Lunes, Marzo 6, 2017 - 06:43
En su revista Latitud del 8 de enero de 2017, EL HERALDO reproduce un ensayo de Julio Olaciregui, publicado en el libro Gabriel García Márquez. Literatura y memoria (Programa Editorial Universidad del Valle, 2016), en el cual su autor afirma que el nobel cataqueño «no ha conseguido aprovechar dicha presencia (la africana en el continente americano) para escribir novelas enteras dedicadas a ese tema». Sin embargo, antes se ha visto precisado a decir: «La vocación enciclopédica (caribeña) de su obra no podía dejar de lado ‘la negritud». En su novela Del amor y otros demonios es donde más se acerca al tema de la trata negrera y a la impronta de los africanos en Cartagena de Indias,…; reconocimiento que no exonera a su escrito de una especie de registro taxonómico que extrae enunciados de los textos novelísticos de G.G.M. pero que oblitera el análisis de la novela como forma ideológica. En efecto, Del amor y otros demonios es una novela que alude de manera mediata la visión de mundo de la Iglesia católica, condensada en el principio cristiano-maniqueísta que engendró una concepción y unas prácticas cerradamente dogmáticas, intolerantes y mesiánicas; al punto que el culto religioso de los negros y hasta el mismo lenguaje (por la diversidad lingüística africano-americana) aparecen ante la mirada y los oídos del blanco cristiano como cosa del ‘otro mundo’ o productos del averno. Sierva María de todos los Ángeles, la protagonista de la novela, y Sagunta, la india, acceden al conocimiento de manera natural, intuitiva, mediante procesos iniciáticos que desde las perspectivas de los otros, los blancos, desbordan los límites de ‘lo normal’, para adquirir connotaciones sobrehumanas, por ejemplo, el poliglotismo de la niña que recrea y alude a la diversidad cultural y lingüística de las diferentes razas que conforman el espectro étnico africano y que fueron desarraigadas forzosamente de África y traídas a América.
Como Weltanschauung, tal visión constituye, entonces, en la novela, el polo de un cotejo ideológico en el que el otro término estaba conformado por una visión de mundo afro amerindia, visión que desde la perspectiva cristiano-católica aparece como magia, animismo, fetichismo, brujería o sistema de supersticiones. El enfoque que nos presenta el narrador de Sierva María de todos los Ángeles es el de una negra por adopción, por costumbres y aprendizaje, puesto que abandonada por sus padres, el marqués de Casalduero, un blanco español, y Bernarda Cabrera, una cuarterona y plebeya, en el patio de los esclavos negros resulta una hija expósita, criada por la negra Dominga de Adviento. El motivo del abandono de la niña, sobre todo por su madre, no es otro que la carencia de la limpieza de la sangre, tan apreciada por los españoles. Y a raíz de la convivencia de Sierva María con los esclavos, ella desarrolla los hábitos, las costumbres, las prácticas rituales y animistas de los negros: el gusto por el escabeche de iguana y el guiso de armadillo, la inclinación ‘natural’ a mentir como los esclavos (más embustero que un bando de negros), el pintarse la cara de negro y ponerse el turbante colorado de las esclavas, y la fascinación que despertaba en los demás su amor por el canto y la danza, considerados demoníacos por la sociedad colonial y por la mentalidad cristiano-occidental, la apariencia fantasmal y el hacerse invisible que asustaba a su propia madre y al monje exorcista Cayetano De Laura. Asimismo el gusto por comerse las criadillas y los ojos aliñados del chivo, la imitación de voces de ultratumba de degollados y de engendros satánicos y la producción de sonidos y ruidos raros como en una sinfónica, beber en ayuna sangre de gallo, «volar con unas alas transparentes que emitían un zumbido fantástico» (Del amor y otros demonios: 95-96), según declararon para las actas varias novicias del convento de Santa Clara, donde Sierva María fue confinada por su propio padre.
La novela revela la visión objetiva del escritor sobre la historia de Colombia y la Inquisición en Cartagena de Indias; constituye, además, la evaluación crítica que realiza García Márquez a la visión de mundo maniqueísta de la Iglesia católica durante el periodo inquisitorial; de ahí el diseño, dentro de la estructura narrativa de un elemento simbiótico o sincrético a partir de un substrato material, cultural e ideológico: la mezcla cultural, religiosa, étnica y lingüística resultante del choque entre blancos, negros e indios; choque que se prolongó por un periodo de tres siglos (1492-1819).
Ese sincretismo cultural y religioso aparece al comienzo del relato representado por la esclava negra Dominga de Adviento, nombre sugerente, (como en la liturgia cristiana), del nacimiento de un periodo nuevo, el adviento o advenimiento del mestizaje, el sincretismo cultural y religioso. Dicho personaje es representativo de una dualidad: asume la doctrina cristiana sin abandonar su fe Yoruba, nos dice el narrador. Y agrega, suplía las falencias de una doctrina con los aciertos de la otra. El nombre Sierva María de todos los Ángeles resulta todavía más sugerente del sincretismo cultural y religioso; sincretismo simbolizado por los dieciséis collares de igual número de dioses, que le habían ido colgando las esclavas con quienes convivía después de haber sido bautizada en el ritual cristiano.
En conclusión, Gabriel García Márquez escribe una novela entera sobre el tema de los negros pero ve objetivamente este tema como un elemento étnico, sincrético y simbiótico de nuestro mestizaje, es decir, de nuestra identidad.
Pablo Emilio Caballero Pérez
sumario:
En respuesta al debate abierto en una pasada edición de Latitud, publicamos el siguiente texto sobre raza y literatura en la obra de Gabriel García Márquez.
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