La señora R., una dama de muy buenas costumbres y con buen sentido del humor, vio un día cómo su afable personalidad se desmoronaba en la congestión de tráfico. Había regresado tarde del trabajo, compró un regalo a última hora y a las 8 de la noche se cambió rápidamente para ir al cumpleaños de una de sus mejores amigas. Media hora después, metida en los trancones, empezó a desesperarse. Había sido un día duro. Ella se preciaba de ser puntual y odiaba llegar tarde. Decidió entonces llamar a excusarse, usando el ‘manos libres’ para evitar una infracción. Al otro lado de la línea, su hija puso el teléfono en altavoz para que los quince asistentes reunidos en la sala escucharan su mensaje. El semáforo cambió a verde y cuando ella avanzó al frente, del lado derecho y de la nada una motocicleta se le atravesó súbitamente. Con el corazón en la boca metió el frenazo del siglo. Casi automáticamente abrió la ventanilla y empezó a gritar una retahíla de vulgaridades que causaron gran impacto en la sala de la cumplimentada. La muchacha del servicio dijo: «yo no creía que las señoras como ella se sabían esas palabras». Las risas estallaron de nuevo e hicieron que acá en el carro la señora R. pasara rápidamente de la furia a la vergüenza. Cuando por fin llegó de nada sirvieron las explicaciones, y su diatriba fue el tema de la noche. A partir de ese día nunca más volvió a enfadarse en la calle, siempre recordando la burla de los amigos. Este caso es un ejemplo de lo que está pasando en la Costa y en muchas otras ciudades de Colombia. La congestión de tráfico les está poniendo los pelos de punta a la gente y les está sacando partes no muy agradables de su naturaleza.
En la historia descrita el temperamento caribeño sirvió de regulador de las emociones. Pero no siempre es así, y existen razones para preocuparse. Por ejemplo, en la ciudad de Barranquilla en los primeros tres meses del 2016 diez facilitadores de movilidad fueron atropellados por conductores desesperados. Estas noticias causan desconcierto. ¿Será que la congestión de tránsito está acabando con el buen humor de los costeños?
Tradicionalmente se ha considerado al caribeño como un ser pacífico que le sabe sonreír a la vida, manteniendo un buen espíritu y mucha alegría de vivir. Los caribeños son unos seres relacionales que sacan tiempo para compartir armoniosamente con los demás. Es común escuchar que le dicen a alguien que luce molesto: «Ajá, ¿y te vas a cabrear? Cógela suave». Pero últimamente esos atributos parecen perderse estando al volante de un bus, un carro o una moto. Entonces muchos adoptan una conducta de autómatas, parecen guiados por la filosofía de ‘bobo el último’, y se comportan agresivamente.
Fracasos del progreso
Desde hace varios años la Costa Caribe experimenta un impresionante boom comercial. Por ejemplo, en el 2014 la ciudad de Barranquilla experimentó un aumento del 52 % en la construcción de bienes inmuebles, y el área aprobada para viviendas subió 67 %. Además ha habido un aumento de los empleos disponibles. Pero se vive también el fenómeno llamado ‘el fracaso del éxito’, que Max Weber identificó como ‘la paradoja de las consecuencias’. Estos son algunos de los precios que pagamos: congestión de tráfico, hacinamiento, ruido, polución, estrés y agresividad. Con más dinero circulante, los consumidores tienen fácil acceso a muchos productos, entre ellos más posibilidades de comprar vehículos. En el mes de febrero del 2016 el parque automotor registrado en Barranquilla fue de 168.679 vehículos, un incremento de 25.470 desde febrero del 2015. Estos incluyen 78 mil automóviles y 33 mil motocicletas. Sin embargo, la malla vial sigue prácticamente igual, causando entonces el congestionamiento en las calles.
La ciudad se torna vertical con ‘árboles de cemento’ creciendo a diestra y siniestra. Especialmente en las ‘horas pico’, dicha verticalidad se horizontaliza y las llantas de los carros y las suelas de los transeúntes inundan un espacio geográfico que es ahora insuficiente. Los conductores viven una especie de carrera contra obstáculos, moviéndose desesperados pero a paso de tortuga en la manigua urbana. Con el pie derecho en el freno y la mano en la barra de cambio, el cerebro de los choferes debe decidir cuándo, cómo y cuánto marchar hacia adelante mientras se tienen al frente las motocicletas, el hombre que hace piruetas, el limpia-vidrios, los vendedores de frutas y pan de yuca, y sabiendo que en cualquier momento por la derecha o la izquierda se atravesará un taxi, una bicicleta o un peatón. Indudablemente estas circunstancias requieren de un desempeño cerebral superior. Se necesita un estado mental excelente para ejecutar todas las demandas que la calle impone.
Desafortunadamente, esa misma congestión es causa de estrés en individuos sanos y también puede exacerbar los problemas emocionales ya existentes. O sea que muchos individuos quizá no estén capacitados para ejercer tranquilamente todas las funciones demandadas por el ambiente.
Congestión de tráfico y salud mental
La correlación entre el llamado Urban Sprawl (expansión urbana) y salud mental ha sido previamente estudiada. En esta sección discutiremos especialmente los problemas emocionales relacionados con la congestión de tráfico.
La furia del camino (Road Rage). En los Estados Unidos y en otros países se habla del llamado Road Rage (ira del camino o furia del conductor). Aunque no está clasificada como una enfermedad mental de por sí, esta se ha considerado un trastorno emocional (comportamiento agresivo) que se desencadena al manejar. En las calles se puede observar cómo ciertos conductores se vuelven territoriales, iracundos y crueles. Los comportamientos incluyen manejar a alta velocidad, pasarse de una línea a otra, maniobrar peligrosamente entre varios carriles, acelerar para bloquear el paso e impedir ser pasados, pitar frecuentemente, hacerte sentir que van a golpear el carro por detrás, hacer gestos obscenos o insultar por la ventana. Cuando los síntomas son más severos los conductores se pueden bajar a buscar pelea o atacar con un arma. Este fenómeno que ha sido mostrado en programas y videojuegos de los Simpson y ha hecho reír a muchos, en la realidad es un problema muy serio que puede llevar a confrontaciones físicas y causar lesiones corporales o muerte. También puede acabar con la reputación y la vida productiva de ciudadanos que terminan en la cárcel por conducta violenta.
Aunque no está clasificada como enfermedad mental, la ‘furia del conductor’ o ‘ira del camino’ se considera un trastorno emocional que se desencadena al manejar.
Esta situación llevó a los líderes del estado de Nueva Jersey a imponer sanciones más fuertes a los causantes de accidentes debido a la furia del conductor. La ley fue inspirada en el caso de la joven Jessica Rogers, quien a los 15 años fue víctima de un accidente que la dejó paralizada del cuello hacia abajo. Daniel Robbins, el conductor del carro, se enfureció cuando alguien se le atravesó impulsivamente y él aceleró para perseguirlo. Cegado por la ira hizo unas maniobras locas y terminó chocándose contra un poste, lesionando gravemente a Jessica. Robbins fue sentenciado a solo seis meses en prisión. En comparación, Jessica dijo: «Yo quedé sentenciada a cadena perpetua». La nueva ley elevó estas ofensas a una categoría de crimen de tercer grado y estableció penas de 3 a 5 años en prisión cuando la conducta agresiva causa daños corporales severos.
Este fenómeno se ha apreciado en muchas ciudades colombianas. Por ejemplo, según la Encuesta de Felicidad y Satisfacción de los Ciudadanos de Bogotá del 2014, el 72,8 % de los encuestados se sentía poco o nada satisfecho al transitar con seguridad por la ciudad. El 85,5 % de los participantes se sentía preocupado por la manera como las personas solucionaban las diferencias con los demás por la tendencia hacia la agresividad. Igualmente, en la ciudad capitalina ha habido muchos reportes de agresividad de los taxistas. Según la encuesta de Barranquilla Cómo Vamos, los barranquilleros califican mal a los conciudadanos en materia de convivencia. El 79 % se siente insatisfecho por la violencia e inseguridad, y solo el 41 % de los encuestados piensa que hay respeto y solidaridad por los demás. En otras ciudades del país como Cartagena, Bucaramanga y Florencia se han descrito eventos violentos por parte de los conductores. O sea que la agresividad en las calles es un problema generalizado que merece atención tanto nacional como local.
Los peatones. En otro estudio del Fondo de Prevención Vial encuestaron a 1.050 peatones en varias ciudades del país. El 68 % consideró que no cometía ninguna transgresión. Sin embargo, se encontró que una gran mayoría cometía muchos errores, incluyendo pasar semáforos en rojo o caminar por zonas prohibidas. Este es el fenómeno que en los Estados Unidos se apoda ‘Jay walking’. Este nombre (Jay) se le dio desde comienzos de siglo a los turistas que venían de otros lugares a visitar y que cometían muchas imprudencias en las calles. Actualmente muchos estados tienen leyes que castigan este comportamiento. Definen como ‘Jay walking’ conductas tales como caminar en la calle y no en los andenes, atravesar en sitios diferentes a las esquinas, volarse las barricadas, no respetar las señales y otras. Estas violaciones son consideradas ofensas menores y son castigados con multas.
Salud mental en las calles
Muchas personas en las calles presentan síntomas temporales o permanentes de salud mental que pueden impactar su conducta al transitar.
TDAH. La prevalencia del trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) ha sido calculada en 4,4 % en la población adulta. Eso quiere decir que una proporción de los choferes sufre de esta condición. Los síntomas de TDAH en adultos incluyen déficit en la atención y concentración, impulsividad e hiperactividad física. Esto impide mantener la concentración para ejecutar tareas que requieren atención sostenida. O sea que un conductor con TDAH expuesto a un trancón por mucho tiempo puede tener limitaciones para reaccionar normalmente.
Las fobias. Esta es otra patología común. Por ejemplo, la agorafobia es una condición que se caracteriza por el miedo y la ansiedad intensa al estar en lugares donde es difícil escapar o donde no se puede disponer de ayuda. Generalmente se combina con el llamado trastorno de pánico y causa molestia o dolor torácico, asfixia, mareo o desmayo, corazón acelerado, dificultad para respirar, sudoración y temblores. Los que padecen estos síntomas tienden a evitar lugares congestionados. En los trancones pueden sentir la necesidad de escapar rápidamente, desesperarse y conducir mal.
Trastorno Explosivo Intermitente. Esta es una condición psiquiátrica muy seria. Se caracteriza por episodios repetidos de comportamiento impulsivo, agresivo y violento, reaccionando de manera desproporcionada a la situación. Muchos de los que presentan la furia del conductor realmente sufren esta enfermedad. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (5ª versión) los criterios diagnósticos requieren que la persona haya tenido episodios de violencia verbal dos veces por semana por tres meses sin agredir a nadie ni romper cosas, o haber tenido tres episodios de agresión a otros o destrucción de cosas materiales en los últimos doce meses.
Estrés y valores humanos
El estrés crónico puede afectar la calidad de nuestros sentimientos. El desespero por salir de los trancones puede desencadenar sentimientos egoístas de ‘sálvese quien pueda’ o una necesidad de llegar primero. Eso se traduce en una pérdida de la empatía, la cual se define como la capacidad de ponerse en el lugar de los otros seres humanos. Cuando la empatía falla, las personas se tornan individualistas, se desconectan de los demás y solo buscan su propio beneficio. Es difícil mantener un sentido de comunidad o crear la llamada cultura ciudadana si no existe el altruismo, o la capacidad de pensar en el bien común.
La solución es de dos vías
La solución a estas dificultades requiere del concurso simultáneo de los gobernantes y los ciudadanos. Las autoridades necesitan desarrollar e implementar planes para organizar y regular mejor el tráfico, y los individuos deben controlar sus comportamientos. La necesidad de fomentar la cultura ciudadana es indiscutible. Sin embargo, dicha cultura no puede darse en el vacío y requiere de una matriz estructurada de movilidad. Y luego hay que educar a la gente para que funcione dentro de dicho templete. Las ciudades pueden adoptar las disposiciones que han probado ser útiles en otros países. Entre otras, estas medidas incluyen:
• La expansión vial.
• El aumento de opciones de transporte público.
• Promover el compartir de automóviles.
• Mejorar las condiciones de las vías.
• Poner mejores marcas, avisos y señalizaciones para vehículos y peatones.
• Buscarle una solución a los que venden o solicitan dinero entre los vehículos.
• Hacer campañas masivas de educación.
• Profesionalizar a la policía de tránsito.
Muchas de estas soluciones han sido estudiadas y confirmadas con investigaciones. El libro Congestión de tránsito, el problema y cómo enfrentarlo, de Alberto Bull, contiene mucha información sobre las soluciones.
Otras acciones recomendables son:
• Declarar y tratar la agresividad callejera como un asunto de salud pública.
• Obligar a los conductores violentos a recibir tratamiento adecuado.
Es importante prestar atención a la salud mental. Es necesario trabajar con nosotros mismos para preservar nuestra calidad humana y nuestro buen humor en las calles. Los siguientes comportamientos pueden ayudar a vivir mejor:
• Pensar en las otras personas.
• Ser un buen ciudadano y respetar las normas.
• Ajustar los horarios y manejar bien el tiempo.
• Mantener una calidad humana alta, mostrando buenos modales y cortesía.
• Mantener la calma, relajarse y preservar el temperamento caribe a toda costa.
• Dar siempre lo mejor de sí.
Y es aconsejable regirse por la regla dorada: Nunca dejar que las malas situaciones saquen lo peor de uno mismo. No podemos permitir que una congestión de tránsito altere los valores y las características tan lindas de la gente del Caribe. Después de todo, siempre hemos pensado que esta región le puede dar lecciones de comportamientos pacíficos al resto del mundo. Esos son atributos importantes que no debemos perder jamás.
Sobre el autor
Médico, psiquiatra, con magíster en salud pública y magíster en terapia de familia. ‘Coach’ profesional certificado, ex director de Salud y Servicios Humanos del condado Wake, en Raleigh, Carolina del Norte, EEUU.