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Un personaje para recordar

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Domingo, Mayo 22, 2016 - 00:00

En un encuentro sobre “Poder político y literatura en Barranquilla” se habló de cómo la historia, la novela y la biografía se disputaban el arte  de narrar la vida. Si quisiéramos citar todas las fuentes empleadas incluiríamos: las crónicas, las baladas populares y las conversaciones de sobremesa ya casi desaparecidas. En algún momento y por tocar el tema salió a relucir el nombre de Julio H. Palacio, un periodista de principios del siglo pasado y autor de tres libros en los que se recopilaron sus notas periodísticas publicadas en la década de los cuarenta con el nombre de Historia de mi vida (en realidad de otras vidas). El estilo coloquial, casi de confidencia, era lo que lo distinguía.

Gozaba de privilegios por ser de una familia de la élite gobernante. Era hijo del general Francisco Palacio, un liberal partidario de Rafael Núñez, que después se integró al Partido Conservador, un hombre del régimen que ocupó altos cargos administrativos y parlamentarios.  Julio H., su hijo, bachiller en Francia, abogado de la Universidad de Bolívar, en Cartagena, fue secretario privado de Rafael Núñez en su retiro de El Cabrero, y más adelante  director de un periódico que apoyó la ‘dictablanda’ de Rafael Reyes. Fue director en esta ciudad de los periódicos El Día, La Nación y El Rigoletto. Era «De frase galana y pluma robusta», como lo calificó un comentarista de la época. Fue amigo y contertulio frecuente de los presidentes   Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos. Para esa época era considerado como liberal (de talante siempre  lo fue).

Las anécdotas sobre él menudeaban. Cuando estuvo en 1906 como miembro de la delegación colombiana en la III Conferencia Panamericana en Río de Janeiro y después de una noche de juerga fue despertado muy temprano por el general Rafael Uribe Uribe, jefe de la delegación y embajador de Colombia en Brasil. El caudillo liberal le pedía estudiaran la posición de nuestro país en el debate frente a la doctrina Drago.

Palacio, en medio de una resaca feroz, le contestó: «General, yo no fui nombrado aquí para prestar servicios sino por servicios prestados».

En realidad estaba equivocado porque una frase atribuida al presidente Reyes era: «En política no se deben tener en cuenta los servicios prestados sino los que se  puedan prestar».

Cuarenta años más adelante, al reprocharle a Julio H. que fuera de hecho un liberal dando la espalda a sus orígenes conservadores alguien le gritó:

¡Defínase, su señoría!

A lo que él respondió: ¡Áulico del poder!

«Estuvo siempre al lado de los grandes», nos dice Nicolás del Castillo Mathieu, y añade «No es fácil desempeñar el papel de cortesano, y Palacio lo fue en el mejor sentido de la palabra».

Julio H. vivió sus últimos años en una pieza del hotel Regina, pero almorzaba todos los días en el Hotel Granada, invitado por funcionarios y parlamentarios que querían oír el último cotilleo palaciego. Falleció en 1951.

Una figura que confirmaba la media verdad que sostenía el periodista y poeta Juan Lozano y Lozano:

«Sucede que en nuestro país la sola actividad intelectual es la política. La política es un mínimo intelectual como la Ley es un mínimo ético y a ella vamos todos los que hubiéramos preferido una carrera humanística. Ni vencedores ni vencidos los intelectuales colombianos podemos vivir fuera de la política (revista Sábado, 1944).

Palabras ya no tan ciertas, los humanistas, ahora con otros nombres más precisos, ejercen una profesión liberal, se refugian en las universidades, en las empresas o asesorías de publicidad y siempre hay la posibilidad de tener un taxi o poner una tienda o un bar. Con la lectura atenta de las obras de Julio H. Palacio se puede hacer otra mirada a muchos de los personajes e hitos históricos consagrados y darse cuenta de las miradas bizcas y los adjetivos socarrones que dulcemente y como quien no quiere la cosa les daba este historiador informal. 

Ramón Illán Bacca
sumario: 
Columna de Ramón Illán Bacca
No

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