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«Sin la ambigüedad solo podemos hacer caricaturas»: Margarita García Robayo

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Domingo, Octubre 29, 2017 - 00:00

Tiempo muerto (Alfaguara, 2017) es la más reciente novela de la narradora cartagenera Margarita García Robayo (1980). Las nunca aparentes complejidades que una pareja vive, planteadas desde distintas perspectivas, construyen lentamente, y también de manera breve, la historia. Más que encarar un futuro o un presente, el lector se encarga de desgarrar un pasado que, en mayor o en menor medida, encaja en un momento determinado. La autora respondió algunas preguntas relacionadas con los inquietantes y escurridizos temas que sutilmente se asoman desde su más reciente narración.

P  ¿Cómo surgió la idea de escribir ‹Tiempo muerto›?

R  Tiempo muerto, a diferencia de mis otras dos novelas, es un compendio de temas sobre los cuales me interesaba decir cosas. En ese sentido, estos temas venían dando vueltas en mi cabeza casi antes de tener un argumento. Pero sí recuerdo una imagen puntual que sirvió como disparador. Fue en unas vacaciones con mi marido y mi hijo mayor, que era entonces un bebé; estábamos de paso en una playa medio agreste al norte de la Florida y nos topamos con un grupo de personas que tocaban el ukelele. Me contaron que se habían juntado a través de un grupo de Facebook de aficionados al ukelele. Y ahí estaban, cantando canciones hawaianas melosas frente a un mar que escupía algas. Recuerdo que en esa imagen –que era muy kitsch– se me configuró algo de la estética que quería trabajar en la novela. Y esa imagen aparece, pero de un modo muy tangencial y no tiene nada que ver con el argumento, ni el argumento de la novela se parece a mi vida en ese momento, pero recuerdo esa ronda de gente tocando el ukelele y lo pienso como un momento fundante de este libro. Es así como se van configurando las historias, al menos en mi caso, una imagen suelta y disociada de lo que quiero contar suele dispararme el punto de partida y el camino a seguir.

P  Una voz parca y desvinculada de los hechos que narra se lee en la novela. ¿Es una determinación estética en particular o característica inherente a tu prosa?

R  Me gusta la escritura como la que describes, así que en principio te diría que es una marca de estilo que elijo y que intento practicar. Pero además, en este caso particular me interesaba que en la alternancia de puntos de vista que plantea esta historia no se evidenciara algún tipo de ‹preferencia› del narrador por alguno de los dos protagonistas. Quería que se entendieran en su complejidad y en su ambigüedad, y que pudiéramos sentir tanta empatía como rechazo por ambos, indistintamente.

P  El libro se centra en un matrimonio con los días contados. La narración salta de la visión que Pablo (el esposo) tiene de Lucía (su pareja) y viceversa. Luego el lector se hace la suya propia de ambos. ¿Cómo construyes estas interacciones intercaladas?

Creo que la manera de hacerlo de un modo verosímil es considerando los matices. No diría que las visiones de Pablo y Lucía son contrapuestas o antagónicas; tampoco diría que uno es víctima del otro. Creo que lo que les pasa como pareja los excede y ambos tienen y no tienen razón. La ambigüedad es algo que me parece fundamental en la caracterización de un personaje. Sin la ambigüedad solo podemos hacer caricaturas. 

P  Los adultos en ‹Tiempo muerto› tienen una vida oculta y ninguno asume el rol que se espera de ellos, sobre todo desde una perspectiva de género. ¿Por qué crees que surgen estas dobles identidades?

R No sé si son dobles identidades… El problema de la identidad, me parece, comienza justamente con ese intento por singularizarla. La identidad es una cosa resbaladiza y cambiante, y en ese sentido no hay ningún rol que pueda colmarla. Los adultos de la novela, los dos protagonistas, están lidiando, entre otras cosas, con una crisis de identidad que tiene que ver con haber dejado de pensarse en plural hace tiempo, pero recién ahora ante un episodio puntual se dan cuenta de esto; porque el interés por el otro empieza a decaer de modos imperceptibles, y se puede flotar en ese estado semicatatónico durante mucho tiempo antes de descubrir que la persona que tienes al lado dejó de ser digna de tu atención. Entonces ahí, cuando ya es irremediable, te preguntas ¿y esto cuándo pasó?

P  ¿Y cómo dialogan estas identidades resbaladizas y cambiantes con las contradicciones internas que viven tus personajes?

R Justamente, creo que esas contradicciones internas son el resultado del conflicto identitario. No solamente frente a la pertenencia geográfica, sino frente a muchas otras cosas, como esto que mencionabas antes del género (otro concepto lleno de interrogantes); frente a su rol como padres o como intelectuales o académicos o individuos supuestamente progresistas; frente a su propio deseo y su necesidad permanente de querer ser algo distinto de lo que son. Hay cierta clase media educada latinoamericana (la clase que intentan representar estos personajes) que padece ese mismo vicio: el de querer ser lo que no son. Ahí, decididamente, está uno de los aspectos neurálgicos de la novela.

P  Pese a desenvolverse la novela en una atmósfera de pesadumbre, en esta abunda la sensualidad. ¿Por qué ese salto intermitente de lo vívido a lo opaco?

R Me interesaba mostrar que, aunque algunos vínculos siempre pueden podrirse y morir, la capacidad que tenemos para generar nuevos estímulos y trasladar el foco hacia otros lugares son infinitas. Lo cierto es que el modo en que se vinculan ambos personajes con su entorno es bastante enfermizo, no sé si en toda la novela hay un solo vínculo ‹sano› –o al menos inocuo–, todos los vínculos parecieran estar viciados. Pero en el medio de todo eso hay revelaciones importantes para los personajes que hablan de sus posibilidades afectivas, de su ‹salvación› y de su vitalidad. Es gente gastada y desgastada, pero con ímpetu y ganas de vivir.

P En estado de embarazo, Lucía se dice a sí misma que su «cuerpo es una casa invadida por aliens» pág. (17). ¿Cómo describes esa relación entre extrañeza hacia el propio cuerpo con la maternidad?

R El embarazo es una de las cosas más extrañas que le pueden pasar a un cuerpo. Y es muy notable que, al mismo tiempo, sea algo tan ordinario –en el sentido de que le pasa a mucha gente todos los días–. En mi caso, al haber vivido esa experiencia, me interesaba manifestar de algún modo esa extrañeza, esa pérdida total de control sobre lo que te pasa adentro.   

En la edición no. 143 de revista Arcadia se publicó «Bordes: una carta desde Buenos Aires», texto que desarrolla tres ejes: disparidad, espacio y tiempo (contextos geográfico y temporal) y género. Las siguientes preguntas están relacionadas a dicho texto y a Tiempo muerto.

P  Enmarcada mayormente en un pueblo universitario estadounidense, la novela se desarrolla en un ambiente de diversidad, ¿cómo vinculas este meollo de identidades con tu propia experiencia periférica?

R Para mí ha sido fundamental escribir desde la distancia. Creo que he ganado en perspectiva. Eso que decías antes sobre la escritura desvinculada afectivamente de lo que se cuenta, viene un poco de esta experiencia: no sería lo mismo escribir lo que escribo –y sobre todo escribir como escribo– si estuviera in situ. No digo que sería peor ni mejor, no lo sé, pero sería distinto. Tiene la ventaja –o desventaja, según quien mire– de no poder ser nunca parte de lo consolidado dentro de cierta idea de soberanía cultural, y en consecuencia habitar una suerte de limbo literario. Pero incluso ahí no se está solo, hay tradiciones literarias en ese limbo, una que se caracteriza, entre otras cosas, por tratar esta cuestión de la identidad difusa y problemática. Quizá mis textos podrían encontrar allí algún tipo de asidero.

P  Aparece tu natal Cartagena de soslayo en la novela. Del texto publicado en revista ‹Arcadia› se interpreta que el imaginario del Caribe no es determinante en tu obra. ¿Crees que aún se espera que un escritor de esta parte del mundo adopte ciertas convicciones estéticas, formales y temáticas?

R No, justamente lo que intenté plantear en el texto de Arcadia es que aunque uno de mis grandes temas sea el de la cuestión problemática de la identidad y la pertenencia, es difícil, quizá imposible, plantearse esto de no ser de ninguna parte. No es posible no ser de ninguna parte. Yo elijo asumirme de un tiempo, más que de una geografía, e intento perfilar lo que escribo de acuerdo a esta elección, la de ser de un tiempo; sin embargo mi procedencia me marca y me persigue, y esas marcas se cuelan en lo que escribo, y me parece muy bien que así sea. El asunto es que, al ser marcas ‹contaminadas›, son también poco reconocibles. Mi Caribe –en un sentido estético y tópico– nunca será el Caribe de otros escritores que ya han escrito sobre el mismo escenario, porque tengo otros ojos y otra experiencia.

Carlo Acevedo
sumario: 
Entrevista con la escritora cartagenera sobre ‹Tiempo muerto›, su más reciente libro.
No

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