LA NOTICIA
René Pérez Joglar terminó hace un par de años el proyecto Calle 13. Después de eso, se hizo una prueba de ADN y los resultados lo llevaron a recorrer el mundo: estuvo en Siberia y en China, en Georgia y en Osetia, en Burkina Faso y en Ghana. Finalmente terminó —regresó— a Puerto Rico. Catorce naciones, un álbum en el que participaron artistas de cada país, un documental y una página web, el resultado final del viaje.
Residente —nombre del álbum— es producto del mapa genético de René Pérez. La conexión entre sus genes y las tierras originarias. El álbum está compuesto por un intro (interpretado por Lin Manuel Miranda, escritor, director y actor de Hamilton), dos interludios (grabados, el primero, por el grupo Chirgilchin en Siberia, y el segundo, por músicos de la tribu de los dagombas en Tamale, asentamiento al norte de Ghana) y diez temas escritos por René Pérez.
EL CONCEPTO
Toda huella genética es un punto en el espacio y el tiempo. El espacio nunca es uno solo ni unidimensional, sino múltiple y difuminado. En la historia del ADN humano no somos comienzo o fin. Somos un punto medio en una red interminable: el eslabón de una cadena octopoide y sempiterna que nos disuelve en el tiempo. O, como dice Silvio Rodríguez, «somos prehistoria que tendrá el futuro, somos los anales remotos del hombre». Y en tanto tiempo y espacio son indisolubles —tal como lo entendió Einstein, y lo retomó para la literatura Bajtín—, el ADN humano está impregnado del ADN del ser más minúsculo que haya habitado o habitará cualquier lugar del planeta. Si nuestro ADN se pierde en los vericuetos de la vida en el planeta, ¿cómo admitir la superioridad del hombre ante otras formas de vida?
Pensemos ahora en el cuento de Alejo Carpentier, ‹Viaje a la semilla›: una casona colonial, que nos recuerda una época feliz y vital del Caribe, está siendo demolida por unos hombres. La jornada de trabajo termina y las escaleras de mano, antes ocupadas por los obreros, quedan «esperando el asalto del día siguiente», que será el último en pie de la casona. De repente, un negro milenario que ha estado todo el día por-ahí, empieza a hacer gestos y a mover su cayado sobre los escombros. El tiempo, entonces, empieza a retornar: las baldosas ocupan su lugar original, las viejas tejas vuelven a su sitio. Una Ceres andrajosa en medio de una fuente se torna menos gris. Así empieza el viaje a la semilla. Al día siguiente los obreros llegan a terminar la demolición, pero encuentran que «el barro volvió al barro, dejando un yermo en lugar de la casa». El reloj ha movido las agujas a su derecha.
¿Qué tiene que ver el cuento de Carpentier con el álbum de René Pérez? Creo que la narración del primero nos ayuda a comprender el concepto del álbum del segundo. Residente es, como el ‹Viaje a la semilla›, una narración sobre la vida, un transcurrir en el tiempo, un viaje al pasado para escudriñar y comprender el futuro. El álbum es vital en tanto prevalece en él, como en una saga mítica, la confianza en la vida y en el hombre.
Detrás de toda huella genética hay una historia —una narración— organizada en inicio, nudo y desenlace. La historia de René Pérez es la de un viaje, que es la forma más clásica de narración —recordemos a Moisés y sus cuarenta años en busca de la Tierra Prometida, a Odiseo y su retorno a Ítaca, a Eneas y su peregrinaje hasta el Lacio, al Quijote en su campaña por La Mancha desfaciendo agravios y enderezando entuertos—. ¿En qué consiste el viaje de Residente?
EL GÉNESIS
En el principio ya estaban los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y, por tanto, llena de vida. Porque la vida es eso: desorden y caos. Anormalidad. Esta podría ser, en líneas gruesas, la creación del mundo según René Pérez. El génesis de Residente está conformado por los tres primeros temas: Somos anormales, Una leyenda china y Dagombas en Tamale. Los tres tienen particularidades entre sí que permiten organizarlos en este primer momento: el del origen. No son el pentateuco judeo-cristiano-musulmán, sino un triteuco universal.
Estas tres canciones asumen al hombre desde una visión contraria a la razón homogeneizadora occidental. La narrativa de Somos anormales, si tomamos en cuenta la letra y el video, aborda el origen polimorfo del hombre en particular, y de la vida en general: una gran Madre Negra, la África de los dagombas, es la paridora de vida y de hombres imperfectos, anormales.
El hombre hace parte de la naturaleza. La naturaleza tiende al policultivo y la variedad. Por tanto, pretender que el hombre sea producto de un único molde —y pienso en el dios judío moldeando el polvo de la tierra para crear a Adán— es ir contra la naturaleza misma. Si la tierra no se labra para el cultivo, aparecen, entonces, diversidad de especies; si al cuerpo humano no se le somete a la disciplina física —concepto social antes que natural—, entonces aparece la grasa. Así funciona la naturaleza, y ello no debe ser motivo de escándalo: lo que no es igual, sobresale.
Similar idea la encontramos en Una leyenda china: «La mitología quería que fuéramos perfectos hasta que la realidad nos convirtió en insectos». La idea de la anormalidad —que en esencia es la natural heterogeneidad de la vida— reaparece aquí, y en Dagombas en Tamale, revestida de algo mucho más poderoso: el cuestionamiento a la idea de progreso —también occidental—. Belleza y progreso son caras de la misma moneda: la de la modernidad. Ante la pomposidad se impone «la grandeza de las cosas pequeñas»; y ante la escasez material del África emerge la pregunta: «¿Pa’ qué queremos radio si aquí hay tambores?»
EL GESTO DECOLONIAL
He utilizado peligrosamente —lo acepto— el término natural en oposición a artificial. Digo de manera peligrosa, porque ya antes esta palabra se ha utilizado en forma despectiva para asociarla con lo primitivo y opuesto a la razón. Hegel, por ejemplo, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal se refirió a los africanos en estos términos: «Así pues, en África encontramos eso que se ha llamado estado de inocencia, de unidad del hombre con Dios y la naturaleza. Es este el estado de la inconsciencia de sí. Pero el espíritu no debe permanecer en tal punto, en este estado primero. Este estado natural primero es el estado animal».
Asume Hegel en sus palabras un único modo de razón: la razón ilustrada europea que desdeña cualquier otra visión por fuera de sus límites. La tradición occidental construyó un locus de enunciación que anuló las otras formas de pensamiento racional y las entendió como primitivas. Lo natural, desde la lógica europea, se convierte en no-razón. Por ello, para profundizar en la comprensión del concepto de Residente es preciso entender que los países donde se hizo el álbum están marcados por un profundo pasado colonial que ubica sus narrativas en los márgenes de la razón moderna.
A la razón moderna/colonial, se opone —simultáneamente— la razón decolonial a la que están circunscritas las canciones de René Pérez. Desde esta perspectiva, se entiende que hay diversos lugares de enunciación de las realidades políticas, culturales y económicas de los pueblos. La perspectiva decolonial no niega el mercado, pero busca formas más armónicas de relacionar al hombre con las leyes de la oferta y la demanda. La perspectiva decolonial no se alinea con posturas afines al humanismo o al marxismo porque ambos son producto de la lógica moderna europea.
APOCALIPSIS AHORA
Desencuentro, Guerra, Apocalíptico y La sombra. El nudo de este viaje. La sola lectura de los títulos da la sensación de conflicto. Mientras las tres canciones iniciales remiten a nacimiento u origen, las de este segundo grupo hablan de caos, transformación y muerte. Para la humanidad, el nacimiento siempre estará asociado con la luz —dar a luz— y la muerte con la oscuridad —guardar luto—. En Residente, ambas instancias están presentes, pero no dialécticamente, sino como estadios previos a un final: el final del viaje, que ya lo han cantado, entre muchos, Dante y Silvio Rodríguez.
El nudo del viaje a la semilla se inicia con Desencuentro, que, aunque es una canción intimista, entra en diálogo con los otros temas para crear la Gran Historia del Caos. La canción es el punto de quiebre entre la luz de la primera parte y la oscuridad patente en Guerra, Apocalíptico y La sombra.
Entre los hombres, la forma más elemental de resolver los desencuentros —ocurridos por tierras, por poder, por dignidad—es siempre la guerra. En el mundo, la guerra es más común que la paz. La paz es la utopía y la guerra, la realidad. «La guerra de noche y la guerra de día», rapea René. En el mundo siempre habrá mil motivos para la guerra y uno solo para la paz: la vida. En palabras de René Pérez: «La guerra es más débil que fuerte. No aguanta la vida, por eso se esconde en la muerte». Los hombres hacen la guerra y la guerra hace a la humanidad. Mera dialéctica.
No importa cuánto dure —mil días, siete años, cien años—, no importa lo cruel o lo clemente, la guerra es nuestro apocalipsis perenne. ¿Y qué vendrá después del Apocalipsis? Otra vez la vida, siempre la vida: «Cuando no queden rastros ni huellas (…) y se rompa lo que ya estaba roto, aquí estaremos nosotros». Silvio Rodríguez ha expresado similar idea con otras palabras: «Al final de este viaje en la vida quedarán nuestros cuerpos tendidos al sol como sábanas blancas después del amor».
Así se entiende la Gran Historia del Caos, el nudo del viaje a la semilla. En este grupo de canciones está la idea central subyacente de Residente: así como la música no es únicamente sonidos, sino también silencios —la perfecta armonía entre sonidos y silencios—, la vida no es solo la luz, sino también la sombra. Sin la sombra no existiría la luz, y el mundo sería visualmente plano. La pintura más básica, incluso, se sustenta en esta armonía. La sombra es muerte, pero ¿qué sería de la vida sin la muerte? René Pérez tanto más le canta a la vida cuanto más habla de sus miserias y crueldades.
MÚSICA Y LITERATURA
Recientemente, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince publicó una columna en que cuestionaba la entrega del Nobel de Literatura a Bob Dylan, al tiempo que retomaba la discusión sobre si la música es literatura. En opinión del autor de El olvido que seremos, muchas de las letras de las canciones contemporáneas resultan banales y llenas de ripios cuando se les separa de la melodía.
La idea la tomo del mismo Dylan: los buenos cantautores jamás piensan si lo que escriben es o no literatura. El cantautor busca que la letra sea lo mejor posible —lingüística y estéticamente hablando—, y también lidia, tal como lo hace el escritor con las comas y los gerundios, con esos otros ‹aspectos mundanos›, pero igualmente importantes de los músicos: la tonalidad de la canción, la forma de difundir el álbum, los lanzamientos, el sencillo promocional. ¿Es la música literatura? En últimas es un asunto de consideración. Muchas veces he hallado más fuerza en un verso de Joan Manuel Serrat o de Leonard Cohen, que en cientos de poemas que han pasado por mis ojos.
Lo que ha hecho René Pérez con Residente es conjugar una letra punzante con una música inteligente. Sus canciones han alcanzado un grado de coherencia lingüística que no se lee en un poema contemporáneo; y una contundencia en el decir que no se escucha en un manifiesto. Y esto en los cantautores de nuestra lengua es cada vez más exiguo. Yo pienso ahora en los casos emblemáticos: Silvio Rodríguez y sus imágenes intensas, Rubén Blades y su narración fluida, Joan Manuel Serrat y el candor rebelde de sus versos. Por otro lado, colaboraron con René Pérez artistas que quizá nunca han llenado un estadio, pero sus músicas inspiran vida en las calles de sus países, antes que rumba en las discotecas de Miami.
LA UTOPÍA CONQUISTADA
Recapitulemos el recorrido. El primer momento del álbum es el pasado de la creación —que es luz—, el segundo es el presente del caos —que es oscuridad—, y el tercero es el futuro de la esperanza —donde resurge la luz—. Y este futuro está expresado en el hijo —Milo— que es siempre la prolongación de la existencia de los hombres; en la utopía por fin alcanzada de El futuro es nuestro; y en el telurismo de Hijos del cañaveral.
Milo es el nombre del primogénito de René Pérez. Fue él quien motivó la canción, su ausencia o su presencia incorpórea, como quiera verse. Parecería, por tanto, otro tema personal del álbum, y lo es. Pero en la narrativa de la historia, la canción nos devuelve la luz. La única certeza del hombre es su fugacidad física. Y a falta de árbol y de libro, está el hijo. Cuando morimos, aunque parezca paradójico, no nos llevamos nada, salvo lo que dejamos. Por eso, para los hombres sin historia, el hijo es la forma más elemental de asegurar el futuro en la Tierra.
El futuro es nuestro no trata de un tiempo distópico, sino de la conquista de la utopía. La distopía es el presente: la posverdad, el pueril escapismo, el culto a los ídolos. Cuando contrastamos las ficciones distópicas de Huxley, Orwell o Bradbury con el presente arrebolado, nos topamos con las crueles similitudes. Las taras históricas de la humanidad —el machismo, el racismo, la religión y el puritanismo—aparecen en la canción, si no superadas, por lo menos sí ninguneadas, desacralizadas.
El lugar que ocupa Hijos del cañaveral en el álbum se explica porque Puerto Rico es el punto de partida y de llegada. El viaje se inició con el primo de René Pérez, Lin Manuel Miranda, rapeando sobre los antepasados comunes y deseándole fortuna en el viaje. Nótense las coincidencias entre el intro del álbum y el relato bíblico del bautismo de Jesús. En la narración bíblica, Juan el Bautista sumerge a Jesús en las aguas de río Jordán para que reciba la bendición del Espíritu Santo antes de internarse cuarenta días con sus noches en el desierto. En el intro, es René quién recibe la bendición de su primo antes del viaje. Con Hijos del cañaveral, el viaje ha terminado. Ulises ha regresado a Ítaca. A su regreso, René Pérez ha encontrado la feliz precariedad de los pueblos del Caribe.
Quiso René escribir una canción sobre Puerto Rico sin saber que Hijos del cañaveral es un himno del Caribe entero. Dos cosas lo confirman: la plantación donde nos esclavizaron y el machete con que nos libertamos. La canción no habla de los prohombres de Puerto Rico porque para eso están los manuales de historia. Por el contrario, sigue René al pie de la letra, porque lo conoce, aquel viejo consejo de Rubén Blades: «No memorices lecciones de dictaduras o encierros. La patria no la define el que suprime a su pueblo». Y sabe también que, como dijo Martí, «No hay hombre sin patria ni patria sin libertad».
Víctor Alfonso Moreno Pineda: profesor del Departamento de Español y Literatura de la Universidad de Córdoba, Colombia.