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La ciencia que desenmascara a los que les gusta el poder

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Domingo, Agosto 7, 2016 - 00:00
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¿Cuál es la razón para que se le apliquen estudios emocionales a las personas que aspiran a ser repartidores de encomiendas y no se haga lo mismo con los servidores públicos que dirigen organismos donde está de por medio la calidad de vida de millones de seres de una Nación? Hay una ciencia que brinda esa posibilidad: la psicopatología.
 
La psicología, el estudio del comportamiento humano, es una ciencia que, a medida que investiga, contribuye con el desarrollo de otras áreas del conocimiento. Es así como el mundo empresarial se beneficia de sus hallazgos logrando mayor efectividad en los empleados al revaluar los sistemas de recompensa, al enaltecer la sensibilidad como un factor determinante en los líderes o al incluir espacios lúdicos dentro del tiempo de trabajo.
 
Otro tanto se puede señalar de la pedagogía que ha realizado enormes avances basados en los estudios sobre los procesos de pensamiento en niños, jóvenes y adultos; la farmacología, ayuda con el equilibrio psicológico al descubrirse la conexión entre  los neurotrasmisores y  las emociones, entre otros ejemplos, que denotan la vital importancia de la psicología.
 
En este orden de ideas, la psicopatología, área encargada de estudiar las enfermedades mentales, que van desde aquellas con base orgánica hasta las generadas por las relaciones afectivas, ofrecería un gran servicio a la humanidad si se la usara para examinar científicamente la personalidad de los candidatos a cargos públicos, tal y como sucede en el mundo empresarial, donde la escogencia de un nuevo integrante para una compañía es un proceso cuidadoso porque se tiene conciencia de lo que representa para el engranaje total de la organización la personalidad de un nuevo funcionario. Para tal efecto, se estudian y analizan índices de salud y enfermedad mental a través de entrevistas y test sofisticados que ofrecen, en gran medida,  una idea de cómo es el mundo psíquico del candidato a un cargo.
 
Esta propuesta, la del análisis público de la personalidad de futuros jefes de Estado o de los directores de organizaciones de gran influencia en la sociedad como los bancos internacionales, las comunidades políticas regionales o las empresas multinacionales parte  de Andrzej Lobaczewski, psicólogo polaco, quien vivió años de persecución, tortura y sufrimiento por la invasión rusa a Polonia. Este hombre, descrito, por quienes lo conocieron, como poseedor de una gran bondad, estudió el proceso de la maldad del ser humano —entendida esta como la capacidad de infringir dolor  o hacer daño premeditado a otro ser viviente—, y cómo puede extenderse de forma masiva cuando existe un grupo político con líderes poseedores de ciertos rasgos de personalidad que atentan contra los demás. 
 
Es la  psicopatía, de la que estamos hablando, condición humana que define a los individuos capaces de causar sufrimiento y dolor a otros seres vivos sin sentir culpa o remordimiento; presente, no solo en los asesinos en serie, sino también en los sujetos aparentemente sanos ocultos detrás de una máscara de cordura, como lo dijera Hervey Cleckley. Son seres integrados a la sociedad, aparentemente normales en su cotidianidad sin embargo, ejercen sobre las demás personas que los rodean una influencia nefasta en sus vidas porque los consideran como cosas y no como seres humanos. 
 
Lobaczewski, Abogó por mostrarle al mundo que psicópata no es solo la persona que comete crímenes en serie, que degolla y desmembra a seres humanos sino también quien de una manera más sutil, refinada, subclínica hace sufrir a otro ser. Son individuos en  búsqueda de una satisfacción eminentemente narcisista, egoísta, sin consideración por la dignidad de las demás personas; hábil en detectar situaciones de poder para conseguir sus fines; diestro en devolver contra el otro quejas o reclamos que le son realizados por quienes advierten injusticias en su proceder; desprovisto de sentimientos de culpa;  especialista en identificar a las personas ingenuas, si la maldad existe, también existe la bondad, cualidad caída en desuso por considerársela obsoleta en medio de esta sociedad salvaje.
 
NO TODO LO QUE PARECE ES
La psicopatía, campea en medio de todos los estratos sociales, profesionales y culturales. Prevalece en el hombre sobre la mujer más no la excusa de exhibir igual que él comportamientos alarmantes. Se anida, peligrosamente, por la ascendencia sobre un sinnúmero de seres humanos, en los ansiosos por el poder político.
 
¿Sabe el pueblo cómo es la estructura emocional de los candidatos a la presidencia de su país, a las alcaldías, al congreso? ¿Conocen los sindicalistas el perfil psicológico de su líder? ¿Distinguen los empleados de una multinacional las características emocionales del hoy llamado, CEO,  Chief Executive Officer, director ejecutivo de su empresa? 
 
La democracia, en su intento por depurar los procesos mediante el cual las personas llegan al poder está exigiendo que los candidatos entreguen a la luz pública su declaración de renta, el inventario de sus bienes, de sus posesiones para, una vez terminado el mandato, quede claro que no atentaron contra las finanzas públicas. En este sentido, un gobernante que administrará la economía -que es la vida- , el futuro de las personas y el planeta, ¿no debería mostrar su estado de salud mental tal y como chequea su estado físico, antes de posesionarse de su cargo? ¿Cuál es la razón para que se le apliquen estudios emocionales a las personas que aspiran a ser repartidores de encomiendas y no se haga lo mismo con los servidores públicos que manejarán el medio ambiente y la vida de millones de seres de una Nación? 
 
El empresario utiliza estos procedimientos porque sabe bien que un trabajador puede robarlo, tratar mal  a sus clientes, desperdiciar el tiempo, dañar su reputación, esquilmar a sus compañeros, adulterar las cifra de las ventas, crear un clima laboral lleno de terror, de persecuciones de todo tipo donde los empleados de menor rango sufren lo indecible bajo el mando de funcionarios  déspotas, crueles, desalmados; lo que echará por tierra todo su esfuerzo creador.
 
De igual forma, cada ciudadano debería tener el derecho de saber a quién le está entregando el manejo de las finanzas públicas, el poder de las decisiones políticas, la estrategia económica del país, el cuidado del medio ambiente. De esta manera, se estrecharían los márgenes de desvarío psicológicos de los gobernantes.
 
El perfil emocional de los servidores públicos debería ser obligatorio por la inmensa responsabilidad que reposa en sus manos: el destino de una Nación.  ¿Cómo serían los perfiles emocionales de Hillary Clinton y Donald Trump sometidos ambos a las mismas pruebas psicológicas en las que los norteamericanos son tan especialistas?
 
Un plan de desarrollo de Gobierno diseñado por  mentes  brillantes alrededor de un candidato, una ideología política esperanzadora, una concepción de la economía benefactora con los trabajadores no son garantía de progreso en ningún rincón del mundo si la personalidad del líder carece de buenos sentimientos, ecuanimidad, humildad,  trasparencia,  empatía y confianza plena en sí mismo por encima de las prebendas del poder. 
 
Es preciso conocer si padeció de enfermedades cerebrales -de donde se derivan graves trastornos de personalidad-; la evolución de posibles experiencias traumáticas de la infancia que hayan menoscabado profundamente su dignidad humana y que no se hayan resuelto de una manera sana; los complejos profundos del ego ocultos tras comportamientos inofensivos porque, una vez establecido en el poder, su personalidad deberá responder a múltiples circunstancias  y de esas respuestas dependerá el futuro del pueblo.
 
DESDE LA INFANCIA
La psicopatología, el estudio de la enfermedad mental, es una herramienta invaluable para contrarrestar otros conocimientos psicológicos utilizados perversamente por las campañas políticas que maniobran el funcionamiento del cerebro a nivel de la comunicación, del efecto de los colores en los seres humanos, de las palabras, de los acercamientos aparentemente nobles  que maquillan los lados oscuros del alma del candidato en cuestión.
 
La misma ciencia en mención desnudaría la publicidad engañosa con que se quiere «vender» un candidato; le entregaría al pueblo armas conceptuales, nuevos paradigmas psicológicos, ampliaría su espectro del conocimiento humano para fortalecer la capacidad consciente de decisión ante los candidatos. 
 
La aplicación de los avances en psicopatología para la formación desde la infancia de los seres humanos ejercería una acción psicoprofiláctica que ayudaría a construir una mejor sociedad, puesto que los padres les enseñarían a sus hijos a detectar los dobles mensajes de un embaucador, la ansias de poder de un tirano, la perversidad detrás del maltrato a un animal, la ambición desequilibrada ante una inusitada cantidad de dinero; a  no temerle a la pasión del amor, como hoy en día se estila enseñar, incluso por las redes sociales, sino a la calculada frialdad con que se relacionan ciertas personas con los demás seres humanos y, a la distancia que toman ante el sufrimiento de los demás. Los padres, reforzarían aún más  esa intuición innata de los niños de detectar y  rechazar las malas personas.
 
Los ejemplos de gobernantes desviados hacia el mal nos remiten a la antigua Roma, a Calígula, quien ejerció un terror sanguinario que aún nos llega cargado de un derramamiento de sangre que oscureció el poder en Roma. Calígula, vio asesinar a su familia a los catorce años. Fue obligado a vivir de adolescente excesos sexuales, perversiones, abuso, soledad.
 
 Los nuevos informes sobre la personalidad de Hitler indican que vivía bajo los efectos de drogas que influían enormemente sobre su temperamento despertando aún más su personalidad paranoide. De Stalin, igual de cruel, vengativo y sanguinario que los dos anteriores, se dice que poseía un daño a nivel cerebral desde su nacimiento. 
 
Nelson Mandela, quien sufrió el rigor de 27 años de prisión política, es la otra cara de la moneda, la de la bondad, de la empatía y la conmiseración que no debe quedarse como una figura mítica inalcanzable, sino como un ser humano real que no renunció a sus nobles  sentimientos, visibles ellos a través de su coherencia política para mejorar la situación de discriminación racial del pueblo sudafricano sin recurrir a la violencia. No se mantuvo en el poder, no abusó del él, por el contrario, dio un paso al costado para que fuera elegido su sucesor dedicándose a apoyar idénticas causas de liberación en otras partes del mundo.
 
Colombia, está cercada de gobernantes que adulteran datos en sus hojas de vida; de funcionarios indolentes ante los niños muertos de hambre; de gerentes narcisistas que humillan públicamente a profesores inermes; de presidentes que envuelven al pueblo utilizando palabras como «error» a lo que debería llamarse robo; sin remordimientos, que matan a jóvenes inocentes para cumplir con cifras positivas de descenso de la insurrección; astutos, que desvían ríos para favorecerse privadamente de sus aguas sumiendo en la sequía pueblos enteros. Así las cosas, es casi nulo el sentimiento de culpa por los padecimientos de las personas o el pueblo que tienen bajo su mando porque, su conformación emocional carece en grandísima medida de una cualidad imprescindible para no avasallar al otro -que también es el medio ambiente-, para no atropellarlo, para no usarlo como una ficha de ajedrez: la empatía. 
 
La empatía, ese sentimiento de dolor por el dolor del otro que se siente en el corazón propio y que conduce a la compasión no se encuentra presente en quienes tienen rasgos de psicopatía. Un líder local o mundial de cualquier organización administra detrás de las cifras del desempleo, de las exportaciones, de los sueldos, etc., principalmente, la alegría o dolor de los seres humanos.
 
Sostener en la más alta cúpula del poder a seres emocionalmente enfermos que trasmiten su visión distorsionada del mundo, que acomodan las leyes a su capricho, que desconocen el padecimiento de su pueblo es permitir que de manera jerárquica, de arriba hacia abajo, se vayan uniendo otras personas internamente identificadas con procedimientos patológicos de abuso del  poder hasta constituir  un movimiento enfermizo  que esclaviza a toda una sociedad.
 
Hay que deslindar los conceptos de bien y mal unidos a las figuras de Dios y Satanás para darles cuerpo y sangre terrenal de forma tal que los seres humanos asumamos que todos podemos ser buenos, que todos podemos ser malos según nos comportemos ante el sufrimiento de los seres vivos y,  en esa medida, busquemos el camino hacia una mejor formación como personas que repercutirá en la ascensión al poder político de aquellos que demuestren que no solamente poseen el conocimiento técnico necesario para dirigir un país sino que también son seres emocionalmente capaces de gran compasión, de empatía, de benevolencia ante el sufrimiento de los demás y ejerzan así, un buen ejercicio del poder. 

Sobre la autora

Psicóloga graduada en la Universidad Metropolitana de Barranquilla con especialización en filosofía contemporánea en la Universidad del Norte. Directora de la Fundación y 
Academia de Teatro Pierrot.   
Lucero Martínez Kasab
sumario: 
No

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