Colombia. Siempre ha sido muy interesante para mí ver la seguridad de las autoridades colombianas en su trato con nosotros, y eso fue lo que nos llevó a creer que la imagen del proceso que obteníamos de la Policía, el Ejército y los encargados en el Ministerio de Defensa era muy precisa; los medios de comunicación de Colombia fueron particularmente valientes en reportar lo que en verdad estaba pasando. No pensé que era válido argumentar que las fuerzas de seguridad estaban siendo abatidas y la gente estaba desesperada por falta de seguridad.

P En su opinión, ¿el diseño del Plan Colombia en la parte final del gobierno Clinton fue adecuado?
R Creo que lo fue. Las principales autoridades con las que me entendía fueron el ministro de Defensa civil y el director de la Policía. De entre los más de doscientos funcionarios vinculados con la Política Nacional de Control de Drogas que me habían sido asignados, yo escogí a cerca de una docena de oficiales del Ejército, y dos de ellos eran jóvenes expertos en planeación estratégica, así que me senté con ellos e hicimos un análisis muy rápido de la situación, de lo que podría hacerse para enfrentarla, y si no me equivoco, determinamos que se requeriría una cifra anual del orden de los 800 millones de dólares, así que dije: «Ok, vamos a pedir un poco más de mil millones para tener un amplio margen de negociación». Mirando el asunto en retrospectiva, me resulta divertido recordar la gran controversia que se generó en los Estados Unidos y el tremendo ataque político del que fui objeto por cuenta del Plan Colombia; pero a fin de cuentas, en un año conseguimos 1.100 millones de dólares del Congreso, con el apoyo de los dos partidos. Y con respecto a la participación de los Estados Unidos, el enfoque que planteamos fue que las autoridades de Colombia estarían a cargo de la implementación y ejecución del Plan, y que lo único que podíamos hacer era apoyar su esfuerzo; y aunque no me guste admitirlo, 1.100 millones de dólares no era una cantidad abrumadoramente grande de dinero, dada la amenaza que Colombia estaba enfrentando. Y de acuerdo con el punto de vista de Colombia, con ese dinero se financiaría una variedad de propósitos, desde la Defensoría del Pueblo a estrategias de comunicación y alternativas de inversión. Pero en retrospectiva creo que lo más importante que hicimos fue brindar movilidad área por helicóptero a la Policía y el Ejército colombianos; creo que ese fue el punto crucial porque en la región oriental de ese enorme país que es Colombia hay muy pocas carreteras, y la Policía no podía controlar el país ante el asedio de las Farc o el ELN, a menos que supiera que llegarían refuerzos. Si mal no recuerdo, eventualmente Colombia terminó con unos 250 helicópteros; creo que eso, combinado con el coraje de los colombianos, fue lo que cambió la situación.

P ¿Qué pasa con los consumidores en los Estados Unidos?
R En primer lugar, sin el consumidor nada de esto pasaría. La conducta criminal existe en todos los países —ciertamente incluyendo a los Estados Unidos y a Colombia—, pero cuando se le suman los billones de dólares provenientes del dinero de la droga, las fuerzas criminales resultantes tienen el poder de amenazar la existencia del Estado. Esa es la realidad. Y no podría estar más de acuerdo con la responsabilidad compartida. Para mí, esta es una reflexión interesante porque cuando me desempeñaba en Colombia, en México o en otro país, solía decirles a las personas: «Miren, estamos juntos en esto, los carteles del narcotráfico son una amenaza para los dos países, la drogadicción es una amenaza para los dos países…»; el problema en Estados Unidos no era solo que teníamos los adictos, sino que pagábamos y teníamos mucho dinero: usted sabe, puede venderle cocaína en pasta —bazuco— a un chico brasilero por dos dólares el cigarrillo o a un odontólogo en Miami por cinco mil dólares para un fin de semana. Creo que el dinero tuvo un impacto verdaderamente corrosivo en Colombia, México, Perú, Bolivia, en la zona de tránsito y también en los Estados Unidos. Comenzamos a ver niveles increíbles de corrupción local a lo largo de la frontera con México; en el sur de la Florida teníamos oficinas de alguaciles (sheriffs) donde el dinero colombiano proveniente de la droga pagaba representación legal, así que efectivamente creo que tenemos responsabilidad en todo aquello. Pero es muy fácil y peligroso caer en el juego de la culpa de un lado u otro; por ejemplo, los estadounidenses podrían decir que el problema existe gracias a la cocaína peruana, boliviana o colombiana, o los colombianos, que si no fuera por los adictos, el narcotráfico no existiría. La verdadera dificultad es que existe una fuerza maligna en todas las sociedades. Y por cierto, si hay quienes fabriquen drogas, habrá quienes terminarán usándolas, lo cual implica la destrucción de la vida familiar y la generación de altos niveles de conducta criminal.

P Aquí entra la teoría de la responsabilidad compartida. ¿Cree en ella?
R Sí que creo en la responsabilidad compartida, pero mi principal inquietud cuando hablaba sobre el tema con la clase política de mi país era la siguiente: «Colombia es una democracia, ha sido un Estado de derecho, ha tenido una situación económica estable, sus principales líderes son personas educadas y sofisticadas, tiene libertad de prensa, ha apoyado la participación global junto con los Estados Unidos y otros países —ciertamente luchó con nosotros en Corea—, y está enfrentándose a un enemigo interno que la está consumiendo, y tenemos la responsabilidad histórica de estar a su lado como un país amigo», ese fue el principal argumento que presenté.

P Pero ahora, quince años después, se está hablando de legalización. ¿Qué opina al respecto?
R Durante mi desempeño como servidor público dije que nunca usaríamos el término ‘guerra contra las drogas’, que no había una guerra contra las drogas, y que si se tratara de una guerra, sería la que la familia libra en la mesa del comedor para darle a los hijos un sistema de valores que les permita vivir una vida que no se base en el uso de la droga, no solo cocaína, también marihuana y alcohol. La pregunta es si la sociedad se edifica como un grupo enfocado hacia los niños, el trabajo duro y el deporte, la vida, el compromiso, o hacia la destrucción del cerebro y el comportamiento humano, que son consecuencia de la adicción. Hasta el día de hoy sigo estando muy involucrado con el tema de la droga en los Estados Unidos, principalmente en la prevención y educación, y también dedico bastante de mi tiempo a apoyar programas de atención en salud enfocados en el comportamiento para tratar la adicción a la droga y el alcohol, así que estoy muy familiarizado con el asunto. Le cuento a la gente en mi país que de los 315 millones de habitantes de los Estados Unidos, aproximadamente 14 millones —aunque no hay acuerdo sobre las cifras— tiene un problema significativo de abuso de sustancias; ese es el problema. Así que, repito, nunca he creído que el término ‘guerra contra las drogas’ —que hoy se usa como un tecnicismo— sea el concepto adecuado para referirse al asunto.

P ¿Por qué?
R Porque comenzamos diciendo que tenemos una guerra perdida contras las drogas y yo sugeriría que si realmente fuera una guerra, entonces hemos tenido abrumadoras victorias, tanto en el caso de Colombia como los Estados Unidos. ¡Por Dios!, Colombia hace quince años estaba en un estado de una absoluta desesperanza, no se podía viajar por las carreteras debido a la inseguridad, había secuestros y asesinatos y un tercio del territorio estaba prácticamente sin el control de la Policía y el Ejército. En el caso de los Estados Unidos, la métrica histórica que utilizo es el ‘consumo de droga en el último mes’; con base en dicha métrica, el peor periodo en los Estados Unidos alcanzó su pico en 1979, cuando se determinó que el 13,1 por ciento de la población eran usuarios de droga del último mes; ahora esa cifra ha bajado a menos del 7 por ciento. Con respecto a las Fuerzas Armadas de los EE. UU., cuya situación tras la guerra de Vietnam era alarmante y eso tenía mucho que ver el consumo de droga y alcohol, ha habido un enorme progreso, y puedo decir que nuestras Fuerzas Armadas están prácticamente libres de droga. Las pruebas que administramos regularmente arrojan resultados positivos en un uno o dos por ciento de los casos, y cuando encontramos individuos que consumen drogas no los sometemos a una corte marcial y los condenamos a prisión, simplemente los expulsamos de las Fuerzas Armadas. Reitero que nunca he pensado que el término ‘guerra contra las drogas’ sea adecuado para describir el problema; son muchos problemas en uno, pero ciertamente no es una guerra. Ahora, para enfocarnos en la gran pregunta de la legalización de la droga, digamos que estoy en un avión en los Estados Unidos y que mi compañero de asiento (y esto solo ocurriría con una persona educada) probablemente me diría que hemos librado una guerra perdida contra la droga y que tenemos que legalizar las drogas y vaciar las cárceles y que entonces todo será perfecto. Personalmente pienso que es una locura, ningún bien vendrá de la legalización de las drogas, de esas sustancias ilegales. A propósito, muchas de las aseveraciones al respecto son completamente absurdas; suelo decir que es un chiste pensar que una persona pueda salir de una reunión en Washington fumando un cigarrillo de marihuana y caminar por la mitad de la calle a plena luz del día y que no hay ninguna posibilidad de que sea arrestado, enjuiciado y encarcelado por ello. Ese no es el caso. Las cárceles no están llenas de personas que fueron arrestadas por posesión de drogas para consumo personal, pero lo que sí pasa en Colombia, los Estados Unidos, en Sri Lanka es que si usted abusa crónicamente de las sustancias alteradoras de consciencia, invariablemente terminará desempleado, involucrado en una conducta criminal, enfermo. Dos tercios de las personas que ingresan a la sala de urgencias de un hospital de alguna manera tienen un problema de abuso de sustancias.

P Claramente, usted está en contra de la legalización…
R Mire, una situación que me pareció divertida,
y que me alegra compartir con usted, tiene que ver con una invitación que rechacé gustosamente: por una enorme cantidad de dinero, me ofrecieron participar en un debate en México con tres estadounidenses expertos en adicción y yo, como el personaje reconocido, contra un panel que incluía a César Gaviria, Vicente Fox y algunas otras luminarias para debatir sobre el fin de la guerra contra las drogas. Una de las cosas que me llamó la atención es que, durante su mandato, estos expresidentes jamás hubieran soñado con decirle a su pueblo que apoyaban la legalización de las drogas, y de pronto ahora deciden que si los Estados Unidos legalizan la droga y los demás países también, el problema desaparecerá; me parece absurdo. Y a propósito, ¿por qué un debate en México tendría cuatro gringos pagados contra varios ex jefes de Estado latinoamericanos? ¿Por qué un debate sobre la llamada legalización de las drogas no incluiría también a una mujer mexicana madre de un adicto crónico y a un oficial de policía cuyos amigos fueron asesinados por los carteles de droga? Pienso que nada bueno vendrá de legalizar la droga. Ahora, volviendo a la pregunta sobre Colombia y el presidente Santos, creo que Santos es uno de los políticos más eficientes que he conocido. Creo que es increíblemente inteligente, es un patriota colombiano, muy sofisticado en su forma de pensar y está tratando de hacer la paz en Colombia. Uno de los problemas es que las Farc y el ELN —y de alguna manera las organizaciones ilegales con las que están vinculados— son instituciones que difícilmente pueden considerarse ideológicas; de hecho, son organizaciones criminales y en su mayor parte se financian con el negocio de la droga o la minería ilegal —afortunadamente el secuestro ha bajado—, pero son organizaciones criminales. Santos está tratando de encontrar la manera, está tratando de crear una situación que le permita acabar con la guerra. 

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El 28 de enero de 2001 llegaron los primeros helicópteros en desarrollo del Plan Colombia. /Archivo EL HERALDO:

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Portada del libro de Sánchez Cristo, quien realizó 26 entrevistas para consolidar esta publicación que obtuvo el Premio de Periodismo Planeta, 2016.

JULIO SÁNCHEZ CRISTO
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Con 43 años de experiencia en radio y televisión, es uno de los periodistas más influyentes del país. Se inició en la radio en 1973 y dio el salto a las grandes ligas al ingresar como comentarista en el programa 6 a.m. 9 a.m., de Caracol.
Es pionero de los noticieros en las emisoras de Frecuencia Modulada y creador de Viva FM, la FM y la W Radio, donde es director actualmente y es escuchado en Estados Unidos, Panamá, España y Colombia. Ha ganado todos los premios de periodismo existentes en Colombia. Varias veces ha obtenido el Premio Simón Bolívar, dos de ellos en la categoría de Periodista del Año y Vida y Obra de un Periodista. A nivel internacional, en dos ocasiones ha recibido el premio Rey de España, así como el Premio Ondas en Barcelona y el Premio del Festival de Nueva York. Es líder de la campaña más grande en Colombia de apoyo a los soldados y  policías heridos en combate, con millonarios recaudos y beneficios.
Julio Sánchez Cristo
sumario: 
Asegura Barry McCaffrey en reciente entrevista concedida a Julio Sánchez Cristo, para su libro ‘El país que se hizo posible - 15 años del Plan Colombia - Hablan sus protagonistas’, del cual presentamos un fragmento, con la autorización del Grupo Planeta.
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