Quedé fascinado. Y lo manifiesto no por ser su amigo, porque por encima de los compromisos de la amistad está la responsabilidad con la palabra, con la literatura o con el propio arte. Por algo, los entendidos en la materia: Ramón Molinares, Alberto Salcedo Ramos, Heriberto Fiorillo, Guillermo Tedio, Álvaro Suescún, Juan Isaza, Iván Bernal, Joaquín Mattos Omar, John Junieles, Pedro Conrado y Michael David Durán no dudaron tampoco en derramar, en los diferentes medios de comunicación, un torrencial aguacero de buenos calificativos acerca del mismo. Entonces, se me hace imperativo recomendar con lealtad lectora este texto por múltiples razones. La primera, porque en las aristas del relato hegemónico de cada crónica, por ejemplo, comienzan a aparecer toda clase de personajes donde la omnisciencia del narrador los acompaña con buen tino en lugares por los cuales se mueven: colegios, centros comerciales, iglesias, gimnasios, pueblos lejanos de la urbe…, entendiendo que ellos no en todas partes se comportan de la misma forma. Algo destacable por parte de Paul Brito es que sitúa en el centro a la gente común e incluso a su propio padre ‹el canario Brito› con distintos formatos: «un día mi padre zarpó de las Islas Canarias, su tierra natal, cuando tenía 19 años de edad para establecerse en América pensando que el mundo era redondo, redondo como un balón de fútbol» (“El manglar y el canario”); unos jubilados jubilosos que recuerdan el cliché de que los viejos terminan siendo niños de nuevo (“Jubilados jubilosos”); o de unos pobres relojeros quienes, al parecer, creen que el tiempo se está agotando (“El oficio de reparar el tiempo”); unos muchachos que viven en los extramuros de la ciudad que se dedican a domar el tiempo a través del compás de su propio cuerpo bailando el breakdance (“Instrucciones para quebrarse los huesos”), y terminan haciendo, como es lógico, el trágico papel de hombres sabios de su propia persistencia.
La segunda razón, por la manera como fueron escritas las 14 historias, teniendo en cuenta los tres tipos de crónicas que se conocen: narrativa, descriptiva y argumentativa, con una enorme profundización filosófica, permitiéndole a cada uno de sus personajes la ética que todo cronista debe respetar, ya que por lógica, es una condición sine qua non para percibir el universo literario que se desea, es decir, acá la vida misma gana con el encantamiento de la Literatura: «las manías, como las olas, remolcan una promesa pero también una reclamación. El mar le concede a quien está en la playa todas las olas que mueren a sus pies, como un reflujo de las miles de generaciones que lo antecedieron, y los miles de impulsos y afanes que aún se agitan en su sangre» (“Maestros de la repetición”). Además, El proletariado de los dioses es un libro de viaje con atractivas metáforas donde el estilo personal del autor está repleto de unos elementos valorativos que transportan al lector hacia donde él quiere y lo retorna satisfecho a su lugar de origen: «parece mentira que una cosa tan inasible como el viento, tan abstracta, le cambie el rostro a la ciudad, modifique el comportamiento de sus habitantes, desfigure sus modales, los arrincone en la ridiculez y que el responsable ni siquiera se pueda señalar con el dedo» (“Una historia al viento”). Y que ese mismo viento haga que un calvo agarre los tres pelos que lamen su cráneo y trate afanosamente de pegárselos de nuevo, pero la brisa burlona no se lo permita.
Paul Brito, a lo Juan Villoro, reconocido escritor de México, tuvo que aventurarse a experimentar todo lo que implica escribir un texto de crónicas, debió tomarse todo el tiempo necesario para reconocer e interpretar la realidad, y también emprender la gran odisea para apropiarse de los hechos y espacios justos que se involucraron con los protagonistas de El proletariado de los dioses. Gracias al autor por darnos a conocer este libro, a mí personalmente, me sirvió para interpretar otro valor agregado acerca de la crónica. Por algo es tan grande y secreto el techo del mundo que a él mismo le sacamos las verdades sin que se dé cuenta.
Tito Mejía Sarmiento: Filólogo de la
Universidad del Atlántico.