Domingo, Agosto 7, 2016 - 00:01
Desanquilosar el arte
En 1922, en el manifiesto o proclama de la revista mural Prisma, órgano del movimiento vanguardista llamado «Ultra», decía Borges sobre la metáfora: «Nosotros los ultraístas en esta época de mercachifles que exhiben corazones disecados y plasma el rostro en carnavales de muecas queremos desanquilosar el arte. Lícito y envidiable como cualquier otro placer es el que motivan las palabras eficazmente trabadas, más hay que convenir en lo absurdo de honrar los que las venden, traficando con flacas ñoñerías y trampas antiquísimas. Nuestro arte quiere superar esas martingalas de siempre y descubrir facetas insospechadas al mundo. Hemos sintetizado la poesía en su elemento prioridad: La metáfora, a la que concedemos una máxima independencia, más allá de los jueguitos de aquellos que comparan entre sí cosas de forma semejante, equiparando con un circo a la luna. Cada verso de nuestro poema posee una vida individual y representa una visión inédita. El ultraísmo propende así a la formación de una mitología emocional y variable».
Será desechada para buscar metáforas más complejas, donde el término de comparación que vincula dos realidades no sea evidente y resida, muchas veces, en la propia subjetividad.
La metáfora
La metáfora es el instrumento para desanquilosar el arte. En esta búsqueda de renovación Borges encontró una literatura ejemplar, la islandesa, que en el año cien después de Cristo se las ingenió para crear un lenguaje en que las cosas no eran nombradas por su nombre, sino mediante enigmas metafóricos.
Los islandeses no decían, en sus poemas, la espada, no la nombraban directamente, sino que decían «hielo de la pelea» donde la espada en combate quita el calor de la vida. O llamaban a la espada «remo de sangre» porque navegaba en ríos de sangre, o mejor impulsaba la guerra (un navío) por los ríos de la sangre (la guerra).
Para los islandeses, según Borges, el brazo era «fuerza del arco» y con esto pasaban a ser una realidad inherente al arco, una calidad de arco.
Y volviendo a la sangre propiciada por las espadas, los islandeses la llamaron «agua de la espada» como si también la sangre perteneciera a la espada como su virtud y no al cuerpo desangrado. La sangre era un río, un riacho en los combates. También la llamaban, evocando las agitadas aguas del mar, «marea de la sangre», o «sudor de la guerra» donde los hombres que guerrean sudan sangre.
La nave era para los islandeses «el caballo de los piratas» el oro fue maravillosamente llamado el «resplandor de la mano» y a su vez la mano era conocida como «el país de los anillos de oro» Y por fin el aire lo llamaban «la casa de los pájaros».
Las letanías
En su afán de librar a la literatura de la garrulería Borges se hizo un virtuoso del laconismo. Las letanías borgeanas son una manera económica de la descripción.
En El Aleph es un objeto de un diámetro de dos o tres centímetros y allí está el universo. Borges lo describe mediante la letanía famosa: «Vi el populoso mar, vi al alba y a la tarde, vi las muchedumbres de Américas, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo…».
El lector notará que esta letanía es un poema donde la palabra al parecer simplemente nombra las cosas, y sin embargo, produce el efecto de una enigmática metáfora donde el populoso mar, las muchedumbres, los laberintos, la plateada telaraña y esos «interminables ojos inmediatos» conforman otro sentido donde sentimos la necesidad de fundir los laberintos y las muchedumbres y Londres y la telaraña y los ojos inmediatos como una pulsación radiosa y confusa de la realidad.
Oxímoron
«En la figura literaria que se llama oxímoron se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla, así los gnósticos hablaron de luz oscura, los alquimistas de un sol negro». De esta manera define Borges una figura que el utilizó copiosamente. Por ejemplo, cuando en El Aleph se refiere a Beatriz Viterbo, nos dice: «Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada, había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis».
En El Zahir, refiriéndose ahora a Teodelina Villar de cuyo velorio acaba de salir nos cuenta: «Salir de mi última visita a Teodelina Villar y tomar una caña (trago) es un almacén (cantina) era una especie de oxímoron».
Lo que quiere decir que el concepto puramente retórico de la figura se ha ampliado. El oxímoron se da no solamente entre un sustantivo y su calificador (luz negra), sino que también dos acontecimientos, dos situaciones, dos personajes, etc; que se yuxtapongan y sean contradictorios realizan la figura oximorónica.
Así en El Aleph los dos personajes masculinos de la ficción forman oxímoron: uno es Carlos Argentino Daneri o el intelectual ingenuo que piensa que basta la descripción de la realidad para que esta se nos entregue; el otro el narrador o el intelectual irónico que sabe que la realidad solo se nos entrega mediante una audaz visión esencialistas de la misma. En la figura comentada.
Ha habido, pues una ampliación del concepto de oxímoron.
Tanto lo ha ampliado Borges, que su concepto de la realidad es en algún aspecto oximorónico. Si admitimos que «graciosa torpeza» funde los contrarios, hacen una sola cosa de lo gracioso y lo torpe, el zahir (lo simple) y el aleph (lo complejo) conforman una misma realidad, tal como el tiempo y la eternidad, etc. Todo lo contrario a la tendencia maniqueísta que deslinda rígidamente la realidad, Borges concibe en estado de simbiosis y de fusión. Un último y maravilloso ejemplo de esta fusión se nos da en Pierre Menard, autor del Quijote. El lector Menard es el autor. Cervantes sería no el autor, sino precisamente aquel que supo leer (la realidad de su tiempo).
Acerca del autor
Carlos Juan María Buchar (1933-1994), natural del corregimiento El Retén, en Aracataca, Magdalena, fue escritor de ensayos y textos breves. Estudió Filosofía y Letras en España y dictó la cátedra de literatura latinoamericana en la Universidad del Atlántico.
En opinión del escritor Guillermo Tedio si hay alguien que merezca en la Región Caribe el título de crítico, ese es Carlos J. María. «Del mismo modo que estaba pendiente de leer, interpretar, criticar y valorar la literatura colombiana, latinoamericana y universal, se interesaba en la producción de los nuevos escritores, que leía con ahínco y dedicación, pero sin perder nunca su sentido crítico, a veces demoledor», escribió Tedio para un especial que Latitud le dedicó a la vida y obra de María Buchar el 16 de noviembre de 2014.
En la misma publicación Orlando Araújo Carlos J. María «tuvo una nueva perspectiva, más moderna y esclarecedora, una superación de los enmohecidos métodos de la vieja escuela filológica y de la crítica tradicional».
Carlos J. María
sumario:
Reproducimos un interesante artículo en donde el autor desglosa varios de los giros literarios con los que el escritor argentino Jorge Luis Borges consiguió renovar y crear un mundo estílisco singular en la literatura. Es un texto corto pero profundo, y
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