Ha sido tan intenso el devenir de ideas en Barranquilla que de los escasos 204 años que tiene de ser considerada ciudad como tal, la historia de la filosofía acapara para sí ochenta años ininterrumpidos de dinámicas propias que ven inicio a mediados de los años treinta del siglo XX. Es decir, poco menos de la tercera parte de lo que hoy constituye la historia general de Barranquilla a partir de 1813. De lo cual se puede afirmar, con bastante facilidad, que la ciudad ha venido tomada de la mano del pensamiento filosófico moderno gracias a su estratégica localización, de la cual sostiene el historiador Mauricio Archila Neira:
Culturalmente, Barranquilla expresaba una sociedad más abierta, mostrando el doble carácter de ciudad receptora y centro difusor de nuevos valores e ideologías. Por ser puerto fluvial y marítimo, era el lugar privilegiado para el encuentro de muchas corrientes de pensamiento. […] Allí se conocían antes que en el resto del país tanto los inventos y novedades científicas como las nuevas ideologías revolucionarias.
Esta condición permite entender cómo y por qué, la filosofía moderna y contemporánea del país se sostiene en un trípode de pensadores procedentes del Caribe colombiano; dos de ellos barranquilleros y el otro cesarense: Julio Enrique Blanco (JEB) y Luis Eduardo Nieto Arteta, junto al cofundador del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional, Rafael Carrillo Lúquez, de la comunidad de Atánquez.
Con publicaciones, traducciones de textos claves y desde el campo de la docencia, cada cual contribuyó, por su lado, a la ‹normalización› de la filosofía en Colombia, que para los años cuarenta, y desde finales del siglo XIX, todavía se encontraba enclaustrada y reducida al neotomismo, en cuya doctrina filosófica se condensan los principales postulados de la escolástica, y en ella, toda la carga del pensamiento cristiano medieval. Nada más inapropiado si el país deseaba vincularse verdaderamente al pensamiento contemporáneo que reñía por hacerse sentir y acallar de súbito la descomunal violencia de aquellos días.
En Barranquilla, la historia de la filosofía moderna arranca con las lecciones de Historia comparativa de los sistemas principales de la filosofía que Julio Enrique Blanco, siendo rector del Colegio de Barranquilla para Varones (1937), dictaba no solo a los alumnos de último año del bachillerato, sino a muchos interesados en esta dimensión del saber.
Otro hecho que puso a la filosofía frente al expectante rostro de la ciudad fueron las polémicas filosóficas publicadas en la prensa local. Entre las primeras se cuenta la dada entre Julio Enrique Blanco y Enrique Revollo del Castillo (hermano del padre Revollo) en junio de 1937, en la que se intentó establecer si había o no filósofos en Colombia.
Cada quien en una esquina del poder mediático: del lado del recién fundado periódico de tinte liberal EL HERALDO, Julio Enrique Blanco, quien alegaba por el ‹No›. Al otro extremo: el conservador y siempre clerical Enrique Revollo del Castillo que, bajo el auspicio del diario barranquillero La Prensa, elevaba a Monseñor Rafael María Carrasquilla a la categoría de «insigne filósofo colombiano».
En mayo de 1954 Blanco trabaría una nueva contienda epistolar, también publicada en el principal rotativo de la ciudad a cargo de Juan B. (Bautista) Fernández. Esta vez el enfrentamiento de ideas y argumentos sería con Nieto Arteta. La polémica se conocería como ‹Refutación de Heidegger y Heidegger, el existencialismo y la cultura contemporánea›, en donde Blanco le llamaría la atención al Iusfilosófo sobre los devaneos heideggerianos de su última etapa.
No podemos olvidar el plausible aporte de la revista Voces (1917-1920), que este año está próxima a su primer centenario y que, en términos de filosofía, inaugura, bajo la figura de Jorge E. Blanco, el filósofo español Manuel García Morente y la colaboración de Moisés Vicenzi y Enrique Restrepo, otro nuevo capítulo en el largo debate del discurrir filosófico dentro y fuera del país.
En los años sesenta, el estudio formal de las humanidades se proyecta en el programa de Sociología de la Universidad Autónoma del Caribe junto al programa de Psicología de la del Norte en donde el trabajo de Carlos J. María es clave. Todo este advenimiento de nuevas disciplinas, en el área de las Ciencias Humanas, prepararía el terreno en la ciudad para que se hiciera necesario el estudio profesional de la filosofía.
Entrada la década del setenta, la Universidad Metropolitana permite el desarrollo de los estudios filosóficos dentro del ámbito académico gracias a su Escuela de Filosofía, la cual duraría muy poco en actividad. No obstante, esto permitió que la inquietud de algunos jóvenes que se formaron en ella, los empujara, a inicios de los ochenta, a fundar sus propios recintos para el estudio de la ciencia y la filosofía.
Tal es el caso del Centro de Estudios Filosóficos de Barranquilla, cuya labor, desde el primer día de actividades, fue el rescate de la tradición filosófica de la ciudad. Por otro lado, también apareció el Instituto Filosófico Tales de Mileto y el Centro de Estudios Bertrand Russell. Ergo, la presencia de revistas especializadas en el desarrollo y divulgación de la filosofía de cara a las últimas corrientes que se estudian en Europa y los Estados Unidos, lo que facilitó el ejercicio intelectual de quienes atendían estos temas.
De la actualidad filosófica que se trataba en los escenarios académicos es prueba la visita a la ciudad de filósofos renombrados como el epistemólogo y evolucionista Donald Thomas Campbell, el destacado lógico norteamericano Willard Van Orman Quine, el editor y director de la revista francesa de pensamiento contemporáneo Espirit, Oliver Mongin; el español Manuel Reyes Mate, Pablo Guadarrama; un ir y venir del no muy conocido mundo de las estrellas de la filosofía que estuvo de paso por esta ciudad para participar en conferencias, foros, seminarios y terminar, al final, en una que otra buena empinada de codo. No erraba Pasteur al decir que «hay más filosofía en una botella de vino que en todos los libros».
Los noventa revelaron la etapa de dura academia para los estudios filosóficos, y en 1990 se celebró el X Foro Nacional de Filosofía, el cual fue posible gracias a la unión de tres instituciones representativas de la ciudad: la Universidad del Atlántico, la Universidad del Norte y el Banco de la República.
Al año siguiente, en honor a los 50 años de la Universidad del Atlántico, se funda el Instituto de Filosofía Julio Enrique Blanco. En el 96, la Universidad del Norte, en alianza con la Universidad del Valle, inaugura una maestría en filosofía. En 1997, y bajo la inminente posibilidad de ver a un decano de Ciencias Humanas tras las rejas por no acatar las directrices del Icfes y en defensa de la autonomía universitaria, se funda, gracias a esta tradición filosófica en Barranquilla, el programa de filosofía de la Universidad del Atlántico.
Un año más tarde aparece la Cátedra Julio Enrique Blanco, más el cuarto de siglo que suman los Conversatorios Filosóficos, celebrados en el hoy clausurado Teatro Municipal Amira de la Rosa. Anotamos para la historia reciente de la ciudad que en 2016 se llevó a cabo el VI Congreso Nacional de Filosofía, en donde el país invitado fue Argentina. Otro escenario son las charlas de Filosofía para No Filósofos, en el MAMB.
Hay que decir que todo este vertiginoso trasegar de la historia y desarrollo de la filosofía en Barranquilla permite que hoy se cuente con un par de pregrados de alta calidad y dos maestrías. El hecho que la Asociación de Filosofía del Caribe Colombiano (AFCA) haya sido aceptada en la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía (FISP) marca un nuevo punto de partida en la historia de la filosofía en la ciudad, brindando al gran árbol genealógico de la filosofía en Barranquilla otra frondosa ramificación en la cual las nuevas generaciones no solo encontramos un patrimonio cultural y filosófico, sino la posibilidad de seguir proyectando un pensamiento propio a partir de una base sólida que estimula la construcción de individuos identificados con su región y su entorno.