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Entre samarios

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Domingo, Marzo 19, 2017 - 13:15
En las reuniones con una vieja amiga samaria los recuerdos son de nunca acabar. Hablamos de una Santa Marta pacífica donde todos nos conocíamos y todos tenían un apodo. ¿Cómo se llamaba aquel señorón, muy importante, que, al morir, el dicho era que se sabía de qué había muerto, pero que nunca se había sabido de que había vivido? No nos supimos responder.
 
El dato, claro, es la llegada a mi correo de muchos escritos y estudios sobre mi ciudad natal. Le comento algunos a la amiga, mientras saboreo unas lumpias filipinas. Así, la tesis de doctorado de Édgar Rey Sinning, sobre las celebraciones católicas y las muestras de fidelidad a la monarquía española, hechas por la sociedad samaria. Las élites samarias, en la Colonia, se prepararon adecuadamente en los colegios mayores de Santa Fe de Bogotá. El botín burocrático eran los empleos eclesiásticos. Los criollos escalaron posiciones por esa vía, la única accesible para ellos. Fue el caso de don Domingo José Díaz Granados, quien recibió las veintidós llaves de la iglesia catedral de Santa Marta en ausencia de un obispo español.
 
También disfruté de las crónicas: “La Bruselitis y la dolce vita de la elite bananera” y “La Yunai en la literatura latinoamericana”, de Annabell Manjarrés Freyle. Entiendo que el término “Bruselitis” es un juego con la palabra “Bruselas”, destino frecuente de los ricos bananeros. Sobre la literatura con tema de la United Fruit Company el tema es inacabable, empezando por la relectura de Cien años de soledad. Puedo aportar el dato de que llegué a conocer –en su paso fugaz por esta ciudad–, a Joaquín Gutiérrez, el autor costarricense de Murámonos Federico, una obra clásica sobre la ‘Yunai’.
 
También soy uno de los felices lectores de Ciénaga y Barranquilla en las claves de Gabriel García Márquez, del conocido autor cienaguero Guillermo Henríquez Torres. En esta edición –del propio bolsillo del autor–, además de anécdotas sobre los reinados del Carnaval de Ciénaga, de cómo se marchó la United Fruit Company para establecerse en Urabá, y algunos chismes suculentos, se nos cuenta la historia amorosa de un joven García Márquez con una chica de la alta sociedad cienaguera, bella, elegante y viajera incansable. Al final se volvió un amor imposible. Hay una foto donde se trata de probar ese romance. “Ciénaga también es Macondo”, frase que García Márquez le dijo al autor Henríquez, en Barcelona, es un punto de apoyo sobre todo lo que se sostiene en este libro.
 
La nota dolorosa en la conversación fue la noticia de la muerte del educador José H. Castillo. Hombre de una amplia vida académica como profesor, fundador de colegios, decano de la facultad de ciencias de la educación en la Universidad del Atlántico, rector en varias instituciones y director de la Escuela Superior de Educación Pública. José Hache, como se le llamaba con frecuencia, era una persona respetada y admirada en la ciudad.
 
Fui su alumno cuando dictaba Preceptiva literaria en el Liceo Celedón de Santa Marta. Alguna vez, conversando, evocamos aquella ocasión en que presenté un trabajo de preceptiva. Intoxicado por la Ilíada y la mitología antigua, describí la batalla entre Júpiter y Marte por la posesión del Morro de la bahía. Un recuerdo imborrable fue la cara divertida y al mismo tiempo   afable con que escuchó mi primera obra de ficción.
 
También, en alguna ocasión en que fui a buscar alguno de los libros ‘inconseguibles’ en las librerías de la ciudad, pero que en la biblioteca de Ariel (el mayor de sus hijos) sí estaba, le recordé cómo el día de su matrimonio subí al coro de la basílica para ver la ceremonia. La Nenona González cantó la infaltable Serenata, de Schubert, y los demás integrantes de la orquesta (de los que él recordaba sus nombres) atacaron a todo dar la marcha nupcial. Mientras, yo bajaba a toda velocidad las escaleras para no perderme del desfile de los invitados a la casa de la novia, Carmencita Mier, y me di una caída de esas que recuerda uno toda la vida. Disfrutamos mucho con esa evocación. 
 
Ramón Illán Bacca
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