Elisa Mújica vivió en Madrid entre 1952 y 1959 –los años previos al denominado ‹franquismo desarrollista› de la dictadura del general Franco. Durante su estancia en España, descubrió los orígenes vascos de su apellido y decidió cambiarlo. No por vasco, sino porque añadir una tilde a la ‹u› lo haría sonar como ‹música›. Así era el espíritu y las maneras espontáneas de esta escritora bumanguesa, de quien el 21 de enero de 2018 celebramos el primer siglo de su natalicio.
Como la mayoría, Mújica fue primero lectora antes que escritora. A los cuatro años devoraba libros que luego resumiría, a viva voz, frente a asombrados y complacidos familiares. El entusiasmo la llevó a iniciar una colección de cuentos infantiles que guardaba en una cajita y para la cual el escritor santandereano Blas Hernández hizo su aporte. Le obsequió un ejemplar de Cuentos mágicos con dedicatoria personal. Para Mújica, sin embargo, sus preferidos siempre serían los cuentos árabes de Las mil y una noches.
A los ocho años, su familia se trasladó a Bogotá. A los quince, la muerte de su padre la empujó de forma anticipada al mundo laboral para ayudar a la manutención de su hogar. Sin haber terminado el colegio, ni mucho menos tener estudios universitarios, fue de las primeras mujeres que logró posicionarse en cargos públicos. Se desempeñó como secretaria en el Ministerio de Comunicaciones, secretaria de Carlos Lleras Restrepo (entre 1936 y 1943, cuando éste trabajaba en la Contraloría) y funcionaria de la embajada colombiana en Quito (1943–1945). Aunque el rango de sus cargos hasta entonces había incluido los ‹típicos› para una mujer de la época, en 1959 logró un cambio significativo. Ese año se convirtió en la primera gerente de un banco en Colombia: fue nombrada directora de la Caja Agraria de Sopó (Cundinamarca). Más tarde, en 1962, y durante cinco años, fue directora de la biblioteca de la misma entidad.
Entrada al mundo literario.
Su experiencia de muchos años como oficinista se ve reflejada en su obra. Así lo indica Mary Berg, PhD en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard: «son frecuentes en su narrativa las referencias a oficinas claustrofóbicas donde los jóvenes de talento y energía se ahogan o se inventan mundos donde escaparse».
Pero quizá el efecto más grande que su vida laboral tuvo en su carrera literaria se gestó por fuera de las oficinas, durante sus años en la embajada de Ecuador. Allí conoció a escritores e intelectuales, entre estos los miembros del llamado Grupo Guayaquil, enfocado en una literatura de tipo realista social. De tendencias de izquierda, estos personajes sembraron e inspiraron la semilla de la ideología marxista en la joven Mújica. Su primer cuento, Tarde de visita, fue publicado por el periódico Liberal. Desde ese momento Mújica empezaba a dar muestras de sus convicciones revolucionarias y su preocupación por la injusticia social. Aunque posteriormente, impactada por sus años en Madrid y la invasión soviética a Hungría en 1957, se desilusionó de los ideales comunistas, sin abandonar su crítica por la inequidad social.
Fue también en Ecuador donde escribió su primera novela: Los dos tiempos, publicada en 1949. Este primer trabajo, como lo sería también el resto de sus novelas, es una clara novela de formación personal. En el primer tiempo, el lector descubre a Celina, la protagonista, una niña nacida en un pequeño pueblo que más tarde viviría en la capital del país. En el segundo tiempo, Celina vive en Quito intentando descubrirse a ella misma, su identidad como colombiana, pero también como mujer, «sus afiliaciones políticas y románticas, su capacidad de amistad y de idealismo, y el camino que puede o debe seguir en la vida», concluye Berg.
Era el inicio de una escritora que asumió la literatura como un medio para redescubrirse como mujer y como persona, para indagar y criticar las desigualdades de género de la época. Pero la trama personal y privada en la que transcurren las vidas de sus protagonistas es sólo uno de los lados de su narrativa. Para Mújica es importante también incluir la historia viva de Colombia en la que habitan sus protagonistas y es clave para entender el contexto de lo que les ocurre. Mújica entendió (e hizo uso de) las grandes oportunidades que la narrativa proporciona como medio de denuncia social.
Catalina
En 1962, el Premio Literario Esso fue otorgado al escritor cordobés Manuel Zapata Olivella por su novela Detrás del rostro. El jurado también recomendó la publicación de Catalina de Elisa Mújica. Una valoración por lo general bien recibida, pero que Montserrat Ordóñez (catedrática colombo–española, doctora en Literatura Comparada de la Universidad de Wisconsin y una de las académicas que más ha estudiado la carrera de Mújica) analiza con un tono crítico.
En el fallado del jurado se lee que Esso Colombiana S.A. «ordenó la impresión de las dos obras, como tributo de admiración a la mujer colombiana y con el fin de estimular aún más a todos los escritores colombianos». En un análisis de 1984, Ordóñez interpretó con vehemencia, pero sobre todo con un acierto tristemente vigente:
«La frase ‹como tributo de admiración a la mujer colombiana› indica la primera reacción crítica y la línea de recepción típica ante la literatura escrita por mujeres: inmediatamente se ignora a la autora, se hace abstracción del valor literario de la obra y se ubica dentro de una producción marginal, de un grupo humano al que hay que ‹admirar› en general (no estimular como a los escritores), sobre todo si se hace proezas tales como escribir coherentemente. La admiración del jurado de la Esso iba dirigida a Elisa Mújica (esperemos que no a Catalina por ser mujer y no por ser escritora)».
Catalina celebra en 2018 su quincuagésimo quinto aniversario. Fue publicada en 1963 y recibió una crítica generalmente positiva. Transcurre en los tiempos de la Guerra de los Mil Días y narra la historia de Catalina. Una mujer que, sin llegar a percatarse por completo de que todo se trata de un arreglo impuesto sobre ella, contrae matrimonio con Samuel, un coronel de la guerra. La historia transcurre entre chismorreos, adulterios, muertos y heridos, monotonía, desazón, inestabilidad social y política. Para Ordóñez, se trata de una narración sobre «cómo pasar de objeto a sujeto de la historia».
Legado
El trabajo literario de Mújica incluye también su tercera y última novela Bogotá de las nubes (1984) y los libros de cuentos Ángela y el diablo (1953), Árbol de ruedas (1972) y La tienda de las imágenes (1987) y decenas de cuentos infantiles. Se le suman también las centenas de artículos culturales para medios como el suplemento ‹Lecturas Dominicales› de El Tiempo, ‹El Magazín› de El Espectador y la revista Semana.
En 1982, Mújica fue elegida como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua –la primera mujer aceptada en una institución principalmente dominada por hombres–. En 1984, fue elevada a miembro de número, lo que le otorgaba voz y voto. El mismo año fue escogida por votación unánime como miembro correspondiente hispanoamericano de la Real Academia Española.
El nombre de Elisa Mújica (así, con la ‹ú› tildada, como ella lo prefirió) saldrá a flote, inevitablemente, siempre que se hable de grandes escritoras colombianas. Su legado fue condecorado y celebrado en varias ocasiones. En 1993 recibió la Medalla al Mérito Artístico de la Alcaldía de Bogotá, en 1998 se le otorgó la Cruz de Boyacá y ese mismo año su obra fue homenajeada durante la Feria del Libro de ese año.
También en 1998, Óscar Collazos se anticipó a la muerte que le llegaría a Mújica el jueves 27 de marzo de 2003. En el periódico El Tiempo, el escritor chocoano escribió: «un día cerrará como todos los ojos con dulzura y apacibilidad, para quienes la sobrevivamos volvamos la mirada hacia sus libros. Hacia Catalina y esos entrañables relatos de niños, hacia la santa de Ávila o hacia su propia vida. Elisa será entonces polvo enamorado, un alma bondadosa perdida en un país de mezquindades sin fin». No se equivocó Collazos.
*Efraín Villanueva (@Efra_Villanueva). Escritor colombiano radicado en Alemania. Es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa.