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El incierto futuro del gigante suramericano

Domingo, Septiembre 4, 2016 - 00:00
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LLa historia brasileña se ha caracterizado por una inestabilidad política, fomentada por élites que mediante todo tipo de manipulaciones han buscado el acceso y permanencia en el poder con el propósito de garantizar los intereses de un pequeño segmento de la sociedad. 
 
Desde su tardío ingreso al mundo republicano, los herederos del poder monárquico, enfocaron su ambiciosa visión en el mantenimiento del statu quo, que promovía la exclusión social, el latifundio y la concentración de riqueza en pocas manos.
 
Solo hasta la década del 30, se encauzaron los esfuerzos en lograr cohesión e inclusión social. Getulio Vargas, ascendió a la presidencia, con una propuesta que denominó: «Novo Estado», es decir un Estado Nuevo, al cual se incluyera todo ese caleidoscopio pluricultural y multiétnico, en que se convirtió Brasil a lo largo de su historia. Todo apuntalado en una concepción nacionalista del Estado, mediante el cual se impulsó la industrialización, protegiendo la producción nacional de las amenazas extranjeras. 
 
Sin embargo, el final de Vargas fue como su vida; dramática y controversial. Se suicidó en 1954, dejando como legado una carta, en la cual señaló a las élites de buscar ahogar su voz de protesta contra la exclusión.
 
Posteriormente, con el ascenso al poder de Janio Quadros y su ulterior renuncia en 1961, le permitió a João Goulart, asumir la silla en el Palacio de Planalto, erigiéndose sobre los postulados del economista Celso Furtado denominados «reformas de base» que propiciarían la reforma agraria y la restricción de las remesas producto de las ganancias al exterior. 
 
La propuesta de Goulart, se convirtió en una afrenta para la clase que ostentaba el poder político y económico, especialmente para las compañías extranjeras que veían amenazando sus negocios. Fue así, como en 1964, se produjo un grave punto de quiebre en la democracia brasileña, mediante el derrocamiento del presidente constitucional y la imposición del general Humberto Castelo Branco, dando paso a 21 años de interrupción del régimen democrático y la restricción de libertades civiles y políticas.
 
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Movilizaciones de todos los sectores sociales  fueron constantes   durante el gobierno de Dilma Rousseff, la primera presidenta mujer de Brasil.
 
El inicio de una nueva era.
Con la redemocratización y el posterior ingreso al siglo XXI, la historia brasileña dio un trascendental giro. El ascenso del carismático Luiz Inácio Lula da Silva, marcó un punto de inflexión, apenas despuntando un siglo en el cual, el mundo cambió y se erigieron diversos polos de poder como China, Rusia e India, que al lado del país de la samba y el carnaval, pasaron a conocerse como los BRIC.
 
De acuerdo al Banco Mundial, Lula entregó la presidencia con dos cifras que destacaron su trabajo. Por una parte, el incuestionable crecimiento del PIB en 2010, que llegó a 7,5%. Por otra, la disminución de la pobreza del país más poblado de Suramérica, mediante la inserción de 20 millones de personas a la clase media, y su exclusión de la penosa miseria absoluta, predominante en nuestro gigantesco vecino. 
 
Los ocho años de gobierno del ex sindicalista pernanbucano, le permitieron al país, levantar la voz a nivel global y reafirmar su ingreso al Consejo Permanente de Seguridad de la ONU, y a nivel regional, la creación de Unasur como un esperanzador proceso de cooperación. En esencia, una política exterior multipolar, que en el plano económico y político, denotaron autonomía de la influencia norteamericana en la región y una consistente visión de liderazgo regional.
 
No obstante, luego de la salida de Lula y la llegada de Dilma Rousseff, diversos factores truncaron el exitoso camino brasileño. Variables como la desaceleración China y la dramática caída de los precios de los commodities infringieron un fuerte golpe a su economía. Desde el 2011, el crecimiento del PIB  se desaceleró, hasta llegar a un 0,1% en 2014 y una contracción de 3,8% en 2015. 
 
A lo anterior,  se sumó un fenómeno prevalente en la institucionalidad brasileña: la corrupción. Comenzaron a descubrirse los sobornos que por años las compañías que competían por jugosos contratos, como la construcción de torres petroleras, que les daban a los funcionarios de Petrobras. Lamentablemente algunas de esas «coimas» fueron canalizadas hacia el partido político de Rousseff. 
 
Todo este confuso y oscuro entramado, culminó el 31 de agosto de 2016 con la destitución de la presidenta, quien paradójicamente no es separada definitivamente del cargo por los procesos de corrupción de Petrobras sino por un «pecado» que cometieron todos sus antecesores; la violación de normas fiscales, mediante el maquillaje del déficit presupuestal. No cabe duda, que la decisión del Senado, se soportó en la Constitución Política, no obstante, surgen cuestionamientos de orden ético que convocan a la reflexión.
 
En primera instancia, la gravedad de las equivocaciones de la expresidenta, no ameritaban su remoción del cargo, ya que podría enmarcarse en un error culposo de carácter administrativo, que aunque no la exime de responsabilidades, no implicaría su destitución. 
 
En segundo término, el 59% de los diputados que votaron a favor del «impeachmente», están sumergidos en todo un amplio espectro de investigaciones, que van desde corrupción hasta tortura. Igualmente, gran parte de los miembros del Senado, que votaron en contra de Rousseff, están implicados en actos de corrupción. El 61% de la Cámara alta, es investigada por diferentes procesos, primordialmente por evasión de impuestos mediante cuentas bancarias secretas y otros por casos penales.
 
En este orden de ideas, en el escenario brasileño, se postula como veedor de la legalidad y la ética institucional, una rama del poder, cuestionada e involucrada en una diversa gama de delitos e investigaciones, tomando una decisión que contraría el apoyo que más de 50 millones de votantes le dieron a la Presidenta. 
 
Estado y bienestar Vs. Mercado
Así mismo, es grave y preocupante las denominadas tendencias del mercado, que reflejan confianza y por ende sustanciales alzas en sus indicadores, ante el escenario de inestabilidad política y rotación en la silla de Planalto, corroborando que a los ojos de los intereses transnacionales, es más importante la rentabilidad que la estabilidad de los países suramericanos. En otras palabras, se refuerza la tradicional disputa Estado y bienestar versus Mercado. 
 
En sumatoria, queda claro que la potencia suramericana y séptima potencia económica del planeta, sigue inmersa en una débil democracia, que impulsa su derrumbe a otro abismo institucional como el que se inició en 1964 y lleva a pensar que las mismas élites que atacaron el «Estado Novo» de Getulio y posteriormente derrocaron a Goulart, son las mismas pero en contextos distintos, propiciaron la destitución de Dilma, llevando al país del fútbol a un incierto futuro. 
Héctor Galeano David
sumario: 
Repaso histórico sobre ascensos y caídas de mandatarios brasileños desde cuando Getulio Vargas, quien fue cuatro veces presidente, planteó una concepción nacionalista denominada Estado Nuevo. Ahora, con la salida de Dilma Rousseff se abren los interrogant
No

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