Las escritoras del Caribe colombiano han vencido desde sus obras esa idea manida de concebir la escritura hecha por mujeres como el resultado de una mirada flácida y rosa de la realidad. Recuerdan que esa escritura atrincherada en el lugar común o en el sentimiento almibarado es un riesgo para cualquier autor, independientemente de su sexo. Como autoras crean una escritura que va en ráfaga rompiendo los estereotipos y los prejuicios con los que califican y encasillan la literatura hecha por mujeres.
El sexo femenino cuando desafía al papel en blanco siente que desentraña las honduras de hombres y mujeres. Quien escribe emprende un viaje despojado de su condición de género. En la hoja en blanco todos son iguales: seres de carne intentando regresar al lugar que olvidaron.
Juan Goytisolo afirma en el prólogo que le escribió a Marvel Moreno en su libro Algo tan feo en una señora bien: «La literatura en general […] implica en efecto una ambigüedad esencial: la mezcla de virtudes y elementos tradicionalmente considerados ‘masculinos’ y ‘femeninos’: dicha mezcla, como es obvio, varía según los casos; pero el hermafroditismo del acto creador está fuera de duda. Escribir es en cierto modo tomar conciencia de nuestra ambivalencia: aceptar el hecho liberado de que hombres y mujeres somos menos masculinos y femeninos de lo que a lo largo de los siglos se nos había enseñado».
Es claro que hombres y mujeres tienen maneras diversas de ver el mundo, pero la literatura desde su condición libertaria no puede establecer o presumir que existe una forma fija para ellos. Eso se revela en la producción literaria de las escritoras del Caribe. En sus obras el lector se encuentra con diversas maneras de ver; con diversas texturas y perspectivas del estar.
En ese contexto aparecen voces femeninas que han marcado el ritmo de la creación literaria del Caribe; que evidencian los rostros que ha tenido la región a lo largo de su historia. Es así como Amira de la Rosa (Barranquilla, 1903 -1974) dejó en su obra un lenguaje de paisajes, de personajes, de voces y dramas que hoy son testimonios de las pulsaciones de una época.
En Marsolaire, el único libro que publicó en vida en 1941, exterioriza realidades que en su momento se encontraban soterradas en terrenos fangosos que pocas mujeres se atrevían a pisar. Pone en relieve temas como el deseo sexual, el incesto y la condenación social a la que estaba expuesto el sexo femenino. Amira, desde su obra, no confronta estas realidades, no las condena: las observa, las narra y, al hacerlo, le deja al lector el camino libre para que lo reinterprete desde su mejor esquina. El libro narra el drama de una joven que es seducida por su padrino y que luego tiene que enfrentar sola su condición de madre soltera. Podría decirse que Amira de la Rosa pone sobre el tapete un escandaloso caso de incesto, teniendo cuenta que la figura del padrino es asimilada a la del padre, según los lineamientos católicos y las costumbres arraigadas de aquella población costera.
El tema del incesto también fue visibilizado por Marvel Moreno (Barranquilla, 1939 - París, 1995). En sus obras se delinearon las llagas, los prejuicios y la decadencia de su época; puso sobre la escena pública temas que en su momento, y aún en los actuales, escandalizan a la sociedad:
«Imagínese, doctor, descubrir de golpe que los hijos de mi hermano tenían relaciones incestuosas. Y solo contaban con cinco años de edad […]».
Marvel, a partir de una estética literaria muy diferente a la de Amira, aborda temas como la anorexia, el lesbianismo, la violencia de género y los fenómenos de sumisión padecidos por la mujer. En la obra de Marvel se manifiesta una preocupación por visibilizar la hipocresía, lo nefasto de una sociedad plagada de convencionalismos que reducían al sexo femenino a modelos establecidos.
Fanny Buitrago (Barranquilla, Atlántico, 1945) es otra de la voces femeninas que ha delineado desde la escritura el rostro del Caribe. El tema del incesto y la violencia de género aparece en su primera novela El hostigante verano de los dioses:
«Una noche Eugenia fue forzada por su hermano que, borracho, reclamaba sus derechos sobre las mujeres que mantenía […] Alegaba que ella salaba la comida y doraba los cuellos de sus camisas. Le pegaba de todas formas, porque pegar es un vicio innato en él y porque su fama de hombre duro así lo exigía».
El hostigante verano de los dioses es un libro con una forma narrativa desbordante. Es una obra donde diversas voces asumen la narración, lo cual no invita a una lectura convencional. La temática y su estructura provocaron una controversia en el círculo literario de su tiempo.
Aunque los estilos y las estéticas cambian entre una escritora y otra, el mar, la tierra, el aire y lo místico son símbolos y universos que aún hacen resonancia en la literatura hecha por mujeres en el Caribe colombiano. Esos rasgos se corporeízan en la poesía de Meira Delmar (Barranquilla, 1922 - 2009).
Ella decanta en imágenes transparentes: la naturaleza, sus ruidos, sus matices y su carácter efímero. Le otorga otra existencia a lo que nombra, cumpliendo con aquello que dijo Vicente Huidobro: «El poeta hace cambiar de vida a las cosas de la Naturaleza, saca de su redes todo aquello que se mueve en el caos de lo innombrado». En el reino de la imaginación de Meira, la palabra adquiere una textura de lluvia, una movilidad espiritual y, sin duda, revierte el orden de la realidad.
También aparece en el escenario de la escritura Clemencia Tariffa (Codazzi, 1959 - Santa Marta, 2009), quien dejó una poesía delirante con registros que transitan entre la ferocidad de la rutina y la cotidianidad. Tariffa muestra en su poesía los dientes de la desazón; una escritura que construye un universo con sus propias agujas.
Hoy el Caribe cuenta con una polifonía de voces que configuran una geografía de la palabra viva; voces que escriben y han escrito con hambre, con furia, con silencio, con demencia, pero sobre todo como escritoras. Cada una labra su horizonte. No hay formas ni estéticas definidas. En sus obras late profundamente un puerto, una ciudad y el dolor; late el asombro y la luminosidad del lenguaje. Muy bien lo predijo Arthur Rimbaud en sus Cartas del vidente, de 1871: «Cuando se rompa la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva por ella y para ella […] ¡también ella será poeta! ¡La mujer hará sus hallazgos en lo desconocido! ¿Serán sus mundos de ideas distintos de los nuestros? Descubrirá cosas extrañas, insondables, repulsivas, deliciosas; nosotros las recogeremos, las comprenderemos».
La escritora caribeña le ha dado voz a otros territorios de la imaginación; ha permitido que el Caribe colombiano se lea desde esquinas distintas. Ha abierto la palabra como un cuerpo que tiembla, que se hace horizonte y niebla; un cuerpo que le puede pertenecer tanto a hombres como a mujeres. Sabe que la palabra es ese laberinto que solo los espíritus con albas internas pueden recorrer.
Fadir Delgado: poeta y escritora barranquillera.