Andrócles, un docente amigo, llega de España después de muchos años de habernos visitado por primera vez y me pide que lo lleve a un lugar discreto y barato donde pueda tomarse un café, como los hay en Buenos Aires y Madrid, añade.
En Bogotá también se encuentra lo que pides pero recuerda que estamos en Barranquilla, le contesto, y añado que aquí los precios en las tiendas son aceptables y baratos para el ‹poetariado›.
Después de tomarnos el café en un sitio que cumple esas condiciones, vamos a sus sitios de peregrinación de «arte y literatura», como me precisó.
Primero vamos al Museo Romántico. Estaba cerrado. Lo llevo entonces al Parque Cultural, se distrae un poco y me pide que vayamos a las librerías porque quiere comprar un libro de García Márquez que se le perdió. ¿Son las librerías un sitio de encuentro?, me pregunta. Le contesto que las que hay no tienen cafetería. Le aclaro que tenemos tres librerías en la ciudad: la Panamericana, que vende libros, pero también otras cosas de oficina; la Nacional con sus tres locales, y la KM 5 que está dentro de la Universidad del Norte y es de difícil acceso para el grueso público. Menciono la Casa Vargas, donde se aglomeraron los libreros que antes vendían en la calle. Están también algunas librerías de ocultismo en la calle San Blas y tengo que reconocer que no tengo conocimiento de librerías en otros sitios.
Me pregunta por bibliotecas. Lo llevo a la Biblioteca Departamental Meira Delmar. Visita la sala dedicada a la poeta y pregunta si hay alguna otra sala dedicada a los integrantes del grupo de Barranquilla. No hay, le contesto, y agrego que los siete mil libros de Alfonso Fuenmayor están en la Biblioteca de la Universidad del Norte y es absolutamente exquisita. Ese primer día quedé agotado.
A la mañana siguiente me llamó porque quería seguir visitando los sitios de interés cultural. Pasamos por la Casa del Carnaval, pero decidió que volvería después. Cuando pasamos por el Teatro Municipal Amira de la Rosa le expliqué que estaba cerrado por problemas de funcionamiento y otros problemas que no conozco. Seguimos nuestra ruta, pasamos ante el Teatro José Consuegra y el edificio de Bellas Artes. Le comenté que había eventos muy importantes que se desarrollaban allí, como la programación universitaria, y además en sitios alternativos al teatro cerrado, se presentaban eventos como Barranquijazz, también estaba el Carnaval de las Artes con su epicentro en el bar La Cueva. Él, impaciente, quería ver alguna programación cultural, pero para esos días no había ninguna, salvo en Luneta 50, uno de esos sitios, como le comenté.
—Pero aquí hay sitios alternativos, como en Londres —me dijo.
Bueno, si tú lo dices, ese sería nuestro rincón londinense, le contesté.
Al entrar al lugar, en ese momento hablaba el poeta Joaco Mattos. Analizaba a García Márquez y a Andrés Caicedo. El visitante quedó sorprendido cuando a veces el público interrumpía al poeta y le decían: «Ya eso lo dijiste, acabala». Quedó entre sorprendido, divertido y tratando de descifrar nuestra idiosincrasia.
El miércoles pasado no pude acompañarlo en su periplo. Estuve en la Biblioteca Piloto en el lanzamiento de los libros publicados por la editorial Zenocrates, dirigida por el poeta Fernando Denis. Entre ellos mis cuentos completos titulados “Miss Catarsis”. Poco público, pero el que había era muy selecto. Nos reunimos después en La Cueva con su programación de los miércoles, música de jazz. Al terminar el programa nos despedimos, Andrócles iría a otras ciudades del país y seguiría investigando su vida cultural. «Arte y literatura, no folclor», me aclaró de nuevo.
¿Y cómo te pareció la nuestra? Le grité de despedida. No me contestó, solo me hizo un gesto que estoy interpretando y me tiene desvelado.