Alrededor de un hotel decaído en la playa de Marbella, de Cartagena, deambula una serie de personajes que una mirada desencantada podría catalogar como empobrecidos y marginales, algunos de ellos al borde de la indigencia: artesanos callejeros, vendedores ambulantes, masajistas y fotógrafos de playa, cocheros de carrozas para turistas. El hotel atrae viajeros mochileros, algunos extranjeros, otros del interior del país, con unas vagas inquietudes intelectuales o artísticas, pero que son en lo esencial vagabundos y pequeños aventureros. Pero la mirada de Badrán no es de ninguna manera desencantada. Es todo lo contrario: es maravillada, delicada, comprensiva, penetrante. Adonde la dirige hace florecer el hechizo. A través de trozos de monólogos entrelazados, el escritor va tejiendo un entramado de personajes que seducen al lector: mezcla disparatada de precariedades, de ilusiones populares, de preocupaciones existenciales sofisticadas, cuya simultaneidad solo es improbable por fuera del territorio imantado de la literatura. En esta constelación de personalidades que trasiegan en la playa y alrededor del Hotel Bellavista, destaca el personaje central, al que alude el título a la novela: Tony Lafont, un muchacho muy joven, que desarrolla de manera compulsiva el propósito de retratar con su cámara instantánea todos los detalles del hotel y de los huéspedes que lo habitan o que lo han habitado alguna vez. Pretende hacer una colección infinita, con criterios de selección ignotos y una clasificación borgiana. Se obsesiona y encuentra que no le alcanzarán los días para completar esta colección interminable.
¿Extravagancia banal o inspiración mística? ¿Delirio provinciano o arrebato existencial? Pedro Badrán construye unos personajes de una manera tal que nos induce a reemplazar la “o” dicotómica por una “y” incluyente. La compulsión estrambótica del fotógrafo adolescente parece darles sentido a los desafíos vitales que se plantean los otros personajes: casarse con un extranjero, tener una orquesta de salsa propia. El grupo dislocado que gira alrededor del hotel que se debate en la decrepitud eleva al fotógrafo a la condición de genio, de tocado por la gracia: cuando este desaparece están seguros de que debe estar triunfando nada menos que en Nueva York, la Jerusalem de estos caribeños iluminados. Y todos están convencidos de que en algún momento retornará de ese paraíso y redimirá a cada uno de ellos: les tomará una instantánea y los incluirá en un proyectado álbum que pasa a ser una especie de pasaporte a la Salvación.
Con un cierto parentesco con las atmósferas deliberadamente insólitas que construye Roberto Bolaños, o con las tramas extravagantes que teje Roberto Arlt en los barrios populares del Buenos Aires de los años 30, Pedro Badrán participa de la capacidad de seducción y embelesamiento de este que sería su linaje literario. O uno de ellos. Pero en él resuena un registro inconfundible y que lo hace personalísimo: el lector no puede dejar de percibir que este es un relato caribeño. Y no por las referencias geográficas o localistas, que constituyen más bien un riesgo de costumbrismo que el autor sortea con su gran pericia de escritor; son otros los recursos que Badrán moviliza para transportarnos a ese territorio antillano colombiano que la narración nos muestra desde los años setenta: el más destacado de estos instrumentos, a mi juicio, es el lenguaje utilizado, muy elaborado, a pesar de su aparente despreocupación. Badrán tiene un fino oído que le permite capturar el relente de la oralidad popular y lo enlaza con los trasuntos del muy buen lector de poesía que seguramente Badrán es, a juzgar por su tono sostenido de emotividad y ensoñación y sus repentinos hallazgos, fulgurantes, que enriquecen su prosa. Y desde luego, es un narrador experimentado que dirige al lector a través de su relato y de las sagas individuales de cada uno de estos personajes. Es muy notable la fase final del texto, su desenlace, en el que la demolición paulatina pero inexorable del edificio del hotel a manos de una trivial operación de renovación urbana, se entremezcla con la erosión y la ruina del hechizo del relato: se nos informa que Tony Lafont, el Mesías de la cámara mágica que quería retratar el universo entero de ese hotel infinito, no está en Nueva York, y no retornará con el fuego robado a los dioses: parece que vagabundea en Barranquilla, ha abandonado la fotografía y probablemente está dedicado a algún oficio de ocasión o de rebusque. O tal vez persiga otro sueño, otro delirio, otro encantamiento. Pero nosotros, lectores, nos quedamos con un relato esplendoroso, que revela una conexión más, una más, entre la imaginación, la realidad y la literatura.
El novelista Pedro Badrán
Cuentista y novelista nacido en Magangué (Bolívar). Con ‘El día de la mudanza’ ganó el Premio Nacional de Novela Breve Ciudad de Bogotá (2000). Su novela histórica ‘La pasión de Policarpa’ ha recibido el favor de la crítica y el público. Es autor, entre otros, de los libros de cuentos ‘El lugar difícil’ (1985), ‘Hotel Bellavista y otros cuentos del mar’ (2002) y ‘Manual de superación personal’ (2011). Actualmente dirige el Taller de novela - Idartes, en la ciudad de Bogotá.
El autor del artículo
Samuel Jaramillo (Bogotá, 1950). Poeta, narrador y crítico literario. Ha sido Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia y Premio Ernesto Sábato de Crítica Literaria del Festival de Arte de Cali. Ha recibido becas literarias en Poesía y Novela de Colcultura-Ministerio de Cultura. Su volumen de poesía más reciente es ‘En la sartén hervían las estrellas’ (Taller de Edición Rocca 2014) y su novela ‘Dime si en la cordillera sopla el viento’ (Alfaguara 2015).