Domingo, Noviembre 6, 2016 - 00:00
Hace exactamente 20 años, por el mes de octubre que acaba de pasar, la Academia Sueca –que ha distinguido con el Premio Nobel de Literatura a autores que en el momento de recibirlo eran tan desconocidos como mediocres o que, por el contrario, gozaban con justicia de un prestigio tan grande que era imposible que el galardón aumentara un ápice su notoriedad–, tuvo el preciso y oportuno acierto de declarar como ganadora de su diploma, su medalla de oro y sus nueve millones de coronas suecas (que era la dotación monetaria de aquella época) a una sabia y sonriente poeta polaca que ya tenía por entonces 73 años y que vivía más o menos apartada del mundanal ruido en la ciudad de Cracovia.
Fue un acierto y fue preciso y oportuno por dos razones: 1) porque su obra poética tenía de sobra la calidad para merecer un premio de tamaña reputación e influencia (pese a todo); 2) porque esa obra necesitaba de la reputación e influencia de este premio para obtener el reconocimiento universal del que carecía y que por su valor le correspondía.
En efecto, en 1996, el de Wislawa Szymborska era un nombre que, más allá de su país y de cierto ámbito especializado de Europa, resultaba, además de difícilmente pronunciable, casi desconocido en el ancho mundo, no obstante que una parte de sus poemas habían sido traducidos ya a varios idiomas occidentales, así como al chino, al japonés, al árabe y al hebreo.
Este acierto de la Academia Sueca empezaría a ser corroborado, en un proceso creciente que todavía hoy no se detiene, casi tan pronto como se apagaron las luces del Palacio de Conciertos y del ayuntamiento de Estocolmo tras la ceremonia en que ella recibió el premio el martes 10 de diciembre de aquel año. La obra poética de Szymborska, que constaba de nueve títulos –a los que, después del premio, ella agregaría tres nuevos, en 2002, 2005 y 2009, y sus editores, de manera póstuma y un tanto irresponsable, dos más, en 2012 y 2014–, empezó a diseminarse en nuevas traducciones por las más diversas lenguas de los cinco continentes, conquistando cada vez más los estudiosos elogios de la crítica, la difusión amplia de los medios de comunicación (tanto tradicionales como digitales) y la recepción entusiasta de los lectores. Como consecuencia de ello, la autora polaca es, en la actualidad, un clásico de la lírica universal contemporánea.
Ella, sin embargo, a todas estas, conservó siempre su característica discreción de toda la vida. Continuó residiendo en el mismo apartamento donde, desde hacía largos años, permanecía fiel a una rutina íntima y solitaria, en un modesto barrio de Cracovia. En esta histórica y antigua ciudad de Polonia había echado raíces a los seis años de edad, cuando se instaló allí con su familia procedente de la localidad de Prowent (hoy Kórnik), en el centro-oeste del país, donde había nacido en 1923, y allí se mantuvo hasta su muerte ocurrida el 1 de febrero de 2012.
Hoy por hoy, se puede decir que es el descubrimiento más importante que ha hecho el Premio Nobel de Literatura en los últimos 30 años. Al menos, en el campo de la poesía, no hay la menor duda de ello.
Escrita en un tono sencillo, casi tan discreto como la personalidad de su autora –lo que permite apreciar mejor su relampagueante agudeza–, la poesía de Wislawa Szymborska se caracteriza, para mencionar sus notas más sobresalientes, por la ironía (que no pocas veces es cáustica, y de la que no se salva ni la poesía misma), el humor, el escepticismo; por la indagación sobre el azar y su relación con la necesidad, con el destino; por la permanente conciencia de la muerte, de la fugacidad del ser humano; por la visión crítica de la supuesta posición preeminente de éste en el concierto de la naturaleza. No se piense, sin embargo, pese a lo anterior, que está teñida de una oscura desesperanza ni que carece de la luz que emana de la defensa de la vida y de la sociedad humana.
Al tratar de delimitar sus temas, se advierte que proceden de diversos ámbitos o enfoques de la realidad: la vida cotidiana, la vida social o política, la metafísica, la naturaleza, la mitología, la historia, la pintura y las artes plásticas en general. Pero, cualquiera que sea la dimensión del tema, no faltan en su tratamiento, como he dicho, la ironía y el humor, incluso la chispeante gracia que simplemente suscita una agradecida sonrisa espontánea; como tampoco falta, incluso cuando se trata de los asuntos más triviales de la cotidianidad, una visión filosófica que los ahonda y los dota de misterio. Wislawa Szymborska sabe armonizar el coloquialismo y el prosaísmo con la belleza más elevada: no por nada dice en “Reseña de un poema jamás escrito”, refiriéndose al estilo de la autora de ese poema inexistente, quien sin duda es su álter ego, que se trata de «una mezcla de sublimidad y lenguaje cotidiano».
Este contraste entre los temas elevados y los temas anodinos –para decirlo según una clasificación convencional– constituye en sí mismo otro tópico central de que se ocupa su poesía, y lo hace para reivindicar los últimos por encima de los primeros, lo que en el fondo debe interpretarse como una manera de disolver esa falsa diferenciación y de decirnos que todo en la realidad tiene el mismo nivel de relevancia: sólo hay que afinar la mirada, o ejercer ésta de un modo más amplio o inusual, para darse cuenta de ello.
Me parece pertinente detenerme en este último tópico para ilustrarlo con algunos elocuentes ejemplos. Así, en el poema “¿Y si todo esto?”, en el que supone que quizá los seres humanos seamos sólo una suerte de ratas de laboratorio observadas y manipuladas desde las alturas del Universo por otros seres superiores, conjetura que a esos dioses sólo le interesan las “anécdotas triviales”, una niña que “se cose un botón en una manga”, alguien que “enhebra la aguja”, en vez de los grandes hechos históricos, tales como las guerras, las migraciones o los vuelos al espacio exterior. En el poema “Gags”, especula que “si los ángeles existen”, deben preferir, entre nuestras creaciones artísticas, las ligeras e hilarantes películas cómicas del cine mudo a las trascendentales novelas, piezas teatrales y poemas llenos de “frustradas esperanzas”, “reproches contra el mundo” o “alaridos y convulsiones” .
En el poema “La feria de los milagros”, celebra los prodigios corrientes, ordinarios: desde “el ladrido de los perros invisibles / en el silencio de la noche” hasta el simple y enorme milagro de que “las vacas son vacas”. En el poema “No requiere título”, nos hace notar que el simple “hecho banal” (“que no pasará a la historia”) de sentarse “bajo un árbol, / a orillas de un río, / una mañana soleada”, necesita, para producirse, de una trama de causas y circunstancias tan compleja como la que precisan una revolución, la caída de un tirano o una migración. El poema termina con una estrofa que puede considerarse una divisa de su poética: “Ante hechos así, me abandona la certeza / de que lo importante / es más importante que lo insignificante”. Por último, en el poema “Es una gran suerte”, dice justamente que es una fortuna “no saber con exactitud / en qué mundo vivimos”, no tener una perspectiva supracósmica y supratemporal de la realidad, pues desde esta perspectiva, los “detalles y anécdotas” –como “echar una carta al buzón, / una travesura de adolescentes, / el letrero ‘No pisar el césped”– perderían todo sentido, lo que se infiere que ella lamentaría.
No obstante, como señalaba arriba, esta reivindicación de los “hechos anodinos” debe entenderse como el modo en que ella quiere hacernos ver que separar éstos y los llamados “hechos importantes”, ubicándolos en diferentes puestos en la escala de relevancia, es sólo el resultado de una categorización subjetiva del ser humano, que comporta cierta arbitrariedad, cierta estrechez de criterio, de modo que lo más sensato es justipreciarlos todos en un sola visión comprehensiva.
Porque, por otro lado, así como ella hace un reclamo en favor de las nimiedades y elabora con ellas hermosos poemas, también es sensible a los usualmente considerados grandes temas históricos, sociales o morales, hasta el punto de que le inspiran formidables poemas de esos que suelen juzgarse esenciales. Basta mencionar, entre estos últimos, composiciones sobrecogedoras como “Bajo una misma pequeña estrella”, en que pide un perdón universal por sus deficiencias e injusticias, por aquéllas que ella no puede remediar y de las que se siente responsable; “El gran número”, en que, ante el hecho abrumador del crecimiento exponencial de la cantidad de seres humanos y de criaturas en general, lamenta la limitación de su imaginación y de su conciencia para abarcarlos y atenderlos a todos; “El odio”, que habla del papel preeminente del odio en la historia, bajo el cual sucumben los otros sentimientos: la fraternidad, la compasión, la duda; y “La realidad exige” y “Fin y principio”, en que se refiere a la labor de reconstrucción que sigue a cada guerra, a la forma en que la vida se reanuda después de las devastaciones bélicas.
Un pasaje aparte merecen también los poemas que parten de obras de artes visuales. En Paisaje con grano de arena, la antología que recoge 100 poemas pertenecientes al período comprendido entre 1957 y 1993, y que fue su primer libro traducido al español (Lumen, Barcelona, 1997), el lector cuenta 10 textos basados en cuadros (de Brueghel, Rubens, Utagawa Hiroshige), esculturas y fotografías, sin mencionar el que le da título al volumen, que, aunque no trata sobre una obra de arte, tiene como motivo un paisaje natural y, como puede notarse, un título de estilo pictórico. En suma, Szymborska se muestra como una destacada cultora de la literatura ecfrástica.
Por estos días, cuando la más reciente adjudicación del Premio Nobel de Literatura ha sido objeto de la mayor controversia que se ha dado en muchos años alrededor de este galardón, celebremos, pues, el gran acierto que éste tuvo hace 20 años al poner los casi secretos tesoros de una espléndida obra lírica al alcance del gran público internacional.
Collage realizado por Wislawa Szymborska.
Uno de sus poemas:
LA REALIDAD EXISTE
La realidad exige
que también se diga:
la vida sigue.
Sigue en Cannas y en Borodino
y en Kosovo Polje y en Guernica.
En una plaza de Jericó
hay una estación de gasolina,
y en Bílá Hora
hay bancos recién pintados.
Entre Pearl Harbour y Hastings
va y viene el correo postal,
un camión de mudanzas pasa
ante la mirada del león de Queronea,
y solo un frente atmosférico amenaza
los florecientes jardines cercanos a Verdún.
Hay tanto Todo
que Nada apenas se nota.
La música llega
desde los yates de Accio
y en la cubierta, al sol, bailan las parejas.
Suceden tantas cosas
que en todas partes algo sucede.
Donde quede piedra sobre piedra,
hay un vendedor de helados asediado por niños.
Donde estaba Hiroshima,
está otra vez Hiroshima
y se siguen produciendo
objetos de uso cotidiano.
No carece de encantos este mundo tan terrible,
no carece de madrugadas
que merecen un despertar.
La hierba es verde
en los campos de Maciejowice,
y en la hierba, como en toda hierba,
el rocío es puro cristal.
Quizá no existan más campos que los de batalla,
todas las tierras lo son,
algunos aún recordados,
y otros ya olvidados:
bosques de abedules y bosques de cedros,
nieves y arenas, irisadas ciénagas
y despeñaderos de negras derrotas
donde en caso de urgente necesidad
satisfacemos ahora nuestras necesidades.
Qué moraleja sale de todo esto: parece que ninguna.
Lo que en verdad fluye es la sangre que pronto se seca
y siempre algunos ríos y algunas nubes.
En los desfiladeros trágicos
el viento se lleva los sombreros
y, no podemos evitarlo,
nos produce una risa loca.
Joaquín Mattos Omar
sumario:
A propósito de la autora polaca galardonada hace 20 años con el Premio Nobel de Literatura, una revisión a los motivos de su obra, clásico de la lírica contemporánea.
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