Domingo, Julio 17, 2016 - 12:00
Ahora la anciana está a un lado de la selva con una gran tijera para cortar la noche. Hace siluetas de sombras y cacarea de vez en cuando. Las siluetas se arremolinan en los rincones y se esfuman con la luz de la mañana.
El cielo de paraguas ha empezado a borrarse… los fantasmas del día cuchichean y ven pasar una iguana transparente, algunos murciélagos sin techo, Caperucita Roja, el lobo, el cazador y todos los cuentos que hay en la biblioteca del colegio bailan en una ronda interminable.
La anciana los saluda, da un tijeretazo y grita:
—¡Fin del cuento!
Sin prestarle atención, un caballo magnífico, con seis cabezas que parecen una, atraviesa riachuelos y trochas hasta llegar al patio de la casa de Nano porque ya es de mañana. Ese patio no tiene paredes… hasta él llega la selva.
A Nano le gusta jugar con la tierra y trepar en los árboles. Se cae, se raspa la rodilla, despierta y grita llamando a su mamá. Ella se le acerca y él empieza a contarle cómo se hizo una terrible herida peleando con un puma de los cuentos de Cástulo.
Cástulo barre los patios y es el hombre de confianza de esta casa y de todas las del barrio. Aquí los patios se acaban donde se abre la selva; casi nadie lo cree pero tienen sus propios fantasmas. Fantasmas asustados que no se atreven a entrar en ella por miedo a los muertos.
Entre la selva y los patios no están marcadas señales ni medidas, pero están ahí. Un poco más lejos, un poco más cerca. Más allá…De pronto Pulgoso ladra feliz, Muñeco estira el cuerpo, la escoba se retoca las mejillas para esperar a Cástulo, la piedra que es asiento se acomoda y los niños amanecen en su cama.
La almohada, el calorcito suave de las sábanas, la mano de mamá que alisa el uniforme, las pantuflas de papá y el sol irreverente que no cree en los fantasmas, se han puesto de acuerdo para anunciar las seis de la mañana. Todo es normal. Los niños se preguntan todavía de dónde saca el negro tantos cuentos.
José Manzur
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