Cada vez que vamos a presenciar un espectáculo de danza, de una u otra manera siempre ejercemos la crítica. Hablamos con quienes nos acompañan, con extraños o incluso con nosotros mismos tratando de traducirnos o valorar lo que acabamos de observar. Este ejercicio se suele quedar en declaraciones sencillas como «muy bueno» o «bailaban muy mal» o en reflexiones más complejas para los entendidos. Les contamos a los demás qué vimos, qué nos pareció, y de ese primer juicio y de esa misteriosa pero efectiva cadena que es el voz a voz se garantiza el éxito o no de una obra. En ese sentido, ¿qué papel tiene la crítica en los medios de comunicación?, ¿por qué es deseable que haya crítica?, ¿se escribe en Colombia crítica de danza?
Si bien la valoración del espectador siempre será la más importante de un espectáculo, que exista crítica es deseable en varios sentidos. En primer lugar, según explica Mercedes Borges Bartutis, editora de Balettin Dance y profesora de Historia de la danza y crítica en el Isa, en Cuba, poco se habla del valor histórico que tiene este tipo de texto que deja, entre otras cosas, constancia de un acontecimiento o suceso de un país. Por otro lado, dice que «la crítica retroalimenta al artista, puede ser que al artista no le guste la crítica que tú le hagas, sin embargo, en algún momento lo va a hacer reflexionar».
Asimismo, Borges Bartutis se cuestiona qué pasa con el movimiento de danza de un país si no se mide o se escribe sobre él. La periodista cubana considera que el rol del crítico es de alguna manera el de un intermediario entre una realidad que se está viviendo en el mundo artístico y un público que se encuentra ajeno a lo que está sucediendo. El crítico es, grosso modo, un traductor del lenguaje del movimiento al de las palabras.
En Colombia, la crítica en términos generales se ha venido desplazando. Cada vez se hace menos crítica de artes plásticas, escénicas, literatura o cine; sin embargo, sigue contando con un espacio, reducido, eso sí. La crítica de danza, por su cuenta, es básicamente inexistente en nuestro país, y no por falta expertos en la materia, sino por una desconexión entre las plataformas en donde se podrían visibilizar este tipo de textos y quienes podrían escribirlos.
A falta de mayores oportunidades de publicación, los expertos se han desplazado al ámbito plenamente académico. Sí se escribe sobre danza en Colombia, pero no es un ejercicio periodístico, sino investigativo y académico. Los contenidos no tienen, entonces, esa relación deseable con las audiencias o las compañías, sino que se quedan en un círculo cerrado y especializado al que no podrá acceder una persona del común.
Y el hecho de que no se esté haciendo crítica de danza en Colombia no quiere decir que no exista una producción constante, interesante o riqueza dancística en el país, todo lo contrario, se están gestando movimientos a los que vale la pena observar, divulgar y entender.
Cómo hacer crítica
Atreverse a entablar un diálogo entre las obras y el público es el primer paso para adentrarse a la crítica. La iniciativa siempre será la llave que encienda el motor, mas no es lo único que se necesita o requiere para recorrer los caminos que conducen al destino. Mercedes Borges cuenta que para escribir se debe hacer un equilibrio entre lo teórico y lo descriptivo. «Se debe buscar un punto intermedio en el que se transmita al público las imágenes que encuentras y las lecturas que haces», precisa.
También cuenta que el crítico no es más que un espectador activo que no puede irse a su casa sin opinar acerca de lo que vio y que a su vez debe ver todo en cuanto pueda de lo que se está haciendo, sin prejuicios o disposiciones previas. «Siempre en alguna función, por muy mala que sea, aprendes algo. Incluso aprendes a no tener que ir a ver cosas que no te aportan nada, pero es una vivencia que cada uno debe tener».
Existen, al mismo tiempo, varias clases de críticos. Está el crítico que va al teatro, que no habla con nadie, se va a su casa y escribe una nota para una columna y la envía. Y también está el crítico que sigue los procesos de creación, al que los directores de las obras le tienen un nivel de confianza tal que lo invitan, en muchas ocasiones, a ver la producción antes del lanzamiento para tomar decisiones importantes sobre la misma.
Hay que entender que la danza, al igual que cualquier disciplina, se encuentra permeada del contexto social y está condicionada por los medios que dispone. Para hacer el montaje de una obra el coreógrafo o director hace una valoración previa de los elementos que necesita para materializar su idea. Hay un contexto y un concepto que será luego llevado a escena. Lo que el público va a observar no es algo que ha salido de la nada, sino que va acompañado de un proceso previo que resulta al mismo tiempo interesante poner en contexto.
Pero no siempre la puesta en escena debe contar una historia. A veces son simplemente las obsesiones de su creador, imágenes o ideas sueltas. En los ojos del crítico pueden, a su vez, aparecer conceptos o nociones sobre lo que observa que tienen poco o nada que ver con lo que tenía en mente el director de la obra. Y en cierta medida la idea es esa, entablar un diálogo. Servir de puente.
La crisis de la crítica
Señalaba Oscar Wilde que en la Antigua Grecia no existía la figura del crítico, puesto que era una sociedad cultivada que se criticaba a sí misma. Es en el siglo XX, a raíz de la revolución postmodernista, que los artistas reivindicaron los términos en los que se desarrollaban y empezaron a tener una resistencia frente a la crítica especializada, que sienten que atentaba contra su libertad. ¿Se debe poner, entonces, por encima esta defensa de una libertad artística frente a la libertad de juzgar de las audiencias?
Tenemos entonces que parte de la crisis de la crítica proviene desde el mismo gremio artístico. Cualquiera puede describir un movimiento que está observando y hacer el ejercicio de contar qué está viendo y opinar si le gustó o no; pero no cualquiera pueda hablar con propiedad de los movimientos ni capturar su esencia y traducirlo a la palabra escrita.
«En ningún momento el artista puede utilizar el arte. De hecho, en el siglo XIX ocurre al revés: los románticos se consumen por él. Pero su morbidez resulta más tolerable porque abordan la exaltación de la desgracia desde una dimensión espiritual. La enfermedad debe quedarse al margen. De hecho, muchas obras maestras se originan en las peores condiciones, sin que afecten el resultado final. Pero en el siglo XX la dimensión espiritual de la desgracia desaparece en virtud de la producción en masa de este tipo de victimismo. Y la patología del arte desarma a la crítica», explica en su ensayo sobre ‹Discussing the Undiscussable› la crítica de danza Patricia Roldán Ponce.
En este ensayo vuelve entonces a surgir la principal cuestión dentro de hacer crítica de danza y es la de tomarse el tiempo, observar y escribir para discutir incluso lo que es indiscutible.
Se hace importante, entonces, dentro de la cadena del proceso creativo, que entren otras miradas que ayuden a entender hacía dónde van encaminados los movimientos. El arte siempre ha necesitado del público para su proceso de crecimiento y pretender que es un nicho extraño que pasa indiferente de lo que piensa el público sería contribuir a su desaparición.
En el proceso pasó que los creadores obviaron al público y a la crítica, y a la final quienes vienen detrás de esta corriente fueron quienes tuvieron que asumir las consecuencias. De ahí que se tuvo que empezar a hablar, en gran medida, de la utilidad social del arte para justificar su existencia misma.
Hay un compromiso compartido entre los creadores, el público y la opinión de la crítica para que el arte pueda seguir avanzando y tenga algún norte. Si no se evalúan los movimientos ni se habla de ellos sucede que se tiene un sinnúmero de movimientos y grupos que entrarían a adularse entre ellos mismos sin tener la oportunidad de crecer, al entrar en contacto con otras miradas sobre sus procesos.