Domingo, Septiembre 18, 2016 - 00:00
Esa fue la pregunta del coloquio de la Feria de Manizales en la que participé. El evento, organizado por el escritor Octavio Escobar Giraldo, fue un éxito en compra de libros, asistencia a los diálogos, y excelente nivel de los expositores. Manizales es una ciudad con buenas librerías, muchos lectores y una asidua concurrencia a los eventos culturales. Con mi saco y suéter livianos y pantalón de lino claro no estaba preparado para la ola de intenso frío que se desató en la ciudad en esos días.
Repetí en mi primera presentación que no todo era carnaval entre nosotros. Repetí nuestros buenos momentos literarios: Voces, El Grupo de Barranquilla, La Cueva, etc… Me preguntaba, sin embargo, si ya no era hora de otro gran momento cultural. Todos esos festivales de Jazz, cuenteros, Carnaval de las Artes, Poemario, festivales de cine, teatro ¿desatan un fervor colectivo? ¿Somos como la Córdoba Medieval, la ciudad más cultural de su época, tal como nos vio el joven García Márquez cuando llegó en los años cincuenta? A esa última pregunta de un impertinente contesté con anécdotas del Grupo.
Sobre la novela policiaca, policial, género negro o de crímenes, clasificaciones que ahora hacen los entendidos, se habló por la tarde. El dato de que hoy por hoy el crimen organizado representa el 3% del producto interno bruto del mundo, según la ONU, era un sobreentendido. Mis compañeros en la charla hablaron de cómo la novela policíaca puede ser una especie de reflexión sobre la conciencia de la sociedad. Yo insistí en que en ese tipo de novelas el criminal intenta engañar al detective y el escritor al lector. Mientras mejor sea el engaño, más eficaz el libro.
El moderador tenía una erudición vasta sobre el tema y lo demostró. Tal vez por eso en un momento me perdí, y recordé El peligro amarillo, el tema permanente en esas novelitas que alquilaban en puestos de libros y que la muchachada de la época acudía para leer y matar el tiempo.
Siempre el malo era un chino y el más malo de todos era Fu Manchú, la creación de Sax Rohmer. El malvado, vestido siempre de mandarín y con las uñas largas para indicar que nunca había trabajado manualmente, quería restaurar el poder del imperio chino. Para eso envenenaría al mundo con el consumo de opio. En la novela Presidente Fu Manchú uno de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos es un títere suyo. De hecho, en la votación gana, pero el héroe, un agente del servicio secreto, por medio de un chocorazo logra que gane el candidato bueno. Al prestarme el libro, el escritor Jairo Aníbal Niño me advirtió que estaba escrito con “una prosa asiática”. Después, viendo las películas de Charlie Chan, un detective chino del lado de los buenos (léase el gobierno norteamericano), u oyendo las radionovelas de Chan Li Po, que por una linda cubana en La Habana se quedó, o las aventuras de Yong Fú, creado por Emilio Franco, de la misma ola amarilla, pero actuando en Medellín, entendí la frase. Todos los protagonistas chinos hablaban con sentencias de Confucio o de algún poeta como Li Po: “Si la vida es un gran sueño, ¿para qué atormentarse? Bebe todo el día”. Escribía el poeta y a veces repetía el detective.
Me sacó de mi ensueño amarillo el escritor Gonzalo España (autor de Odios fríos, una biografía novelada de Miguel Antonio Caro que no odiaba en caliente sino en frío, esperando, ahondando el odio). Este autor dijo que la novela negra se emparentaba con los grandes mitos. Citó La rama dorada, donde el rey que cuida el árbol sagrado es remplazado por su asesino y así sucesivamente. Todos los padrinos de la mafia tienen el mismo destino, advirtió.
Entre las preguntas del público estuvo la espinosa: “¿Desde cuándo la novela policíaca llega a ser buena literatura? En la Feria de Medellín se acaba de dar el premio nacional de novela a Octavio Escobar Giraldo con Después y antes de Dios, una obra con tema policíaco, negro, criminal, o como se le tilde; el hecho es que es una excelente novela y así quedaba contestada la pregunta.
“Mis compañeros en la charla hablaron de cómo la novela policíaca puede ser una especie de reflexión sobre la conciencia de la sociedad. Yo insistí en que en ese tipo de novelas el criminal intenta engañar al detective y el escritor al lector”.
Ramón Illán Bacca
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