Cuánta fascinación ejercen los actores y actrices allá, subidos en las estrellas, idealizados, adorados, envidiados por el resto de los mortales. Nos seduce el halo de semidioses invencibles haciendo la venia en el teatro o caminando por rojas pasarelas de ensueño y, es, precisamente, por un dios, por Dionisio, que hoy existe el arte de la actuación, porque en la Grecia antigua los seres humanos, para rendirle culto, asistían disfrazados a sus fiestas ceremoniales.
Sin embargo, la actuación viene desde un principio del Uno, cuando al ser primitivo al observar el movimiento de los animales poderosos se le ocurrió que, si él se movía de la misma forma, podría apropiarse de esos poderes que lo asustaban. En ese relámpago de tiempo surgió el poderoso encanto de la imitación acompañado de maquillaje, máscaras y pieles y, he ahí, el magnetismo de los actores: traen, desde la memoria evolutiva más profunda, los ojos cristalinos de los leones, el andar suave de un gato, la violencia mortal de un oso. El teatro viene de la naturaleza y de la suspicaz inteligencia del ser humano.
Más adelante, en la Grecia antigua, un integrante se aparta del estado natural del colectivo al colocarse de frente al grupo convirtiéndose en el Otro. Diferenciado de los demás rompe la uniformidad y emprende el diálogo, algunos otros se retiran, de esta manera quedarán constituidas las partes del teatro: coro, actor, público, que con el transcurrir de los tiempos pasaría a ser arte, «la expresión de la alienación», según Ernst Fischer. Es el paso cultural de salirse de la Naturaleza lo que dará inicio al teatro, a la danza, al canto, que hoy en día llenan escenarios pequeños hasta grandes estadios.
Se le atribuye a Tespis la creación de los primeros diálogos, inventando así la tragedia, que debe su nombre a la palabra “tragos”, que significa “chivo”; y “oda”, “canto”, el himno religioso cuando se degollaba al chivo para Dionisio, dios del vino. La tragedia es, pues, dolor, sufrimiento, compasión y purificación, lo que era del animal pasó al hombre.
La comedia, como la tragedia, nace del deseo de imitar, pero hacia el otro extremo, hacia la burla. Si la tragedia enaltece, la comedia demerita. Su surgimiento es la capacidad cultural de la oposición, de la dualidad, de la alternancia, la reafirmación de los contrarios. Alcanza su máximo esplendor con la comedia del arte de la improvisación, commedia dell’arte, bellísimo movimiento de teatro popular italiano del Siglo XVI, itinerante, rico en personajes y situaciones, fuente inagotable de los payasos del mundo, de las comedias de televisión, de cómicos de la talla de Cantinflas, Chespirito, Mister Bean y del mismísimo Charles Chaplin.
Del teatro griego nos viene la hipocresía, la máscara, porque es preciso demostrar, fingir, ocultar, expresar ideas y afectos con la maestría de un zanni italiano para sobrevivir en medio de la diversidad de congéneres tan diferentes a uno mismo. El teatro nace con cada criatura porque a todos los niños del mundo les encanta ser el centro de atracción y adoran los aplausos de sus padres. La actuación aparece con el hombre por la insoslayable necesidad de comunicarse con los demás. El teatro es tragedia y comedia y ellos, los semidioses, los actores, nos recuerdan que todos los seres humanos podemos morir de risa o en medio de la alegría, reinventarnos con el llanto.
* Directora de la Fundación y Academia de Teatro Pierrot. Psicóloga graduada en la Universidad Metropolitana de Barranquilla, con especialización en Filosofía contemporánea, de la Universidad del Norte.
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