Carnavalera y conservadora parecen dos palabras opuestas, pero en el mundo de Macondo pueden convivir: así es la familia donde nací. En la casa Cepeda Tarud era imposible esconder que el precarnaval había comenzado. Desde las conversaciones en la mesa hasta la decoración de los cuartos, todo me indicaba, a mi corta edad, que algo divertido y emocionante estaba pasando.
Recuerdo lo que sentí ese día, cuando llevé por primera vez un traje de carnaval. Tenía tres años, vestida de garabato y de la mano de mi padre, Efraín, miraba hacia arriba: cientos de adultos bailaban una canción que nunca podré olvidar.
Yo quería estar ahí, cerca de los artistas que veía desfilar en la Vía 40, quería entender esa explosión de emociones que no cabían en mi racionalidad, quería bailar y soñar tanto, que cuando me preguntaban ¿qué quieres ser cuando seas grande?, respondía: reina del Carnaval de Barranquilla. El 23 de agosto de 2012, mientras esperaba el veredicto de la junta, entró mi madre, Sonia, a mi cuarto y me dijo: «Hola, reina», entonces me di cuenta de que ¡mi sueño se había hecho realidad!
Para muchos fue una sorpresa que la joven que se sentaba en primera fila en clase, que sentía éxtasis devorando libros y cuyo sueño era cambiar el mundo fuera la reina. Pero como soberana podía y quería seguir haciendo lo que más me apasiona: aportar a la construcción de una Barranquilla mejor; y lo haría mediante la cultura, un gran motor para el desarrollo.
Confieso que fue triste descubrir que muchas expresiones tradicionales estaban en riesgo de desaparecer y que el sentido de pertenencia hacia estas por parte de la gente era poco. Pero como nadie ama lo que no conoce, debía entender el significado de cada una de ellas y lo que motiva a los artistas del carnaval para poder contárselo a todos.
Por eso me vestí de farota, congo, caimán, coyongo, india, diabla, cantora de letanías, tigre, mapalé, guacamaya, negrita Puloy, muerte, torito, vendedora de alegrías, gusano, María moñitos, garabato y monocuco, y aprendí de ellos, en cada uno de sus barrios, su baile, su música y su historia.
Así descubrí un universo de riqueza cultural, identidad e historia que les conté a todos invitándolos a «Seguirme el Paso». Ese fue el nombre de la estrategia con la que llegué a Barranquilla, Santa Lucía, Sabanalarga, Campo de la Cruz, Ciénaga, Bogotá, Santiago de Cuba, Carolina del Norte y Washington, entre otros lugares, la cual comprendió actividades de baile colectivo, creación y difusión de videoclips, documental y revista didáctica, grabación de música tradicional y charlas.
Quería que todos conocieran la cultura de la fiesta, pero sobre todo a los seres humanos que traen a la vida a estos personajes y quienes con grandes esfuerzos nos brindan, cada uno, un espectáculo inolvidable, solo por amor, solo por pasión, solo por convicción.
Como fruto de este trabajo fui invitada a finales de 2013 por la Fundación Carnaval de Barranquilla a coordinar el proyecto que dio origen a este libro, con el que tuve el privilegio de ver a cincuenta artistas del carnaval discutir y escribir sus historias más íntimas, más sinceras y aquellas que han recibido como legado. Esto significó llegar a la esencia más pura de nuestro carnaval y su cultura: a los corazones y a las vidas de los artistas que forman parte de él. Y gracias a estas páginas todos podrían conocerlos.
Leerán de primera mano lo que les hace palpitar más fuerte el corazón, las interesantes historias de su cotidianidad y aquellas que han recibido por tradición oral. Esa historia que ellos nos cuentan aquí es también la nuestra, esa que nos corre por las venas y que nos une como una sola familia. Esa historia es nuestra tradición, la que gracias a los artistas del carnaval está viva y nos hace vibrar y exclamar con pasión desenfrenada: ¡Que viva el Carnaval de Barranquilla!