Pechiche Naturae es el título de la última novela de Julio Olaciregui. Mi latín quedó estrangulado porque no supe cómo se declinaría la palabra Pechiche. Después el libro me informó que es una palabra indígena que significa niño. Palabra que después se hizo nuestra.
En el libro sale uno de una sorpresa para caer en otra. La primera es cómo leer ese aluvión de cosas que dice. Es un tsunami, un huracán, un tornado de información y poesía. Los personajes que circulan a lo largo de sus páginas son Erasmo Desiderio de Rotterdam, Erasmus Dos (que es Gerardo Reichel-Dolmatoff), Juancho Polo Cervantes un doble de Polo Valencia, Theodor Preuss, Adalis de Taganga, Montaigne, Candelario Guineo, y Fritz Lang, entre otros.
De vez en cuando en medio de reflexiones como “Yendo de Taganga a Santa Marta uno se vuelve artista” o dando recetas de comida de los Koguis unos personajes hablan del debate filosófico en Davos entre Cassirer y Heidegger. Palabras mayores. Y aunque tal como estoy contando el tema parece un delirio, confieso que estuve muy divertido con su lectura.
Aunque el libro es poético está en prosa. Ya se sabe que «la poesía es una fiesta nudista y la narrativa una fiesta de disfraces» como lo confesó un poeta de Ciénaga.
Cuando pasamos por el Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico o por el jardín del Roble Amarillo de la Universidad del Norte, vemos unas réplicas de las esculturas de San Agustín en el Huila. Un aporte dado por Carlos Angulo Valdés. Uno de los primeros antropólogos en llegar a ese sitio fue el alemán Theodor Preuss y el primero en sacar réplicas. Después, en los años de la Primera Guerra Mundial, Preuss estuvo en la Sierra Nevada de Santa Marta estudiando a los Kabagga. Alcanzó a tomar fotos y a grabar sus voces en un fonógrafo. Un entendido me habló de los mitos primordiales de los Koguis y aseguró que estaban relacionados con las leyendas de la Atlántida y del Imperio Mú.
Olaciregui celebra la creencia de los Koguis sobre una gran Isla que se hundió y se sumergió un gran abismo. Arturo Bermúdez, un historiador samario dice que el dato “no es científico”. Pero al fin de cuentas los brujos y los científicos son parecidos. Tratan de explicar fenómenos visibles por medio de fuerzas invisibles.
Theodore Preuss regresó con sus tesoros arqueológicos a Alemania. Al triunfar el nazismo sus alumnos, jóvenes de una liga de calaveras le exigió poner su ciencia al servicio del régimen, al negarse, uno de ellos, lo estranguló a la vista de todos. Tal es la versión de Olaciregui después de una tenaz búsqueda en los archivos de Alemania, Austria y Suiza.
También investigó los datos sobre el pasado nazi, de Erasmus Reichel Dolmatoff, que en 1934 fue guarda en Dachau como miembro de la SS. Olaciregui lo compara con San Pablo, que de perseguidor pasó a ser apóstol. Después de la denuncia de Augusto Oyuela Caicedo, que está en internet, este es un tema vidrioso por decir lo menos.
Erasmus fue el fundador del Museo Etnográfico de Santa Marta. Los vecinos l veían a un “gringo” con sacos en la espalda entrar a la casona donde funcionaba el museo. Se acabó ese primer museo, y era frecuente ver algunos de esos tesoros antropológicos en algunas casas. Las modestas verdades de los hechos. Actualmente hay otro nuevo museo que lo remplazó.
Si se piensa como un correcto lector después de la lectura de la novela se puede juzgar que los temas son muy dispares , pero si se agarra el embrujo poético se encontrarán los temas muy unidos.
Olaciregui confiesa cómo creó esta obra cuando dice: «conocí Escolios a un texto implícito de Nicolás Gómez Dávila y me quedó sonando la idea de intentar una novela ídem, con la megatrama diseminada por ahí, implícita en la historia, rastreada en libros, en diarios, en archivos y ahora a en la telaraña cibernética… »