Domingo, Agosto 28, 2016 - 00:00
Al narrar historias, cuentos, anécdotas, se amplifican los alcances del prodigio de la oralidad como manifestación sensible, como recreación de la belleza que se hace cuerpo. A propósito del inicio del XIX Festival Internacional de Cuenteros El Caribe cuenta, una reflexión acerca de la oralidad y sus implicaciones.
La oralidad se abre ante nosotros como un gran paracaídas, integrando todos los caminos y dejando expandidas lianas para los que están por venir. Nos confronta con aprendizajes que incorporan los universos de corporalidades, sonidos, estrépitos y cantos que vibran en tensión permanente con las fragmentaciones y las dualidades que intentan limitar el itinerario de nuestras gestas antes de fundirse en la porosidad de historias que se mueven, giran y se interconectan para configurarse como parte de un todo; articuladas con un presente donde se superponen armoniosamente el pasado y el futuro ya que, como bien expresa Humberto Maturana: «nosotros creamos el mundo en que vivimos» y lo hacemos momento a momento.
Los cuentos narrados a viva voz son vestigios de los primeros tiempos de la historia de nuestra especie, cuando «los hombres y las mujeres eran seres de ternura y amor en todas las edades y en todos los momentos» (R. Muraro, 2004); la narración oral nos convoca a recuperar la voz colectiva de los pueblos, la voz de todas y todos, rechazando el estancamiento paradigmático «que se reproduce con el tiempo como una bola que rueda sin modificarse, para la cual el tiempo es un camino trazado desde siempre, en vez de ser horizonte de su despliegue transformador que va, en su mismo proceso, haciendo cauce» (H. Zemelman, 2007).
Al expresarnos por medio de la narración oral, como mixtura de lenguajes creativos, amplificamos las resonancias del caos haciéndolo vibrar en encuentro y proyección vital de sentidos, de sugerencias, de asombros, de curiosidad, de aprendizajes, que en ocasiones atenúa, y en otras atiza, nuestra hambre de lo maravilloso, lo que revela la potencia de la narración oral como importante componente de los procesos de formación humana a todos los niveles.
Las palabras fundidas con los gestos, las miradas, los tonos, las intenciones, los acentos, en sincrónica relación con el espacio y el tiempo, se constituyen en presencias vivas articuladas en el acontecimiento de narrarnos. Si bien es cierto que «no podemos encerrar al universo en palabras», como dice Brian Swimme, también es cierto, que las historias narradas a viva voz son un pretexto ineludible que nos permite dar cuenta de la belleza de ese Universo que nos convoca a poetizar la vida y a vivir poéticamente, lo que es, como señala Edgar Morin, en definitiva «vivir para vivir».
Al narrar historias, cuentos, anécdotas, se amplifican los alcances del prodigio de la oralidad como manifestación sensible, como recreación de la belleza que se hace cuerpo en el esfuerzo creador de darle forma humana a los impulsos del cosmos. Todos los elementos que son evocados en las historias pueden liberarse de la simetría del tiempo y del espacio para convocarnos a un viaje donde nadie espera encontrarse con verdades absolutas; donde lo fantástico se entrelaza con las realidades cotidianas y prevalece el asombro, lo inesperado. Un viaje donde todo lo que se va nombrando se torna presencia y posibilidad, donde todo lo que se imagina puede ser visualizado, donde todo lo que se rememora se corporiza, donde todo lo que nos seduce se crea; un viaje de aprendizajes que moviliza nuestras capacidades cognitivas y sensoriales, en pro de aprendizajes profundos y significativos capaces, no solo de facilitar la interpretación de las realidades, sino de movilizarnos a enfrentar el reto de ser forjadores de nuevos sentidos.
Pedro Mario López Delgado
sumario:
A propósito del inicio del XIX Festival Internacional de Cuenteros ‘El Caribe cuenta’, una reflexión acerca de la oralidad y sus implicaciones.
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