Lunes, Febrero 27, 2017 - 13:23
El 24 de diciembre de 2009 fui a visitar a Etelvina Maldonado en Flor del Campo. En esa pequeña casa que recibió por ser damnificada del fuerte invierno que cayó sobre Cartagena. Se quejaba del calor y de las incomodidades de la vivienda, pero con voz resignada y conforme me dijo que por fin su sueño de tener una casa de materiales se le había cumplido. Etelvina Maldonado vivió, por más de 20 años, en la casa de tablas de su hija Ester, en el barrio El Pozón.
Etelvina estaba más delgada. Pesaba, según dijo, 46 kilos. Comentó que no estaba comiendo bien, que sentía un constante ardor en el estómago, que un suplemento que le había recomendado el médico costaba ochenta y seis mil pesos y «No tengo fuerzas para eso mi he’mano», frase con la que manifestaba la carencia de dinero.
Hablamos sobre su vida y sobre su pasión por el bullerengue:
¿Qué siente Etelvina Maldonado cuando escucha un bullerengue?
Te digo que me pasa una corriente por todo el cuerpo, digo que esa es la corriente del amor por el bullerengue. A mí también me gusta la chalupa, pero vivo es enamorada del bullerengue sentao. Es que el bullerengue es un ritmo y un baile enamorador, usted va bailando con su pareja, y no tiene necesidad de tocarla, porque ella lo va coqueteando, y usted también coquetea a su pareja.
Por eso es importante la estrecha relación entre tamborero y cantadora, no solo en la habilidad sino también en la transmisión de esa fuerza que ahora comentas.
Claro, por eso yo cuando voy a la práctica tengo cositas de las que no me acuerdo mucho, son letras, y le digo al ‘Docto’ (Víctor Medrano, su tamborero), vamos a practicar esto, porque esas letras van apareciendo, y ahí lo practicamos, y salen nuevas cosas, pero es por la fuerza del tambor. Stanley Montero tiene bastantes letras mías guardadas, tiene la letra del pescadito, y Miguel Salgado, por ejemplo tiene Mi casita… que te la voy a cantar:
Mi casita, mi casita, / mi casita voy a parar / o leleleiiii yojeaa.. voy pa’ al monte a cortar mi vara / porque el viento me tumbó mi casita en la madrugá / mi casita, mi casita, mi casita voy a parar / que el director de esa pieza / que hace falta en mi casita, / ya la tiene Miguel Salgado / y él solito me la ha parado / Mi casita, mi casita, mi casita voy a parar.
¿Y cómo dice la canción del pescaíto?
Ahora no me acuerdo bien la música… pero dice: Corriendo corriendo va, corriendo va mi pescaíto, corriendo corriendo va, corriendo va mi pescaíto / va corriendo por el río, va corriendo él solito / va corriendo por el río, va corriendo él solito / ay mi pescaíto, mi pescaíto, mi pescaíto voy a coger / si no lo cojo con la mano, yo lo cojo con el cordel / si no lo cojo con la mano, yo lo cojo con el cordel / Ay mi pescaíto, mi pescaíto, mi pescaíto voy a coger / mi pescaíto es una anchova que se ríe en la madrugá / juega con el agua fresca / también con el agua salá.
¿A qué edad escuchó Etelvina su primer bullerengue?
Estaba bien pelaíta, el primero fue ese que grabaron en champeta. Eso lo cantaban allá en Santa Ana, mi pueblo. Hacían una rueda, que en ese entonces le llamaban fandango, no bullerengue. El otro es Macaco mata el toro… ese tema lo canté con el grupo liderado por Miguel Salgado, en ese CD, que se llamó Kasabe, metí dos temas: Macaco y Juanita la remendona.
¿Quiénes te cantaban esos bullerengues?
Primero mi tío Andrés Cardales, y dos señoras que se llamaban Chana González y Cristina Julio. Ellos no cantaban como canto yo ahora, que soy sola y hay unos coros, allí todos cantaban y hacían coros. El tío mío, Andrés Cardales, le quitaba el cuero al tambor y cogía un pañuelo blanco y decía: «mujeres, canten que les voy a tocar tambor». Decían que él era el hechicero de Santa Ana.
¿Cuándo llegas a Cartagena?
Cuando tenía como trece o catorce años. En Cartagena me encontré con el padre de mis hijos, el señor Manuel Chaverra. Viajaba de Cartagena para Quibdó. Él se enamoró de mí y yo de él, y nos fuimos en su barco, yo sin saber ni pa’ dónde iba.
Siendo aún tan niña, ¿cómo tomaste esa decisión de irte para Quibdó?
Ayy, Davi, eso lo hace el enamoramiento, la alborotación…
¿Y cuánto tiempo te quedaste en el Pacífico?
Allá viví 11 años… Lo que pasó fue que el papá de mis hijos embarazó a una muchacha que se llamaba Yolanda. En ese tiempo había mucha maldad en ese lugar, brujería… y la mamá de la muchacha fue a mi casa, y le dijo que si no se casaba con la pelá, entonces se casaba con ella. Como yo tenía miedo, le dije, cásate con tu muchacha, que yo me regreso. Me puse a pensar… amenazaron a Manuel, de pronto vienen por mí, yo mejor me voy. Como yo no sabía ni leer ni escribir, mandé a llamar a una señora, que se llamaba Valentina, y le dije: hágame una cartica y ponga un embuste bien grande, que decía: “Etelvina, vente, que Estebana, tu hermana, está mal. Si quieres encontrarla viva, vente”, y me embarqué de regreso.
¿Regresaste, y te volviste a casar?
Así es, tuve dos maridos, Manuel y Humberto, pero eran de los efectivos.
¿ Cómo así que eran de los efectivos?
Ay papi, con el ‘bate firme’ (buen desempeño sexual), como Rentería, como Cabrera.
¿ Cómo fue tu vida a tu regreso a Cartagena?
Cuando me vine de Quibdó, me puse a trabajar aquí, en el barrio Manga. Trabajé donde una señora, Juanita Merlano Navarro, y donde el señor José Araújo Bedoya. Luego conocí a una señora que se llamaba Débora González, y me fui con ella para Arboletes, Antioquia, allá me encontré con Humberto, mi segundo esposo. Era un tipo bueno, pero un poco celoso. Tú sabes que uno es artista, la gente te llama, te abraza, te da besos, pero él entendió, con el tiempo, que todo eso pasaba porque uno tiene su público que lo quiere.
¿Y qué hacías en esa casa de Manga, adonde te llevó tu mamá a trabajar?
Lavar y planchar por días. Ese fue mi trabajo de toda la vida. Después de cantar, lo que más he hecho en esta vida es lavar y planchar ropa ajena.
De Arboletes te fuiste para Necoclí, ¿cómo fue ese viaje?
En Arboletes, además de los trabajos que hacía en casas de familia me conseguí un empleo en el aeropuerto, lavando y planchando a gente que trabajaba en Avianca. En ese entonces yo me la pasaba era cantando boleros mientras planchaba.
¿Qué boleros cantabas?
Uno de los boleros que yo más cantaba es este, que fue el bolero con el que me enamoró el padre de mis hijos, dice así: Sin saber que existías te deseaba/ y antes de conocerte te adiviné,/ y llegaste en el momento en que te esperaba/ no hubo sorpresa alguna cuando te hallé...
Y entonces fue así como Humberto te comenzó a enamorar, con boleros.
La verdad fue que quien me enamoró fue el padre de Humberto, que se llamaba José Ángel Salgado. Humberto no tuvo palabras para enamorarme. Al señor le llamó la atención que yo me levantaba cantando y, ellos dos, padre e hijo, llegaron a la puerta de mi casa en una finca que se llama La Escoba. El señor José Ángel me llamó a la puerta, «buenos días, buenos días, ¿y usted me puede regalar agua?», me preguntó. Y yo les dije: ‘¿tan temprano agua?, por qué mejor no esperan un tinto’, les brindé un tinto, por cortesía, y cuando se tomaron el tinto, el joven Humberto Salgado me puso el ojo. Yo enseguida le dije: usted no es la ficha de dominó para mí, entonces me dijo: ya veremos… y se marcharon por donde vinieron.
¿ Al comienzo te pusiste un poco difícil?
Así es. Como a mí me gustaba mucho la fiesta, me fui a escuchar la música que estaban tocando en un café. Cuando estaba allá, llegó el joven Humberto con el papá, me saludaron. Me dijo: «¿qué le provoca?», le dije que no tomaba trago, y él me preguntó «¿y una gaseosita?», y le dije que sí. Me sacó a bailar y me dijo: «usted me gusta mucho, desde el primer día que la vi». Yo le dije que sus palabras no eran dulces para mí… Y así estuvimos, en discusión. Luego el papá se me acercó y me dice: «vea, no desprecie al hijo mío, el hijo mío no es casado, no tiene vicios, es trabajador». Me lo puso por el cielo. Entonces le dije que cuando llegara a la casa, resolvía ese asunto. Eso sí, yo era muy altiva y claridosa. Después se fue para la casa, y me dijo: «¿qué resolvió, morena?», y yo le pregunté: ¿en verdad, yo le gusto?, y me dijo: «desde el primer día, pero usted me gusta es para que se vaya conmigo». ¿Y eso para cuando?, le pregunté y me dijo «para ya…»
¿ Sin beso y sin nada, Telvo?
Así es. Yo le dije que para ya no podía, que dejáramos eso para el lunes. Él aceptó. Luego en la noche, cuando Etelvina se va a acostar, se puso a pensar: tú qué sabes si ese tipo es marihuanero, ratero, pegador; y él no sabe si yo soy zorra, puta o bandida. ¿Qué error vas a cometer? Pero bueno, llegó el lunes, y se aparecieron padre e hijo. Les dije: tengo una pena grande, resulta que donde yo trabajo me deben siete mil pesos, y tengo que cobrar, así que cuando me paguen me voy con usted. Se fueron y Humberto me dejó una foto. Un día pasó un muchacho de Arboletes y le comenté: ayer estuvo aquí un muchacho que se llama Humberto Salgado, y le mostré la foto. Resulta que él me convidó para irme para allá, y yo no sé si él tenga mujer. El muchacho me dijo: él no tiene mujer, él es trabajador, lo único es que le gusta el ron. Entonces, mandé a hacer una carta y se la mandé con el muchacho. Me vino a buscar y nos fuimos. Viví con Humberto 45 años, hasta el día de su muerte.
¿Y en Arboletes alcanzaste a cantar bullerengue?
Muy poco, pero la verdad era que cuando yo escuchaba el tambor me pasaba una corriente por el cuerpo y me daban ganas de moverme, me entraba una alegría y se me erizaba la piel. Una vez llegué donde la señora Santos Valencia, directora del grupo de bullerengue de Arboletes, y le pregunté que cómo se llamaban esas fiestas, y me dijo: fandango. Y me invitó a cantar y entonces yo contestaba (hacía coros). Cuando ella se murió, viajé a San Bernardo del Viento, había un grupo y me metí a ese grupo a contestar. Ahí canta un señor, Pablo Núnez, o Flórez, no lo recuerdo. Pero como mi voz era más alta, se escuchaba más, y eso no le gustaba, entonces yo me retiré, porque dije, yo a esta gente no la conozco y me vayan a vení a hacer un mal, porque mi voz se escucha más, y me salí.
Después de ese recorrido por Arboletes, Necoclí, San Bernardo del Viento, ¿en qué año te regresas a Cartagena?
Eso fue como a mediados de los 90. Me fui a vivir a El Pozón con Humberto. Vivimos juntos aquí en Cartagena con todas las dificultades que pasamos, hasta su muerte, carajo.
Etelvina se puso un poco triste, y sin decirle nada comenzó a cantar:
Juanita la remendona. Juanita la remendona,
por Dios remiéndame el pantalón, Juanita,
Juanita la remendona,
que me voy para la cumbiamba
Juanita la remendona, que me voy
pa’ la plaza Juana, omb’e
Juanita la remendona, quizá yo
vuelva por la mañana
Juanita la remendona, olelelee,
juegoooo mi Juanita
Juanita la remendona,
como te quiero mi linda Juana
Juanita la remendona, cómo te adoro Juanita mía
Juanita la remendona,
por Dios remiéndame el pantalón
Juanita la remendona, aquí está la aguja
y el hilo Juana
Juanita la remendona,
que me voy para la cumbiamba
Juanita la remendona,
que me voy pa’ la plaza Juana
Juanita la remendona,
quizá yo vuelva por la mañana
Juanita la remendona…
Y guardó silencio por un instante, como si estuviera sola. Hubo silencio y poco a poco fue volviendo al espacio donde se encontraba. «¡Ya está bueno, Davi, que me estoy poniendo triste, mi he’mano!», dijo para cerrar la conversación que llevábamos.
Al salir, le prometí que regresaría el 31 de diciembre para traerle unas semillas de paraíso, para que las sembrara frente a su casa. De abrazo me despedí. «Ve que vengas el 31, yo te espero aquí, que esta sí es mi casa». Volví el 31 diciembre con mis hijas, las que se entusiasmaron con la idea de sembrarle paraísos a Etelvina. No la encontramos, se había ido a El Pozón, a la casa de madera. Acudía allí cuando el calor en su casa de Flor del Campo se le hacía insoportable. Dejamos las semillas con su hija Zenelia.
El 26 de enero de 2010 recibí una llamada de la cantadora Martina Camargo. Saludó con la tristeza que anuncia un mal: «No tengo buenas noticias —dijo—, Telvo murió en su casa de El Pozó
David Lara Ramos
sumario:
Apartes de una conversación inédita sostenida con la cantadora de Santa Ana, Magdalena, Etelvina Maldonado, quien develó capítulos de su vida y música. La niña ‘Telvo’, siete años después de su lamentable partida.
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