Domingo, Julio 17, 2016 - 12:00
Chelito de Castro está ansioso. Falta una semana para salir al ruedo con Chelito De Castro y su Joe All Stars. Seis de los trece músicos de la nueva orquesta —entre ellos el Guachi Meléndez, Nibis Velásquez y muchos otros— tocaron junto al Joe Arroyo en La verdad. Escucharon de labios a oídos sus onomatopeyas, a falta de conocimientos sobre gramática musical, y conocen el ‘joeson’ al dedillo.
Como es sabido en el medio, de varios años para acá Chelito De Castro venía trabajando exclusivamente en su proyecto de Acordeón Latino: fandangos, danzones, pasillos, bossa nova, tangos, etc., en un formato jazzeado. Temas clásicos del folclor latinoamericano que se da a la tarea de desarmar y ensamblar nuevamente con ingredientes de su propio magín hasta que la estructura se viste con un nuevo ropaje. Pero a finales del año pasado decidió desandar el camino y regresar otra vez al piano.
No fue algo planeado. Lo invitaron a participar en un programa del Canal Caracol sobre la historia de la música tropical en Colombia, y a los pocos días empezó a recibir llamadas de gente que quería escuchar nuevamente la música del Joe en fiestas particulares.
A una presentación la seguía otra y otra. La interpretación de los temas cumbres de La Verdad ocasionó una epifanía: Chelito acababa de desdoblarse en un muchacho delgado que miraba con extrañeza las hojas del calendario. La señal estaba clara. Al Joe había que recuperarlo tal como a él le hubiera gustado que lo hicieran.
Y dicho y hecho: se puso manos a la obra a buscar a los músicos que lo acompañarían en esa nueva empresa donde no habrá grabaciones, ni discos para la venta.Únicamente, presentaciones en vivo con el repertorio de los 40 años de vida artística del gran Joe, que se fue de esta morada terrenal el 26 de julio de 2011.
En este quinto aniversario de su partida, Chelito cuenta que en un ambiente de camaredería y profesionalismo los músicos han trabajado con entusiasmo pero también en medio de la nostalgía. Falta Joe, pero justamente por eso nace Joe All Stars, dice Chelito De Castro, líder y director musical de este proyecto. Parafraseando al cantante sentencia: «Será con la música que él interpretaba, para que no lo olviden».
En la nómina de la agrupación junto a Chelito hay veteranos y talentos que se abren camino: Felipe Charris, Diego Thorné, Joan Sierra, Juan C. Pérez, Alexis Mesino, Nadil Ayubi, Chichi Barros y Ricardito. Y en las voces además de Víctor Meléndez y Niber Velásquez, Junior Aragón, de 19 años, el mismo que sorprendió durante las honras fúnebres de Arroyo, por el gran parecido de su voz.
Chelito De Castro es un músico polifacético, cuya propuesta con el acordeón ha pasado desapercibida para las clases populares, por distanciarse del vallenato. En todo caso, dice, más que acogida lo que busca es abrir caminos en un espacio donde sólo había selva tupida.
En rigor, el oyente raso lo recuerda por la presentación que el Joe hace de él en La rebelión, después de un tremebundo solo de trompeta («¡Y con ustedes: Chelito De Castro!»), aunque la frase vuelve a repetirse en temas como En Barranquilla me quedo y Pa’l bailador. Era el reconocimiento público de una amistad que nació cuando Chelito, de 18 años en ese entonces, daba sus primeros pasos en el mundo de las orquestas profesionales, y el Joe Arroyo regresaba a Barranquilla, tras su paso triunfal por Fruko y sus Tesos.
—Antes que un amigo —me cuenta Chelito— el Joe era un ídolo. No sólo para mí, sino también para los músicos de la orquesta en la que yo tocaba. Así que nadie lo pensó dos veces cuando el Joe nos propuso armar una orquesta que diera de qué hablar dentro y fuera del país.
De ese modo empezaron largas horas de ensayo en la casa de la cantante Zoila Nieto. Y más adelante, cuando iniciaron las grabaciones, en la casa del Joe. Cuando todos los músicos regresaban a sus casas, Chelito y el Joe preparaban algo de comer, salían al patio de la casa, acompañados de una grabadorita y de una botella de vino, y se ponían a componer música hasta que los sorprendían las primeras luces del día siguiente.
De ese diálogo íntimo, fraternal, nacerían los arreglos de temas como Las cajas o el solo de piano de Mi Mary, entre otros. A veces, comenta Chelito, parecían un par de novios. Si el Joe llegaba tarde a una presentación encontraba al pianista con el rostro avinagrado, pero cuando empezaba a cantar y la gente lo ovacionaba, le guiñaba un ojo como diciéndole «¿si ves? La gente me adora», y Chelito no tenía más opción que distender los pliegues de su rostro y devolverle una sonrisa aprobatoria.
—Como músico, el Joe era un tipo de una creatividad impresionante —afirma—. Cuando uno trabajaba con él lo difícil era decidir cuál de las cinco ideas que tenía era la mejor. Como arreglista y compositor, lo veo como alguien que tenía gusto para diseñarse su propia ropa. Además, pensaba mucho en el bailador. Joe bailaba los discos cuando estábamos en pleno proceso de grabación y sabía en qué momento exacto la gente iba a estallar.
Nunca fue un director severo, como el tipo calvo de la película Whiplash, ante el cual sus compañeros pudieran sentirse intimidados. Todo lo contrario, recuerda Chelito. En las salas de ensayo reinaba la tranquilidad. Y si alguno de ellos se equivocaba, el Joe, en vez de reconvenirlo con palabras ofensivas, lo mucho que se atrevía a decirle era: «¿Jura?». Una vez, incluso, fueron a tocar a una caseta y cuando el Joe hizo el conteo los músicos entraron a destiempo, y fue como si alguien hubiera dejado resbalar los platos de porcelana en el piso de la cocina.
—Pero nadie dijo nada —explica Chelito—. Paramos la música y nos mostramos extrañados, como si la culpa de todo la tuvieran los enchufes o los micrófonos. Después arrancamos de nuevo y pusimos a la gente a gozar. Yo creo que esa libertad que el Joe nos daba influyó para que siempre nos sintiéramos tranquilos en tarima, como si estuviéramos en el patio de la casa en pantalonetas y chancletas, aunque, eso sí, sin bajarle una línea al feeling.
En varias ocasiones alternamos con el Grupo Niche, que tenía unos músicos cabrones, pero demasiados serios por la presión que ejercía sobre ellos Jairo Varela. Nosotros, en cambio, éramos un grupo de locos sin estudios formales, pero con tronco de sabor bárbaro, y con el Joe adelante jalando el camión, que no era poca cosa.
***
Chelito De Castro nació en Barranquilla el 5 de septiembre de 1962. Fue registrado con el nombre de Darío Alberto de Castro Vásquez, pero siempre le han dicho Chelito por un pariente lejano que interpretaba el violonchelo. De hecho, comenta, los hombres de su familia parecieran conformar el equipo de violonchelos de un conservatorio: Chelito le dicen a su papá, el reconocido columnista de EL HERALDO, lo mismo que a sus tíos y hermanos. Irónicamente, vendría a ser él, el menos Chelito de la casa (pues lo reconocen por otra palabra de cariño), quien finalmente le haría justicia al mote musical.
—Así es como me han dicho siempre —reafirma.
—¿No ha habido nadie que lo llame por su nombre de pilas?
—Sí —responde—: las mujeres que he tenido cuando han querido regañarme.
Allí está pintado Chelito. Te sientas a conversar con él y al rato ya te está sacando una carcajada. Quienes lo conocen de cerca no dudan en reconocer sus dotes para transformar cualquier anécdota, por muy insignificante que parezca, en un hilarante chascarrillo. Pero sería errado tomar la parte por el todo. Detrás de esa personalidad festiva, plena de frases ingeniosas, se oculta un tipo solitario, que puede encastillarse en un silencio testarudo si la persona que tiene al frente no le inspira confianza.
Su pasión por la música empieza en la infancia. No había cumplido los 9 años aun cuando un primo suyo, integrante de la orquesta de Pastor López, le vendió a su papá un acordeoncito con las teclas dañadas. En ese entonces era una rareza encontrar un acordeonista en Barranquilla, pero la suerte quiso que su hermana tuviera por novio a un muchacho que dominaba el instrumento. Así que cuando el hombre se ponía a tocar en la sala de su casa él se le paraba al frente para estudiar el movimiento de sus dedos.
—Cuando tenía armado un repertorio de tres o cuatro canciones —rememora—, un tío me llevaba a tocar en los desfiles de carnavales. Él iba montado en un carromula con una botella de ron y más atrás íbamos un primo en la guacharaca, otro amiguito en el tambor, y yo en el acordeón, amenizando la vaina.
No tenía juguetes, sino instrumentos musicales. En el garaje de su casa tenía una batería hecha con puras calderetas. Por el barrio de una tía armó un «conjuntico» vallenato con otros niños. O si no frecuentaba la casa de René Betancourt, un compañerito que contaba con su propio piano.
En esos tiempos había unos almacenes en la calle 72 que decoraban con congas, pianos y guitarras para que se vieran más llamativos, y él podía pasarse horas y horas allí, al frente del almacén, imaginando que todos esos instrumentos eran suyos. Tiene muchos recuerdos de esa época, aunque quizá ninguno tan memorable como aquel en que aparece cazando mariposas en los alrededores del coliseo cubierto para una tarea que le habían pedido en el colegio.
—En esas escuché una melodía —dice— y me fui siguiéndole el rumbo para ver de dónde venía. Se trataba del ensayo de los músicos del circo que estaba alojado en el coliseo. En una pausa del ensayo me puse a tocar la batería y la organeta y los manes me preguntaron si estaba interesado en viajar con el circo. Yo les dije que sí y los llevé hasta mi casa para que hablaran a mi mamá. «Cuidado le dices algo de esto a tu papá —dijo ella, después de cerrarle la puerta a los tipos— porque te puedes meter en un problema».
***
Yo tenía ocho años cuando escuché el nombre de Chelito de Castro por primera vez. No sé cómo se lo tomaban los otros, pero la frase, para mí, más que una presentación ordinaria, era una invitación enérgica a abandonar cualquier conversación para atender al desenfreno de ese iracundo monólogo de teclas, a esa queja contenida en la garganta hasta madurar en un grito desfogado, a ese puño enhiesto y nervudo ante el cual perdía toda eficacia el látigo del negrero.
Y ahora, próximos a cumplirse 30 años de la grabación del tema, el nombre dejaba de ser una abstracción para convertirse en un rostro de ojos azules y frente despejada, sombreada por una boina de color café.
Cuando grabó el solo de La rebelión, refiere Chelito, era un pelao de 23 años en el que pocos creían. Es más, al llegar a los estudios de Discos Fuentes advirtió que los productores habían buscado dos pianistas más por si no daba la talla. Pero el Joe creía en sus capacidades. Chelito se quitó la camisa, sacudió los dedos, cerró los ojos y luego, al recibir la entrada para improvisar, se dejó llevar por la inspiración. De ese modo nació uno de los solos de piano más emotivos y memorables de la salsa colombiana.
—¿No le incomoda que cierta parte del público lo identifique únicamente como el pianista de La rebelión y que ignore sus otras facetas musicales?
—Para nada. Gran parte de lo que soy se lo debo a ese impulso que me dio el Joe con La rebelión. En Miami, donde el tema ha llegado a convertirse en un himno, recibí el año pasado un reconocimiento de parte del mismo alcalde de la ciudad. Por eso, si tengo que ejecutar ese solo mil veces, porque la gente quiere escucharlo, lo seguiré haciendo con el mayor de los gustos.
Chelito prefiere mantener ocultas las verdaderas razones de su salida de La verdad. No fue, aclara, por ningún problema con el Joe ni con ningún músico de la orquesta. El caso fue que a los 29 años reanudó sus flirteos con el acordeón. Se extendieron entonces los rumores sobre su nueva faceta. Y recibió desde Miami una invitación indeclinable: grabar La gota fría para el próximo LP de Julio Iglesias.
Fue la primera de una larga serie de grabaciones al lado de cantantes de primera línea: El Puma, Ana Gabriel, Juanes y Rubén Blades, entre otros. De manera paralela, trabajaba como arreglista y productor para agrupaciones como Bananas (para la cual compuso también la emblemática canción Cielo de encantos) y cantantes de la talla de Juan Carlos Coronel, Jorgito Celedón y Peter Manjarrés. Menos conocida ha sido su faceta de cantante, si bien él mismo prefiere llamarse «cantor», salvo por el tema A dos palos, que se convirtió en un hit de los carnavales de esos días.
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Después de lograr musicalmente todo lo que se había propuesto, Chelito De Castro decidió, a los 52 añosde edad, entrar a la universidad a estudiar música. No le interesaba ser profesor, sino cerrar una puerta que había dejado abierta a sus espaldas. Siendo un muchachito de 12 años entró a estudiar música en el conservatorio. Sin embargo, tenía diferencias con un profesor alemán debido a su inclinación por la música tropical.
Los estudiantes estaban allí, enfatizaba el profesor, para privilegiar el estudio de la música clásica. Una vez, él y un grupo de amigos olvidaron la advertencia y se reunieron en la sala de ensayos a tocar salsa. Chelito estaba demasiado embebido en el solo de timbales como para darse cuenta de que el profesor estaba detrás de él.
Lo próximo que vio fue una mano lanzando sus partituras al suelo. Hasta allí llegó todo. No quiso regresar a clases de música. Ni al año siguiente ni después, cuando habría podido ingresar a Bellas Artes sin el examen de aptitudes que usualmente realizan los aspirantes. Asociaba los estudios formales de música con esquemas que anquilosaban la creatividad.
Así que continuó con su carrera como autodidacta. A los 14 años ya tocaba el bajo y la guitarra. A los 16, recibía clases de piano de Cristián del Real y Hugo Molinares. Luego vinieron las giras con el Joe, y sus trabajos como productor. Volver a la universidad le dio la oportunidad de vivir una parte de su juventud que había pasado por alto. Pedía su merienda, como cualquier otro estudiante, en la cafetería de la universidad. Bromeaba en los exteriores del salón cuando el profesor aún no había llegado y luego se acomodaba en su puesto con semblante serio al momento de verlo venir.
Se reunía con sus compañeros para preparar exposiciones y vivió en carne propia el terror de asistir a unos exámenes finales. Pero nunca se le ocurrió citar sus pergaminos para obtener privilegios. Ad portas de recibir su título como profesional en música, considera zanjada su deuda con el alemán. Ya no mira hacia atrás. Su prioridad es el presente y en el ahora está el inminente estreno de Chelito De Castro y su Joe All Stars.
No lo mueven únicamente intereses musicales. La última vez que habló con el Joe, este le dijo por teléfono: «Mi hermanito, este amor es para esta vida y para las que vengan». Le pareció un poco raro el mensaje, porque ellos, a pesar del cariño que se tenían, nunca se dijeron que se querían. Y días después —se le eriza la piel al recordarlo— acompañaba al cortejo fúnebre que llevaba su ataúd hasta el cementerio. El Joe tenía razón: la amistad de ambos iba más allá de los simples afectos.
—Puede sonar a cliché pero no hay otra forma de honrar su memoria que no sea tocando y bailando su música —reconoce chelito—. En el caso de nosotros, los músicos que lo acompañamos en La verdad y que nos reunimos ahora para preservar su legado, sentimos a Joe en cuerpo presente cuando interpretamos sus temas. Es como si siguiera aquí con nosotros vacilando la clave, jalando la tractomula, reventando botón, aunque no podamos verlo.
Alfredo Baldovino Barrios
sumario:
Tras acompañarlo durante toda la vida musical de Joe Arroyo, ahora el músico y compositor Chelito De Castro le rinde tributo con la creación de Joe All Stars, una orquesta que divulgará y preservará el legado musical de Arroyo. No habrá grabaciones, sólo
No