El escritor cartagenero Gerardo Ferro ha ido discurriendo en un proceso de interiorización literaria, variaciones de una narrativa con forma total que ya le es característica. Su experiencia en la escritura ha moldeado un estilo que se consolida en un riguroso proyecto creativo, varios libros de cuentos, dos novelas y un buen número de reconocimientos a su vocación literaria en su haber. Ya lo dijo Roland Barthes: La historia de un novelista es la historia de un tema y sus variaciones.
Ferro presentó en la reciente Feria del Libro de Bogotá, con el sello de Collage Editores, una novela sobre la pasión que despiertan los libros en quienes los leen, y la necesidad obsesiva del hallazgo en quienes escriben. En el pequeño espacio de una librería de ejemplares viejos se desarrolla la dinámica que da fuerza a los episodios de Cuadernos para hombres invisibles, revelando su pericia para, con los limitados recursos que son los indicios, dar continuidad a una trama hilvanada en la intriga, partiendo siempre de una hoja manuscrita, con epígrafes tomados de textos literarios de autores reconocidos, que terminan siendo la clave para descifrar los ingredientes de una atractiva materia narrativa.
Gabriel Farfán, un escritor frustrado, protagoniza esta novela. Tras discurrir una primera opción de vida como periodista, se convierte en editor de novelas alucinantes y, por tal motivo, es tratado con cierta consideración y respeto en el medio editorial, donde se lo tiene por algo más que un genio creativo de la literatura más descarnada que se produce en el país. Su realidad es, en cambio, la de un mercenario de las artes editoriales, que consigue hacer de una pila de desechos su gran negocio, ganándose el muy merecido apelativo de El Gurú de los Best—Sellers Sucios.
Esta condición da forma al relato ficcional, urdido sobre la base de un cuento. Aquí se revela una de las costuras visibles de la trama, pues al abrir sus páginas se pone de presente la gran similitud entre los hechos que también en la novela se desenvuelven. En otras palabras: son cuentos dentro del cuerpo de la novela, en medio de acciones y ocurrencias de la vida de un protagonista perseguido por un doble, un fantasma, un idéntico que es él y que son otros. Ese cuento inicial lleva por título “El fantasma”, y está firmado con el seudónimo de ‘El Hombre Invisible’. La mentalidad triunfalista en Gabriel Farfán irá disminuyendo en la misma medida en que empieza a ser consciente de su naturaleza plural, a partir de unos episodios de persecución y suplantación de su personalidad. En un singular contrapunto entre lo real objetivo con lo imaginado, se desarrolla un recurso ingenioso, bastante complicado en la singularidad de su armazón literaria. Su persecutor, que ha tomado la decisión de desaparecer del mundo, se refugia en una fortaleza de libros viejos, hasta convertirse en una figura sin rostro o, mejor, en un rostro perdido en otros rostros, una sombra que se disfraza, que encuentra su forma en la piel de los demás. En sucesivos cuadernos y en entregas puntuales, el lunes de cada semana se van abriendo los diferentes capítulos, aumentando en la emoción del lector que termina persiguiendo cada pista con ahínco, como si se tratara de una reconstrucción forense, a partir de un juego de incógnitas cifradas en los epígrafes, armando, de esa manera, un rompecabezas literario de recursiva concepción.
El asunto tiende a perder el hilo anecdótico en una realidad cada vez más compleja, pues en tanto Gabriel Farfán trata de develar al autor de los seguimientos, más se enreda en una compleja maraña de identidades, de modo que quien persigue puede tomar la forma de un hermano gemelo idéntico, o de cualquier otro de sus amigos o conocidos, que parecieran ser, a su vez, uno más de los tantos que habitan bajo su piel, siendo otras de las tantas máscaras que ha ido creando Farfán a lo largo de su vida. Todos, como cortados por la misma tijera, se parecen a él pero, a diferencia de las otras pistas, con estas podría mantenerse resguardado, siendo al mismo tiempo más reveladoras. El protagonista y ‘el otro’ son y no son la misma persona, no obstante las evidentes similitudes entre ellos.
El recurso metodológico es bastante ingenioso: la vida del lector está enriquecida por los libros que se cruzan en su camino, en su singularidad ellos proporcionan el deseo de ampliar los linderos del conocimiento. Entre sus líneas se esparce el significado de nuestras acciones, y los secretos de la historia que somos están develados en las páginas abiertas de los textos literarios. Es lo que se encuentra en este memorial, hombres invisibles, escritores mercenarios, lectores obsesivos y libros de culto: la tentativa por descubrir el enigma de una identidad múltiple, y por eso las alusiones a Saramago, Shakespeare, André Gide, Maupasant, Faulkner, García Lorca, Henry Miller, Nietzsche, Onetti, Quevedo y Dostoievski, o a escritores de ciencia ficción como Bradbury, Asimov, Philip Dick, y uno que otro menos conocido como Philip José Farmer, que pareciera haber sido sustancial en sus influencias pues, como se sabe, en las obras de Farmer suelen aparecer personajes tomados de novelas de otros autores.
En su cuento “Examen de la obra de Herbert Quain”, Borges hace unas evocaciones inevitables al percibir, con toda lucidez, la condición experimental de sus libros. Leerlos con la placidez de conocerlos por dentro para llegar a los secretos que revelan sus páginas y que, al compararlas con el destino y el trascurrir interlineal de las vidas, terminen por mostrar las decisiones más importantes de un escritor. Aplicable por entero a la obra de Gerardo Ferro en esta, su segunda novela (había publicado Las escribanas en 2011), al describir las ocurrencias de ‘F’, tras un año y tres meses de seguimientos, durante los cuales escribe esos relatos semanales que envía a Farfán, detallando las dos columnas de su cotidianidad, sus rutinas y su condición humana.
Los epígrafes hacen parte de la búsqueda de la concreción en esta trama de dobles perfectos. Los escritores considerados son Enrique Vila Matas, Alejandra Pizarnik, Carlos Fuentes, William Faulkner, Fernando Pessoa y Philip José Farmer. A la manera de ellos, Onetti, en El astillero, hace lo propio en este texto: «Nuestra manera de vivir es una farsa, no lo admitimos porque cada uno necesita proteger su juego personal… y usted y él lo saben, y saben que el otro está jugando. Pero se callan y disimulan».