![Haime Correa en su estudio.](http://revistas.elheraldo.co/sites/default/files/styles/606x330/public/2016/05/28/articulo/foto_jaime_correa_pintando.jpg?itok=KKUPvn0M)
El arte despierta conciencia, y en temas vigentes caben el deterioro del planeta, la violencia contra las minorías o la búsqueda de la paz. Ante la indiferencia por lo que está sucediendo en materia climática es conveniente utilizar otros lenguajes, esos que suelen impactar las emociones. En el tema de calentamiento global el debate racional tiende a moverse en espirales inagotables. Para los neófitos en temas de biofísica, una rápida mirada a las argumentaciones que están sobre la mesa puede aportarles ideas tan disímiles como complejas: unos expertos dicen que si aumenta el gradiente de temperatura, ya no habrá retorno. Otros dicen que es exagerada esa visión apocalíptica, porque siempre el planeta se ha visto enfrentado a grandes cambios de temperatura. En fin, mejor apelar al arte. Al poder del arte para expresar los clamores de nuestra afectada naturaleza. Por eso, el Centro Cultural Cayena conmemoró el Día Internacional de la Tierra con la exposición del artista Haime Álvarez Correa, Jaime Correa como todos lo conocen, denominada: Cambio Climático: témpanos tropicales y otras latitudes, bajo la curaduría de Gustavo García.
Correa, admirador del surrealismo, tiene impregnado también el realismo mágico de su tierra cienaguera, donde comenzó a pintar desde los cuatro años. El primer recuerdo de sí mismo es una conciencia remota de un niño dibujando, con un palito, en el arenero que cubría las calles vecinas de su casa, no pavimentadas aún. Ciénaga dejó en el artista imágenes imborrables. Pero no la ciénaga protagonista de importantes episodios en la historia de nuestra Banana República, sino la ciénaga doméstica, aquella que puede percibir un niño hasta los trece años. Está en su mente, por ejemplo, la casona del bisabuelo, habitada de generación en generación, allí nació su padre. Esa casa con cariátides y canéforas de escayola. Haime fue padeciendo, con los años, cada mutilación propinada sobre esa joya arquitectónica de 1890, hasta ver su demolición como espectador de la muerte de esa memoria de mampostería. Al lado de ese gusto por la estética arquitectónica está su placer contemplativo de la naturaleza tropical, llena de luz, donde los árboles tienen un lugar predominante.
Estudió en Ciénaga hasta donde pudo, porque el bachillerato estaba incompleto. El Instituto Colombia, donde termina su primaria, funcionaba alquilado en la emblemática ‘Casa del Diablo’, llena de leyendas. Esta bella casona sobrevive aún, a pesar de las supersticiones del pueblo y los embates del tiempo.
En Haime el entorno es importante. La luz del Caribe que resalta los colores es fuente de inspiración. Durante su bachillerato en Bogotá, lejos de esa luz, en el Instituto La Salle encaramado por la Candelaria y congelándose de frío, se siente como un turista enfermo en la capital. El diagnóstico del médico de la familia era que su salud mejoraría cuando lograra hacer lo que sentía era su vocación de artista. Su padre trataba de convencerlo de que se fuera a estudiar a la Escuela de Agricultura en Costa Rica, pero a Haime no le interesaban ni las fincas, ni el banano, ni el ganado. Finalmente logra convencer a sus padres de viajar a Europa para estudiar arte. Así aterrizó en Inglaterra en plena época de Los Beatles y el movimiento pop de EE.UU. en Inglaterra. Allí terminó el high school y aplicó para ingresar a la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Oxford, que era su meta.
La escuela de Bellas Artes de la Universidad de Oxford fue su alma máter. Auspiciada por John Ruskin, importante crítico de Inglaterra de finales del siglo XIX, que con más de 250 textos dejó su sello académico. De ahí la idea obsesiva de Haime por conservar la arquitectura.
Por eso siempre observa y detalla cada casa patrimonial en Barranquilla como si fueran seres vivientes que nacen, viven y, lastimosamente, en esta ciudad mueren, olvidando la séptima lámpara de la arquitectura descrita por Ruskin. En la técnica de dibujo, según Ruskin, después de Rafael Sanzio toda la pintura europea había desmejorado, por tanto era necesario rescatar la técnica de los artistas previos a Rafael. En Oxford, por influencia de Ruskin, la formación en dibujo era rigurosa. Cuenta Haime que durante dos años la tarea fue pintar botellas y esculturas griegas. Detenerse en la forma y la figura humana, buscando la perfección.
En Oxford, cuando Haime Correa asiste a la Escuela de Bellas acude regularmente a revisar los trabajos de los alumnos el renombrado artista inglés Francis Bacon (1909-1992).
Bacon era un admirador de Goya y Velásquez, lo cual influenció la obra de Haime.
También durante los sesenta, Correa visita el Museo El Prado y encuentra un cuarto especial de exhibición para Las Meninas, de Velásquez, el cuadro se apreciaba no directamente, sino reflejado en un espejo. Y dentro del cuadro también había un espejo. Esta imagen le inspiró las perspectivas falsas que recrea en sus cajas escultóricas. Con esos juegos de espejos logra una especie de surrealismo con los que le rinde un sutil homenaje a Goya, Velásquez y Magritte, en boxes, al estilo de Joseph Cornell.
Llegó de Inglaterra a Bogotá en 1967 y estuvo un año en la escuela de Artes de la Universidad de los Andes. En 1968 llega a Barranquilla. Y aquí se queda. Pintor o escultor, no puede decidir qué lo identifica más. Los tres últimos años los ha dedicado a la escultura, pero vaticina que su próximo trabajo será una pintura de Adán y Eva para la serie de témpanos tropicales. La serie aún no termina. En medio de la apología a la autodestrucción por el consumo, falta el origen de la vida en un témpano… como origen y fin de la vida… Los artefactos de la serie, en manos de los niños, le recuerdan los artefactos de las casonas de Ciénaga. La emblemática máquina de coser, con sabor a casa materna, uno de los grandes inventos de la humanidad, que lo sorprendía de niño. La maquila, la producción en serie que cambió el rumbo del mundo, al igual que la aviación, los motores, los viajes espaciales; todo eso que ha sumido el planeta en una velocidad vertiginosa que parece que ya lo domina y no puede detener.
Haime teme por el peligro de un cataclismo climático. De nada serviría toda esa inventiva a la raza humana si hay un cataclismo climático. «De nada nos va a servir», dice. En el año 2003 un periódico publicó una fotografía en la que se mostraba un gran témpano de hielo flotando en el Atlántico Sur, acompañado por un barco de la Armada argentina. El texto decía que se encontraba a pocos kilómetros de Buenos Aires y era consecuencia del calentamiento global causado por la disminución de la capa de ozono. Esa noticia lo impactó a tal punto que, sin premeditarlo, dibujó la serie de témpanos tropicales. Una forma surrealista de trasladar la desglaciación a nuestro trópico, para convertirlo en un surrealismo mágico que esperamos no sea premonitorio.
Obras de la serie ‘Témpanos tropicales y otras latitudes’, de Haime Correa.
*Directora Centro Cultural Cayena, Universidad del Norte.