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La República Independiente de Bastimentos

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Domingo, Julio 3, 2016 - 00:04

Bocas del Toro. Un toro con sus muchas bocas y lenguas.

¿Serían las lenguas de este toro mitológico que dieron vida a varias islas juntas, al norte de Panamá, ya casi llegando a Costa Rica?

Bastimentos era una de estas islas, una de las bocas abiertas del toro, una boca grande con su lengua arriba posando al sol y a la lluvia que con el tiempo se fue volviendo arena.

En Isla Bastimentos, al menos cerca de la orilla lo claro no existe, al menos cerca del pueblo llamado Old Bank.

Al menos del otro lado de la isla hay playas que nos hacen olvidar lo marrón cercano al pueblo. Al menos del otro lado de la isla está Playa Wizard, que aparece después de subir y bajar una montaña enlodada.

Entonces, la maravilla aparece: unas olas fuertes que chocan con las montañas a ambos lados de la playa solitaria, una neblina de fragmentos de agua salada se asoman a ambos lados y en el centro, en el centro el sonido del mar fuerte que nos habla para tranquilizarnos, para transportarnos y relajarnos después de la caminata. Unas montañas cubiertas de árboles y de vegetación que parece no haber sido tocada por los hombres. Su verde nos hipnotiza. Y en la orilla, en la orilla todavía los nativos árboles gigantes de Uvita de playa para acogernos mientras los sentidos nos deleitan.

Después y si la marea alta no tapa el camino con sus aguas que nos llegaban por encima de las rodillas, después está la Playa Red frog y sus pequeñas ranas rojas que saltan libres.

Pero había que volver y en Old Bank existe el agua marrón y más allá, allá a lo lejos el agua y sus tonalidades de azules.

Cerca: El agua marrón y sus tonalidades.

Y que no te toque esa agua marrón que ve deslizar un balde de plástico amarillo, un pedazo de plástico azul que nos pone a pensar a qué pertenecía, botellas vacías de gaseosas, y plásticos, plásticos y pedazos de madera, madera. Y tal vez un poco más allá, mierda que flota mientras se deshace.

Mi República Independiente de Bastimentos con su batúa: «Es que no te has dado cuenta que aquí hablamos diferente a Bocas» me dice un hombre de sonrisa abierta en la lancha que me saca de Bastimentos.

–Sí, pensaba que eran ideas mías pero en Isla Colón sólo hablan inglés y ustedes mezclan más lenguas.

Desde la primera hora que llegué a Bastimentos me sentí en un tra  slado a otro lugar cuando quise ir caminando a la playa de atrás, a Playa Wizard. Ir atrás significaba subir y bajar laderas de barro resbaloso en extremo.

Mientras mis botas se metían en un barro que se las tragaba y había que sacarlas rápido, y después de ese mientras, mientras respiraba que en las resbaladas no me había caído, me salió un perro ladrador. Tuve que retroceder y acercarme a una casa a mi lado derecho.

De allí salió una mujer secando su pelo, recién bañada, y pensé que estaba en alguna isla de la Polinesia. Ella era gruesa, morena, de pelo liso y pensé que me había trasladado y no estaba en Bastimentos, pueblo de casi todos negros, y que esta mujer de bata de colores y pies regordetes descalzos me hablaba en un inglés que tenía sus mezclas de algo de francés, de algo que no entendía, ¿Qué sería?

«En Bastimentos hablamos diferente. Somos diferentes. Tenemos nuestras propias leyes» –me dice el hombre de la lancha, el de la sonrisa bella.

–Ah… ya me acuerdo de ti. Fuiste tú quien me dejó cocinar en el Hostal Bastimentos.

–Sí, imagínate si te hubiera dicho que no. Yo soy el administrador del Hostal.

Me decía con su sonrisa de felicidad sin artificios, pero no tan impactante como la de Francisco, el conductor que me llevó del Puerto de Guna Yala a Ciudad de Panamá. Francisco tiene en un diente una figura en oro de la conejita de Playboy. La energía radiante de Francisco resalta con su diente brillante, y su personalidad nos transmite la alegría que lleva este negro delgado de Colón.

Colón no es la Isla Colón.

Isla Colón está en Bocas del Toro.

Colón es la ciudad de ‘La Zona Libre’, la de pocos turistas y muchos compradores.

Isla Colón, la de muchos turistas y pocos compradores.

Old Bank y su agua marrón, el agua que se metía en los resquicios entre una tabla y otra del piso del hostal donde me quedaba, el agua que saltaba por una marea alta engrandecida por el frente frío que azotaba la isla y por la luna llena.

Por fortuna, el agua saltaba sólo en el baño y no dentro de la habitación. Entonces, recurrí a tirar dos toallas en el suelo y sacrificarlas a ser empapadas por el agua marrón, ellas que no tenían velas en el asunto, pero que me salvaban de que fuera tocada por esta agua de mezclas de sanitarios, desechos y el mar que se acercaba.

Old Bank a pesar de su agua marrón me daba tranquilidad al estar acostada en una hamaca en medio del mar, gracias a un pequeño entablado del hostal sobre el mar (aquí el agua no entraba por las comisuras).

Entablado como el de casi todas sus casas en la orilla. Como todas sus casas que tiran su vertedero de baños y cocinas directo al mar. Y las que están en la ladera se reúnen en un gran tubo que tira sus desechos debajo de un puente que los lleva a las aguas del mar que una vez fueron azules como las de más allá.

Old Bank a pesar de sus aguas de cloaca que la rodean tiene sus niños que aún corren y juegan en las calles como los de antes de aquí. Juegan al caballo: el uno monta al otro en su espalda y el de arriba dice: “arre, arre” y le pega con un látigo transparente y mueve su brazo en esta señal y compiten a ver quién llega primero. Aún sus niños juegan a carros gigantes que llevan al más pequeño dentro y los otros van detrás empujándolo y dejan que yo en un momento sea quien empuje y corra y corra para que todos rían y sean felices, y yo todavía más. Aún sus niñas juegan en un espacio grande sin árboles que pudo haber sido una cancha de fútbol, sus niñas corren; hablan entre sí tres niñas, y una pequeña intenta cargar a la otra todavía más pequeña.

Old Bank a pesar de sus aguas no cristalinas tiene su Hostal Bastimentos que mira al mar desde lo alto, con sus balcones que dejan espacios a mesas grandes para comer, para charlar, para colgar hamacas, para que las noches sean un fluir.

Y sólo fue el último día en Bocas del Toro cuando por fin vi peces de colores, en el agua verde transparente del mar.

Se movían en sus juegos de corretearse como niños jugando a la lleva. En sus juegos estaban los pececitos de colores debajo de la lancha que partiría de Isla Colón (Bocas del Toro) para Almirante (Tierra firme).

Atrás quedarían las islas.

Sobre la autora

Escritora y profesora de literatura y cine en la Universidad del Norte, Barranquilla. Doctora en Literatura Comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona. En Buenos Aires obtuvo un diploma de especialización en Guión Cinematográfico y realizó estudios de cine. Trabajar como ingeniera de sistemas le abrió las puertas a algunos de sus viajes largos y posgrados. Amante del transitar y el observar lento.

Es autora del libro de cuentos ‘Frente a un hombre desnudo’ (Collage Editores, 2014).

Sus cuentos, crónicas, ensayos han sido publicados en antologías y revistas en Colombia, Italia, Dinamarca, España y México.

Dirige el Taller caminantes creativos afiliado a RELATA- Ministerio de Cultura, y ha dictado varios talleres de escritura creativa.

Habitada por los viajes

En este libro de crónicas de viajes nos acercamos al corazón, a la fragua de la escritura, a su mecanismo. Adriana Rosas Consuegra descubrió su vocación de escritora, de observadora crítica y cronista, desde su infancia, con sus abuelos, que le inculcaron una ética y la destreza y el arrojo en el nombrar “lo que no debe seguir siendo así”.

El río Magdalena, el mar de Taganga, son sus pagos, la región de donde surge su voz. Ella viaja desde que nació. Ahora nos cuenta cómo ha estado habitada por los viajes, cómo suele prestar atención al llamado que le hacen los lugares a donde la lleva la brújula de sus deseos.

En estos textos, que hablan de Colombia y de sus “garbeos” por el extranjero, la sentimos como una mujer muy atenta a lo humano, con una gran intuición poética, en contacto con la fuerza creativa de ancianos y niños. Ella misma nos dice cuán necesario le es cuestionarse, salir de la casa a descubrir-se.  

Apartes del prólogo de autoría del novelista Julio Olaciregui.

Adriana Rosas Consuegra
sumario: 
Este artículo hace parte del libro ‘Brújula de los deseos’, conformado por relatos turísticos a distintas zonas geográficas de Colombia y del exterior. Según la autora tienen una mirada personal, alejada de las descripciones tradicionales de revistas de
No

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