Dos meses atrás releí los cuentos de El llano en llamas y la novela Pedro Páramo. La lectura me dejó muchos apuntes. Así, recordé que Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, conocido como Juan Rulfo, nacido en Sayula, Jalisco, un 16 de mayo de 1917, publicó sus tres primeros cuentos: “La vida no es muy seria en sus cosas”, “Nos han dado la tierra” y “Macario”, en 1945, para la revista Pan.
La obra de Rulfo, admirada por escritores como Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Günter Grass, Susan Sontag, Elías Canetti, Enrique Vila-Matas, y Gabriel García Márquez, tiene, precisamente, puntos de encuentro con la obra del nobel colombiano.
El agua, siempre
el agua
La labor de relectura me dio pistas de que la obra de García Márquez dialoga con la de Rulfo, pues ambos autores tienen cuentos con el río como protagonista por sus desbordamientos. Me refiero al de Rulfo, “Es que somos muy pobres”, y al de García Márquez, “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”. A los dos los cruza el agua que se conjuga como catástrofe a través de inundaciones. No es casualidad que Rulfo publique en 1953 su cuentario El llano en llamas y García Márquez su cuento en 1955. Ya es leyenda la anécdota en que Álvaro Mutis le entrega al premio nobel colombiano los dos textos de Rulfo para que «aprenda a escribir».
El agua no solo es un lugar paradigmático, sino que se asocia a lo femenino y también a las emociones, la intuición, las percepciones psíquicas, así como a los misteriosos dominios de la energía femenina arquetípica. El agua, ya sea en forma de río (como el temeroso Aqueronte), de lago o laguna (como la Estigia antigua), de fuente o manantial (como los que describe San Juan en su Cántico), ha tenido desde siempre un valor relacionado con la vida, vista «como el agua fluye», o con la ausencia de esta, cuando «el agua está estancada», según indica el texto ‹Monográfico sobre el agua›. Los cuentos mencionados no hacen honor al locus amoenus (lugar paradisíaco) latino sino al aqua fluens terribilis (flujo terrible del agua). El agua castigadora empieza a penetrar de manera lenta, a través de una cronología precisa, apuntada en los cuentos por parte de los dos escritores latinoamericanos.
El río masculino
en Rulfo
En “Es que somos muy pobres”, Rulfo describe el agua como una marejada imponente, que va expandiéndose, imperturbable. El muchacho sin nombre del cuento rulfiano observa que el fenómeno fluvial lleva varios días y no ha parado y seguirá hasta que el río pierda sus orillas. Arrastra con todo, y entre todo, con la Serpentina, la vaca que le había regalado a Tacha, su hermana, el padre de esta.
Pero la diferencia entre los dos cuentos es evidente, pues la vaca tiene un sentido no solo simbólico sino económico en el cuento de Rulfo, al tiempo que el de García Márquez tiene una incidencia sicológica. Una lectura realizada por el profesor Guillermo Tedio muestra cómo es central la ideología religiosa y mercantil en el cuento de Rulfo, ya que para los padres de Tacha Dios no solo es el castigador, el eje del poder patriarcal y de quienes, como el cura, enfocan sus creencias en lo religioso. Todos son criados en el temor de Dios y este conduce el pensamiento y la ideología. También representa el centro del discurso lo mercantil, pues la vaca salvaría a la familia como una dote para quien se case con Tacha y así ella no se convertiría también en piruja, ya que el semoviente representaría un capitalito que serviría como apoyo económico para un posible matrimonio. Casarse es una salvación contra la prostitución. Dinero y Dios van juntos, pues existe una política e ideología del vasallaje entre los campesinos pobres. Dios ha mandado el castigo de las dos hijas pirujas y ahora que el río se llevó a la Serpentina permitirá que Tacha siga ‹malos caminos›.
Lo que puede observarse, también, es que el agua del río en “Es que somos muy pobres” se acerca a una connotación masculina, violenta (a propósito de estos tiempos de feminicidio y de cuestionamientos de género). El río se describe por todos los sentidos como una fuerza maléfica y feroz. Como en muchos mitos, el río funciona como una alegoría del caos y el desorden. El enfrentamiento que se revela es el del hombre y la naturaleza y de cómo esta genera una debacle en todos los órdenes: en el dolor humano, en las contradicciones ideológicas, políticas y religiosas, en mantener la pobreza. El punto de vista del niño, que refleja también el título, añade la tristeza y sufrimiento y revela una mirada problemática de Rulfo ante los desheredados que sufren muchas injusticias sociales.
El agua y el alma
transitoria en Isabel
Pero volvamos a la senda tumultuosa del agua. Mientras las incidencias de Rulfo son sociales, religiosas, políticas, aparentemente en el cuento de García Márquez no es así. En este sentido, recordemos que Ángel Rama indicó que la narrativa de García Márquez tendía (como en este cuento) a mostrar el mundo de los aristoi, de los aristócratas, y en el cuento garciamarquiano la casa de Isabel tiene ese contexto aristocrático, sin las necesidades del mundo del cuento de Rulfo. Allí no se pasa hambre o necesidades. Recordemos también que este cuento es un texto independizado de La hojarasca, y allí el mundo sucede de manera ominosa, lenta. La incidencia de la novela en el cuento es fundamental.
En ese Macondo primigenio de Isabel había empezado a llover desde el domingo, y la narración se mantiene a través de las acciones lentas o pocas que suceden día tras día, aunque realmente son muchas. Pero hay un momento en que se cruzan los dos cuentos: en “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” aparece una vaca el martes en el jardín: el destino del animal también es trágico, como el de la Serpentina en el cuento de Rulfo.
La vaca macondiana, sin embargo, como casi todos en la narración, se va hundiendo en un terreno cenagoso. Isabel refleja el propio hundimiento suyo con el del movimiento del naufragio de la vaca. Por ello, el texto se revela en dos movimientos: en el externo, el caos va apareciendo constantemente: el cementerio del que brotan los muertos merced a la creciente, el tren que se detiene porque el agua se llevó los rieles, y el interno, en el que la conciencia de Isabel se va sumergiendo también.
Un ejemplo de lo anterior es que la conciencia de Isabel se convierte en una forma de revelación panteísta y ontológica de ver y sentir el derrumbamiento del mundo: «Yo me movía sin dirección, sin voluntad. Me sentía convertida en una pradera desolada, sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos». Esa misma relación es la que se revela a través de la pérdida de las sensaciones visuales, olfativas, táctiles. En el cuento se funden estos elementos con el tiempo ontológico de La hojarasca. En ambos textos se observa un tratamiento en el que se funden el hiperrealismo, el sueño y un surrealismo acendrado. Dice Isabel: «Si el tiempo de adentro tuviera el mismo ritmo del de afuera, ahora estaríamos a pleno sol, con el ataúd en la mitad de la calle. Afuera sería más tarde: sería de noche».
En realidad, el cuento tiene esa misma dimensión: adopta el aire de una canción melancólica, amarga y desamparada. Para Gaston Bachelard, y en este caso en el cuento garciamarquiano, el agua representa un elemento transitorio, muy parecido al destino del hombre. Isabel revela la propia transitoriedad del agua y de los movimientos de la vaca: muestra cierta voluntad de morir y cierta imagen de su comportamiento y alma con el juego de la oscuridad de la noche: oscura, vacía; cierto grado de morbidez y abyección: el agua impura de afuera constituye un espejo del espectáculo negro de su ser. Esta agua del río es una estación violenta, maligna. Las descripciones de Isabel rozan la descripción mórbida de la decadencia, de la caída, de la muerte, pues al escampar, siente «un vacío inmenso. […] estoy muerta —pensé—. Dios. Estoy muerta» […]. Aquí Dios no tiene una ascendencia ideológica sino conmiserativa, de silencio, voz y vacío. De piedad, de socorro.
Los ríos en la literatura latinoamericana han representado muchas cosas. En Los ríos profundos, de José María Arguedas, la contextualización de la vida andina, el empeño del protagonista por comprender el mundo que lo rodea e insertarse en él, la filiación mítica del pensamiento indígena y su vigencia, así como su hermoso y denso sistema simbólico. En Los pasos perdidos, Alejo Carpentier emprende un viaje, a través del río y la selva, hacia el tiempo original, hacia un más allá en el que el hombre debe reconocerse más a sí mismo. Si se pudieran comparar, en “Es que somos muy pobres” Rulfo da muestras de unos objetivos parecidos a los de Arguedas: la conciencia y la ideología de unos personajes que se reconocen en su miseria y su dolor, mientras que “El monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” coincide con el de Carpentier: alta conciencia subjetiva, donde la soledad y el aislamiento conllevan el reconocimiento de sí mismo y de la humanidad.
Juan Rulfo murió en Ciudad de México, el 7 de enero de 1986. Comala se despliega cada vez que leemos sus páginas o lo recordamos.
Adalberto Bolaño: docente de la Universidad del Atlántico. Investigador del Grupo Comunicación y Región, de la Universidad Autónoma del Caribe. Autor del libro ‘Jorge Luis Borges. Del infinito a la posmodernidad. Una mirada desde la filosofía contemporánea a su narrativa’.