Más vigente que nunca está Adolfo Pacheco Anillo, el versátil cantautor de los Montes de María que tiene en su haber decenas de composiciones catalogadas como clásicos de la música popular colombiana, entre las que sobresalen El viejo Miguel, La hamaca grande, Mercedes, El mochuelo, El pintor, El cordobés, Oye y El saludo, por citar solo algunas.
Coronado en la segunda quincena de agosto de 2016 Rey de reyes de la Canción Inédita del Festival Bolivarense de Acordeón, en Arjona (Bolívar), y homenajeado a mediados de octubre en el Festival del Río Grande de la Magdalena, en Barrancabermeja, el maestro Pacheco es uno de los músicos exaltados en la undécima edición del Carnaval Internacional de las Artes que tendrá lugar del próximo 9 al 12 de febrero en Barranquilla.
Adolfo Pacheco nació un 8 de agosto de 1940 en San Jacinto (Bolívar), en el hogar conformado por Miguel Antonio Pacheco Blanco y Mercedes Isabel Anillo Herrera.
La temprana muerte de su madre, ocurrida cuando él apenas tenía siete años, marcó su vida, convirtiendo su recuerdo en la principal inspiración de muchos de sus temas, tales como el son Mercedes, grabado primero por Andrés Landero e impuesto más tarde, en la década del 80, por Ismael Rudas y Daniel Celedón.
“Mercedes tiene su historia” –evoca Pacheco– “yo tenía una novia clandestina y no quería que su nombre se diera a conocer. Entonces le compuse una canción, pero sin nombrarla. Empleé el nombre de Mercedes en honor a mi madre, a quien nunca olvido, pese a que la perdí siendo yo todavía un niño. La falta del calor de madre fue algo que nunca pude superar. Quizás por ello yo sea un hombre pretencioso, que busca ser mimado siempre por la mujer. En otras canciones también utilicé el nombre de mi progenitora: en Mercedes Peña y en El mensaje, temazos de mis afectos”.
Un año después del fallecimiento de su madre, Adolfo se sumergió de lleno en el ámbito de la música. Su tía Carmen Pacheco en parte suplió la ausencia de la ternura materna, mientras que el abuelo paterno le señaló el camino de la música, indicándole las primeras pautas en el manejo del tamborito. De esas indicaciones iniciales, y ‘sin querer queriendo’, nació Mazamorrita crúa, que puede considerarse la primera composición de su vida. Un tema en ritmo de fandango que aún no ha sido publicado.
A los 13 años, en pleno período escolar, y contagiado con la fiebre producida por las guarachas y boleros de la Sonora Matancera y la Billo’s Caracas Boys, así como de las rancheras de Jorge Negrete y Pedro Infante, el pequeño Adolfo compuso su primera obra estructurada: El doctor Luján. Era una mezcla de porro y paseo. La pieza, dedicada al hijo del vicerrector del colegio Fernández Baena de Cartagena, donde estudiaba, nunca ha sido grabada.
En las aulas de esa institución educativa, durante sus estudios de bachillerato, el joven Pacheco escribió la que sería su primera canción en salir a la luz: Tristezas, un paseaíto que, bajo el sello Curro, publicó a comienzos de 1960 su gran amigo, Andrés Landero.
“La versión de Landero la escuché por primera vez en Bogotá, donde cursaba estudios en la Universidad Javeriana”, recuerda Adolfo, quien tenía entonces 19 años e iniciaba su era como compositor ‘de verdad verdad’, como le dirían sus compañeros.
DIEZ AÑOS DE ABUNDANTE COSECHA
Tras culminar el bachillerato en Cartagena, Adolfo Pacheco fue enviado a Bogotá, en 1959, con el fin de comenzar sus estudios de Ingeniería Civil en la Universidad Javeriana. El viejo Miguel Pacheco Blanco destinó gran parte de las ganancias del negocio de víveres que tenía para cumplir su sueño de convertirlo en un profesional de respeto.
La aventura de Adolfo en Bogotá duró dos años, al término de los cuales se vio obligado a retornar a San Jacinto porque su padre se declaró en quiebra e imposibilitado para seguir subsidiándolo.
El viejo Miguel tenía que sostener a seis mujeres y 21 hijos, incluido el propio Adolfo. Esa situación y los malos negocios terminaron arruinándolo.
De regreso a San Jacinto, con el sueño de convertirse en ingeniero truncado, Adolfo consiguió empleo como docente de primaria en el Instituto Rodríguez.
Sin la presión asfixiante de Bogotá, el ambiente fue propicio para desarrollar su creatividad. La docencia la alternó con el fortalecimiento en el manejo de la guitarra, la cual había aprendido a manipular con gran destreza en su estadía en la capital.
El instrumento de cuerda facilitó su producción creativa, constituyéndose en el elemento indispensable para componer sus canciones. Antes componía con la ayuda de tambores o silbando. Con la guitarra surgieron sus letras clásicas en un lapso de diez años, entre 1961 y 1971. En ese período maduró sus conocimientos gracias al valioso aporte de entrañables colegas del calibre de Nasser Sir, Nelson Díaz, Juan Elías Díaz, Ramón Vargas y Andrés Landero, viendo la luz en una década sus canciones más representativas: El bautizo, Sabor de gaita, El mochuelo, La babilla, Serenata vallenata, El viejo Miguel y La hamaca grande.
LAS MUSAS DE ADOLFO
El maestro Pacheco se declara ferviente admirador de la obra de José Barros. Las canciones que reconoce como genuinas joyas del folclor colombiano son La gota fría, de Emiliano Zuleta Baquero; La piragua, de José Barros; Espumas, de Jorge Villamil; La casa en el aire, de Rafael Escalona, y Carmen de Bolívar, de Lucho Bermúdez. Por modestia pura no incluye ninguna de las suyas, muy a pesar de que La hamaca grande le ha dado la vuelta al mundo. Pero si la música es lo suyo, la literatura es otra de sus pasiones. Obras como El idiota, Humillados y ofendidos, Los hermanos Karamazov y Crimen y castigo, del ruso Fedor Dostoievski; así como los versos de Federico García Lorca, José Asunción Silva y Julio Flórez, se cuentan entre sus lecturas favoritas, esas que solo le permiten concebir la vida con música y literatura, dos mundos que para él van ligados de manera íntima.
Sueña con escribir un libro que recoja sus memorias y confía en que realizará ese propósito. “Creo que tengo cosas interesantes por decir”, afirma. No peca de inmodesto. Su vida y su obra han seducido a investigadores del Caribe colombiano como Ariel Castillo Mier, quien elaboró un extenso y muy leído ensayo que tituló Adolfo Pacheco o el uso de razón en el canto vallenato. De igual modo, el filósofo Numas Armando Gil escribió un interesante texto de consulta sobre su obra, titulada Mochuelos y cantores de los Montes de María La Alta: Adolfo Pacheco y el compadre Ramón. Los investigadores vallenatos Jaime Maestre Aponte, Jesualdo Hernández Mieles y Carlos Emiliano Oñate Gómez, escribieron a seis manos el voluminoso libro de 386 páginas Adolfo Pacheco, el sanjacintero mayor.
También, con la coordinación del magistrado Jorge Pretelt Chaljub, se presentó el lujoso libro Juglar de los Montes de María: Adolfo Pacheco, acompañado de dos discos compactos en los que reconocidas voces del Caribe interpretan algunas de sus canciones. El libro invluye artículos, crónicas y ensayos sobre Adolfo Pacheco, elaborados por varios escritores.
De igual manera, el periodista Juan Carlos Díaz prepara un libro que recoge el legado de Adolfo Pacheco Anillo, un maestro que tiene la convicción de que sus canciones han impactado más por la letra que por la música.
Fausto Pérez Villarreal: periodista y cronista musical.