Domingo, Abril 16, 2017 - 12:00
Inquirido sobre las novelas que se desarrollaban en Barranquilla, le dije a la entrevistadora que aunque no se podía decir que era la mejor, sí podía afirmar que era una de las más importantes. Me refiero a Cosme, de José Félix Fuenmayor. Un libro hasta hace pocos meses imposible de encontrar en las librerías, pero que ahora, con una edición de 2016, y la digital, que debe aparecer en la pantalla en cualquier momento, el libro está al alcance de todos los lectores barranquilleros.
La novela fue publicada por primera vez en 1927. En las décadas siguientes tuvo cuatro ediciones, incluyendo esta digital. Para finales de los veinte, su autor, José Félix Fuenmayor, había decidido encerrarse en su casa: allí escribió Cosme y, al año siguiente, la primera novela de ciencia ficción escrita en este país: Una triste aventura de catorce sabios (1928).
Cosme tuvo, al salir, una reticente acogida del público, y una desconfiada mirada de la crítica. En la actualidad hay un total reconocimiento, entre los estudiosos y el creciente número de lectores, de que es una novela de ruptura que dio aportes de agudeza, humor y picardía poco frecuentes en su época.
Después del triunfo literario de García Márquez y los numerosos estudios sobre los inicios de su escritura y su relación con el Grupo de Barranquilla, las miradas recayeron sobre José Félix Fuenmayor (1885 – 1966), mentor y miembro de ese grupo. El viejo, en las décadas de los cuarenta y cincuenta, era una figura venerable que frecuentaba ocasionalmente las tertulias. Era un amante del cine y un hombre solitario por vocación.
Su perfil lo trazó Álvaro Cepeda Samudio cuando escribió: «Al principio fastidiaba un poco al salir a las cuatro y media del Colegio Americano, bajar hasta la calle San Blas, tirar los textos de literatura sobre una mesa del café Colombia, ver llegar a don Félix con su papelera negra y su sombrero blando y descubrir, otra vez asombrado, otra vez desconcertado, que el viejo sabía más que yo, que era más liberal que yo, que sus ideas iban más lejos que las mías, y sobre todo que resultaba siempre mucho más joven que yo».
Otro periodista, Juan B. Fernández, lo describía como «un hombre sencillo y cultísimo, sensato y agudo, cordial y burlón al mismo tiempo».
Desde joven, José Félix Fuenmayor ejerció el periodismo y fundó las revistas Reporter, Mundial y Semana ilustrada. A los veintinueve años fue el director de El Liberal, en la Barranquilla de los años treinta. En las revistas sus artículos eran atrevidos para la época, como cuando escribió que en Tasajera, un pueblo de pescadores, «el consumo de pescado aumentaba la población». Las autoridades sintieron la frase malsonante y cerraron la publicación.
Desde la publicación de su libro de cuentos La muerte en la calle (1967), una publicación póstuma, no se discute que José Félix Fuenmayor es uno de los mejores cuentistas del país en toda su historia. El juicio definitivo lo dio nuestro premio Nobel cuando afirmó: «Yo entendería perfectamente a un lector de cuentos, cuyo buen gusto me merezca entera confianza, si me dijera ‘este es un buen cuento porque sí’. Es, en pocas palabras, lo que me sucede con José Félix Fuenmayor».
García Márquez cuenta, además, como en la ocasión en que el viejo Fuenmayor les leyera a los del grupo “La muerte en la calle”, él le anotó la falla insalvable de que el protagonista iba a morir y no podría contar lo que decía. Fuenmayor se encogió de hombros y dijo: «Lo escribió después de muerto».
El mismo García Márquez hace notar que faltaban seis años para que Juan Rulfo escribiera Pedro Páramo, donde todos los protagonistas están muertos. Ahora se ha desatado un alud de estudios comparando a Rulfo con Fuenmayor.
Para el crítico uruguayo Ángel Rama, José Félix Fuenmayor ocupa el mismo sitio de precursor, raro y outsider, que los argentinos Macedonio Fernández y Xul Solar; los mejicanos Julio Torri y Gilberto Owen, el ecuatoriano Pablo Palacio y el venezolano Julio Garmendia, para mencionar solo a sus contemporáneos.
Más cercano en el tiempo, sobre su novela Cosme también se acumulan los adjetivos. El crítico Gustavo Cobo Borda la calificó como la primera novela urbana en este país, y Ángel Rama opinó que su autor había ejercido «el magisterio livianamente burlón de Voltaire».
Ramón Illán Bacca
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