Domingo, Agosto 14, 2016 - 00:00
Que el teatro Municipal Amira de la Rosa, va a ser cerrado por tiempo indeterminado es una triste noticia para la ciudad. Al ver lo que decía el periódico dejé a un lado la lectura de Hegel y Haití, de una filósofa norteamericana muy conocida, (no sé qué tanto entre nosotros). Libro que había comprado de inmediato pues pensé que lo único que los unía era que las dos palabras empezaban por hache.
Me pregunté si existe el archivo fotográfico de los eventos en el teatro. En mi memoria se acumulan los recuerdos. Antes de inaugurarlo y todavía en obra negra, el grupo de Teatro del Externado de Colombia que dirigía el poeta Raúl Gómez Jattin presentó Edipo Rey. El público sentado en el suelo era en su mayoría de jóvenes. El mundo, en ese entonces, era nuevo y dispuesto a ser conquistado.
Hubo un momento dramático cuando en otra presentación de un grupo de teatro bogotano, el actor Angarita, —después muy conocido en la televisión— actuando en Ricardo III y posiblemente cuando clamaba alguna venganza, se acercó demasiado al foso de la orquesta que estaba destapado y apenas con unas luces para indicar los pasos. El hombre dio un paso de más y se ha caído en el hueco que era hondo. La presentación fue suspendida y el público salió con la preocupación de que la tragedia fuera real.
Ya con el teatro en funciones, es inolvidable la presentación de Doña Flor y sus dos maridos con Amparo Grisales, Yuldor Gutierrez y Carlos Muñoz. La actriz «Aunque estuviera recatadamente vestida ponía a volar la imaginación masculina» escribió la periodista Olga Emiliani y de Yuldor que estaba ataviado con tan solo una malla color carne, dijo que se había paseado durante cincuenta minutos en el escenario haciendo sudar a las damas. Su crónica se titulaba: Cló,cló, cló Yuldor, Yuldor.
Más cercano a las nuevas generaciones estuvo la presentación de la rumbera del cine mejicano «La Tongolele» en el Carnaval de las artes. Después en la Cueva y al preguntarle qué significaba el tigre que se le abalanzaba en el filme Han matado a Tongolele me contestó con una voz ronca «Tal vez un señor Freud podría contestarte esa pregunta».
Y también en el Carnaval de las artes vimos al escritor mejicano Carlos Monsiváis hablar sobre el carnaval. Sobre las máscaras dio un consejo. «No te la quites nunca, porque pierdes tu identidad». Recuerdo la presentación de los hijos de Santo ‘el enmascarado de Plata’ y de Blue Demon su adversario tradicional. ¡Cómo olvidar El Santo contra las momias de Guanajuato! Visto hace mil años en el cine La Bamba.
Y en música, cómo olvidar la discusión a gritos entre el profesor Assa y el pianista samario Karol Bermúdez porque este se empecinaba en colocar el piano al revés, de espalda al público. O la vez en que Alfredo Gómez Zurek, director del teatro reemplazó al pianista enfermo y acompañó en su recital a la mezzosoprano Marta Senn. O la presentación del pianista norteamericano Agustín Anievas, que le valió una excelente crítica de Julio Roca Baena, donde contaba como mucha gente del público se aterrorizó del estruendo que lograba al tocar las piezas de Liszt y temieron que el costoso piano no resistiera el tratamiento. También cuando el clavicembalista Rafael Puyana se presentó entre nosotros. Al subir el instrumento musical al escenario, el asistente del artista pidió mucho cuidado al instalarlo y uno de los cargadores dijo en voz alta: «Pero ¿cuál es la vaina con este tocador?».
Me temo que de los pocos registros de estas imágenes en mi memoria es cuando en un encuentro de escritores en el escenario, Ariel Castillo el moderador, me preguntó la diferencia entre Novela y Cuento, tomado de sorpresa solo atiné a decir: ¿Qué se supone que debo contestar? El cierre del teatro nos desvelará a muchos.
Ramón Illán Bacca
sumario:
“Cómo olvidar en el Teatro Amira cuando el ayudante del clavicembalista Rafael Puyana pidió que cuidado con el instrumento. Uno de los cargadores dijo: Pero ¿cuál es la vaina con este tocador?”.
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