Fernando Soto Aparicio lleva más de 50 años al frente de la producción literaria, muchas han sido adaptadas en libretos para televisión. En el año 1969 la programadora RTI tomó una de sus obras llamada Cartas a Beatriz y realizó, con éxito, la producción de 100 capítulos.
La última de sus piezas literarias que fue llevada a la pantalla chica fue La familia Espejo, en el año 2000, para Señal Colombia. Pero la más representativa de su vida literaria es La rebelión de las ratas, novela publicada en 1961, galardonada con el premio internacional Selecciones Lengua Española, de Plaza & Janés, en Barcelona.
También podemos mencionar, para reconocer el espectro de su legado literario, las siguientes novelas: Mientras llueve, Viaje al pasado, Después empezará la madrugada, Puerto Silencio, Los hijos del viento, y la más reciente en este 2013, El duende de la guarda.
Está próximo a cumplir 80 años de edad, el 11 de octubre.
Fue en Soacha. Pasó su niñez y juventud en Santa Rosa de Viterbo y luego abandonó Boyacá para radicarse en Bogotá.
Vivió tres años en Francia, desempeñando una misión diplomática ante la Unesco. El éxito obtenido con La rebelión de las ratas le abrió el horizonte hacia el campo de la narrativa. Dicha obra, del género realista, cuenta una historia dramática en la denominada época de la Revolución Social. Se desarrolla en un pueblo llamado Timbalí, y sus personajes principales son una familia extremadamente pobre; los personajes secundarios son los otros pobres del mismo pueblo que trabajan como mineros, enfrentan la Revolución Social, básicamente por la industrialización y la explotación laboral.
P Su libro de mayor trascen- dencia en el campo literario colombiano fue ‘La rebelión de las ratas’, en él hay una cruda radiografía del caso de la minería en Colombia. ¿Cuál es su opinión sobre ese oficio en la actualidad?
R Lo planteado en La rebelión de las ratas sigue teniendo plena vigencia. Basta recordar la tragedia de los mineros de carbón en Chile, las repetidas desgracias en las minas de carbón de China, y lo que pasa a diario en nuestro país, en minas como las de Tausa, La Chapa y otros sitios. El minero sabe que arriesga su vida, pero no le queda alternativa. La agricultura, y en general la vida en el campo, es muy difícil, y los desplazamientos se multiplican de año en año, desde hace bastante más de medio siglo. Y si esto se dice de la minería más o menos legal, la minería extralegal (por llamarla de alguna manera) implica más peligros. Pero la vida no se da gratis, y eso de ‘ganarse la vida’ es duro y difícil muchas veces. Los mineros siguen abriendo cuevas, y estas no van hacia la claridad, sino hacia la sombra.
P ¿Por qué sus novelas coinciden en tener un final triste y de soledad?
R En las obras hay dos posibilidades, la de Corín Tellado o la de la realidad. Las novelas de la realidad, que son las mías, se quedan abiertas. Es una manera de llegar al lector, de sacudirlo, de decirle piense, reflexione.
P ¿Por qué la violencia hacia las mujeres es una constante en su obra?
R Porque hay que denunciarlo. Somos una sociedad muy machista, y en esa sociedad yo denuncio ese atropello.
P Usted escribió el libro ‘Los funerales de América’, en el que presenta una guerrilla con ideales, en defensa del pueblo, del pobre. ¿Qué piensa hoy de la guerrilla?
R Esa guerrilla quería cambiar el mundo, pero tenía ideales. Hoy son una banda de terroristas y criminales. Lo que hace la guerrilla ahora es algo que puede leerse como: «Hay que acabar con la pobreza, maten cada día un mendigo».
P ¿Qué tanto ha ayudado la literatura co- lombiana en los últimos 50 años a develar en esencia el país que somos?
R Ha ayudado mucho. A conocernos, a entendernos, a aceptarnos. Todos los seres humanos somos irrepetibles y únicos, y al mismo tiempo somos iguales. La igualdad se basa en la diferencia, y esta es indispensable para la tolerancia, para saber convivir, para aceptar al otro y pedirle que nos acepte. Y la literatura colombiana ha analizado los problemas de la violencia, el narcotráfico, el secuestro, la barbarie, pero también ha dado páginas donde vibran el amor, la amistad, la confianza, la fe en el futuro, el análisis acertado del presente y el respeto por el pasado.
P Muchos críticos literarios, inclusive escri- tores de renombre en Colombia, expresan que García Márquez y Germán Espinosa son los dos grandes escritores que ha dado el país en el siglo XX. ¿Cuál es su opinión?
R Tanto García Márquez como Espinosa merecen mis respetos. Pero eso no quiere decir que me atreva a descalificar a los otros escritores colombianos. Todos son, para mí, igualmente valiosos e importantes.
P ¿Y en cuanto al nuevo panorama de la lite- ratura colombiana?
R Pienso que, desde hace varios años, Colombia vive un gran momento en cuanto a sus escritores se refiere. Los que han ido dándole prestigio al país, dentro y fuera de sus fronteras, son profesionales, serios, disciplinados; entienden que la literatura no es un pasatiempo sino una responsabilidad, y así la trabajan.
P Escribir o ser escritor en un país como Co- lombia, ¿qué valor tiene?
R La palabra “valor”, si se traduce en pesos tiene un sentido, y otro muy distinto si se piensa en valores sociales, éticos, políticos, históricos, humanos. La literatura educa. La lectura de lo literario es la lectura como placer. La ciencia puede saber qué distancia camina un hombre a determinada velocidad y en determinado tiempo; pero solo la literatura puede saber la distancia que, en un hombre, existe entre la desesperación y la esperanza.
P ¿Qué tipo de elementos esenciales deben existir para que se produzca una obra literaria como tal?
R Toda obra literaria, y especialmente la novela, requiere un riguroso proceso de investigación. Sin este proceso el libro se cae. La investigación minuciosa es lo que lo sostiene. Una vez investigado el tema, una vez que el escritor lo domine, puede empezar a contar su cuento, y esto, cada uno, lo hace a su manera.
P ¿Cree que debe existir una especie de filosofía de la composición o un método eficaz para elaborar una buena pieza literaria?
R No hay normas o parámetros para esto. Precisamente, la literatura es imaginación y creatividad, y a ninguna de estas dos condiciones se le puede imponer reglas, fijar límites, adjudicar estructuras. La libertad, en el arte, es una condición esencial: el creador o es libre o no existe.
P Lo digo por la alta proliferación de festivales, concursos y talleres literarios, de verdad, ¿qué tanto aporta esto al verdadero efecto creativo?
R Los festivales sirven para que el lector hipotético se interese por determinados libros o autores; los concursos –cuando son honestos, limpios, transparentes– son muy importantes para promover tanto la lectura como la vocación de escribir; y en los talleres se dan normas, sobre todo gramaticales y ortográficas. Pero vuelvo a la respuesta de que, para la obra literaria, la libertad y la imaginación (ninguna de las cuales tiene límites) son dos palabras claves.
P ¿Cuál es la verdadera motivación para escribir y leer literatura?
R La vida tiene un lado prosaico: el trabajo, la cotidianidad, la costumbre, lo inevitable, lo obligatorio. Y otro lado poético: los sueños, el arte, la búsqueda de la felicidad, el amor. De este lado, están la creatividad, está la lectura y el disfrute de lo literario. La literatura ilumina la vida.
P ¿Considera, al igual que el poeta argentino Juan Gelman, que la literatura es la herramienta necesaria para expresar sentimientos profundos y auténticos, aunque se trate del dolor?
R Las obras literarias miran al ser humano, lo entienden y tratan de explicarlo, lo acompañan, le abren horizontes y caminos, le dan razones a su sinrazón de cada día. Volvemos a la división entre ciencia y literatura: la ciencia puede medir en decilitros o mililitros la cantidad de lágrimas que derrama una persona; la literatura mide el dolor.
P Cuéntenos un poco de cómo es su proceso creativo y qué autores lograron marcar una senda en usted tanto como escritor como lector.
R Como dije en una respuesta anterior, investigo un tema, una situación, un hecho. Para escribir La rebelión de las ratas trabajé en una mina de carbón de La Chapa, en Paz del Río, es una investigación sobre el terreno. Para escribir Hermano hombre leí sobre dioses y religiones, es una investigación de escritorio. Y sí hubo un autor que me marcó y que me llevó a convertirme en escritor: Víctor Hugo, sobre todo con su novela Los miserables, a la que considero una de las obras mayores de la literatura universal de todos los tiempos.
P ¿Qué puede decirnos acerca de lo que la literatura le ha brindado de manera particular o especial?
R La literatura me ha dado un capital humano enorme, maravilloso: la amistad de la gente, su fraternidad, su aprecio, su respeto, su solidaridad. Eso no se paga con nada. Y lo siento en cada Feria del Libro, en todos los lugares adonde voy, en colegios y universidades: la inmensa mayoría de las personas de este país y los países vecinos ha leído alguno de los 60 libros que he publicado. Ese es el mejor de los premios literarios, y la mejor ganancia que me ha dado la vida.
P Si tuviera la oportunidad de poder ser uno de los tantos personajes que han existido a lo largo y ancho del mundo de la literatura universal, ¿cuál escogería y por qué?
R Escogería a Miguel Strogoff, en la novela del mismo nombre, escrita por Julio Verne. Porque el protagonista de la obra tiene una meta fija, y supera todos los obstáculos para conseguirla. Miguel demuestra que con la mística, con la devoción por una causa, con la voluntad, se consigue cualquier cosa que un ser humano se proponga.
P ¿Hay algún nuevo proyecto que pueda compartir con los lectores de Latitud?
R Para octubre se reeditan seis libros que hace rato están agotados: Los hijos del viento, La cuerda loca, Bendita sea tu pureza, Canto personal a la libertad, Solo el silencio grita y Jazmín desnuda. Y se publica un nuevo libro, precisamente el número sesenta: El duende de la guarda. Y lo importante es que la página en blanco es para mí una tentación a la que no puedo ni quiero resistirme: seguiré escribiendo hasta el último instante.