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El fútbol como ficción

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:02

Es necesario comenzar estas líneas con dos recuerdos propios. En uno me veo corriendo a toda velocidad con el balón en los pies. Al fondo me espera el arquero. He dejado a los demás detrás pero, por alguna razón, la pelota no acaba de engarzarse en mis pies y mis pies no terminan de acoplarse al suelo. Quizá estoy pensando demasiado y nunca he sabido hacer dos cosas a la vez. Como otro arquero, mi mente se ha interpuesto entre la pelota y yo (la mente siempre es un puente o una barrera). El caso es que me caigo, sin que nadie me roce. Mi reacción es desamarrarme los cordones y amarrarlos de nuevo cuando se acercan mis compañeros. He recurrido a una ficción para encubrir mi falla.

Segundo recuerdo. Junio de 1986. Mi padre y yo volvemos a casa en un taxi. Acabamos de ver en un bar el partido Argentina-Inglaterra. Volvemos contentos, satisfechos. El taxista comienza a despotricar sobre Maradona. Dice que es un tramposo, que así no se vale ganar un partido. Mi papá, sin anteponer sus credenciales como exfutbolista y comentarista profesional de fútbol, defiende serenamente a Maradona: «La mano hace parte del juego. El ojo y la mente también. Hay que ser muy ingenuo para pensar que el fútbol es solo cuestión de pies». He tratado de entender qué quiso decir mi padre. Seguramente me lo explicó al bajar del taxi, pero lo he olvidado.

Hoy, 30 años después, trato de explicármelo a través de la literatura y la filosofía, que son los campos donde entreno a diario. En su cuento “La muerte y la brújula”, Borges expresa aquella idea de que la realidad puede prescindir de la obligación de ser interesante, pero las hipótesis no. Cualquier escritor sabe además que la realidad tampoco tiene la obligación de ser verosímil y en cambio la literatura sí, porque esta no aguanta más simulacro que ella misma. El fútbol se rige por reglas parecidas, porque tampoco es la vida «pero es un gran simulador», como dijo Jorge Valdano, el filósofo del fútbol, precisamente el mayor cómplice de Maradona en aquel Mundial del 86: su primer lector.

El fútbol no calca la realidad, la regatea. Al igual que la literatura y la filosofía, aspira a contener las ficciones más verosímiles y las hipótesis más interesantes. Maradona no trató de negar la mano después del partido, incluso la agrandó a una ficción mayor como única forma de justificarla o de incrustarla en la historia:«Lo marqué un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios», dijo con convicción. El hecho de que en el fútbol no se pueda jugar con las manos no quiere decir que no puedan usarse. En la literatura sucede algo similar: el hecho de que un cuento o una novela no puedan valerse de recursos visuales no significa que no se puedan crear imágenes a partir de las palabras.

En el fútbol los pies suplantan a las manos y no al contrario. Todo el cuerpo aspira a ser una extremidad prensil. Messi ha convertido sus pies en unos tentáculos que amarran la pelota y a ningún árbitro se le ha ocurrido sonar el silbato por ello. En lugar de anular la mano, el jugador convierte su cuerpo en una extensión de ella. En el caso de Maradona, la mano ni siquiera reemplazó el pie sino la cabeza. Y ya sabemos que toda ficción debe pasar por ella.

Como el escritor no puede apoyarse en imágenes explícitas y unánimes, crea un mundo de siluetas en el interior del lector y pone a andar el fantasma sin cara de don Quijote por los caminos del mundo. Todo el planeta reconoce al Caballero de la Triste Figura no porque conozca al verdadero don Quijote, sino porque cada quien proyecta en la realidad la imagen personal que tiene de él, una figura maciza que nadie puede rectificar ni cambiar por un espejismo definitivo. En un mundo donde no existen molinos reales, todo gigante puede ser un molino. En un mundo sin molinos, el escritor es el viento y el lector las aspas. En fútbol Johan Cruyff sería Cervantes: creó un género nuevo y desarrolló él mismo todas sus posibilidades.

El fútbol vive una condición paralela a la literatura con las imágenes: como las manos son la herramienta más inmediata para apresar el balón, están prohibidas en el juego. Y están prohibidas («juego de manos, juego de villanos», decía sabiamente mi abuela) no tanto para invocar los pies sino para exhortar el alma y alimentar el juego con la imaginación. Cuando alguien como Maradona convierte todo su cuerpo en una garra, entonces ya nadie puede decir que una parte de su cuerpo es más mano que otra.

El poeta Antonio Deltoro afirma que el fútbol representa «la venganza del pie sobre la mano». Yo prefiero pensar que el fútbol es la venganza del presente sobre el pasado, porque alguien que mete un golazo siempre será un poco más feliz el resto de su vida, aunque solo lo haya sido en esos momentos puntuales. La venganza del entrenador y del escritor es, en cambio, la del pasado sobre el presente, porque todos los goles que ellos erraron sirvieron de ensayos para meterlos por fin a través de los personajes de una novela o los jugadores de un equipo.

Un gran jugador sabe que debe dominar el balón para controlar el mundo. El entrenador asume el método contrario: domina el entorno para controlar el balón. Un escritor es un jugador imperfecto que ha terminado volviéndose entrenador y jugando mejor sin el balón: de tanto pensar en lo que pudo haber hecho y en las circunstancias que lo afectaron, termina siendo un experto en probabilidades y efectos atrasados, un maestro del ‘hubiera’ y por lo tanto de lo que ‘podrá ser’.

Un delantero juega a fuego rápido: está lleno de futuro inmediato, de promesas instantáneas. Es una probabilidad inflamable, un signo abierto que solo se clausura con el gol. Los goles son la forma de fijar su mutabilidad y su naturaleza potencial, son la manera de articular su pensamiento; los goles son las pausas de su imaginación, el punto seguido de su prosa. Las personas que no nacimos para meter goles cargamos en cambio con el peso del pasado. El jugador se libera de él: sabe leer y escribir el partido al mismo tiempo; si lo hiciera de forma sucesiva, le restaría fluidez o naturalidad y no lograría encajar sus movimientos con los del equipo. Mientras los textos se juegan en pasado y por eso son editables, los partidos solo pueden jugarse en un presente irrevocable.

Mi papá siempre me aconsejaba cabecear hacia abajo, como única forma de asegurar el gol. La mente debe estar atada al suelo, me decía. La cabeza no puede flotar mientras la bola rueda. La cabeza es el mismo balón: debe elevarse por momentos pero nunca olvidar que solo puede rodar en el suelo. Una vez me topé en un parqueadero subterráneo de Barcelona con Pep Guardiola, que en ese entonces era jugador. Caminaba hacia su vehículo. Siempre que leo o escucho su nombre recuerdo su cabeza pensativa en la penumbra del parqueadero. Si un jugador tiene que apuntar su frente al suelo, un futuro entrenador aprende a vivir anticipándose días e incluso años a los partidos, como una forma de nivelar el suelo con su cabeza. Por algo Valdano afirmaba que Guardiola era el único entrenador con el balón en los pies.

Una vez de niño Messi se quedó encerrado en un cuarto justo antes de la final de un torneo. El trofeo era una bicicleta. Messi rompió la ventana y ganó. Un futuro entrenador o un futuro escritor se hubiera quedado encerrado rumiando de impotencia e imaginando lo que pudo haber hecho en el campo para ganarse la bicicleta y, una vez afuera, sigue encerrado toda la vida en ese cuarto mirando el partido por la ventana. Messi, por su lado, nunca se ha bajado de la bicicleta. Entendió que el fútbol es la consumación del movimiento. Lo comprendió tanto que ya no solo vive en constante movimiento sino que muta en un mismo partido: de ser un 10 pasa a ser un 9 y viceversa. Ya en sus tiempos de futbolista llamaban a Valdano ‘filósofo’ no propiamente para elogiarlo y en la última época como jugador en el Barcelona los detractores de Guardiola lo llamaban ‘poeta’ despectivamente.

Como el fútbol no es la vida sino una ficción que tiene la obligación de ser verosímil y sobre todo interesante, el valor principal del fútbol y de la literatura no es la verdad sino la belleza. Sale la realidad y entra la belleza. En la literatura y en el fútbol, e incluso en la filosofía, la efectividad expresiva de un planteamiento es directamente proporcional a su belleza. Un texto no se consuma si no es bello; un gol tampoco, porque todo gol es el final de una secuencia, el punto intensivo que la vuelve continua y la conecta con el comienzo de otra. El gol es una verdad estética, la luz del circuito: no cambia el mundo, pero alumbra algo en el interior de las personas. El gol existe solo en la cancha, pero pervive para siempre en la memoria.

Recuerdo una vez en el Rodadero que mi papá me presentó a un futbolista argentino retirado. Papá me hizo un recuento rápido de su carrera haciendo énfasis en sus hazañas, luego me presentó a un señor calvo, gordo, con un delantal sucio de comida. Era el dueño de un pequeño restaurante. Por supuesto, yo no podía compaginar la imagen de aquel héroe del balón que me había anunciado mi padre con aquel pobre mortal que daba de comer a la gente y hacía la siesta en una hamaca. Hasta que lo vi jugar con una bola de playa esa misma tarde. La bola le seguía siendo fiel... Eso es el fútbol: un sentimiento que perdura, una emoción pegada al cuerpo y un cuerpo que no solo se vuelve la extensión de las manos sino también del corazón. Eso es también la literatura: un señor calvo y gordo que patea 62 veces una pelota sin dejar que toque el suelo. Yo las conté. A veces el fútbol también es elevar la vista y no devolverla al suelo.


 Ronaldo es geómetra euclidiano o newtoniano. Para Messi la geometría es elástica y relativa. Se mueve en una curva o en una tangente continua.

Messi y la distorsión del espacio

¿En qué se parece el fútbol a la física cuántica?
Si Cristiano Ronaldo es el Aquiles del fútbol, Messi es la tortuga de la aporía. Si hay jugadores capaces de devorarse el campo en unas cuantas zancadas, Leo se encarga de desgranarlo hasta volverlo una esfera, un vector de múltiples direcciones, un territorio imaginario donde cada punto está conectado al resto.

Si Ronaldo es un geómetra euclidiano o newtoniano, Messi es uno gaussiano y einsteniano. Para un futbolista de este mundo la geometría es fija y absoluta, un pastel con los pedazos contados y medidos. Para Messi, la geometría es elástica y relativa, un campo multidimensional que él manipula con cada jugada y que distorsiona con los puntos de apoyo de sus pies y los surcos que estos trazan. Por medio de la gravedad que inventan sus pasos, Messi crea huecos, intersticios, recovecos, desniveles, desvíos que no existían un momento antes.

Los otros jugadores corren en secuencias que sacan provecho de la línea recta y el camino más corto. Messi, en cambio, se mueve en una curva o en una tangente continua, en la cresta de una ola, en el incremento continuo de la aceleración. Leo potencia su energía con las fuerzas internas que descubre bajo el relieve de sus propios movimientos. Aprovecha las asíntotas, la derivada de cada función psicomotriz, los ángulos de sus piernas, los límites oblicuos de la velocidad. Su forma de jugar es una intuición del absoluto; la de otros futbolistas, una burda aproximación racional. Messi se mueve sobre el eje donde se funden el tiempo y el espacio; los demás jugadores lo hacen en un plano
cartesiano con esas variables potenciadas pero diferenciadas.

Jugadores como Zlatan Ibrahimović, Luis Suárez o Didier Drogba son cargas positivas imponiéndose por superioridad energética. Messi, en cambio, capitaliza el arco eléctrico que se forma entre dos cargas inversas, crea fusiones con las fuerzas que se oponen a su avance; es un campo de fuerzas electromagnético que va compensando y absorbiendo las cargas a su paso.

Se ha dicho que Maradona tenía el balón atado al pie. El escritor uruguayo Eduardo Galeano afirma que Messi lo tiene dentro de este. Y eso es posible porque ha establecido una síntesis completa con el balón, y ha convertido sus piernas en una extensión indivisible de su mente: Messi juega lo que instantáneamente imagina. Un jugador como Zidane es un bailador de salón que se despliega con facilidad en un área amplia. Messi es un bailarín de estadero que se desempeña extraordinariamente en una sola baldosa: esa baldosa resume toda la cancha.

Leo es dialéctica en acción, esencia dinámica, no solo porque sincroniza en una misma acción la mente, las piernas y el balón. No solo porque es capaz de trasladar la cancha a su imaginación, y volver a los otros jugadores una proyección de su inconsciente. No solo porque convierte a los volantes que lo marcan en aliados involuntarios de sus movimientos. No solo porque simplifica el balón hasta volverlo un átomo multiplicado por toda la materia, y no solo porque amplifica ese átomo hasta igualarlo con el planeta. Sino porque su juego suprime la nostalgia, actualiza el pasado y el futuro en un presente continuo: es la síntesis de la historia del fútbol, la evolución de la rueda, la culminación del punto. El paso de las cuatro patas a las dos piernas y de las dos piernas al aro. La conversión del cuadrado al círculo.
 

Paul Brito
sumario: 
En plena Copa América se cumplen 30 años del partido Argentina-Inglaterra, en el que se metieron los dos goles más célebres de la historia de este deporte. El autor de esta nota toma de referencia uno para compararlo con la literatura.
No

Conversando sobre poesía

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:00
Shutterstock

Nos citamos varios amigos de la extinta tertulia literaria a tomar un café y hablar de Gonzalo Márquez Cristo, el poeta y editor fallecido en estos días. En la conversación hablamos de su revista Común Presencia, del temor que desaparezca y de cómo en este país que hace pocos años se denominaba como un país de poetas, ahora se lee poca poesía. Uno de los temas era hablar de la antología hecha por Harold Alvarado Tenorio con el título Ajuste de cuentas que, como su nombre lo indica, cuestiona todos los nombres de poetas consagrados. El prólogo de Antonio Caballero lo califica de «Un libro a cuchilladas». Y también hace su aporte con comentarios de un malévolo humor santafereño. El libro, pues, tiene su “malditicidad”, expresión de las sabanas de Bolívar e irremplazable.

El libro lleno de chismes, una oda a la maledicencia, atrapa. No lo pude soltar. Me produjo mucho placer ver las fotos de cuando eran jóvenes, los ahora viejos poetas. Caras que conocí cuando el mundo era joven y ajeno.

Me llamó la atención que incluyera a Claudio de Alas, un poeta de Tunja de quien nadie ha oído hablar. Su “Poema negro”, que habla de la amada muerta, a quien el enamorado saca de la tumba y besa su calavera —temas que dijo en mejor forma Julio Flórez— es malo en forma indecible.

También incluyó a Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard, un personaje de Sin remedio, de Antonio Caballero, que escribe poemas y que son del propio autor de la novela. Este Ignacio de muchos apellidos al final de la novela deja inédito su poema épico “La Bogoteida”.

La conversación empezó a fluir. Comenté la anécdota, tal vez falsa, de cómo el poeta nadaísta Amílcar U antes de caerse a un lago en la madrugada totalmente borracho dijo: «Ahora verán al Amílcar glub, glub». Se ahogó.

Prepotente, extravagante  y erudito a pesar de ser tan joven, Amílcar era un personaje muy controvertido en ese Medellín de mis años universitarios. Pasó por Barranquilla y trabajó en Nova Publicidad, fue entonces cuando me  dijo en el bar El Mediterráneo, mientras tomábamos unas frías. «¿Sabes por qué fundé el Nadaísmo? Para escapar de un medio como el nuestro donde hay que hacer el máximo esfuerzo para obtener un mínimo de placer».

Después de su muerte, y estando de paso por Medellín, busqué en vano su único libro de poemas Vana Stanza. Alguien me dijo que lo encontraría en casa de unos familiares en el barrio Loreto. Fui hasta allí, inocente que andaba por campos minados. Al volver alguien me dijo que era un sobreviviente. El libro pequeño, esmirriado, lo guardo como un tesoro, pero su poesía, muy intelectual, me deja frío.

Algunos de los contertulios relataron sus últimas lecturas de poemas. Alguien mencionó el premio nacional de poesía inédita. Concursaron 400 poetas inéditos. ¿Pero es que aquí hay cuatrocientos poetas? El ganador este año fue el escritor Octavio Escobar Giraldo, una revelación. Le escribí al autor pidiéndole me mostrara algo de su inspiración. Me llegó cuando este artículo ya estaba en marcha, pero el primer poema dice así: “Francisco 76 años. Pese a todos los esfuerzos/ su corazón no late ya/ contra la página en blanco”.

Terminaba de hablar de este tema cuando sentí un silencio hondo a nuestro alrededor. ¿Qué pasaba? Nada en particular. Simplemente que todos los otros clientes del sitio estaban chateando en sus celulares. Las nuevas formas de conversación y comunicación. No era silencio, era el presente, y nosotros estábamos conversando en alta voz de poesía. Un anacronismo total. Mis contertulios, para ponerse a tono, sacaron sus celulares y empezaron a llamar a sus casas y dar explicaciones del porqué habían apagado sus aparatos. Abandoné la reunión y me sumergí en “la noche balsámica”.

Ramón Illán Bacca
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Miguel en Cervantes

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:00

Una recreación gráfica a cargo de David Rubín y Miguelanxo Prado, bajo la denominación ‘Miguel EN Cervantes. El retablo de las maravillas’, recopila uno de los ocho entremeses publicados en 1615 por Miguel de Cervantes Saavedra, y conforma una exposición que en Barranquilla están presentando la Embajada de España y su Consejería Cultural, así como la Universidad Metropolitana y su dirección de Extensión Cultural, en desarrollo de la Semana Cultural Colombo Española.

David Rubín pone rostro a lo dramtis personae de ‘El retablo de las maravillas’, y Miguelanxo Prado, que perfila el físico del escritor y su trayectoria vital recreando los escasos datos ciertos sobre su biografía.

La Acción Cultural Española, la Comunidad de Madrid y el Instituto Cervantes respaldan ‘Miguel EN Cervantes. El retablo de las maravillas’ con el propósito de que “palabra e imagen seduzcan a los amantes de la literatura hacia la ilustración y a los amantes del cómic hacia los textos clásicos”.

El proyecto incluye un libro de Astiberri Ediciones y Acción Cultural Española en el que se evidencia “el binomio entre la ficción y la realidad que Cervantes aborda en el entremés sirve para descubrir las conexiones que existen entre esta obra y su biografía. Y lo planteamos desde uno de los enfoques que marcan su estilo literario: el del humor y la ironía”.  Precisa la publicación que “El retablo de las maravillas que salió de la pluma de Cervantes es una mordaz y genuina revisión castellana de un cuento oriental que tuvo varias adaptaciones en Occidente, entre ellas la que conocemos como El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen. Pero es mucho más. Es la forma de conocer la época que vivió Miguel de Cervantes: un Barroco marcado por la importancia de las apariencias, por la moral y la honra, por las grandes diferencias entre ricos y pobres, y por el miedo al ridículo y a sentirse diferente”. 



Redacción
sumario: 
La narrativa, el diseño gráfico y un texto teatral clásico convertido en un cómic actual amplían y popularizan la vida del autor de ‘Don Quijote de la Mancha’ en una exposición que están presentando la Embajada de España en Colombia y la Universidad Metro
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El personaje que se mueve en la oscuridad

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:00

El escritor cartagenero Gerardo Ferro ha ido discurriendo en un proceso de interiorización literaria, variaciones de una narrativa con forma total que ya le es característica. Su experiencia en la escritura ha moldeado un estilo que se consolida en un riguroso proyecto creativo, varios libros de cuentos, dos novelas y un buen número de  reconocimientos a su vocación literaria en su haber. Ya lo dijo Roland Barthes: La historia de un novelista es la historia de un tema y sus variaciones.

Ferro presentó en la reciente Feria del Libro de Bogotá, con el sello de Collage Editores, una novela sobre la pasión que despiertan los libros en quienes los leen, y la necesidad obsesiva del hallazgo en quienes escriben. En el pequeño espacio de una librería de ejemplares viejos se desarrolla la dinámica que da fuerza a los episodios de Cuadernos para hombres invisibles, revelando su pericia para, con los limitados recursos que son los indicios, dar continuidad a una trama hilvanada en la intriga, partiendo siempre de una hoja manuscrita, con epígrafes tomados de textos literarios de autores reconocidos, que terminan siendo la clave para descifrar los ingredientes de una atractiva materia narrativa.

Gabriel Farfán, un escritor frustrado, protagoniza esta novela. Tras discurrir una primera opción de vida como periodista, se convierte en editor de novelas alucinantes y, por tal motivo, es tratado con cierta consideración y respeto en el medio editorial, donde se lo tiene por algo más que un genio creativo de la literatura más descarnada que se produce en el país. Su realidad es, en cambio, la de un mercenario de las artes editoriales, que consigue hacer de una pila de desechos su gran negocio, ganándose el muy merecido apelativo de El Gurú de los Best—Sellers Sucios.

Esta condición da forma al relato ficcional, urdido sobre la base de un cuento. Aquí se revela una de las costuras visibles de la trama, pues al abrir sus páginas se pone de presente la gran similitud entre los hechos que también en la novela se desenvuelven. En otras palabras: son cuentos dentro del cuerpo de la novela, en medio de acciones y ocurrencias de la vida de un protagonista perseguido por un doble, un fantasma, un idéntico que es él y que son otros. Ese cuento inicial lleva por título “El fantasma”, y está firmado con el seudónimo de ‘El Hombre Invisible’. La mentalidad triunfalista en Gabriel Farfán irá disminuyendo en la misma medida en que empieza a ser consciente de su naturaleza plural, a partir de unos episodios de persecución y suplantación de su personalidad. En un singular contrapunto entre lo real objetivo con lo imaginado, se desarrolla un recurso ingenioso, bastante complicado en la singularidad de su armazón literaria. Su persecutor, que ha tomado la decisión de desaparecer del mundo, se refugia en una fortaleza de libros viejos, hasta convertirse en una figura sin rostro o, mejor, en un rostro perdido en otros rostros, una sombra que se disfraza, que encuentra su forma en la piel de los demás. En sucesivos cuadernos y en entregas puntuales, el lunes de cada semana se van abriendo los diferentes capítulos, aumentando en la emoción del lector que termina persiguiendo cada pista con ahínco, como si se tratara de una reconstrucción forense, a partir de un juego de incógnitas cifradas en los epígrafes, armando, de esa manera, un rompecabezas literario de recursiva concepción.

El asunto tiende a perder el hilo anecdótico en una realidad cada vez más compleja, pues en tanto Gabriel Farfán trata de develar al autor de los seguimientos, más se enreda en una compleja maraña de identidades, de modo que quien persigue puede tomar la forma de un hermano gemelo idéntico, o de cualquier otro de sus amigos o conocidos, que parecieran ser, a su vez, uno más de los tantos que habitan bajo su piel, siendo otras de las tantas máscaras que ha ido creando Farfán a lo largo de su vida. Todos, como cortados por la misma tijera, se parecen a él pero, a diferencia de las otras pistas, con estas podría mantenerse resguardado, siendo al mismo tiempo más reveladoras. El protagonista y ‘el otro’ son y no son la misma persona, no obstante las evidentes similitudes entre ellos.

El recurso metodológico es bastante ingenioso: la vida del lector está enriquecida por los libros que se cruzan en su camino, en su singularidad ellos proporcionan el deseo de ampliar los linderos del conocimiento. Entre sus líneas se esparce el significado de nuestras acciones, y los secretos de la historia que somos están develados en las páginas abiertas de los textos literarios. Es lo que se encuentra en este memorial, hombres invisibles, escritores mercenarios, lectores obsesivos y libros de culto: la tentativa por descubrir el enigma de una identidad múltiple, y por eso las alusiones a Saramago, Shakespeare, André Gide, Maupasant, Faulkner,  García Lorca, Henry Miller, Nietzsche, Onetti, Quevedo y Dostoievski, o a escritores de ciencia ficción como Bradbury, Asimov, Philip Dick, y uno que otro menos conocido como Philip José Farmer, que pareciera haber sido sustancial en sus influencias pues, como se sabe, en las obras de Farmer suelen aparecer personajes tomados de novelas de otros autores.

En su cuento “Examen de la obra de Herbert Quain”, Borges hace unas evocaciones inevitables al percibir, con toda lucidez, la condición experimental de sus libros. Leerlos con la placidez de conocerlos por dentro para llegar a los secretos que revelan sus páginas y que, al compararlas con el destino y el trascurrir interlineal de las vidas, terminen por mostrar las decisiones más importantes de un escritor. Aplicable por entero a la obra de Gerardo Ferro en esta, su segunda novela (había publicado Las escribanas en 2011), al describir las ocurrencias de ‘F’, tras un año y tres meses de seguimientos, durante los cuales escribe esos relatos semanales que envía a Farfán, detallando las dos columnas de su cotidianidad, sus rutinas y su condición humana.

Los epígrafes hacen parte de la búsqueda de la concreción en esta trama de dobles perfectos. Los escritores considerados son Enrique Vila Matas, Alejandra Pizarnik, Carlos Fuentes, William Faulkner, Fernando Pessoa y Philip José Farmer. A la manera de ellos, Onetti, en El astillero, hace lo propio en este texto: «Nuestra manera de vivir es una farsa, no lo admitimos porque cada uno necesita proteger su juego personal… y usted y él lo saben, y saben que el otro está jugando. Pero se callan y disimulan». 

Álvaro Suescún T.
sumario: 
La pasión y las obsesiones que despiertan los libros en quienes los leen y los escriben bordean la segunda novela del cartagenero Gerardo Ferro. La obra ‘Cuadernos para hombres invisibles’ ha sido presentada en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
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‘Cuadernos para hombres invisibles’

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:00

El lunes un nuevo sobre llegó sin falta.
—Usted me perdonará, señor Gabriel —le dijo Casandra dejando el sobre en el escritorio—, pero le insisto en que lo mejor es llamar a la policía. Esto es cosa de locos.
—Ya te dije que yo me hago cargo.
—Además, se le está acumulando todo el trabajo por andar prestándole atención a lo que no debe.

Casandra estaba equivocada. Todos sus compromisos, todas las citas incumplidas, todo el trabajo acumulado podía volver a la misma alcantarilla pútrida de la que nunca debió salir. Todo podía esperar menos El Hombre Invisible y sus intentos de comunicación. Así que no escuchó los consejos de su secretaria punk-rastafari y abrió el sobre con cuidado. Sacó el papel y volvió a descifrar las letras (las eres rebeldes, las eses fagocitando la vocal precedente y la consonante siguiente, las a camufladas, las e imperceptibles, las enes como la chispa de un trazo) que ocupaban el centro de la hoja:

«La respiración del hombre y la del fantasma, el uno frente al otro, pero invisibles.» Carlos Fuentes

El uno frente al otro, ¿significa que estamos cerca?, se preguntó Gabriel, y no supo si aquello lo alegraba o lo aterraba aún más. Después de almorzar, se desvió del habitual camino de regreso para entrar a la librería de un centro comercial cercano. Gabriel visitaba la misma librería cada mes, y aunque no se trataba de una visita formal, ni buscaba datos exactos (estos eran enviados directamente al área respectiva de Periferia), aquellas visitas le servían para medirle el pulso a las ventas. En realidad, con el tiempo, Gabriel terminó por incorporar las visitas a sus rutinas, y el administrador de la librería las sorteaba con los mismos formalismos de siempre frente al estante especial donde eran exhibidos los libros de la editorial. Pero a diferencia de las otras visitas, ese día a Gabriel le interesaba algo más.

Mientras almorzaba decidió que averiguaría entre los libros de Fuentes de dónde provenía aquella amenaza. Sin embargo, una vez de pie frente a los libros del mexicano se sintió anquilosado, incapaz, casi estúpido; le era imposible, siquiera, abrir uno al azar. ¿En cuál de todos los libros de Fuentes estaba aquella frase? Aunque nunca fue de sus escritores favoritos, recordó haber leído algunas de sus novelas en su época de universitario. Las había olvidado todas. No tenía una sola pista de dónde empezar a buscar. Pensó ir a la Biblioteca Nacional, apoyarse en algún bibliotecario erudito y buscar un tomo de las obras completas del escritor. Pero suponiendo que diera con la procedencia exacta de la frase, ¿de qué le serviría encontrarla? Miró a su alrededor los escasos clientes de la librería, trató de distraerse con el bullicio del centro comercial, rechazó la ayuda de la dependiente que se ofreció a guiarlo en caso de necesitar un consejo. En fin, dio vueltas en su cabeza antes de decidirse a salir por donde había entrado y volver a su oficina. De nada le serviría encontrar la frase, creía entonces. Su significado ya no estaba atado a su contexto, sino a la experiencia de los ojos que ahora la miraban. Por lo tanto, los demás párrafos sobraban y la frase escogida importaba porque solo ella existía frente a los ojos de su único lector.

Nada extraño ocurrió entre el tercero y cuarto epígrafe.

Nada, salvo el intento de conversación con Irene el viernes por la noche. 

Sobre el autor

Escritor y periodista. Ha publicado los libros de cuentos ‘Cadáveres exquisitos’ (2003) y ‘Antropofobia’ (2006), y las novelas ‘Las escribanas’ (2012) y ‘Cuadernos para hombres invisibles’ (2016). Ha sido Premio Nacional de Cuento-Joven Ciudad de Bogotá (2003), Premio Nacional de Cuento Universidad Industrial de Santander (2006), Premio de Cuento Álvaro Cepeda Samudio (2005), y Premio Regional de Cuento (2003) y de Novela (2012) del Instituto de Patrimonio Cultural de Cartagena.

Ha sido finalista del IX Premio Iberoamericano de Relatos Corte de Cádiz (España).  

Gerardo Ferro R.
sumario: 
El autor de la novela, de la que se publica este fragmento, está radicado en Montreal y es coeditor de la revista virtual ‘Hispanophone’.
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Primeras luces sobre la tumba de Aristóteles

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:00

Cuando el arqueólogo griego Kostas Sismanidis empezó, en 1990, las excavaciones en la antigua ciudad de Estagira, el lugar de nacimiento de Aristóteles, ni se le pasaba por la cabeza encontrar la tumba del filósofo, cuya obra constituye uno de los fundamentos del pensamiento occidental.

«Yo no busqué la tumba de Aristóteles, fue ella la que me encontró a mí», dice en una entrevista a Efe el veterano arqueólogo, que dirigió las excavaciones a Estagira durante una década, (1990 -2000).

De hecho, Sismanidis explica que, mientras todos sus colegas creían que en realidad buscaba la tumba del filósofo, él estaba molesto con este comentario porque su único objetivo era «reconstituir la antigua ciudad». «Me decían que sería feliz, como todo arqueólogo, si hallaba la tumba de Aristóteles, con sus ajuares funerarios, y yo les contestaba que, si la descubría, lo que verdaderamente me gustaría encontrar en ella era una obra suya que se hubiera perdido», detalla.

Fue en 1996 cuando él  y su equipo hallaron las ruinas de un edificio situado entre una galería del siglo V a. C. y un templo de Zeus del siglo VI a. C., dentro de la antigua ciudad, cerca de su ágora y con vistas panorámicas, en cuyo suelo descubrieron un rectángulo de 1,30 por 1,70 metros que correspondía a un altar. En el interior de las ruinas del edificio se encontraron objetos —entre otros, monedas de Alejandro Magno y de sus sucesores— que situaban su construcción al comienzo del periodo helenístico.

Los restos del techo hallados mostraron que este se había  hecho  con tejas de la fábrica real, lo que significaba que se trataba de un edificio público.

«Pensé que se trataba del mausoleo de Aristóteles, pero quería estar seguro antes de anunciarlo, por eso me sumergí en el estudio de las fuentes escritas antiguas», precisa Sismanidis, que dio la noticia el pasado 26 de mayo de 2016.  Explica que se convenció de que estaba en lo cierto «hace diez años», cuando se dio cuenta de que todos los documentos antiguos consultados daban una descripción idéntica sobre el traslado de las cenizas de Aristóteles de la ciudad de Calcís (la actual Calcidia), donde murió en 322 a. C., a Estagira, y de su funeral en su ciudad natal.

Sin embargo, y a diferencia de lo que hacen muchos colegas suyos ante un descubrimiento así, es decir, anunciarlo a los medios, Sismanidis quiso someterlo a la crítica de la comunidad científica.

La comunidad arqueológica monta en cólera cada vez que se producen casos como el de 2014 en la tumba de Anfípolis, donde la mediatización de los hallazgos por parte de la directora de la excavación provocó decenas de especulaciones y desmentidos que repercuten negativamente en la credibilidad de los profesionales.

«Mi intención era anunciar (mi teoría sobre la tumba) en el libro dedicado a la década que trabajé en las excavaciones de Estagira, junto con los demás hallazgos. Pero como 2016 fue decretado año de Aristóteles y se organizó en Salónica un congreso mundial sobre el filósofo, pensé que era el lugar apropiado para el anuncio», explica el arqueólogo quien atribuye el retraso en la publicación del libro —una obra de tres volúmenes— a la dificultad de encontrar algún editor.

No obstante, la atribución de una tumba a algún personaje histórico es muy difícil de demostrar con certeza, asegura prudente este arqueólogo, ya que «en los monumentos de este tipo solo se puede estar seguro si hay alguna inscripción». Cita el caso de la tumba del rey macedonio Felipe II, padre de Alejandro Magno, que fue descubierta en 1977 en Vergina, 80 kilómetros al suroeste de Salónica. «Estaba  intacta, con todos los ajuares funerarios, pero sin ninguna inscripción, por lo que no h ay unanimidad entre los arqueólogos». Añade ice Sismanidis, y añade que él, en cambio, descubrió «una tumba destrozada».  Sismanidis, que se retiró en 2013, asegura haber dejado a su equipo «en buenas manos», aunque esto no le impediría, si se encuentra dinero para nuevas excavaciones en Estagira, volver a «echar una mano» a sus antiguos colaboradores.
 

Yannis Chryssoverghis
sumario: 
En medio de la conmemoración de los 2.400 años del nacimiento del filósofo griego, el arqueólogo Kostas Sismanidis, también griego, asegura que halló la tumba del padre de la lógica.
No

El inventor de una percusión jazzística lúdica

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Domingo, Junio 5, 2016 - 00:00

Baterista, percusionista prodigioso, cantante y compositor, muy pocos percusionistas en el mundo alcanzan las alturas en las que se ha movido y se mueve este fenomenal artista brasileño, que al lado de su coterráneo Naná Vasconcelos y Trilok Gurtu, de la India, por ejemplo, conforman una trilogía cimera de la percusión contemporánea, logrando extraordinarios caminos de experimentación siempre a partir de las filosofías percusivas más primitivas y cotidianas de sus respectivas culturas sonoras.

En el caso de Airto, sus largas inmersiones en la selva brasilera le sirvieron para sorprendentes hallazgos: hojas, semillas, troncos, cuencos de agua, cordófonos desconocidos, sonajeros rituales, que el usa en un inmenso y complejo set de percusión en el que abundan toda clase de címbalos, espirales, pitos, platillos, tambores de diversos tipos y culturas, panderos y tambourines, con el que ha podido demostrar con la mayor solvencia cómo es posible tocar al mismo tiempo batería y percusión, además de cantar, hacer efectos vocales inauditos, logrando con todo ello un complejísimo discurso sonoro que es habitualmente complementado con su gran espectacularidad en su interpretación llena de un asombroso histrionismo y de una impresionante lúdica en su dinámica de ejecución.

Las repercusiones de su estilo y de su música han sido tan importantes y poderosas que prestigiosos medios de comunicación se vieron en la obligación de abrir en sus parámetros de mediciones de favoritismo para lectores aficionados y críticos profesionales una categoría especialmente dedicada a la percusión, que antes de Airto no existía. Estamos hablando de casos como el de la revista Downbeat que lo hizo a partir de 1973. Después de eso, y en años posteriores, Airto ha sido considerado como el percusionista número uno por medios tan respetables como Jazz Times, Modern Drummer, Drum Magazine, Jazzizz Magazine, Jazz Central Station’s Global Jazz Poll, a través de Internet, así como muchas publicaciones de Europa, Latinoamérica y Asia.

Airto Moreira tuvo la oportunidad histórica de ser percusionista de uno de los grupos más famosos del monstruo Miles Davis en 1970, al lado de Chick Corea y de otros grandes como Wayne Shorter, Dave Holland, Jack DeJohnette, John McLaughlin y Keith Jarrett, para las legendarias sesiones de grabación fundacionales del jazz-rock con el disco Bitches Brew, lugar al que había llegado por recomendación del tecladista Joe Zawinul.

Luego de dos años en las filas de Davis, con quien participó en producciones como Live/Evil, Live at the Fillmore, On the Corner, The Isle of Wight, Bitches Brew y en las Fillmore Sessions, se unió al grupo Whether Report de Zawinul, y más tarde se vinculó a otro desertor de aquel grupo de Miles Davis, el pianista Chick Corea, para hacer parte en la conformación y desarrollo de uno de los grupos de mayor importancia en la música de jazz cotemporáneo: Return to Forever.

Esas dos experiencias de nivel internacional con profundas huellas en la historia podría decirse que graduaron con honores a un buscador incansable de sonidos que había empezado muy niño en Curitiba a vivir en función de la música, convirtiéndose en un profesional muy joven vinculado a varias bandas brasileras de comienzos de los años 50 cuando él solo tenía escasos 13 años.

A sus 17 se muda para la ciudad de Sao Paulo y trabaja en los clubes nocturnos y en la televisión como baterista, percusionista y cantante. Pero es en Río de Janeiro donde ocurrirá un importante suceso en su vida. Allí conoce en 1965 a la cantante Flora Purim, con quien a lo largo de muchos años de vida juntos ha logrado uno de los equipos de trabajo musical más importantes del jazz vocal. Ambos terminan mudándose a los Estados Unidos y allí imponen esa modalidad muy particular de canto jazzístico que fascina a la escena norteamericana, luego de que una década antes la bossa nova revolucionara el gusto musical norteamericano.

En Nueva York logra importantes colaboraciones como side man de hombres clave en el jazz como Reggie Workman, JJ Johnson, Cedar Walton y el bajista Walter Booker, a través de quien logra contactarse con otros músicos como Cannonball Adderley, Lee Morgan, Paul Desmond and Joe Zawinul.

Pero, en lo personal, al margen de todas esas importantes participaciones de Airto & Flora con tantos grandes del jazz hay que decir que ya desde 1971 con un álbum absolutamente impecable como Seeds on the Ground, al lado de Ron Carter, Hermeto Pascoal (con quien había compartido en 1967 como integrantes del Cuarteto Novo) y Sivuca (otro de los indispensables en los nuevos procesos de la música brasilera) le dan un lugar en la historia a temas como Andei, Juntos, El sueño y Ramos de rosas (I, II). Imposible no mencionar un álbum como Free (1972) producido por la CTI con la presencia de Chick Corea, Keith Jarret, George Benson, Joe Farrel, Stanley Clarke, Ron Carter, Hubert Law y Flora Purim. El disco tiene la marca conceptual de Creed Taylor en la producción; y su mención aquí inevitablemente nos remite a aquellos profundos y lejanos lamentos de Airto en el disco El Mar, de George Benson.

En la línea de mis preferencias, y porque fue el segundo álbum de él que llegó a mi naciente colección, está su disco Fingers (1973), y en él grandes temas como Paraná y Tombo en 7/4, en el que Airto hace una de las muestras más hermosas de canto jazzístico a su manera.

Luego vendrían producciones como Tierra virgen (1974) en el que se reafirmaban los principios de los discos anteriores pero avanzaba un poco más en el campo electrónico haciendo grandes diferencias distintivas con cosas del mismo orden que sonaban en ese mismo momento como el caso de los mismos Corea, Zawinul y Hancok, por ejemplo.

Y tengo que destacar entre mis preferidos de Airto su álbum de 1977 titulado Yo estoy bien y tú? en el que temas como el que le da nombre al disco, o La gente feliz, hacen de este un álbum que sigue fiel a las atmósferas exóticas muy propias de los recursos vocales y percusivos de Moreira, pero sugiere nuevos rumbos a través de arreglos de sintetizadores y solos de saxo o trombón de estricto rigor jazzístico.

En 1988 este cronista hacía parte del equipo de periodismo cultural que realizaba el primer programa cultural de Telecaribe, bajo la dirección de Miriam de Flores. Y recuerdo que tuve la oportunidad de recomendar para transmitir en nuestro espacio, en la Semana Santa de ese año, la Misa Espiritual de Airto Moreira que comercializaba la Transtel alemana, una obra extraña y exquisita con la participación, entre otros, del gran orquestador norteamericano del jazz Gil Evans, que quién sabe quién más recuerde por estos lares.

Siguiendo la huella de las propias experiencias toca referirse, cómo no, a un disco de 1992 titulado The Other Side of This, al lado de José Neto y Flora, en el que curiosamente hay algunos temas de percusión y canto ritual cubanos, rareza que nos permite introducir aquí el comentario pertinente acerca de la gran diferencia que existe entre estos dos universos percusivos, al mismo tiempo tan cercanos en el substrato africano y tan distantes en sus formas y sus ejecuciones y sus atmósferas. Nana Vasconcelos, el propio Airto Moreira o el destacado percusionista Armando Marcal, que estará también en Barranquijazz con Joa Bosco, pueden ser ejemplos para ilustrar estas diferencias estructurales entra
una y otra percusión.

Y me quedan solo dos discos más de los que quisiera hablar: uno es el bellísimo de Chick Corea, titulado The Boston Three Party (2007), con Eddie Gómez (el gran contrabajista puertorriqueño de los famosos tríos de Bill Evans) y, claro, Airto en la batería, del que es una gran experiencia estética escuchar el famoso Waltz for Debby, precisamente de Evans. Y el otro es el Airto & Flora, live in Berkeley (2012), la grabación de un espectáculo memorable en el que revisitaron algunos de los estándares más queridos de ambos.

Airto Moreira, portador de muchos otros méritos musicales y personales vendrá por primera vez a Barranquilla haciendo parte de un ensamble de prodigio: Justo Almario en el saxo, Abraham Laboriel en el bajo eléctrico, Julio Padrón en la trompeta, Pete Escobedo en los timbales, Jimmy Bradley en la batería y Airto Moreira en la percusión.

Es de verdad una presencia histórica la que representa Airto Moreira en Barranquilla, y ningún momento puede ser más propicio que el de estos 20 años de Barranquijazz, porque quienes hacíamos sonar los discos de este brasileño en la radio barranquillera hace 20 años, precisamente, nunca sospechábamos que fuera posible el cumplimiento de un sueño así.


Moreira emplea hojas, semillas, sonajeros de rituales de la selva brasilera..

*Autor del libro ‘Cámara de jazz’, en edición bilingüe español/inglés, traducido por Miguel Falquez-Certain.

Miguel Iriarte
sumario: 
El brasileño Airto Moreira hará historia con su participación en el 2016 en los 20 años de Barranquijazz, en compañía de Pete Escovedo, Justo Almario, Abraham Laboriel, Jimmy Bradley y Julio Padrón.
No

Latitud 12de junio de 2016


Lo que más nos duele de la muerte de Borges

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Domingo, Junio 12, 2016 - 00:00

Borges nos ha dado la peor de las sorpresas: la más previsible. Hacía un mes o dos que no disparaba sus ocurrencias geniales. Hemos debido sospechar que algo grave se le avecinaba. Sin embargo, él cumplió con las reglas de juego que había inventado. Y nos dio las pistas a todos sus lectores para que adivináramos el desenlace. Se fue para Ginebra diciendo que quería quedarse a vivir allá. Y además, a los 86, se casó. Era más que suficiente para que alguien que hubiera vislumbrado que estaba escribiendo su artículo de muerte.

Pero la gente se distrajo como siempre, pensando en los imposibles episodios de alcoba. Y no se percató de que era el último protocolo de Borges con lo invisible. Como en sus relatos mágicos, nos asombró a todos con el párrafo final. Teníamos tal confianza en su imaginación prodigiosa que creíamos que, al concluir su vida, iba a salirnos con otra cosa.

Lo que más ayudó a crear este despiste fue el Premio Nobel. O mejor: el sistemático no otorgamiento del Premio Nobel. Borges lo convirtió en un argumento paralelo dentro de su propia existencia. Como los que introducía en sus obras, en sucesivas digresiones del tema principal, para no perder la atención del público. Durante muchos años se le asedió con la pregunta estúpida de si ambicionaba el galardón de Estocolmo. Primero explicó sarcásticamente, aparentando desprecio por la decisión inalcanzable, que si la Academia decidía dárselo a los esquimales, lo haría aunque éstos nunca hayan tenido nada parecido a un escritor. Pero ante tanta insistencia en interrogarlo sobre lo mismo, Borges acababa diciendo que sí, que aspiraba a obtenerlo. «Pero solo por vanidad», agregaba rápidamente, como para que no se dieran cuenta de que había bajado la guardia.

Lo lógico era pensar que decía la verdad. Un hombre con semejante capacidad de abstracción, que usaba la metafísica apenas como un juguete de la fantasía, podía perfectamente llegar a desinteresarse de lo que la gente creía que más le interesaba: el reconocimiento mundial de su excelencia literaria. La gente no se daba cuenta de que Borges ya había obtenido esa excelencia tan incuestionablemente, que quienes corrían el riesgo de no reconocerla eran los jueces suecos. Borges se les convirtió en la institución literaria más respetable del planeta.  Y eran ellos quienes no tenían la  suerte de premiarla. Ahora perdieron definitivamente esa oportunidad de hacerse famosos.

Adoptó las posiciones políticas más contradictorias. Muchas de ellas valerosas, como contra Perón. Otras, degradantes como la que lo doblegó ante dictaduras más recientes del cono sur. Pero nunca perdió su capacidad para, dándoselas de imparcial, hacer chillar a sus compatriotas. Así, sobre la pelea de Inglaterra con Argentina por las Islas Malvinas, dijo que se trataba de «dos calvos peleándose un peine». Y lo mismo cuando despotricaba contra la vanidad argentina, inflada en sus generales, sus políticos, artistas, cantantes y futbolistas.

Por lo mismo, contó y cantó mejor que nadie muchas cosas y personas de su país. Las más humildes, sobre todo. Fue el Homero de los compadritos, de los bailadores de tango, de los ases del puñal y la baraja. Lo seducían los suburbios, con caras patibularias y riesgos de muerte en cada esquina, no siempre rosadas sino a menudo sangrientas como la luna de Quevedo. Y la prueba de que su imaginación no sólo se paseaba con los bajos fondos de Buenos Aires sino también del hampa norteamericana, es la galería de gánsteres con que decoró su insuperable Historia universal de la infamia. Pero también los patios emparrados y las guitarras guiando sus pasos por entre el canto de agua de los aljibes cristalinos.

Hubo varios, muchos Borges que él mismo se complacía en multiplicar y enfrentar como una manera de esconder su timidez y revelar su enorme capacidad creadora. El que conocimos en Cartagena hace muchos años era un semiciego vacilante que, apoyado en su bastón, balbuceaba genialidades sobre cualquier cosa: desde Goethe hasta el unicornio. Si hubiera que escoger entre esos espejos de un mismo semblante literario, yo diría mi predilección por el Borges que hizo de la fantasía una ciencia exacta y de sus objetos más insólitos una pulcra descripción fenomenológica.

Hoy se escribe mucha ciencia-ficción. Con ella se trata de taladrar novelísticamente el futuro con los instrumentos conceptuales que las ciencias ponen a nuestro alcance. Borges hizo, con mayor éxito, todo lo contrario: introdujo un orden rigurosamente científico, casi diríamos que matemático, en sus sueños, inventos, ocurrencias y hasta disparates. El fuerte golpe que se dio en la cabeza fue afortunado porque lo obligó a cambiar la metafísica por los cuentos más fantásticos. Pero sin abandonar jamás la precisión algebraica de sus laberintos mentales, impregnados profundamente de hermosos hallazgos, pertinente erudición y buen humor inagotable. Un estremecimiento nuevo en la literatura de todos los tiempos.

Jorge Luis Borges acabó así con el mito romántico de la imaginación supuestamente desbordada e indómita de los poetas chirles. Esa imaginación, silvestre como la verdolaga, que no se manifestaba sino en una incontinencia verbal, acompañada a menudo por la falta de higiene y una ausencia perpetua de las peluquerías. De ese caos complaciente de emociones baratas y bombos alcahuetas para tantos talentos falsos como inundaron a Latinoamérica, Borges creó un nuevo universo poético regulado por leyes objetivas en donde no es posible engañar al lector porque hasta sus más audaces fantasías tienen la misma precisión comprobable de la realidad que lo rodea.

Se ha dicho que lo más curioso de la literatura es que solo lo que es nuevo en el fondo es nuevo también en la forma. Jorge Luis Borges demostró la veracidad de esa consigna estética con su obra maravillosa. Va a pasar una eternidad antes de que ese universo privilegiado y sin embargo accesible que creó su inteligencia portentosa, pueda ser reproducido y reciclado como inútilmente lo intentan montones de imitadores, de quienes serán seguramente todos sus defectos. Y eso es lo que más nos duele de la sorpresiva aunque inevitable muerte de Borges: que ya nadie podrá agregarle un capítulo, pero ni siquiera una línea auténtica, a su obra irrepetible. Hemos perdido, con ella, nuestra mayor ración viva de placer intelectual.
 

Juan B. Fernández Renowitzky
sumario: 
La reacción del entonces director de EL HERALDO, escrita el mismo día de la partida del argentino, sobre quien sentenció: «Borges hizo de la fantasía una ciencia exacta y de sus objetos más insólitos una pulcra descripción fenomenológica».
No

Diario del mes de la muerte de Borges

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Domingo, Junio 12, 2016 - 00:00

Miércoles 1° de junio
Hoy comienza el mes en que, hace 30 años, murió Jorge Luis Borges. Exactamente, el aniversario de su muerte tendrá lugar el próximo día 14: será martes. Hace 30 años, en 1986, fue un sábado cuando se puso en marcha esa cuenta anual que en este junio lluvioso llegará a esa cifra de tan grave rotundidad que el mundo entero no la pasará por alto. Fue un sábado luctuoso, triste, porque fue la verdadera, la exacta y la única fecha de su muerte; la del próximo martes 14 será sólo una efeméride.

Sin embargo, ese martes, cuando abra los ojos por la mañana, lo primero que pensaré será: «Hoy murió Borges». O, mejor: «Hoy morirá Borges». De modo que ese día la segunda de sus dos fechas definitivas (esas dos fechas a las que él solía aludir en sus poemas como los límites de toda vida humana) será, para mí (y, bueno, para mucha gente), no el sábado 14 de junio, sino el martes 14 de junio. A Borges, que creyó en que era posible modificar el pasado, no le habría desagradado ese ligero pero significativo cambio.

Jueves 2 de junio
La Academia Sueca nunca le dio el Nobel. Recuerdo que, desde el comienzo mismo de la década de los años 1980 (y, según sé, desde antes, pero eso no lo recuerdo), su nombre figuraba cada año entre los principales candidatos. Una vez, en un periódico, leí que él admitía que aún mantenía la esperanza de recibirlo y que esa esperanza, decía, «era una zozobra». Fue entonces cuando tuve aquel sueño en que, transformado en uno de los orilleros de su literatura, yo, con el fin estrictamente humanitario de librarlo de esa zozobra inmerecida, lo maté a cuchilladas en el escenario más improbable: ¡en la cafetería de la Universidad del Atlántico! Recuerdo que, en el sueño, su viejo y lento cuerpo se desplomó como un ídolo y que sus inmensos ojos vacíos se cerraron sin agonía.

Pero también tengo presente que él aprendió a burlarse del perpetuo aplazamiento de que lo hizo objeto Estocolmo. «Hay una nueva tradición sueca que consiste en negarle el Premio Nobel a Borges», decía con sorna cáustica (más corrosiva que la soda cáustica).

Cuando nuestro García Márquez (salvo que Borges también es nuestro) lo obtuvo en 1982, el máximo favorito era el argentino. Vargas Llosa, a quien el puñetazo que le había propinado al autor de Cien años de soledad seis años atrás no le había bastado para exorcizar su rencor contra éste, afirmó entonces que era un premio político, que el ganador sin corona (o sin medalla) era Borges. El Nobel a García Márquez no fue, desde luego, un premio político (o, si hubo razones políticas para dárselo, éstas no fueron en todo caso más ni más determinantes que las justas y apabullantes razones literarias), pero, al parecer, la negativa del Nobel a Borges sí fue un despremio político.

España, que pudo paliar o compensar un poco ese error mayúsculo otorgándole el Cervantes, cometió la torpeza de dividir el galardón entre él y el poeta Gerardo Diego, un escritor mucho menor que Borges.

Viernes 3 de junio
No conocí la reacción de la prensa ante la muerte de Borges. En aquel año de 1986, yo vivía aislado en una casita de campo en San Cristóbal, Antioquia –a la que, pomposo, había bautizado justamente con el nombre de la residencia de Ts’ui Pên, un personaje de uno de sus cuentos, esto es, el Pabellón de la Límpida Soledad–, de modo que sólo me enteré por alguien que pasó por allí a contármelo.

Buscando esta mañana en las hemerotecas de Internet, veo, por ejemplo, que El País, de Madrid, tituló en primera plana, a dos columnas, “Murió Jorge Luis Borges” y que la noticia iba acompañada de una foto grande del escritor que era la única que aparecía en la portada. Comparo esto con el despliegue que el mismo diario le daría 28 años después a la muerte de García Márquez y noto que la desproporción fue enorme a favor del colombiano.

Ahora bien, en una entrevista que me concedió en marzo de 2014 para la revista Latitud de EL HERALDO, el poeta y novelista holandés Cees Nooteboom me dijo que recordaba con absoluta claridad el día de la muerte de Borges, que había ocurrido cuando él se hallaba de viaje por España recogiendo material para escribir su libro El desvío a Santiago. «Recuerdo –dijo Nooteboom– que ese día compré diarios franceses, ingleses y, por supuesto, alemanes; ya los títulos de las necrologías formaban un poema globalizado».

Ilustración de enrique núñez / Cortesía/ 2016.
 

Sábado 4 de junio

Aunque no me enteré de la reacción de la prensa ante la muerte de Borges, sí pude estar al tanto y disfrutar (en parte, gracias a los amigos) de la reacción editorial que ella desencadenó. En efecto, tras su fallecimiento, se hicieron reediciones de sus obras en todas partes o se editaron por primera vez textos suyos que no habían aparecido nunca en libro; igualmente, revistas y suplementos literarios publicaron números monográficos dedicados a él.

De esa prodigalidad, conservo todavía en mi biblioteca tres verdaderas joyas:

1) El catálogo de la exposición bibliográfica El Aleph borgiano, que realizó en Bogotá, en julio de 1987, la Biblioteca Luis Ángel Arango. El catálogo, cuya portada lleva un dibujo de Hermenegildo Sábat, es un opúsculo en formato grande de 146 páginas que, en una compilación hecha por Juan Gustavo Cobo Borda y Martha Covacsics de Cubides, reúne ensayos, discursos y poemas de Borges, así como numerosas reseñas de libros escritas por éste. Está profusamente ilustrado con fotos del argentino y con facsímiles de portadas de libros de él (en solitario o en colaboración) y sobre él. Al principio y al final, incluye un prólogo (“Borges, planeta inexplorado”) y una larga entrevista (“Cenando con Borges”), respectivamente, ambos trabajos firmados por Cobo Borda.
2) El número monográfico (el 188) de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, publicado en Ciudad de México en agosto de 1986 y titulado “Destiempo de Borges”. Este estupendo dossier de 96 páginas, a cargo del entonces director de la revista, Jaime García Terrés, contiene principalmente ensayos sobre su obra, complementados por algunas entrevistas con él. Incluye también una abundante iconografía. La larga nómina de firmas comprende las de Emir Rodríguez Monegal, Bioy Casares, José Bianco, E.M. Cioran, Roger Caillois, Gilles Deleuze, Maurice Blanchot y Alejandro Rossi, entre otras. Casi 30 años después de haber salido de la imprenta, mi ejemplar de esta edición, hecha en papel periódico, se está haciendo pedazos. Es urgente ponerla en manos de un restaurador porque es una obra impagable.
3) El libro Textos cautivos, que, publicado en septiembre de 1986, recoge en 344 páginas los ensayos y reseñas bibliográficas que escribió Borges en El Hogar, un semanario argentino dirigido principalmente a las mujeres, entre el 16 de octubre de 1936 y el 18 de marzo de 1938. La compilación fue realizada por el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, que no alcanzó a ver el libro publicado, pues falleció incluso antes que Borges, en noviembre de 1985. Muy breves, esos textos son un ejemplo altísimo y exquisito de crítica literaria que merece leerse por sí misma y no sólo en función de los libros que comenta.

Domingo 5 de junio
La primera edición de Ficciones, que fue el libro que dio a conocer a Borges en el mundo, fue publicada en Buenos Aires en 1944 y estaba compuesta por dos partes: una, titulada “El jardín de senderos que se bifurcan” e integrada por ocho cuentos, ya había aparecido como libro en 1941; y la otra, titulada “Artificios”, recogía seis cuentos inéditos.

Borges diría años después que a él no le gustaba ese título, Ficciones, que atribuyó a una equivocación de la imprenta o del editor (el volumen fue publicado por Ediciones Sur). ¿La razón? «Porque es feo y suena mal (…), fonéticamente es desagradable».

Sin embargo, en materia de titulación y en el caso de uno de los cuentos de Ficciones, creo que el propio Borges optó deliberadamente por una opción que implicó el sacrificio de otra mucho más sugestiva; no es que el título que eligió suene mal (y de hecho, se ajusta bien al argumento del cuento), sino que resulta simple con respecto al otro. Me refiero a “El acercamiento a Almotásim”, en cuyo contenido mismo se plantea un título alternativo: “Un juego con espejos que se desplazan”.

¡Un juego con espejos que se desplazan, qué maravilla! ¿Por qué Borges, me he preguntado siempre, renunció a este título bellísimo, dejándolo diluido en el texto de la narración?

Lunes 6 de junio
Se sabe que el estilo de Borges, así como el de otros de los grandes autores latinoamericanos que surgieron y fulguraron en el siglo XX, le dio un vuelco a la tesitura del idioma español, al genio de esta lengua. Recuerdo que, en mis primeros años universitarios, cuando lo leía en grupo con mis amigos del periódico El Comején, Henry Stein exclamaba después de tal o cual frase: «¡Eso no se podía decir en español!».

En particular, su adjetivación y los verbos con que expresa ciertas acciones o procesos son de una originalidad asombrosa. Espigo estos ejemplos de Ficciones: «La pacífica tiniebla del cuarto»; «el tabernario asesinato de C»; «Con ávido sigilo»; «Iba, alto y vertiginoso, en el medio, entre los arlequines enmascarados»; «Con una pasividad laboriosa, el portón entero cedió»; «bebía del agua crapulosa de un charco»; «Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa».

Pues bien: registro, sólo como una curiosidad, la conexión de este singular estilo suyo, en dos casos concretos, con sendos autores colombianos anteriores a él (ambos tolimenses, por cierto). Uno de esos casos ya ha sido señalado, y es el uso del verbo “fatigar”, que, dotándolo de un sentido peculiar, Borges hizo suyo casi justamente hasta la fatiga; van tres ejemplos suficientes: «Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos» (“La Biblioteca de Babel”); «Yo fatigo sin rumbo los confines / De esta alta y honda biblioteca ciega» (“Poema de los dones”); «En vano fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas…» (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”). El punto es que, al parecer, el sentido en que Borges emplea este verbo en el curso de su obra fue inspirado por la lectura de un pasaje de José María Vargas Vila, que el argentino, según es conocido, cita con admiración en su temprano texto “El arte de injuriar”: «Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia».

El otro caso –hasta ahora, según creo, no registrado– radica en el evidente aire de familia que hay entre una de las joyas verbales borgianas que arriba mencioné y una joya verbal de José Eustasio Rivera que se halla en La vorágine. La de Borges, que ahora cito completa y que es la primera frase de su cuento “La forma de la espada”, es: «Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo». La de Rivera dice: «En su mestizo rostro pedía justicia la cicatriz de algún machetazo, desde la oreja hasta la nariz».

Martes 7 de junio
Es increíble pensar que Borges es un escritor de hace dos siglos, del siglo antepasado. En las entrevistas que concedía ya de viejo, y para justificar su falta de contacto con las letras recientes de esa época, solía decir: «No se olvide usted que yo soy del siglo pasado». Se refería al hecho de que había nacido en 1899 (el 24 de agosto), un año perteneciente, en efecto, al siglo XIX.

Qué curioso, de verdad: Borges, un escritor de hace dos siglos. ¡Y tan vigente e innovador que sigue siendo no sólo para los lectores, sino para las últimas generaciones de escritores del español y de cualquier otra lengua!

Miércoles 8 de junio
La ciudad más próxima a Barranquilla donde estuvo Borges fue Cartagena. Lo supe el otro día y fue para mí toda una sorpresa. La artista plástica barranquillera Delfina Bernal lo contó en un homenaje que se le rindió a Alfredo Gómez Zurek en el auditorio Mario Santo Domingo del complejo cultural de la Aduana. Ella no logró recordar el año, pero hoy he logrado establecer que fue en noviembre de 1978. Según ella, enterados de que se había programado una conferencia de Borges en Cartagena, un grupo de lectores que lo admiraban en Barranquilla no lo pensaron dos veces y viajaron a la vecina ciudad: Gómez Zurek, Alberto Duque López, Eduardo Vides Celis y ella, Delfina Bernal, entre otros. No contentos con haber escuchado la conferencia, o quizá alebrestados por ésta, decidieron hacerle una entrevista. Se trasladaron de inmediato al Hotel Caribe, donde Borges estaba alojado, y contaron con la fortuna de ser recibidos. Bernal recordó que un hombre los anunció: «Georgie, te esperan unos muchachos», o algo así. La entrevista, registrada en una grabadora, se llevó a cabo sin contratiempos, pero nunca se llegó a publicar. Según la artista, Duque López se quedó con la cinta y nunca la transcribió ni la devolvió.

Esa vez recordé que otros muchachos de Barranquilla, bastantes años atrás –desde mediados de los años 1940–, ya habían establecido contacto con Borges, no de manera personal, sino a través de sus libros. En efecto, por iniciativa de los miembros del grupo de Barranquilla (García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Cepeda Samudio et al.), la Librería Mundo, de esta ciudad, importaba desde Argentina algunos títulos de Borges y los ofrecía a sus clientes en su sede de la calle San Blas. Además de esto, ellos publicaron en 1950 dos cuentos –dos extraordinarios cuentos– suyos en la revista literario-deportiva Crónica: “Emma Zunz”, que salió en el número 7, del 17 de junio, y “La forma de la espada”, que apareció en el número 25, del 14 de octubre.

Viernes 10 de junio
Borges, ¿cultor de lo real maravilloso? Esta es una pregunta que sólo me atrevo a confiar a la privacidad de este diario; formularla en público sonaría como un dislate. La percepción común establecida es la de que, por el contrario, Borges representa, en la literatura latinoamericana, el polo opuesto a la corriente de lo real maravilloso y a esa otra que suele adscribirse, cuando no asimilarse, a ésta: el realismo mágico.

Sin embargo, releyendo el otro día Ficciones, tuve la impresión de captar atisbos de lo real maravilloso en dos de los cuentos de ese libro. Así, me pareció que “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, que para algunos críticos es un espejo de América «desde la mesura racional de Borges», refleja, por el contrario, la desmesura de América frente a la mesura racional de Europa: un grupo de sabios de ésta se proponen inventar un país, pero un americano del Deep South les objeta que «en América es absurdo inventar un país y le[s] propone la invención de un planeta». ¿Puede haber mayor desmesura?

Por su parte, “La lotería en Babilonia” abunda en prodigios y sorpresas proporcionados por la realidad: una lotería que no sólo sortea premios pecuniarios (es lo normal), ¡sino multas pecuniarias!; una lotería que después pasa de los premios y multas en metálico a premios y castigos «en especie», como ser ascendido el favorecido a un cargo importante o dejar en su habitación a una mujer que le guste; ¡o serle mutilada al desafortunado una parte del cuerpo o incluso ser asesinado!

Ah, y sumémosle a lo anterior el barroquismo del lenguaje.


 

Sábado 11 de junio
¿Qué pensó y sintió Borges de su propia muerte?

Mi memoria toma al azar tres actitudes, tres gestos psicológicos, correspondientes a tres períodos distintos de su vida. Al principio, en su juventud y hasta cumplida la primera mitad de su vida, está la incrédula perplejidad ante ese «milagro incomprensible»: «Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado (…) / ¿Es posible que yo (…) / Muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?». Después, llegado a la vejez y limitado su orbe físico a latitudes reducidas y a unas pocas cosas, la sensación de una mansa dulzura, de que la inminencia del fin, o el fin mismo, le traería el conocimiento esencial: «Pronto sabré quién soy». Por último, cuando ya había pasado de los ochenta años y creía que se le «había ido la mano» en longevidad, decía anhelar la muerte y el olvido definitivo.

Sin embargo, el lunes 12 de mayo, cuando le faltaba poco más de un mes para morir, llamó desde Ginebra a su gran amigo de toda la vida, Adolfo Bioy Casares, que estaba en Buenos Aires, y el abatimiento lo hizo flaquear: «No voy a volver nunca más», le dijo, después que Bioy le expresara que estaba deseando verlo. Y, según Bioy y su esposa, Silvina Ocampo, que también había pasado al teléfono, Borges estaba llorando.

Domingo 12 de junio
Hoy quiero dedicar el día a seguir leyendo, en desorden, o según mi propio íntimo orden, el voluminosísimo libro de Bioy Casares sobre Borges (son 1663 páginas: si el libro fuera hueco, cabría en él una plancha de ropa). Pero antes voy a ver qué traen los suplementos culturales sobre el aniversario de la muerte del espléndido artífice, que ya será pasado mañana. Seguramente la revista Latitud tendrá algo al respecto.
 

Joaquín Mattos Omar
sumario: 
Al iniciarse este junio en que se cumple el 30° aniversario de la muerte del autor de ‘Ficciones’ y de ‘El Aleph’, un ferviente lector suyo emprende el registro cotidiano de sus impresiones y recuerdos en torno a éste. Aquí, el resultado.
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J. L. B. buscaba a Dios

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Domingo, Junio 12, 2016 - 00:00

Jorge Luis Borges, corto de vista y con lentes desde la infancia, no se sintió en la madurez atormentado en extremo por la ceguera; primero porque le llegó de forma gradual, como antes le había llegado al padre; y después porque la estuvo esperando durante más de cuarenta años, seguro de no poder escapar de esa mala estrella y convencido de que, según él mismo decía, «El destino no hace acuerdos».

Encerrado en la biblioteca de la familia durante la infancia, y en la de Almagro, Buenos Aires, desde muy joven, encuentra en los libros que lee y en los que escribirá más tarde una manera de escapar de la realidad, que parecía aterrorizarlo.

Era un hombre corpulento y soberbio. Tan soberbio era que, temeroso de inspirar compasión, declaraba que la invidencia era en él una ventaja porque le permitía memorizar mejor sus versos y, además, recordar siempre bellas, sin arrugas, las caras de las mujeres que había amado. De este modo, él mismo se convierte en un personaje que va por el mundo interpretando el papel de un ciego que se siente privilegiado por la ceguera.

No hay destino mejor que otro, el que a uno le toca debe asumirlo sin lamentaciones,  decía este caballero que imaginó el paraíso como una biblioteca y para quien –¡qué ironía!– la más elevada forma de la felicidad eran los libros, que después de ciego nunca dejó de hacerse leer.

Dicen los que poco saben de su dolorosa infancia que lo enceguecieron las inagotables lecturas que el joven iniciaba mucho antes del mediodía, retomaba al anochecer, después de la cena, y prolongaba hasta los crepúsculos del alba; otros, cercanos a la familia, conjeturan que se propuso devorar filosofías, literaturas y teologías de todos los tiempos desde cuando, a los cuatro años de edad, la abuela inglesa le hizo saber que quedaría ciego como su padre. Esta advertencia, vista por la parentela, por los Borges y los Acevedo, como una atrocidad, fue considerada necesaria por la abuela, que quería desde temprano dotar al nieto del coraje que le permitiría sobreponerse al peso de la noche que se le instalaría en los ojos y, además, fomentar en él la vocación por los libros, convencida como estaba de que en todo buen lector hay un escritor en potencia. A su hijo, de quien quiso hacer un gran escritor, lo sorprendió la ceguera sin alcanzar la gloria, poco después de escribir el único libro que le fue posible publicar. No deseaba la horrible sorpresa para el nieto; calculó que enseñándole a leer en inglés a los tres años de edad podría su descendiente construir una obra antes de enceguecer. Así, hasta los 45 años la vida de Borges fue una carrera contra la amenazante ceguera, una lucha contra el tiempo, que devoraba la luz de sus ojos como él devoraba los libros.

Los poetas son precoces, componen los mejores versos antes de los veinte, no creo en poetas gordos y viejos, le dijo al nieto cuando este le mostró un poema inspirado en el aljibe y los árboles del patio de la casa.

Las vocaciones se fomentan: el que nace entre músicos tarde o temprano toca la guitarra, el piano o el acordeón; el que se cría entre gallos se hace gallero; y el que crece entre charreteras, sables y fusiles termina en los cuarteles, decía la abuela, con la seguridad de que si el nieto crecía entre libros acabaría escribiendo libros.

Su esposo había muerto lanceado en el pecho en una escaramuza, que ella magnificó, colmó de grandeza, para poder compararla con la batalla de Junín, en donde se batió heroicamente un bisabuelo de Borges por la línea materna.

Educada con esmero en Inglaterra, entre bibliotecas, museos y salas de conciertos, la abuela lamentaba en privado la triste muerte de su esposo, ejecutada por indios semidesnudos ocultos en pajonales de una llanura argentina;  y desdeñaba la gloria de hombres como Rosas, Artigas o Stalin, porque, según ella, las vueltas en redondo que va dando la historia acaban bajando sus estatuas de los pedestales. Lo que perdura es lo hecho por la pluma, no por la espada, le decía al nieto. Este no la contrariaba, pero admiraba tanto a sus mayores, hombres de guerra, fundadores de la patria argentina, que su devoción por los libros le parecía cosa propia de cobardes.

En las tres ocasiones en que enfermó de gravedad, temeroso de morir sin gloria en una cama de hospital, Borges se vio en sueños sucesivos comandando un pelotón de caballería, montado en un overo brioso, del que era derribado, primero por una flecha que le ensangrentaba la frente, después por una lanza que se le hundía en el vientre y finalmente por un disparo de fusil que le rompía los huesos del pecho. No despertaba atemorizado, agradecía no haberse comportado en el sueño como un cobarde.

Inspirado en estos sueños compuso poemas que lo hicieron famoso. Sus compatriotas los leían, los siguen leyendo con fervor en Buenos Aires, porque en ellos encuentran los argentinos la imagen de valientes que tienen de sí mismos. Nadie, dicen entre ellos, se arrepiente de haber sido valiente, todos nos arrepentimos de haber sido cobardes.

Sin embargo, los poemas de esas pesadillas, en los que era sincero, en los que como todo poeta estaba obligado a ser sincero, no le dieron tanta nombradía como las invenciones que comenzó a escribir en prosa a los treinta años.

En los años cincuenta del siglo pasado, dos décadas después de construidas esas invenciones, un sabio francés de reconocido olfato estético, nombrado Roger Callois, confesó que al leerlas experimentó el mismo asombro que le produjo la lectura de Las mil y una noches. En sus páginas, de estilo deliberadamente anacrónico, abundan los fantasmas, los portentos, lo sobrenatural; están dotadas de esa atmósfera propia de las sociedades sagradas, como las de los hindúes y los árabes, que se respira en los cuentos de Scherezade –dijo.

Cuando, ya de regreso a Francia, Callois tradujo a su lengua materna las invenciones que tanto lo habían conmovido, y la fama del autor argentino se extendió a todos los rincones de la tierra, agnósticos, creyentes y ateos de Buenos Aires comenzaron a disputárselo. La ceguera lo ha llevado a buscar consuelo en el Señor, ahora está viendo el mundo a través de los ojos de Dios, a quien debe su obra, propalaron católicos y protestantes desde los altares de los templos.

Borges se sintió profundamente lastimado por estas declaraciones porque pensó que podrían rebajar a sus lectores a la compasión y las lágrimas, que detestaba. Le resultaron, además, inexplicables, porque ya antes había escrito, entre otras, herejías como estas: Jesucristo es un impostor; la Trinidad una monstruosidad, una pesadilla de alguien que delira de fiebre; es monstruoso afirmar que El Padre, El Hijo, que es posterior al Padre, y el Espíritu Santo, que supuestamente dictó los versos de la Biblia, son el mismo Dios, tres personas en una.

Con serenidad, sin ánimo de polemizar, declaró que no tenía creencias, que su padre, profesor de filosofía, le hablaba con la misma curiosidad, sin aludir a lo sobrenatural, de las divinidades griegas, romanas, hebreas y cristianas, y que todas estas invenciones las veía como a las filosofías, por lo que tienen de estético y de maravilloso. Aquiles, hijo de dioses, no me impresiona menos que Jesús, fruto divino nacido del vientre de una mortal, como se daba con frecuencia en las literaturas de la antigüedad. No hay dioses, añadió, no hay más allá, no hay infiernos ni paraísos que no hayan sido inventados por el hombre. El mundo es eterno y caótico, no tiene sentido, ninguna lógica le es aplicable. La lógica inventada para penetrar el mundo, que en realidad es impenetrable, solo sirve para darnos consuelos ilusorios, para que acatemos por unos días, por unos años, el contenido de filosofías que después resultan falaces.

Sin embargo, a pesar de estas herejías, son tantos los personajes que en su obra imploran el favor de los dioses; tantos los milagros secretos que en ella se realizan; y tantas las alusiones a pasajes bíblicos, a teólogos, a heresiarcas, a templos en ruinas y a divinidades y religiones ya muertas, que es imposible no pensar que, si bien el hombre era incrédulo, estaba dotado de un caluroso espíritu religioso. Sus personajes andan en busca de algo o de alguien que le dé sentido a la vida humana; andan en busca de lo absoluto, de lo divino.

La observación de que Borges estaba dotado de un espíritu religioso, aceptada por los estudiosos de su obra, la confirmó él mismo con estas palabras: «Todo hombre culto es un teólogo y para serlo no es indispensable la fe». Algo semejante dijo recientemente el escritor portugués José Saramago: «se necesita un alto grado de religiosidad para ser ateo».

Las manifestaciones de incredulidad que hemos señalado no les han impedido a los creyentes continuar sosteniendo que Borges no cesó nunca de buscar a Dios.

Así es, es posible que así sea, les responden airados agnósticos y ateos, pero lo hacía por razones meramente estéticas; lo buscaba porque, aun cuando su búsqueda le pareciera una broma, deseaba un orden para el caótico mundo; apelaba a él como recurso literario.

Borges se propuso una tarea ardua: revelarnos el universo. Se propuso escribir una obra que abarcara todos los puntos del universo, que involucrara a los astros y en la que se vieran, al mismo tiempo, de un solo golpe, lo vivido por todos los hombres del presente, del pasado y del porvenir. Una historia como esta, pensó, tuvo que haber pensado, solo puede ser contada desde el punto de vista de un dios, capaz de verlo todo en un instante. Mientras pensaba en el lugar en que debía situarse el narrador de su historia pudo haberse dicho: Ningún ser humano es capaz de concebir, de imaginar algo que no tenga límites; los dioses de todos los tiempos son fruto de la necesidad que tienen los hombres de que exista alguien, así sea imaginario, capaz de abarcar con la mirada lo que a ellos les está vedado: el ilimitado universo.

Sin embargo, ya se sabe que a los dioses les imponen los hombres sus propias limitaciones.

El místico busca a Dios por amor a él, con quien aspira a estar en comunión; Borges lo buscaba por la inquietud que suscitaban en él la eternidad, el tiempo, la infinitud del universo. Le agradaban las religiones y las invenciones de sus dioses porque han permitido postular maravillosas interpretaciones sobre el origen del mundo y del hombre.

Borges no dejó nunca de hacerse preguntas, de conjeturar, de jugar a ser un dios –el juego que más le gustaba–, de crear laberintos, mundos en los que los hombres, como en la tierra, se sienten perdidos, sobre todo si son incrédulos. En uno de estos laberintos, llamado “El jardín de senderos que se bifurcan”, acaso el más abstracto de los imaginados por él, los hombres no se extravían en el espacio sino en el tiempo.

Hay hombres que nacen destinados a ejercer el poder; otros son destinados a la gloria, la riqueza, la dicha, la infelicidad, la muerte prematura, el sufrimiento, la pobreza. Nadie, dicen los fatalistas, puede escapar a esas incorregibles fuerzas del destino que llevan a unos por caminos de rosas y a otros por atajos espinosos. Pero en este laberinto suyo, más justo, más equitativo, más simétrico, un hombre, cualquier hombre, repite en incontables circunstancias lo vivido por cada uno de los hombres de todos los tiempos. En esta invención no asistimos al destino de un hombre sino a todos los destinos posibles de un ser humano. Así, un hombre puede ser el delator en unas circunstancias y el delatado en otras; hoy puede ser Jesús y mañana, en otras circunstancias, en otras bifurcaciones del tiempo, puede ser Judas. De este modo, “El jardín de senderos que se bifurcan” es una obra sin fin, se extiende hasta lo infinito con los mismos personajes; en él lo importante es la especie, no los individuos, a quienes, como en buena parte de sus invenciones, el autor no les da nombre porque, a la larga, todos los hombres son el mismo hombre. En este laberinto el tiempo es, por supuesto, imaginario, subjetivo. Allí los hombres hacen el tiempo, están hechos de tiempo, son el tiempo y, además, el centro del universo. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho, dice Borges, en un arrebato de misticismo, de panteísmo. Es un río que me desborda pero yo soy el río, es un tigre que me devora pero yo soy el tigre, es un fuego que me consume pero yo soy el fuego.

Miguel de Cervantes le impuso a la realidad a Don Quijote de la Mancha, un personaje de ficción cuya triste figura, la que más hondamente ha calado en la conciencia de la humanidad, vemos en las plazas públicas montado en su caballo con la lanza en ristre, en los ceniceros de los bares, en llaveros de turistas e, incluso, andando a pie o en su cabalgadura por una calle cualquiera de nuestro planeta: Ese que va ahí es un Quijote, dice la gente al ver pasar un caballero ansioso de hacer justicia, dando con ello por sentado que la realidad imita al arte y no al contrario, que la realidad acaba por aceptar como de carne y hueso a los personajes nacidos de la imaginación de los grandes artistas.

Borges también creó, hizo un hombre de sueños con la ayuda de un dios al que ya no se le rendía culto y cuyo templo estaba en ruinas. Imaginó, soñó al hombre en ese templo y luego lo mandó a embanderar una cumbre para que todos viéramos, como en efecto vimos, que el soñado tenía la consistencia propia de los seres que forman parte de la realidad. Soñó ese hombre, lo hizo a punta de sueños, dice él mismo, porque abominaba de la cópula, que multiplica el número de los hombres; pero hay quienes sostienen que aborrecía la copulación porque de niño vio o pudo haber visto a sus padres desnudos, reflejados en la luna de un espejo, haciendo esa cosa horrible que Emma Zunz, todavía virgen, hizo con un marinero extranjero en el camarote de un barco anclado en el puerto de Buenos Aires.

A Borges le encantaba la idea de que la vida es sueño; lo tranquilizaba pensar que, como su soñado, también él podría ser la proyección del sueño de otro.

Luego de soñar un hombre, deseoso de escapar de la realidad que lo atormentaba, se entregó a la tarea de imaginar, de crear un planeta que le resultara más grato que la Tierra. En ese planeta (no podía ser de otra manera), todas las cosas y formas de la cultura, como las religiones, filosofías, teologías y ciencias nos recuerdan a las de la Tierra. Solo que allí, en Tlon, como se llama el planeta, los mares, las montañas y el cielo no existen independientemente de la mente de sus habitantes; todos los objetos son fruto de la imaginación, siempre despierta, de los tlonenses y, por lo mismo, no ocupan lugar en el espacio. Si cesara la actividad mental, si todos en Tlon se durmieran al mismo tiempo, el planeta desaparecería. Por fortuna, como en la Tierra, hay siempre en Tlon trasnochadores, juerguistas, camioneros y policías de barrio que no dejan morir las calles, que siguen existiendo en la mente.

Tan esmerada ha sido la creación de este planeta y tan vigorosa la imaginación de sus habitantes, que llegamos a aceptar que muchos de los objetos allí creados por la mente han penetrado el mundo de los terrícolas. En los museos de París, Londres o Barranquilla, la gente observa con la misma curiosidad tanto una medalla producida por la mente de un tlonense como una lanza de Don Quijote o un pescadito de oro fabricado en Macondo.

Todo existe en el pensamiento, dicen en Tlon; lo que no está siendo pensado, lo que no está ocupando un espacio en la mente no existe.

Después de buscarlo en los libros sagrados de todos los pueblos, Borges vino a encontrar a Dios en donde menos se lo esperaba. Se lo reveló un hombre a quien despreciaba, un poeta un tanto desafinado que, según él, había dilatado hasta lo imposible las posibilidades de la cacofonía y el caos, le hizo ver el universo en un Aleph que tenía en el sótano de su casa, en Buenos Aires.

Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo. Para los cabalistas esa letra significa la “ilimitada y pura divinidad”; es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.

Tendido bocarriba, Borges vio todos esos puntos del universo que, sin superposición y sin transparencia, ocupan el mismo punto. «Vi el populoso mar –nos dice–, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo… vi el Aleph desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra , y en la tierra otra vez el Aleph, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo».

Dios, cuya cara no ha visto nadie, es, para Borges, todas las cosas contenidas en el universo; es el nombre que le damos a lo ilimitado, a lo indescifrable, a lo misterioso, a lo terrible, a lo amenazante; es el nombre que en su primera noche de tempestades el hombre atemorizado le dio al trueno, a la lluvia, a las inundaciones, a lo que nos salva de los terremotos, de las centellas; en fin, Dios es todos los puntos del universo que creyó haber visto Borges, el mayor de sus deseos, pero que, a pesar de su esfuerzo no pudo revelarnos, transmitirnos como quería, porque «es imposible enumerar las cosas de un conjunto infinito».

Borges dice haber visto el universo en «una esfera tornasolada de casi intolerable fulgor». Pero es imposible que lo haya visto en su totalidad porque, como él mismo nos recuerda en “El Aleph”, «el universo es una esfera cuyo centro está en todas parte y la circunferencia en ninguna».

Puesta aparte la literatura, los artificios de que se vale Borges para satisfacer su vasto propósito, revelarnos el universo, la obra completa de este autor suramericano, particularmente su cuento “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, puede llevarnos a la siguiente conclusión: Existen el dios de los judíos, el dios de los musulmanes, el dios de los cristianos, pero solo del mismo modo que existen las cosas en Tlon, en la mente de los hombres. Si todos los hombres se durmieran al mismo tiempo los dioses desaparecerían. Y si alguien alega que, mientras duermen, los hombres seguirán soñando a sus dioses, habría que formular la hipótesis de la siguiente manera: si cesara toda forma de vida en la Tierra, los dioses dejarían de existir.

 

El autor

Nacido en Santo Tomás, Atlántico (1943). Autor de las novelas ‘El saxofón del cautivo’ (1982) y ‘Un hombre destinado a mentir’, (1993). Su novela ‘Exiliados en Lille’ (1982), sobre los trabajadores en la dictadura del chileno Augusto Pinochet que buscan refugio en Francia, fue traducida al inglés por Antares Editorial.

Ramón Molinares Sarmiento
sumario: 
Ensayo que aborda la carrera del escritor contra la condena con la que vivió: una amenazante ceguera, que terminó devorando la luz de sus ojos, tal como él consumía libros.
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Un romántico contemporáneo

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Domingo, Junio 12, 2016 - 00:00

Los cuentos de Jorge Luis Borges de Ficciones, Artificios y El Aleph y muchos de sus ensayos producen una ebriedad metafísica, un ejercicio descontrolado, un choque eléctrico y reflexivo en todos los sentidos de manera tan conjugada, que hacen simular los efectos producidos por un encuentro múltiple, fascinante, con el mundo, y, en su caso, con el universo. Y esta sensación la provocan los verdaderos escritores.

Esta es una de las razones por las cuales la literatura de Borges se ha expandido en el orbe de manera vertiginosa e influyente. Sus temas, como tiempo y juego, metafísica y autorreflexión, escritura y filosofía, modernidad y vacío, laberintos y caos, fueron construyendo una impronta sólida e indispensable.

Escepticismo y romanticismo cosmológico
Uno de los temas poco estudiados en los cuentos borgianos es su cosmovisión romántica, específicamente un romanticismo cosmológico representado a  través de la pérdida y búsqueda de un infinito que se conjuga, que se abre y no se explica, porque es místico o cosmogónico, y en la que sus personajes se sumergen escépticamente. Por ello, su obra estética, como voluntad y representación, se revela, a partir de una visión del mundo, aparentemente no segura, pues, según sus palabras, lo «hemos consentido en su arquitectura tenues y leves intersticios de sin razón para saber que es falso».

¿Que Borges es un escritor romántico? Desde la perspectiva de la escritura, en su ensayo “La postulación de la realidad”, aparecido en Discusión, sostuvo que no era un autor romántico, ya que este  quiere, «con pobre fortuna», ser expresivo, dándole  a su texto su propia capacidad de representarse a través de la palabra, de manera impositiva. El énfasis era su técnica. Por el contrario, se ha declarado como escritor clásico, pues, según ha sostenido «[este] no desconfía del lenguaje» y crea una organización rigurosa dando a la palabra su peso y tratando de no intervenir en su obra para que sus opiniones no las desvíen dado que son baladíes.

Si nos atenemos a las características generales del romanticismo, el cual se desarrolló entre finales del siglo XVIII y hasta la mitad del siglo XIX en Europa, buscaba mostrar una imaginación y pasión desbordadas, una sensibilidad y subjetividad extremadas, una libertad de pensamiento e idealización de la naturaleza, conjugadas con una expresividad escritural y una exhortación del yo.

Tengo para mí que Borges se encuadra y prolonga el romanticismo alemán e inglés, adicionándole la concepción de una modernidad que encara (que retoma) la interrogación del mundo que empieza a liquidar las aún potentes raíces teológicas y cosmogónicas por un espacio cosmológico. Estos conceptos pueden ubicarse en varios cuentos de Borges donde se narra el itinerario de una carencia y el camino de una búsqueda, muestra sus búsquedas de eternidad, su descenso y sus vértigos en los cuales sus personajes se asoman hacia la infinitud, en un viaje romántico, teológico y cosmogónico.

Los tres cuentos y la eterna búsqueda
Tres cuentos hacen patentes ese desencuentro cosmogónico. En “El acercamiento a Almotásim”, un innominado personaje va a la búsqueda de respuestas: el narrador simula que una novela existe y nos ofrece un resumen de ella, referida al caso de un estudiante de Derecho en la India que busca al sabio Almotásim. El protagonista mata o cree matar a un hindú. Se escapa. Es un individuo perdido en sí mismo y se entrega a una serie de interrogaciones con la idea de encontrar al hombre llamado Almotásim, el hombre que irradia luz. El cuento revela su vida como símbolo oscuro y, de alguna manera, la búsqueda de su santidad, luego de pasar por diversas fases, descensos y experiencias dolorosas.

Como ejercicio de desposesión, el personaje de “El acercamiento a Almótasim” hace de su destino una escritura, de su vida una degeneración primero hacia una infamia —escritural, ética, estética— cuando asesina o cree asesinar a una persona, después cuando se abandona a sí mismo y va en busca de Almotásim como emblema. En el fondo, la novela contada conjetura que también «el Todopoderoso está en busca de Alguien, y ese Alguien de Alguien superior».

Mientras tanto, en “El milagro secreto”, Jaromir Hladík, escritor judío nacido en Praga, es apresado por la Gestapo durante la invasión alemana a Checoslovaquia. Es condenado a la muerte dentro de diez días por los cargos de asesinato, difamación y propagación del nacionalismo judío. Pero él busca retrasar «infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer hasta la misteriosa descarga», para «impedir que éste suceda». Entonces recuerda su drama teatral inconcluso “Los enemigos”, ante lo cual invoca a Dios para que lo deje terminar la obra, minutos antes de morir. Los segundos antes de su fusilamiento se convierten en un año en su interior. Hladík, con la escritura, también desea ser.

Por otro lado, “La escritura del dios” narra el cautiverio a que se ve sometido el sacerdote Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, retenido, luego de ser apresado por los conquistadores españoles, en una cárcel dividida por una ventana que le separa de un jaguar. Pensaba que su destino era descifrar la escritura que contenía una sentencia mágica realizada por Dios el día de la Creación. Tzinacán, encerrado en una cárcel física y metafísica, se funde con el universo y desea escribir y/o ser. Su vida representa una vida vicaria que ya venía teniendo, sin reconocerse, pero de todos modos se afrontará como poderosa y divina. Y es que Tzinacán, al descubrir las 14 palabras y la Rueda donde sucede la unión de la divinidad con el universo y consigo mismo, lee su destino en el juego como símbolo de la vida, del universo y de la eternidad, ante lo cual no sabe si después sigue el vacío, la muerte o la verdad, o la verdad del vacío —la muerte.

En medio del “pathos del infinito”
Lo que se observa es que estos personajes representan lectores pluridimensionales del mundo, del cosmos, del destino, de sí mismos, perdidos o en busca del universo. La cosmovisión de Borges se podría explicar de alguna manera por la influencia que algunos críticos han señalado de Philip Mainländer, seudónimo de poeta Philipp Bartz del siglo XIX, quien expresaba que Dios, ya muerto, se disgregó y se encontraba desesperado por unir los fragmentos dispersos. Ante ello, Borges postulaba escépticamente: «La historia universal es la oscura agonía de esos fragmentos». El escritor argentino busca, con estos personajes como reflejo de esa sintaxis divina o mística, remediar la segunda expulsión del Paraíso y de Babel y ordenar esa anarquía mediante la organización del caos del lenguaje. Y ello lo logra a través de la escritura romántica y cosmogónica.

Al tratar de reconstruir sus almas y sus búsquedas, esa ruptura los conduce a un proceso de absorción y de confusión, que les produce una ebriedad metafísica, es decir, una especie de desarreglo entre la aparición de un dios (lo teofánico) y la aparición y consolidación de su escritura, de lo estético. Se sumergen alucinadamente en una conversión mística. Se observa, así, una «melancolía como anhelo ontológico de una perdida totalidad», en palabras de Rafael Argullol, en su libro La atracción del abismo, comparable al caso con la obra de Novalis. En esa inmersión en un universo fragmentado, en esa especie de ebriedad, al mismo tiempo, estos personajes dan paso al «sentimiento del infinito», configurando lo que Argullol denomina «atracción del abismo», el cual conduce a un «infinito negativo y abismático en el que la subjetividad se rompe en mil pedazos».

Se constituye, entonces, la embriaguez del universo y del infinito, lo cual genera también una desposesión, una desterritorialización que hacen de esos personajes románticos unos náufragos. Ellos viven los «vértigos de un teólogo», según ve Borges en Pascal. Los tres personajes pueden suscribir las palabras de Tzinacán: «Un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino; un hombre es, a la larga, sus circunstancias». O también: «Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren)». Ello conlleva la soledad, la renuncia. Borges puede aplicar a los tres personajes y hacer suyos los términos que él mismo aplica a Franz Kafka, viendo en él «la insoportable y trágica soledad de quien carece de un lugar, siquiera humildísimo, en el orden del universo». Detrás de la cosmovisión borgeana subsiste una impotencia —pero también ansias— por el encuentro con lo Uno, un añoranza panteísta, como aspiraba Mailänder.

Borges consigue trazar la eternidad romántica y clásica, muestra la fragmentación moderna y lava sus manos, sin querer saber si ríe o piensa en ese universo desmembrado y escéptico. En su poema en prosa “El hilo de la fábula” el desamparo y el anhelo perdido se unen: «Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en un sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad».
 

Sobre el autor del artículo

Docente de la Universidad del Atlántico. Investigador grupo Ceilika de la Uniatlántico. Investigador Grupo Comunicación y Región Universidad Autónoma del Caribe. Autor del libro ‘Jorge Luis Borges. Del infinito a la posmodernidad. Una mirada desde la filosofía contemporánea a su narrativa’. Tiene en proceso de edición otro libro: ‘Poética del paisaje y la memoria en la poesía de José Ramón Mercado’. Ha escrito artículos científicos para revistas nacionales e internacionales.

Adalberto Bolaño Sandoval1
sumario: 
Este artículo es una adaptación que para ‘Latitud’ hace su autor de uno de los capítulos de su libro ‘Jorge Luis Borges: Del infinito a la posmodernidad. Una mirada desde la filosofía contemporánea a su narrativa’.
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A mi padre

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Domingo, Junio 19, 2016 - 02:20

Nunca, señor, pensé que el verso mío
cuando te hablara en él por vez primera
la música filial de los veinte años,
del huérfano infelice la voz fuera.

Nada valió la familiar plegaria;
moriste en plena vida, y ¡qué contraste
tocóles a los tuyos, muerto amado,
en la noche fatal que agonizaste!

Noche con paz de luna; también fuiste
noche más que ninguna tormentosa;
tus horas de martirio florecieron
en mi jardín, como sangrienta rosa.

Todo lo evoco, Padre: tus quejidos;
tus palabras postreras; la voz triste
con que te habló tu hermano sacerdote;
la mañana de otoño en que moriste;
los cirios —compañeros de velada—;
la madre y los hermanos, todos juntos;
el ataúd que sale de la casa;
el sollozante oficio de difuntos;
y ¡oh infinita bondad la de los padres!
los ojos muertos de tu faz piadosa
que me vieron por último con lástima
en las orillas de la negra fosa.

*Inspirado en la vida de este poeta, el también mexicano Juan Villoro escribió su novela ‘El testigo’. Villoro, que no ha hecho poesía,  recibió esta semana el Premio Hispanoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2016. 

Ramón López Velarde
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La cuna de los Castro se prepara para el 90 cumpleaños de Fidel

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Domingo, Junio 19, 2016 - 02:22

En lo que va del año 2016, la finca natal de los hermanos Castro, Fidel y Raúl, ubicada en Birán, en la provincia oriental de Holguín, a unos 800 kilómetros de La Habana, ha recibido ya a unos 22.000 visitantes (9.000 de ellos extranjeros) frente a los 27.800 que llegaron a lo largo de todo 2015.

Un «incremento sustancial» motivado por el 90 cumpleaños de Fidel Castro, efemérides que el poblado de Birán aguarda con «mucha expectativa», según Lázaro Castro, el director de la finca-museo, quien cree que el 13 de agosto se superará la cifra de 2.000 visitantes solo en esa jornada.

Al igual que en el resto de la isla, el 90 aniversario del expresidente cubano –retirado del poder desde 2006– ha comenzado a celebrarse ya en su pueblo natal con diversas actividades en los últimos meses, entre ellas una exposición de 35 fotografías, algunas inéditas, de la infancia, adolescencia y juventud de Fidel.

El considerado en Cuba como “Sitio Histórico de Birán” –declarado Monumento Nacional en 2008– está preparando, entre otras actividades, la apertura de un proyecto de senderismo a la cercana Loma de la Yaya, en homenaje a la pasión por el montañismo que Fidel Castro comenzó a practicar de niño en su localidad natal.

La historia del poblado de Birán se remonta a noviembre de 1915, cuando el gallego Ángel Castro Argiz, padre de los Castro y antiguo soldado del ejército español, compró la entonces llamada finca de Manacas, de 268 hectáreas, que en las décadas siguientes fue ampliando con la compra de los terrenos colindantes hasta hacerse con una hacienda que en 1950 llegó a tener 12.896 hectáreas.

Ese emigrante gallego de origen humilde llegó a convertirse en Birán en un próspero terrateniente dedicado a negocios como la extracción maderera; la producción de caña de azúcar –que vendía a las empresas estadounidenses Warner Sugar Corporation y Miranda Sugar State–; la ganadería y la explotación de una mina de cromo y manganeso de la zona.

Aunque el lugar ya estaba habitado desde mediados del siglo XIX, la llegada de Ángel Castro y el desarrollo de la finca incrementó el número de pobladores y colonos en torno al batey, fundamentalmente inmigrantes procedentes de otras islas antillanas como Haití, Jamaica o Barbados, así como algunos emigrantes españoles o cubanos que llegaron de otras provincias de la isla.

Además de la casa familiar donde nacieron los siete hijos de Ángel Castro y su segunda esposa, la cubana Lina Ruz (Ángela, Ramón, Fidel, Raúl, Emma, Juana y Agustina), la finca llegó a contar con un pequeño cine, un recinto para las lidias de gallos, una casa de huéspedes, restaurante, matadero y carnicería, estación de correos y telégrafo, bar, billar, farmacia-enfermería, panadería y una fábrica de queso.

También una pequeña escuela, construida en 1920 y que funcionó hasta 1961: en ella se conserva el pupitre donde en 1930 y con cuatro años de edad Fidel Castro comenzó a asistir como oyente para aprender a leer y a escribir.

En la actualidad, la finca-museo no está habitada y ocupa una extensión de 28,6 hectáreas, donde se conservan 11 de las 27 instalaciones primigenias que se levantaron bajo el patriarcado de Ángel Castro. La instalación incluye un panteón familiar donde reposan los restos de Ángel Castro y Lina Ruz; los abuelos maternos de los Castro, Dominga y Francisco; o la hija mayor Ángela.

En Birán, el Comandante Fidel «tuvo la oportunidad de ser un niño abierto», explicó a Efe el director de la finca-museo, quien destacó que los hermanos Castro, a pesar de ser hijos de un terrateniente, se relacionaron en su niñez y adolescencia con «personas muy humildes», como los colonos, inmigrantes antillanos, trabajadores y campesinos
de la finca.

Según Lázaro Castro, “todo eso ayudó a ver cómo vivía la gente, cómo pensaban” en referencia a la influencia de Birán en la trayectoria posterior de Fidel. También en opinión del director de la finca museo de los Castro: «El polígono de preparación de toda esa situación revolucionaria que vino después fue este lugar».

Por Soledad Álvarez
sumario: 
Birán, el pueblo donde nacieron Fidel y Raúl Castro, se prepara para celebrar el próximo 13 de agosto el cumpleaños número 90 del líder de la Revolución cubana, en medio de un aumento de las visitas a la antigua hacienda familiar.
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De escritores que no leen

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Domingo, Junio 19, 2016 - 02:30

Existen reconocidos escritores que no leen e inmensos escritores que muy poco leyeron. Los hay que leen solo para saber qué se está escribiendo en el momento, en una suerte de competencia soterrada; o que lo hacen solo para decir que leyeron, con lo cual contribuyen a acrecentar la idea de que un buen escritor es sinónimo de lector consumado; o que leen por pedazos, saltándose las páginas, en un afán de devorar el libro a mordiscos; o que solo leen sus propias obras; o que releen a unos pocos autores que en alguna época de sus vidas los marcaron. Conozco de buena fuente a uno, culto y de pluma exquisita, que dice que solo relee de vez en cuando porque ya nada lo asombra, y agrega que tanta lectura, sobre todo de autores contemporáneos, en especial de menores que él, podría contaminar su singularidad, sus tramas o su estilo; esto es, la lectura le resulta una perturbación. En conclusión, malos lectores, escritores que en realidad no leen.

Lo anterior se presenta a pesar de que se ha sostenido que la escritura no es algo automático y que para escribir bien se necesita de un grado de erudición y de dominio de la técnica que solo la lectura provee. También se ha dicho que si un individuo desconoce la literatura o solo lee, digamos, libros de autoayuda o textos de contabilidad, y decide escribir un libro y este resulta un éxito artístico eso sería sorprendente, sobrenatural, pero que si ese mismo individuo ha sido un gran lector ese éxito sería lógico, entendible. Claro, diría yo, si ha sido lector no de mucha, sino de buena literatura, que es lo conveniente para ser un escritor serio. En la buena literatura inscribo a los clásicos, es decir, a los modelos, trátese de los integrantes del boom latinoamericano, de otras figuras relevantes de la historia literaria universal o, aún más, de los autores de libros de culto, que son los que, pese a no ser éxitos de venta, apasionan con fervor a una persona o a un grupo de personas que se sienten hermanadas por ese mismo fervor. Además de la lectura de libros excelsos, para ser un escritor de peso, requisito sine qua non, hay que escribir de seguido, aunque, como en una acción parecida a la de Penélope con su tejido, por decoro, el escritor en cierne termine por romper lo que ha escrito. Lo cual no importa porque de lo que se trata es de mantener la mano caliente, practicar. Como en los deportes. Al respecto, es archiconocida la anécdota atribuida a Gary Player, uno de los más grandes jugadores de la historia del golf, que narra que en una ocasión el deportista fue abordado por un reportero –otra versión habla de que fue un espectador– que le dijo: «La gente comenta que usted tiene mucha suerte en el juego», y el golfista respondió: «Sí, tienen razón; claro que he notado que mientras más practico más suerte tengo». Por último, se ha dado por sentado que, además de leer buena literatura y de practicar a diario como un deportista de élite, un escritor debe tener el genio para construir un universo de sensaciones que deleite a sus lectores.

Quiero referirme a los casos de dos autores trascendentales de la literatura universal: William Wordsworth (1770-1834) y Saint-John Perse (1887–1975). El primero, quien con Samuel Taylor Coleridge (1770-1834) y Robert Southey (1774-1843) conformó el grupo de los poetas lakistas, denominados así por vivir en la región de los lagos del noroeste de Inglaterra, en cuyos encantos naturales se inspiraron, fue el más importante de los tres.

Ellos, a comienzos del siglo XIX, iniciaron el romanticismo en su país. Hoy, la poesía de Wordsworth, en especial la de Baladas líricas, sigue siendo la más influyente y famosa en lengua inglesa. Pues bien, Thomas de Quincey, el crítico y escritor británico del romanticismo, fue gran amigo de Coleridge, y este lo integró al círculo que formaba con Wordsworth y con Southey, y, por eso, fue a vivir también a la región de los lagos. Algún tiempo después de la muerte de Coleridge, De Quincey comenzó a escribir una serie de artículos sobre su relación con los lakistas, que fueron reunidos con el título de Memoria de los poetas de los lagos cuando se editaron sus obras completas.

Excepto por algo de chismografía, es evidente que lo escrito por De Quincey tiene un alto grado de veracidad. Así, dice que Wordsworth «prestaba muy poca atención a la literatura del momento»; que los libros le resultaban «letra muerta, vedados a su sensibilidad y a sus poderes de apreciación»; que vivía al aire libre cazando, pescando, nadando o paseando (a los veinte años, con un amigo, emprendió un viaje a pie por Europa) y que derivaba un enorme placer de la contemplación y disfrute de la naturaleza y de su perpetua variedad que juzgaba más importante que cualquier biblioteca.

En un mueble endeble, situado «entre la cocina y la sala de estar» de su casa, Wordsworth poseía unas cuantas decenas de libros de poesía y de historia universal (ninguno de otros asuntos), pero muchos de ellos estaban sin carátulas o manchados o rotos o descuadernados o les faltaban varias hojas. Esto corrobora que la distracción del poeta no era propiamente la lectura. De todas maneras, Wordsworth hojeaba libros ajenos cuando sus propietarios se lo permitían, lo que no ocurría con frecuencia, pues pasaba las páginas después de mojarse los dedos en la boca y luego seguía maltratándolos. En una ocasión, De Quincey lo invitó a tomar té en su casa de campo, y el poeta lakista cogió un ejemplar de las Obras completas, de Edmund Burke, el filósofo y hombre de Estado irlandés, uno de esos libros que se encuadernan sin separarles los pliegos –todavía existen–, y Wordsworth, con el mismo cuchillo untado de la mantequilla que había esparcido sobre las tostadas desunió las hojas, que quedaron grasientas, y no se tomó la molestia de limpiarlas un poco, acción que De Quincey consideró como vandalismo puro. (Southey, que juzgaba a su colega como un monstruo, afirmó, risueño, después de la muerte de este: «Enseñar a Wordsworth la biblioteca de uno era como meter a un oso en un jardín de tulipanes»). Concluye De Quincey: «Por lo demás, no creo que hubiera lamentado demasiado la desaparición de todos los libros, excepto el conjunto de la poesía inglesa y, tal vez, las Vidas [paralelas], de Plutarco».

Y ahora el segundo caso, el de Saint-John Perse, seudónimo de Alexis Leger, escritor francés nacido en la isla de Guadalupe, en las Antillas, premio Nobel de Literatura de 1960, un genio, un hombre singular, de una sabiduría mayúscula, el más grande poeta épico contemporáneo, cuya obra supera con creces a otras insertas en el mismo género poético, como los Cantos, de Ezra Pound, o el Canto general, de Pablo Neruda; el que le devolvió a la literatura moderna la jerarquía de lo mítico, los prototipos primordiales; el que inventó una civilización inubicable, antiquísima y sin historia, pero más rica y más culta que todas las posteriores; el poeta que lo abarcó todo: los quehaceres, las costumbres, los conflictos, los desamores y los amores; el que habló de mineralogía, de flora, de paisajes; el que dominó el latín y el griego y varias lenguas modernas; el que hizo cursos de neurología y de clínica siquiátrica; el aficionado a las armas y a la hípica; el diplomático y experto en derecho internacional… Pues bien, ese poeta inmenso y culto y sabio… no leía.

La «malquerencia»

José Antonio Gabriel y Galán, en el prólogo a su traducción de Anábasis, unas de las obras capitales de Saint-John Perse, dice que la «malquerencia» del poeta hacia los libros se debe a un episodio acaecido cuando este tenía once años. En 1899, la familia se trasladó desde las Antillas hasta Pau, en los Pirineos franceses. La biblioteca familiar fue cargada en nueve cajones sellados con zinc, pero estos, en el proceso de almacenaje en un barco mercante, cayeron al agua en el puerto de Pointe-à-Pitre, en Guadalupe. Como la aseguradora estadounidense certificó que el contenido no se había afectado, los cajones fueron recuperados, embarcados y despachados. Sin embargo, cuando arribaron a la nueva residencia en Pau despedían gran pestilencia, pues el agua, que sí había penetrado, había fermentado el papel de los libros y estos se habían convertido en una materia oscura y espesa. Agrega Gabriel y Galán: «Tanta fue la tristeza que Alexis vio en el rostro de su padre ante aquel deprimente espectáculo que ya extrañamente guardaría una extraña [sic] aversión por los libros».
A cambio de esa aversión, Perse tenía un afán por fisgonear, una avidez por averiguar, una curiosidad incorregible, y, sobre todo, por instruirse con sus continuos viajes y sus descubrimientos in situ de otras civilizaciones. Por mencionar solo unos pocos ejemplos en este último sentido, Perse residió en China como diplomático de su país durante algo más de cinco años, pero, aunque se desenvolvió con éxito como representante de Francia en varios asuntos claves de política internacional, de eso se recuerda muy poco; en cambio, de cuestiones ajenas al oficio para el que había sido delegado sí se habla: que a los veinticinco años, con su envío a China como segundo secretario de la embajada francesa, cristalizó su deseo de conocer países remotos; que allá se hizo asiduo de filósofos y de estudiantes chinos; que en las colinas del oeste, situadas a un día a caballo de Pekín, alquiló un templo taoísta abandonado, desde donde podía ver las caravanas que cruzaban el gran desierto de Gobi y donde comenzó la escritura de Anábasis; que cuando el embajador lo necesitaba, debía mandarle un emisario hasta allá; que en unas vacaciones atravesó el desierto para llegar a Mongolia Exterior («el país de Gengis Khan»); que hizo otro viaje por Manchuria, y otro más por los mares del Sur, entre Fidji y las Nuevas Hébridas…

Para concluir, digamos que los casos de Wordsworth, de Saint-John Perse y de otros grandes escritores que no leyeron o que no leen son aislados, aunque eso demuestra que, pese a todo, es factible llegar a ser un autor mayor siendo un lector menor. Claro que para alcanzar Perse su saber enciclopédico y su ímpetu épico y Wordsworth la extraordinaria reunión lírica de sus experiencias personales con la naturaleza, ambos se sirvieron de su alta sensibilidad y de su capacidad de observación, las cuales, al estimularles la concepción y el desarrollo de sus obras, los ubicaron en el Parnaso literario donde se encuentran.
 

Enrique Dávila Martínez
sumario: 
Episodios de las vidas de William Wordsworth y el premio Nobel Saint John Perse, a quienes la historia ubica como trascendentales en la literatura, mas no como consumados lectores.
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La guerra fría cultural

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Domingo, Junio 19, 2016 - 02:35

«El precio de la libertad es la eterna vigilancia», frase de Thomas Jefferson, que la repetía el capitán Silver, héroe de una serie radial a finales de los cincuenta. Estábamos en plena Guerra Fría y Estados Unidos nos advertía con toda clase de propagandas del peligro rojo que amenazaba al continente. La propaganda soviética era menos visible entre nosotros pero el primer Sputnik nos hizo
presente a todos la intensidad del pulso entre las dos potencias.

Frances Stonor Saunders, una escritora inglesa ha publicado La CIA y la guerra fría cultural, donde se nos revela cómo algunos de los defensores más ardientes de la libertad de pensamiento fueron utilizados por esta agencia del servicio secreto de Estados Unidos. A veces en forma voluntaria, pero con frecuencia sin saberlo los artistas o intelectuales utilizados.

El libro en sus seiscientas páginas da infinidad de datos y es muy minucioso.

Uno de los puntos más llamativos fue la guerra en la pintura. A mediados del siglo veinte, el ciudadano medio norteamericano veía la pintura abstracta como «cosa de vagos o chiflados», expresión que empleó el presidente Truman. «Todo el arte moderno es comunistoide», se dijo en el Congreso. «Los comunistas y sus compañeros de viaje del New Deal han elegido el arte como uno de los principales vehículos de propaganda» fue un lema del Partido Republicano.

Pero esta vez una minoría: la vanguardia artística, los expertos en arte y la CIA coincidieron. Frente al realismo socialista con sus murales propagandísticos, el espíritu de la libertad del arte como expresión de la democracia tenía que salvar el escollo del propio proceso democrático. Ser aceptado por las amplias mayorías y por la clase dirigente de gustos tradicionales. Muchos potentados como los Rockefeller apoyaban las obras de la vanguardia. La anécdota de cómo Nelson Rockefeller había contratado al pintor mejicano Diego Rivera para pintar un mural en el Rockefeller Center, y su mal final no se había olvidado. Rivera pintó en el mural a Lenin y se negó a eliminar la figura. Se le pagaron sus veintiún mil dólares y se destruyó el mural. «Aunque este mecenazgo terminó mal –nos dice la autora– el principio que lo guiaba no se abandonó».

La vanguardia artística siempre ha sido apoyada por la élite, el Renacimiento italiano fue apoyado por los Papas y los magnates de la época. ¿Por qué no en Norteamérica?, clamaba un crítico de arte. La respuesta –según la autora  Saunders– fue política. La CIA comprendió el potencial político de este tipo de arte y lo aprovechó. No le
importó que muchos de estos artistas procedieran de la izquierda.

«Nos habíamos dado cuenta –dijo Donald Jameson, el impulsador más reconocido del proyecto– de que era el tipo de arte que menos tenía que ver con el realismo socialista y lo hacía aparecer más amanerado, rígido y limitado de lo que en realidad era».

El proyecto tuvo muchas coberturas y una de las más significativas fue la del Museo de Arte  Moderno. Se multiplicaron las exposiciones y algunos nombres como los de Jackson Pollock, Mark Rothko y otros se hicieron muy visibles.

Cuando el New York Times denunció ese concubinato entre el arte y la CIA, el proyecto encalló. El empresario y escritor Philip Dodd dio su punto de vista que podría tomarse como un balance y dijo: «Estados Unidos se convirtió en el gran imperio cultural de la época… Pero su arte no se puede reducir a esas condiciones… Es verdad que la CIA participó y yo lo lamento como el que más, pero eso no explica su importancia. Había algo en el propio arte que le permitió triunfar”.

La autora ha recibido galardones por este libro, y sus lectores han necesitado muchas tazas de tinto para terminarlo. 

Ramón Illán Bacca
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El lado B de la música

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Domingo, Junio 19, 2016 - 02:42

La historia de la música en el litoral Caribe colombiano ha estado marcada en estas últimas décadas por talentosas y carismáticas figuras como Joe Arroyo, Diomedes Díaz, Shakira y Carlos Vives, por nombrar apenas algunos. Su mensaje y su sonido han trascendido en el imaginario popular y hacen parte de nuestras vidas, además de ser siempre recordados en épocas de carnaval y momentos de parranda.   Pero existe otra cara de la movida costeña reciente –una especie de lado B del casete–, o del lado B de la música, y me refiero al circuito de músicos independientes que en ciudades como Barranquilla y Santa Marta han sabido traducir las preocupaciones y sentimientos de su generación, fusionando ritmos propios del folclor tradicional con géneros extranjeros como el rock, el pop y la música electrónica.

Tal escena, por algunos llamada under (oculta), también ha tenido a sus propios protagonistas, cuyas canciones han llegado a ser conocidas y vitoreadas por un público ávido de nuevas propuestas, de sonidos tropicales más atrevidos y contemporáneos. Estos artistas han sido especialmente apreciados por los más jóvenes y por el público extranjero, que los ha conocido gracias a la magia de internet y que ha sido cautivado por su originalidad y frescura. Ya a comienzos de los 2000, empezaban a cocinar sus propuestas personajes como Humberto Pernett, Walter Hernández (Systema Solar), Li Saumet (Bomba Estéreo) y José Rebimbas (Cielito Drive, Monoplónicos y Son Broders), todos ellos hoy referentes de la movida alternativa surgida y nutrida en la Región Caribe.

Para ahondar un poco más en la historia de este fenómeno, entrevistamos a uno de esos personajes icónicos, José Rebimbas, o José  Re, como le dicen muchos. Él se hizo popular en esa incipiente escena con temas como Pregón caribe con feeling para ti –más conocido entre su público como 100 pesos– que es, por cierto, una canción perfecta para conocer sus comienzos. En el video promocional de aquel sencillo, grabado en el Centro barranquillero, es posible apreciar escenas típicas de la ciudad, así como camuflado el humor y una pegajosa melodía con la que José aprovecha para hacer críticas sociales: la inflación, excesos del mundo de la publicidad y la confusión que vivía una generación joven marcada por la falta de oportunidades.

Desde entonces y hasta ahora ha transcurrido más de una década y José Re sigue en la escena. Algunas veces más visible y activo que otras, pero siempre creativo e inquieto, con una gran franqueza e irreverencia, moviendo los hilos detrás del under, atreviéndose, en compañía de sus amigos, a incursionar en géneros no tan convencionales para el oyente promedio en Colombia.

«Yo nací en Caracas y recuerdo que a mis cinco años tenía mucho interés por la música y los instrumentos. Mi interés motivó a mi madre a comprarme un cuatro llanero y desde ahí empezó mi aventura. Con el cuatro tuve mi primer acercamiento a hacer canciones y desde entonces no he parado, tuve lapsos en que dejé de tocar entre la mudanza de Venezuela a Colombia, pero al llegar acá empecé a darle a la guitarra, toda una nueva experiencia, un mundo de posibilidades. Mi primer proyecto lo conformé a los 16, se llamaba Alicia, inspirado en la banda Alice In Chains; no duró mucho, pero alcanzamos a grabar un demo que para ese entonces programaba Andrés Güette en Uniautónoma. Después de eso conocí a Jorge Quintero, un pelao muy talentoso y con quien tenía muchos sonidos en común, ambos estudiábamos en la U. Autónoma y formamos Cielito Drive. El nombre estaba inspirado en un documental que habíamos visto por esos días sobre Charles Manson. Con esa banda empezamos en un carnaval, tocábamos en los buses Yoryi (Jorge) y yo canciones propias como 3.000 coletos y Quién tiene la pelota, así como algunos covers de Manu Chao. Después, Yoryi me presentó a quienes conformarían la banda hasta la fecha, Mauricio Barranco y Diego Villabona, ellos para ese entonces tenían una banda de punk llamada Peter Pan. Con Cielito Drive es el proyecto que más he compuesto».

José parece conocer de cerca las dificultades que supone el dedicarse a hacer música alternativa en Colombia. Entre muchos otros factores destaca la poca receptividad por parte de algunos gestores culturales que parece forzar a los artistas a encontrar la forma de autogestionar sus eventos y demás emprendimientos. Al preguntarle cómo es el intentar armar una fecha para tocar en Barranquilla, entre risas y preocupación, nos contesta: «¡Es un viaje! Muchos amigos me maman gallo diciéndome que escogí el género equivocado al dedicarme a la música que hago y haciendo referencia al reguetón o el vallenato como ‘el camino fácil’ o ‘del éxito’. Lógicamente, en una ciudad como Barranquilla es más rentable tocar cualquier género menos rock, jazz o música clásica. Aquellos diría que son los géneros más marginados. La región está en todo caso pasando por un momento muy bello, hay muchos proyectos y la ciudad está adquiriendo un nivel muy bueno, pese a que todavía le faltan muchas cosas: en particular más formación de público y más espacios. Los circuitos acá están monopolizados, así que si eres amigo o tienes intereses en común con los promotores te incluyen en las fechas. Y por el contrario, en caso que no llegues a tener una media o buena relación con los programadores, literalmente harán lo que esté a su alcance para negarte oportunidades. Y a pesar de todo, el trabajo de muchos artistas durante años hace que hoy en día haya mucha diversidad».
Considera que los espacios para tocar son pocos, para algunos termina siendo más fácil «armar una moña» y tocar covers que desarrollar su proyecto con material propio. “Cuando armo una fecha lo hago porque quiero tocar y yo mismo consigo desde el lugar hasta los recursos técnicos. Por lo general siempre hay que invertir, y no siempre se gana, pero a mí me hace feliz y los pocos que van quedan superfelices, así que vale la pena. A veces salen eventos grandes a los cuales nos invitan a tocar, algunos porque quieren apoyar la banda y otros por necesidad».

Frente a esa situación desfavorable, conversamos sobre posibles cambios o acciones a implementar y esta es su reflexión respecto de lo que falta en la escena para los artistas emergentes: «Hace falta más espacios, más inversión, tanto de la empresa privada como pública (para las nuevas sonoridades sobre todo). También más apoyo de la gente, pero para que esto pase debe haber más igualdad; en general hacen falta muchos aspectos de la sociedad. Una persona que no tiene para desayunar no te va a pagar 10, 20 o 30 mil pesos por ir a ver un show en vivo. Necesitamos, además, que la gente que tiene monopolizada la cultura con el folclor y el vallenato le dé más cabida a las demás propuestas del ecosistema sonoro de la región».

Rebimbas señala además que algunas emisoras les cierran las puertas de entrada, aunque hay quienes están prestos a dar a conocer su música, como las emisoras universitarias. Destaca especialmente a Radiónica y Vokaribe como las estaciones que más compromiso han tenido con los nuevos artistas regionales. En cuanto a los temas que más lo motivan a escribir su música menciona los siguientes: «La pobreza, la desigualdad y todo el rollo de la venta de los recursos y bienes del Estado me traen rayado desde siempre, así como el tema del abuso policial. De un tiempo para acá en mi música hablo más de mí y de cosas personales, pero de cuando en vez le dedico un tema a otros asuntos».

Así mismo, la paternidad es otro tema recurrente al momento de inspirar sus canciones, y a su vez es una situación que lo hace cuestionarse la manera en cómo son criadas las actuales generaciones. «A mi hijo le he compuesto muchos temas, él me inspira de maneras desproporcionadas. De hecho, tenemos un proyecto llamado Marte y Remolino. Está en preproducción y en algún momento de este año verá la luz. Cuando veo a mi hijo a los ojos recuerdo la importancia de no dejar de ser niños de espíritu. Por ejemplo, todos nacemos con dotes para las expresiones artísticas y lastimosamente en el colegio y en las casas no se apoya a los niños, ahí es cuando muchos toman caminos que luego lamentarán. Pero bueno, algunos dicen que ‘el jefe manda aunque mande mal’. A mi hijo lo apoyo desde la barriga, y creo que la estimulación se ha visto reflejada en su inteligencia y es sus habilidades musicales».

Volvemos luego a hablar de su música, y José aborda sus planes futuros con Cielito Drive, confirmando que están preparando su tercer álbum titulado Pasado prometedor, disco que describe de la siguiente forma: «Cronológicamente debió ser el primero,
pero es el tercero y pronto estará el primer sencillo al ruedo. Son los temas viejos,

pero con el sonido de la banda ya madurada con los años (risas). Y bueno, el esperado tributo a Diomedes Díaz, ya se viene, ya se viene… Y está tremendo».

De cualquier modo, más allá de ser un vasto conocedor del panorama cultural, y debido a la gran cantidad de proyectos e ideas que ha liderado a nivel local, José se ha convertido en una suerte de hombre de las mil bandas. Hace poco empezó a ser conocido otro proyecto del que hace parte: Los Monoplónicos. Hablando con él de ese asunto, nos cuenta: «Alguna gente me vive diciendo que el que mucho abarca poco aprieta. Y yo no los entiendo. A mí me apasiona tocar y estar produciendo, y lo hago. Nunca me detengo y siempre estoy creando, haciendo colaboraciones y moviendo los proyectos. Aunque no es fácil, no es nada fácil estar metido en varias cosas, yo lo disfruto demasiado. Y ahí va cada proyecto en su proceso, andado a paso lento, pero firme.

Monoplónicos es otra banda de la cual hago parte, el líder del proyecto es Ricardo Orozco,

es llave mía del colegio y siempre soñamos con armar una banda, no fue sino hasta hace unos años que él empezó este proyecto. Yo entré tocando el piano, pero terminé en la batería, y estamos muy contentos porque la gente nos ha recibido con mucho cariño y
pronto sacaremos un EP».

Otro proyecto del que hace parte José es Son Broders. Llama la atención lo bailable de las canciones de ese dúo, aunque aún encierran cierta melancolía o ánimo reflexivo. Él ríe cuando menciono que tal vez lo cadencioso de aquellas melodías puede lograr que su música tenga un mejor impacto en el público costeño, a lo que agrega: «El otro día hice un Tutifruti (un festival medio clandestino que vengo manejando hace años) para darle espacio a lo que hago y a lo que hacen amigos; sonamos Exhausto, el primer sencillo del disco, y el chico que estaba haciendo la ingeniería del evento me pregunto: ‘Hey, ¿qué es eso? ¡Suena muy bueno!’ Yo solo me reí. Después me dijo: ‘¿Eres tú? Nojoda, está genial’. Y pues la gente estaba como bailándola, así que vamos a ver qué pasa...»

Cuando le pregunto por sus planes de llevar esa nueva propuesta al exterior me comenta: «A veces pienso que nadie es profeta en su tierra, eso me ha tocado vivirlo full con Cielito, pero por lo visto a los Son Broders les va a ir mas chévere. Además de que su sonoridad es más ‘alterlatina’ (alternativa latina) y el formato pequeño, es más fácil mover la propuesta. La idea es tocar afuera, conocer otros sitios y otros públicos, creemos que afuera a menudo valoran más la música, vemos el caso de muchos artistas colombianos que están girando full afuera, como Frente Cumbiero, Mitú, Bomba Estéreo y Systema Solar, entre otros».

También me adelanta, con optimismo, que con los Son Broders está en planes de publicar un álbum para mediados de este año. Se despide siendo realista y haciendo gala de su humor: «Hay que seguir abriendo espacios. Aunque las cosas no son fáciles cuando además de músico te toca ser mánager, publicista, aguatero, ingeniero, recogecables, productor, el que hace los videos... y la lista sigue». 

Laura Camargo
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Christo hace caminar sobre las aguas

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Domingo, Junio 19, 2016 - 02:44

Como si de un pasaje bíblico se tratara, el artista Christo Javacheff, famoso por sus instalaciones paisajísticas, presentó el jueves 16 de junio de 2016  su nuevo proyecto: una pasarela flotante que permite pasear sobre las aguas del italiano lago Iseo (norte).

Se trata de The Floating Piers (Los muelles flotantes), una pasarela de tres kilómetros de longitud y dieciséis metros de ancho que atraviesa una parte del lago, desde el municipio de Sulzano hasta la isla de Monte Isola, deteniéndose en el peñón de San Pablo.

Para crear esta suerte de puente flotante se han ensamblado un total de 220.000 cubos de polietileno de alta densidad cubiertos por 100.000 metros cuadrados de lona naranja, cuya textura y pliegues se asemejan a las leves olas del embalse.

El artista estadounidense de orígenes búlgaros (1935) ha dicho que se trata de «un proyecto físico», que se disfruta integrándose en él y recorriéndolo ya que «no es una obra destinada a ser mirada».

«Estoy interesado en las cosas que se pueden disfrutar, sentir, que son placenteras. ¿Qué hay más placentero que caminar?», cuestionó contundentemente.

La instalación fue abierta el 18 de junio y permanecerá hasta el 3 de julio, una vez concluya, todos los materiales serán desechados y reciclados.

El proyecto ha costado alrededor de 15 millones de euros que han sido completamente costeados por el artista, quien subrayó Efe que «no costará nada a los ciudadanos». Permanecerá abierto de forma gratuita y durante todo el día siempre y cuando las condiciones meteorológicas permitan el acceso, y decenas de socorristas velarán por la seguridad de quienes recorran la obra.

La idea es que el visitante pueda sentir que camina sobre el agua, ya que únicamente sobresale algunos centímetros de la línea de flotación, lo que ofrece una sensación ondeante que no dificulta en absoluto el paseo.

De este modo, Christo ha regalado una perspectiva inusual del lago, a unos cien kilómetros al este de Milán, delimitado por altas y rocosas montañas y remachado por una frondosa vegetación.

El comisario Germano Celant celebró que «Christo ha vuelto», ya que esta obra es la primera a gran escala desde que el artista realizara junto a su mujer, Jeanne-Claude, fallecida en 2009, The Gates (Las puertas, 2005) en el neoyorkino Central Park.

La idea de posibilitar un recorrido sobre el agua rondaba en la cabeza del artista desde la década de 1970 y, aunque estudió proyectarlo en el delta del Río de la Plata y en la bahía de Tokio, finalmente no pudo ser posible, lamentó.

No es la primera vez que Italia recibe a este creador, conocido por cubrir con tela grandes edificios y monumentos, sino que ya hizo de las suyas en el Bel Paese en 1970, cuando literalmente embaló el monumento ecuestre de Víctor Manuel II ante el Duomo de Milán, y el de Leonardo Da Vinci frente a la Ópera de La Scala.

También cubrió la torre medieval de Spoleto en 1968 e hizo lo propio con las Murallas Aurelianas de Roma entre 1973 y 1974. 

Gonzalo Sánchez
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¿Adiós a las armas?

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Domingo, Junio 26, 2016 - 15:42

A propósito del histórico acuerdo de cese al fuego bilateral definitivo del 23 de junio de 2016 en La Habana, entre el gobierno colombiano y las guerrillas de las FARC, surgen muchas expectativas e interrogantes sobre el futuro inmediato del país.

Con la desmovilización de las FARC, habremos superado lo que Eduardo Pizarro denominase en su momento, una “insurgencia crónica” dado que luego del conflicto Este-Oeste no se gestaron en Colombia las condiciones para el triunfo revolucionario por parte de las guerrillas y tampoco fue posible que éstas se convirtieran en una auténtica opción de poder (a excepción del M-19)  lo cual sí sucedió en países como Cuba o Nicaragua. Incluso en gobiernos como Brasil, El Salvador o Uruguay, fueron elegidos exguerrilleros que se desmovilizaron para alcanzar el poder por vía de las elecciones.

A Colombia se le ha conocido internacionalmente por ser un país violento. Y no propiamente por nuestra historia reciente, sino por haber tenido más de quince guerras civiles durante el siglo XIX y luego, después de la época de La violencia, padecer el conflicto armado interno más longevo del Continente. Pese a esta realidad, coincido con el historiador Eduardo Posada Carbó (La Nación Soñada, 2004), en que esta percepción es injusta, dado que los intolerantes, o quienes acuden a conductas violentas no son ni representan a la mayoría de la población colombiana.

Es innegable sí, que el Estado colombiano a lo largo de su historia ha sido poco tolerante con quienes ejercen oposición o acuden a distintas formas de protesta para canalizar su inconformidad, limitaciones propias de una democracia restringida y excluyente. La guerra fría y el conflicto armado interno fueron funcionales para estigmatizar a la izquierda o a los movimientos políticos o sociales.

Por cierto, siguiendo esta línea, la ausencia de una mejor pedagogía de paz para explicarle al país los propósitos de cada punto de los avances en la agenda de la negociación han hecho posible que las estrategias de desinformación y la “campaña del miedo a la paz” por parte de los opositores al gobierno de Santos hayan hecho bastante ruido. La Constitución política colombiana, en su artículo 23, habla de la paz como un imperativo del Estado. Por lo tanto, el tema de la paz no “es de la agenda del presidente Santos” sino de todos los colombianos, sin distingos partidistas. Es hora de hacer un llamado a superar tantos odios del pasado y a pensar más en el país que en ambiciones partidistas o personales.

Retos del pos acuerdo

Son muy diversos los desafíos que se le presentarán a Colombia en un escenario de postacuerdo, pues la naturaleza y la larga duración del conflicto armado interno suponen resolver múltiples asuntos. Las prácticas de las guerrillas  han sido condenadas por sus nexos con el narcotráfico, la violación a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. La degradación de la guerra derivó en un conflicto contra la población, ante lo cual tendrá que garantizarse justicia, reparación y no repetición. También la sociedad deberá entender, que la aplicación de la justicia transicional supondrá fórmulas más creativas que el simple encarcelamiento de todos los actores del conflicto que incurrieron en delitos (lo cual incluirá también a las fuerzas militares). En este proceso, el acompañamiento de la comunidad internacional será clave.

Sobre los temores de que luego de la finalización del conflicto se genere una “Centroamericanización” de la violencia, coincidimos con Carlos Nasi en que la situación colombiana dista de la que vivió El Salvador o Guatemala una vez se firmó la paz. Eso debido a que la relativa fortaleza de las instituciones del Estado en Colombia es mucho mayor que en Centroamérica. Asimismo, Nasi ilustra diferencias como que en El Salvador la Comisión de la Verdad pidió que no hubiera juicios para los responsables de crímenes (contrario al caso de Colombia donde se aplicará la justicia transicional) y en Guatemala, luego de alcanzada la paz, se multiplicaron los linchamientos contra los responsables de delitos contra la sociedad (Nasi, 2016). Y aunque tenemos bandas criminales en el país, por fortuna  no alcanzan la dimensión de las maras de El Salvador.

El ciclo de violencia que comienza ha cerrarse con la firma de los acuerdos para la finalización definitiva de las hostilidades entre el Estado y la guerrilla de las FARC, luego de cincuenta y dos años de confrontación armada, marca un hito histórico para el país y las futuras generaciones, aunque la sociedad no termine aun de asimilar la importancia y la magnitud de lo pactado en La Habana.  Quedan por supuesto, otros factores generadores de violencia (ELN, bandas criminales, narcotráfico, corrupción, violencia intrafamiliar, delincuencial) en los que tendrá que enfocarse el Estado y que paradójicamente, superan en porcentaje a la violencia asociada directamente al conflicto armado.

Por otra parte, también es claro, que fruto del proceso de paz, el gobierno no entregará el país a las guerrillas ni nos tomará el castro-chavismo. La presencia del Secretario General de las Naciones Unidas en la firma de los acuerdos del 23 de junio da fe de la legitimidad y la seriedad del proceso. Como bien lo señala Shlomo Ben Ami (2015), con los acuerdos de paz, “no se trata de eliminar la economía de mercado ni tampoco de la implantación del realismo socialista. La lucha por la sociedad supuestamente ideal no es tema de la negociación de paz; es más bien el tema de la lucha política en democracia, y que sea la mayoría democrática la que decida”.

El fin de la guerra en Colombia, desnudará el hecho de que no todos los males de nuestra sociedad son atribuibles exclusivamente al conflicto armado y de que la paz armada no es igual la paz social pues las inequidades del modelo económico o la desigual distribución de las tierras en el país no se resolverán mágicamente porque no haya guerrillas. En eso no podemos equivocarnos para que no se generen expectativas desbordadas con el fin del conflicto armado.

Decir adiós a las armas será tan sólo el comienzo, no el fin de la violencia. Pero este hecho sin duda, es de una inmensa trascendencia y una condición necesaria para construir una mejor sociedad en nuestro paìs.

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Roberto González Arana
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Los desafíos que se le presentan ahora al país, a partir de los acontecimientos históricos de la dejación de las armas, no se resolverán mágicamente porque no haya guerrillas, pues hay otros generadores de violencia, y no solo grupos armados sino también
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El fin de un largo conflicto

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Domingo, Junio 26, 2016 - 15:59

La foto de un hombre casi ciego y encorvado por el peso de sus 84 años, con una toalla sobre hombro  y montado sobre una mula, al frente de una interminable fila de combatientes, es la imagen que perdurará en el anecdotario de los colombianos por ser la más representativa de la cruenta historia de guerras que está por terminar. Este anciano, sesenta y cinco años atrás había sido un leñador apacible, antes de reclamar el pago de unas gallinas muertas en un bombardeo del ejército. Las guerrillas de los liberales, que habían acudido al llamado de resistencia civil en la región de Marquetalia, se desplazaron a otro refugio por entre las pedregosas rutas de las montañas de Colombia, pero esta vez aumentaron sus filas con aquel joven indeciso.

Al saberse menospreciado por un gobierno impasible que no tenía entre sus propósitos reparar a las víctimas de aquel conflicto, Pedro Antonio Marín, renuncia a su condición de leñador para afiliarse en el desmedrado ejército que los pobladores rurales conformaron,  acogiendo el llamado de los jefes políticos del Partido Liberal, después del asesinato de Gaitán. Laureano Gómez, del Partido Conservador, se posesionaría como presidente un par de años más tarde, y mandaría sus tropas a someter a los insurrectos, craso error que recrudeció los hostigamientos pudiendo resolver por la vía de la negociación, dando inicio a uno de los conflictos más prolongados del mundo.

Marín nunca más fue leñador, cambió el hacha por un fusil y vivió el resto de su vida huyendo de la policía, haciendo escaramuzas en confrontaciones reiteradas. En 1964 abandonó su filiación liberal, cambiando por la doctrina del comunismo su ideología combatiente, en adelante Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, sería su nombre de combate, y por su sagacidad asumió la comandancia de las FARC, fuerza insurgente que se salió de sus cauces adoptando proporciones sin medida, en una guerra civil que se ha prolongado por 64 años. Marulanda, el guerrillero más viejo del mundo, murió de muerte natural, en la espesura de las selvas.

Así se configuró uno de los episodios más dramáticos de una larga saga en  este país, que puso su punto final al mediodía del 23 de junio de 2016 en La Habana. Ahora, para que el cese definitivo del conflicto entre los colombianos  sea una realidad, es imprescindible que cesen los motivos que conducen a él, aplicándose también las diversas alternativas que se sugieren para evitar que los errores en inventarios tengan una réplica en nuevos acontecimientos; impidiendo que se reproduzcan otra vez en forma de procesos sociales de apariencias heroicas y costos insalvables.

Es en nuestra privilegiada ubicación estratégica y en las incontables riquezas naturales que yacen en los suelos y subsuelos de un territorio que es un mar extenso de tesoros, donde dormita buena parte de la génesis de la desigualdad. Esas ventajas comparativas solo han servido para alimentar períodos de grandes convulsiones, enfrentamientos entre iguales originados en la ambición que también tiene rasgos de desmedida. Las guerras, motivadas en la avaricia, nos acompañan desde el nacimiento de la República, con la peculiaridad de haber sido todas entre iguales, pues, salvo una escaramuza con el Perú, jamás hemos tenido una confrontación que nos haga contrincantes bélicos de ningún país del mundo. Ni falta nos hace porque nos hemos especializado en darnos garrote entre nosotros mismos.

La sevicia por el poder, o por mantenerlo, ha hecho que el camino para logar un desarrollo productivo en condiciones de equidad, sea zigzagueante. 

La doctrina de la impotencia

La inestabilidad política fue el factor más destacado en el siglo XIX. Las luchas por la autonomía ante el poder colonial, conllevaron a la proclamación de la independencia absoluta de España, y durante seis años, de 1810 a 1816, las rencillas entre criollos por la forma de organizar el nuevo gobierno, nos valieron el acertado nombre de Patria Boba. Cada aldea tenía su junta de gobierno independiente y soberana, y el concepto de federalismo se convirtió en una soberbia doctrina de la impotencia.

Desde entonces, los enfrentamientos armados entre civiles en la pugna por el poder, se caracterizaron por ser milicias organizadas en guerrillas para conducir el proceso de desestabilización. La facilidad para formarlas y la fragilidad gubernamental, garantizaron la continuidad del conflicto. En 1848, al constituirse los partidos políticos, se dio carta de ciudadanía a los dos bloques que se  enfrentarán entre sí durante los siguientes cien años, adquiriendo características peculiares haciendo que, en el espectro de la guerra, surgieran otras pequeñas fuerzas, ellas incidieron desde las tendencias de la izquierda política, empezando una prolongada pugna por ser incluidos en la vocería colectiva con posibilidades de dirigir el régimen.

En aquellos albores de la República, los dos únicos partidos políticos, el Liberal y el Conservador, se alternaron en el ejercicio de una oposición irracional de ribetes sangrientos como corresponde a los alzados en armas, con el objetivo de conseguir el poder del Estado para usarlo en beneficio propio, excluyendo al rival. Este enfrentamiento atizó el fuego de la antipatía entre iguales al fragor del combate en armas. Las atrocidades de las guerras  aumentaron los odios entre un campesinado casi ignorante, arrastrado por las insignias de unas banderas (azul, de  los conservadores, y roja, de los liberales) enarboladas por los dirigentes de estos partidos que arrastraban a los habitantes del campo y, en menor medida, de las ciudades, en una cada vez mayor polarización.

Los conservadores identifican la noción de patria con la defensa de las tradiciones, la propiedad de la tierra y el sermón de la Iglesia. “Dios, patria y familia” son inamovibles en su acervo filosófico, principios que constituyeron las razones de sus alzamientos.   Para los liberales,  los predicamentos de la Iglesia fueron un obstáculo para avanzar en la modernización del país, identificados con los ideales de la Revolución Francesa, “Libertad, fraternidad e igualdad”, que son los fundamentos de la democracia moderna. En los momentos históricos en que pudieron hacerlo, abrieron nuevos horizontes políticos basados en el principio de la soberanía popular,  soporte de los cambios sociales a partir de entonces.

Estas guerras civiles terminaban con un armisticio o con el sometimiento, en episodios que se repitieron sin cesar, hasta  desembocar en 1899 en la más cruenta de todas, la de Los Mil Días, que dejó unos ochenta mil muertos en una población de cuatro millones escasos. Una sucesión de enfrentamientos estériles que nos hicieron retroceder cien años, dejando al país destruido, envilecidos en el sofoco nacional y sin fuerzas para defender el istmo de Panamá que declaró su independencia con el acompañamiento de Estados Unidos, pasando a administrar un punto de tránsito entre los dos océanos. Un gran negocio desde cualquier lugar dónde se le mire.

La violencia y el dolor son parte de nuestra historia política, resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, por tantos años. Nunca hubo paz sino treguas efímeras en medio de ocho guerras civiles en el territorio nacional y catorce guerras entre provincias, a lo que debe añadirse tres golpes de cuartel en el siglo XIX, y otro más poco después del asesinato de Gaitán, con el que se cerró el ciclo de los enfrentamientos liberales y conservadores y se inauguró uno nuevo, el enfrentamiento con las guerrillas comunistas.

La guerra de nuevo cuño

Desde  1964 existen las FARC, de ideología marxista-leninista, cuyo objetivo es llegar al poder implantando un estado socialista en Colombia.  Durante 52 años fueron combatidas con el uso de la fuerza del Estado. Desde septiembre de 2012 se desarrollaron los acercamientos y conversaciones entre representantes de esta organización insurgente y el gobierno colombiano, para construir este acuerdo de paz que hoy celebramos,  con el acompañamiento de los gobiernos de Cuba, Venezuela, Noruega y Chile, y diversos líderes de organizaciones europeas, latinoamericanas y norteamericanas, a nombre de sus gobiernos, analizando esta experiencia a la luz de conflictos en otros países, destacando la importancia de la asesoría técnica y la transferencia de recursos para el posconflicto.

Desde entonces se lograron  acuerdos en temas fundamentales como Reforma Rural Integral, Apertura Democrática para la participación política, Solución al problema de las drogas ilícitas y Reparación a las víctimas del conflicto, entre otros. Los acuerdos finales estuvieron orientados a establecer los mecanismos para el cese al fuego y a las hostilidades, el proceso de dejación de armas, las garantías de seguridad y eliminación del paramilitarismo, temas que fueron superados lográndose consensos importantes, así como en los  ajustes institucionales necesarios para responder a los retos de la paz.

Las tareas del postconflicto

En el postconflicto, fase de transición que sigue a los acuerdos de paz, debe establecerse vigilancia especial sobre la aplicación de la Ley de Víctimas, cicatrizando las heridas emocionales y económicas para avanzar hacia la consolidación de la concordia.  Debe haber un acompañamiento especial para la manera como las FARC se irán convirtiendo en un movimiento político legal. Al tratarlos como portadores de derechos y de deberes, es decir, al restablecerse su carta ciudadana, deberá dejarse a un lado las herramientas del derecho penal utilizadas en la lucha contra la insurgencia, abriendo paso desde la justicia a un nuevo camino respetando los mecanismos para su reinserción a la vida civil.

Los insurgentes  desmovilizados como las poblaciones que los reciban deben recibir el respaldo institucional para albergarlos, de manera que se les brinde, a unos y a otros, apoyo psicosocial  para la incorporación a una vida productiva, social y ciudadana.

En esta etapa deben ponerse en funcionamiento las transformaciones que se  requieran para que la violencia política no vuelva a aparecer y para que el Estado colombiano avance en su capacidad de control y combate a la violencia derivada del crimen organizado. Según los cálculos de los miembros de la Comisión de Paz del Congreso, esta etapa costaría 106 billones de pesos (unos 31.240 millones de dólares) durante los primeros diez años. De ese monto, 16 billones (unos 4.715 millones de dólares) se invertirán entre 2017 y 2018.

Los conflictos son inherentes a la vida de las comunidades en su proyección hacia  el cambio social, de modo que no es posible vivir sin ellos, es la razón por la que, estar alertas para resolverlos en un ambiente de democracia y dignidad, es lo que se impone en adelante. Las diferencias deben convertirse en propulsoras de dinámicas del desarrollo económico, aprendiendo a resolverlas en el diálogo con respeto. Las actividades se concentrarán en el desarrollo de las propuestas alrededor de los retos de las medidas de justicia transicional, reintegración y reconciliación, así como en los aspectos que implican cambios estructurales de largo plazo como la gobernabilidad territorial,

La cultura y la educación
Para la paz.

Al recibir el premio Nobel de Literatura, aquella noche de noviembre de 1982,  García Márquez, alertó a la humanidad: “…. la solidaridad con nuestros sueños debe concretarse con actos de respaldo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo”. Hoy, 52 años después del bombardeo y desembarco en Marquetalia, celebramos la ilusión del fin a esta prolongada confrontación armada con las Farc, y empezamos la construcción del ambiente de paz con dignidad que merecemos los colombianos.

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Álvaro Suescún T
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Una sucesión de enfrentamientos armados acompañan la vida de la nación colombiana, con la peculiaridad de haber sido todas entre iguales. “Nos hemos especializado en darnos garrote entre nosotros mismos”, dice el autor del artículo.
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