Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
Había acontecido que segundos antes de partir para Barranquilla, en una esquina, un par de payasos —unos apren- dices de arlequín sin rostro, que no inventaban carcajadas a la sonrisa— se daban trompadas porque ambos habían desbaratado la ocasión de un trabajo sobre farsas.
Con esa imagen devaluada, forzada a simbolizar el carácter burlesco de las costumbres humanas, y confiando al desprestigiado espacio del embaucador. La disparatada escena, nada risible a cualquier infante; para eventuales curiosos de semejante desatino como Luis y Teresa Fuentes, fueron más las carcajadas a placer. Aunque, a los ojos del joven Carlos Junior Hernández —unos cuantos pasos más adelante— esa realidad fue bastante corrosiva. Porque en las calles de Cartagena de Indias, como en las del cualquier parte del mundo, todo puede sobrevenir.
Confinado para siempre el episodio, en un abrir y cerrar de ojos, los autos de la familia Hernández y los Fuentes entraron raudos a la ciudad de Barranquilla por la avenida Enrique Olaya Herrera —vía emblemática con el nombre de un presidente de la República.
— En la primera infancia. ¿Cuál…, cuál debería ser la primera infidelidad? —masculló Carlos Junior, mirando a través de la ventanilla del auto, rasgando así un extendido silencio.
—¿Qué dices, hijo? —preguntó Francisca Herrero, distraída y al lado de su esposo.
—Creo que sería más justo al hablar sobre las infidelidades, que aunque inventes o confundas tu traición, siempre te arrepentrás —ultimó para sí Carlos Junior, lacónico.
Don Carlos conduciendo su auto, miró interrogante a su hijo a través del espejo del retrovisor, dejando de tararear una tonadilla. Y si el oír sirve para afirmar el ahora y presagiarlo: una premonición estaba encendida. Y para fijar las realidades, una vez más el joven Carlos Junior Hernández pensó la máxima de Ortega y Gasset. Si «hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola mujer, consecuentemente, no es probable que tropiece con ello». La duda no cambía por ningún lado, el joven avalaba en los ojos de su padre, la razón de unas jornadas de desanso más bien desiguales. Si bien no hubo preguntas y respuestas, sí más silencios.
Un poco más atrás, en el otro auto. En la parte trasera del mismo, Teresa Fuentes con su pelo negro recogido, su sonrisa apagada y sus ojos cerrados. Musitaba la misma melodía —y no era casualidad— que había dejado de canturrear don Carlos Hernández. «De ingenio vivo, inteligente y de mentalidad lógica, nunca tenía apuros para solucionar problamas y escollos difíciles».
EL AUTOR
Cineasta, guionista, miembro del comité de vigilancia Egeda Colombia, entidad de gestión de derechos de los productores audiovisuales y de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica con sede en Múnich, Alemania. Premio Nacional de Guiones Mundovisión, España 1979. Autor de cinco libros. Ha trabajado en cine y television como director de cortometrajes y documentales.
Apartes del prólogo
En la novela-problema hay títulos y autores como ‘El hombre horizontal’ de Helen Eustis, o ‘Marble Forest’ de Theo Durrant, ocupando un lugar superior a la «serie negra», al «suspence» y al «espionaje»; aunque por la construcción de los personajes, se aproxime más a la primera. Otro argumento, es que los detectives son cada vez más raros en este tipo de novelas. Este es el caso de ‘La fobia de Molière’, donde el guía de la narración a través de sus pesquisas y atendiendo a la noción ideológico-moral, es el psicólogo Juan José Fernández. El detective Martínez aparece poco, aunque éste sea el ingrediente esencial en toda narración de este tipo de historias.
Gonzalo Restrepo
sumario:
Influenciado por el cine y la novela “noire”, el cineasta Gonzalo Restrepo sigue por estos días presentando su libro ‘La fobia de Molière’, que a su juicio de la crítica es una obra que se aproxima al cine negro y a la novela criminal.
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