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Conversando sobre poesía

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:00
Shutterstock

Nos citamos varios amigos de la extinta tertulia literaria a tomar un café y hablar de Gonzalo Márquez Cristo, el poeta y editor fallecido en estos días. En la conversación hablamos de su revista Común Presencia, del temor que desaparezca y de cómo en este país que hace pocos años se denominaba como un país de poetas, ahora se lee poca poesía. Uno de los temas era hablar de la antología hecha por Harold Alvarado Tenorio con el título Ajuste de cuentas que, como su nombre lo indica, cuestiona todos los nombres de poetas consagrados. El prólogo de Antonio Caballero lo califica de «Un libro a cuchilladas». Y también hace su aporte con comentarios de un malévolo humor santafereño. El libro, pues, tiene su “malditicidad”, expresión de las sabanas de Bolívar e irremplazable.

El libro lleno de chismes, una oda a la maledicencia, atrapa. No lo pude soltar. Me produjo mucho placer ver las fotos de cuando eran jóvenes, los ahora viejos poetas. Caras que conocí cuando el mundo era joven y ajeno.

Me llamó la atención que incluyera a Claudio de Alas, un poeta de Tunja de quien nadie ha oído hablar. Su “Poema negro”, que habla de la amada muerta, a quien el enamorado saca de la tumba y besa su calavera —temas que dijo en mejor forma Julio Flórez— es malo en forma indecible.

También incluyó a Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard, un personaje de Sin remedio, de Antonio Caballero, que escribe poemas y que son del propio autor de la novela. Este Ignacio de muchos apellidos al final de la novela deja inédito su poema épico “La Bogoteida”.

La conversación empezó a fluir. Comenté la anécdota, tal vez falsa, de cómo el poeta nadaísta Amílcar U antes de caerse a un lago en la madrugada totalmente borracho dijo: «Ahora verán al Amílcar glub, glub». Se ahogó.

Prepotente, extravagante  y erudito a pesar de ser tan joven, Amílcar era un personaje muy controvertido en ese Medellín de mis años universitarios. Pasó por Barranquilla y trabajó en Nova Publicidad, fue entonces cuando me  dijo en el bar El Mediterráneo, mientras tomábamos unas frías. «¿Sabes por qué fundé el Nadaísmo? Para escapar de un medio como el nuestro donde hay que hacer el máximo esfuerzo para obtener un mínimo de placer».

Después de su muerte, y estando de paso por Medellín, busqué en vano su único libro de poemas Vana Stanza. Alguien me dijo que lo encontraría en casa de unos familiares en el barrio Loreto. Fui hasta allí, inocente que andaba por campos minados. Al volver alguien me dijo que era un sobreviviente. El libro pequeño, esmirriado, lo guardo como un tesoro, pero su poesía, muy intelectual, me deja frío.

Algunos de los contertulios relataron sus últimas lecturas de poemas. Alguien mencionó el premio nacional de poesía inédita. Concursaron 400 poetas inéditos. ¿Pero es que aquí hay cuatrocientos poetas? El ganador este año fue el escritor Octavio Escobar Giraldo, una revelación. Le escribí al autor pidiéndole me mostrara algo de su inspiración. Me llegó cuando este artículo ya estaba en marcha, pero el primer poema dice así: “Francisco 76 años. Pese a todos los esfuerzos/ su corazón no late ya/ contra la página en blanco”.

Terminaba de hablar de este tema cuando sentí un silencio hondo a nuestro alrededor. ¿Qué pasaba? Nada en particular. Simplemente que todos los otros clientes del sitio estaban chateando en sus celulares. Las nuevas formas de conversación y comunicación. No era silencio, era el presente, y nosotros estábamos conversando en alta voz de poesía. Un anacronismo total. Mis contertulios, para ponerse a tono, sacaron sus celulares y empezaron a llamar a sus casas y dar explicaciones del porqué habían apagado sus aparatos. Abandoné la reunión y me sumergí en “la noche balsámica”.

Ramón Illán Bacca
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