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El magnetismo de Carmen Bastiàn, o la nobleza de pintar para sí mismo

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Domingo, Agosto 20, 2017 - 00:00

Empezó con una visita a la sala de exposiciones del Museo de Cataluña dedicada al pintor catalán Mariano Fortuny. En ella, abundaban pinturas por encargo de gente con armas y caballos y retratos de la encopetada socialité barcelonesa luciendo joyas ostentosas y vestidos abultados. Como un oasis, al final de uno de los pasillos sobre una pared roja, leí: Carmen Bastiàn, óleo sobre tela (1871-1872) Mariano Fortuny. Volví a ver la pintura y me quedé un buen rato en silencio.

Una mujer joven tumbada en un sofá deja ver su sexo a la vez que sostiene con su otra mano un abanico. La luz baña suavemente la habitación y por su expresión parece que disfruta de la escena. El cromatismo, la luz y la energía de aquella obra era diferente al resto de las pinturas de Fortuny. La vagina de Carmen Bastiàn saludaba alegremente al final de aquella sala llena de batallas y de egos.

Quizá todo el arte de la humanidad comenzó con el dibujo de una vulva, pensé, recordando la lectura sobre los diferentes grabados en roca de hace más de 37.000 años, encontrados en excavaciones de una cueva en Abri Castanet (Francia).

Los otros desnudos de Fortuny, especialmente las odaliscas, aceptadas por la alta sociedad,  representan escenas más típicas de una deidad, de una Venus cuya región genital siempre se ve como una integridad suave, limpia, delicada, sin apertura ni mancha alguna. Sin embargo, esta obra tenía un realismo poco habitual para la época. La modelo no fue mitificada ni idealizada en su anatomía. Es como es. Como siempre ha sido. Celebré, además, que Fortuny hubiera decidido ponerle un nombre propio a la obra, le dio un rostro, una identidad. ¿Quién era esta mujer llamada Carmen Bastiàn?, ¿cuál es la historia detrás de esta pintura?, ¿en qué radica que sea tan diferente a las demás?.

En los días siguientes encontré una entrevista en la que Fortuny confesó que “la época más feliz de su vida la había pasado en Granada”. Llegó a la ciudad alrededor de 1870, motivado por darle un vuelco a su estilo artístico y cumplir con uno de los propósitos fundamentales de cualquier artista: crear para sí mismo. Allí pasaría sin saberlo la última etapa de su vida, luego de que una úlcera le arrebatara el aliento a sus 36 años, en 1874. En esa temporada, en el Albaicín, pintó a Bastiàn. Todo empezaba a tener sentido para mí.

Fortuny llegó a una tierra bendecida por una luz diferente, habitada por la bohemia gitana, lejos de los recados de la élite barcelonesa, parisina y romana que le dieron  éxito comercial y estatus. Parecía que hubiera regresado al calor de un verdadero hogar y que en el hubiera encontrado cosas que había olvidado que tenía.

Para el momento en que la pintura fue hecha, Fortuny ya venía experimentando una serie de cambios en su forma de pintar. En sus obras se notaba que estaba viviendo el sueño, haciendo lo que le daba la gana, usando sus dones sin miramientos. Algo que muchos no logran conseguir a lo largo de su vida, como sospecho sucedió con Carmen, quien se suicidó antes de cumplir los 20 años.

En un artículo de José Castro Serrano, en la “Ilustración Española y Americana de 1875”, se cuenta que cuando el pintor abandonó Granada, Carmen se mudó a Madrid, donde se ganó la vida como modelo profesional gracias a una relación con un acuarelista inglés del que no se sabe su nombre. Uno de los hermanos de la joven viajó a la capital a darle una fuerte golpiza en nombre del honor familiar. Poco tiempo después Carmen se suicidó. Como tantas mujeres de tantas épocas, ella fue perseguida, ultrajada, violentada. Allí están contrastados los finales de los dos personajes de esta historia.

Quizá, lo que me llamó la atención de esta pintura fue sentir en ella la conexión del artista y la modelo, algo me hacía querer saber más sobre ellos dos. Mientras la miraba imaginaba cómo se habían conocido, de qué habían hablado, qué habían hecho después, y me alegró saber luego que él la volvió a pintar en su obra ‘Bohemia bailando en un jardín’.

A la muerte del pintor, el lienzo permaneció en manos de la familia de su esposa Cecilia de Madrazo, con quien tuvo tres hijos. Hasta 1980, más de un siglo después de pintada, se vendió la obra. Sin embargo, no se hizo referencia a ésta en ninguno de los numerosos artículos o libros publicados sobre Fortuny, ni tampoco se habla de ella en el epistolario familiar.

Luego de casi tres años de haber contemplado la pintura, finalmente hoy, que vivo en carne propia el tema de encontrar en mí cosas que había olvidado que tenía y de regresar al primer hogar, pude aceptar el llamado de Carmen y Fortuny, y de esa enigmática vagina que como tantas otras fue borrada de la faz de la tierra. Para mí, el magnetismo puede durar años en encontrar su cauce, pero siempre está destinado a llegar, solo se debe esperar el momento justo.

Claudia Ávila
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