A la pregunta sobre quién es el director de cine más enigmático de los últimos años, la respuesta probablemente sea David Lynch. Al margen del aval de los galardones propios de la industria –ha sido nominado al Óscar como mejor director en tres ocasiones, pero no ganó en ninguna de ellas–, Lynch es un cineasta de culto que ha incursionado con éxito en otros formatos como el televisivo, con la famosa serie Twin Peaks.
Estrenada en 1990 por la cadena ABC, la producción creó un culto legendario entre una audiencia que vio impávida el fugaz paso por la pantalla chica de la serie. Ente los adeptos de la serie, que apenas tuvo dos temporadas, pueden contarse a Stephen King y Steven Spielberg, que no escatimaron esfuerzos en abogar por nuevas temporadas de la producción.
Pues bien, 25 años después se confirmó una secuela con 18 episodios cuyos derechos de transmisión han sido adquiridos por Netflix, plataforma en la que se encuentra disponible desde abril pasado.
No obstante su popularidad, Twin Peaks podría catalogarse como una anti-serie. Por lo general las series televisivas se valen de un discurso narrativo sencillo que permiten al espectador entender con facilidad la trama. Twin Peaks, sobre todo en esta tercera temporada, nos entrega misteriosos pasajes con constantes flashes de ciencia ficción, escenas ambientadas en un espacio-tiempo indefinido, una dimensión paralela que, pese ser casi imposible de descifrar por completo, complementa los sucesos del mundo ordinario que ocurren a personajes aparentemente normales, pero llenos de oscuros secretos y que se encuentran conectados con el brutal asesinato de una adolescente en una típica población norteamericana donde todos se conocen y, a primera vista, nunca pasa nada.
Twin Peaks ha inspirado una nueva forma de televisión que no menosprecia al espectador dándole una historia masticada y en la que la experimentación audiovisual no es solo un lujo esporádico, sino uno de los pilares de su frondosidad creativa. Otra de las claves del éxito es el contraste entre el sentido del humor y la candidez de sus personajes y, desde otra orilla, lo excesivamente crudo y psicodélico de los crímenes y giros de la historia.
En esta nueva temporada, el uso de efectos visuales de última generación crean escenas alucinantes que dejan a la audiencia perpleja e incómoda al no poder racionalizar lo que ve, y en ocasiones extasiada ante los caprichos ‘Lynchianos’ capaces de abstraerla de la realidad.
Por supuesto, hay que aceptar que no toda la magia corre por cuenta del guion y la dirección. La musicalización es otro elemento fundamental de esta serie. La banda sonora original creada por Angelo Badalamenti y sus melodías en clave onírica aportan una enorme contribución conceptual al evocar nostalgia y dramatismo desde la apertura de cada episodio. Por otra parte, Lynch, que además de ser músico (publicó dos álbumes: Crazy Clown Time, en 2011, y The Big Dream, en 2013) es un reconocido melómano, ha aprovechado para incluir en esta nueva temporada cameos musicales de artistas como Nine Inch Nails y Chromatics. Una audaz decisión que ha despertado mayor interés por este proyecto en el público joven y amante del rock.
¿Por qué ver Twin Peaks? Por la riqueza de su oscura y hermosa mitología que, no obstante, nos deja en su narrativa llenos de dudas y lagunas por llenar. Quienes hayan visto Mulholland Drive sabrán a lo que me refiero. A Lynch no le gusta dar explicaciones, y es probable que no siempre las necesitemos.