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La lección del troyano

Domingo, Marzo 13, 2016 - 00:00
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No tuve la buena fortuna de conocer al profesor Alberto Assa, pero, como dijera Francisco de Quevedo, hace años lo «escucho con mis ojos» y mantengo con él una amena conversación. Y es porque Assa es una de esas grandes almas a las que la imprenta libra de la muerte, aunque también en él se conjugó el don de la acción, y por sus gestas perdura en la memoria tras los veinte años de su fallecimiento que ahora se cumplen.

De lo anterior dan fe las obras físicas que concretó en Barranquilla y que ya son instituciones insignes de la ciudad: el Instituto de Lenguas Modernas, la Facultad de Idiomas de la Universidad del Atlántico, el Concierto del Mes y acaso la más eficaz: el Instituto Experimental del Atlántico José Celestino Mutis.

Troyano de origen, pues nació en ese país de tránsito entre Europa y Asia, padeció la pérdida de las Troyas modernas en las guerras de Alemania, España y su propia Turquía, hasta cuando arribó a Barranquilla en 1952. Y, como un Ulises que encuentra al fin su Ítaca, comprendió entonces que el estrecho sendero hacia las utopías solo es posible mediante la educación. Mas no el trillado camino de quienes toman el sagrado oficio de formar como un jugoso negocio para brindar a los futuros mandamases la petulancia que requieren para asumir su rol, sino el más arduo y siempre postergado: el de conocerse a sí mismo y reconocerse en los llamados ‘otros’.

Muchas horas de estudio, por no decir todas las horas de la vida, requiere ciertamente el ejercicio de conocernos o, lo que es igual, de reconocernos. Y para ello no está mal que los niños dediquen la jornada completa a asimilar herramientas para lograrlo cuando ya no lo sean. A veces, he escuchado al respecto ideas tan absurdas como que con tanto tiempo dedicado al aprendizaje de lenguas, ciencias y artes, como se intenta cada jornada en el Experimental, los adolescentes pierden la oportunidad de ‘socializar’. Cuando quizá sea al revés, que por ‘socializar’ antes de tiempo nunca aprenden a convivir en comunidad.

En un fragmento de las Cartas kambules de Adil Savinkan, obra que Alberto Assa publicó primero por entregas en su columna “El rincón de Casandra” y que debiera hacer parte del plan de estudios de nuestras facultades de Educación, el álter ego del profesor pone en boca de un viejo ciego la única lección que debemos aprender y que nuestra cabeza dura se niega a asimilar por más que nos esmeremos, particularmente en nuestro país. Con ella termino mi homenaje:

Una antigua canción
Y el viejo ciego, tras breve silencio que se impuso a cuantos le rodeábamos, empezó con voz queda y suave, a la vez profunda y cálida, la canción del poeta, quien al ver a una joven que corta flores, le pregunta:
¿Por qué cortas la flor, como tú tan bella, cuya vida ya es más breve que la tuya?
Y a un cazador que le dispara a un ave, le dice:
¿Por qué matas al pájaro, más inocente que tú, cuyos párpados antes que los tuyos se cerrarán?
Y al rey, que después de la batalla quiere degollar al enemigo vencido, le grita:
¿Por qué das muerte al hombre que como tú algún día debe morir?
[Y el viejo ciego repitió] a guisa de título postrero:
¿Por qué das muerte a quienes han de morir?
Alberto Assa. 

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Alberto Assa en el balcón del Instituto de Idiomas.

Antonio Silvera Arenas
sumario: 
Como un Ulises que encuentra al fin su Ítaca, comprendió que el estrecho sendero hacia las utopías solo es posible mediante la educación.
No

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