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Vox Pópuli

Domingo, Febrero 21, 2016 - 00:01
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La excelencia y el valor social de un ser humano están en servir al prójimo, sin esperar nada a cambio. A quien es dadivoso le basta una sonrisa de quien recibe. Gustavo Castillo García asumió esta actitud con el sumo cuidado de un escultor frente a su obra y el celo perfeccionista de un orfebre tesonero.

Al invaluable amigo que hoy despedimos le notábamos siempre el anhelo de la mano tendida, porque comprendía a cabalidad que los rostros de la gente humilde reflejaban las elevaciones del espíritu, y que solamente el vivir marcaba los pasos de lo urgente, desafiando la dignidad la inexorable sentencia del tiempo en la brevedad de los mortales.

Un periodista como él, íntegro y genuino, comprendía que la conquista de estas dos virtudes no permitían el contubernio con el poder y los poderosos y porque –además– era consciente de que la riqueza aísla, pero la pobreza excluye. Gustavo era un líder carismático, sin ostentaciones en las banalidades de la fama; amiguero de entrada, auténtico y servicial, renuente siempre a rendirse culto a sí mismo o a ufanarse de la descomunal influencia social que ejercía con la magia comunicacional de las ondas hertzianas, ahora reforzadas por el colosal invento de la Internet.

Aún mantengo fresca la imagen de este protagonista radial en la cabina de locución de Radio Libertad, detrás de un pesado micrófono rectangular RCA Victor, haciendo una pareja ideal con otro destacado hombre de radio: Ventura Díaz Mejía.
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En Radio Libertad, Castillo García y Ventura Díaz Mejía.

Gustavo leía trepidantemente las noticias del día, con dicción perfecta, gesticulando sincronizadamente los rasgos cigomáticos de sus pronunciadas mejillas, resguardadas por un bigote de húsar, poblado y piruetero. Corregía con disimulo inadvertido cualquier gafe en la lectura y sus pintorescas acotaciones sustraídas del propio pueblo, que develaban una simbiosis simpática y agradable con su audiencia inconmensurable.

Era un contertulio escueto, sin artificios, dicharachero, no sucumbía a la lisonja, sensible y creativo, centelleante en la originalidad de textos publicitarios perdurables con gracejos, dichos y diretes que sus oyentes acogían como propios para adornar el mamagallismo ancestral
del Caribe.

Tal vez su mayor virtud estribaba en el amor al prójimo, al que consagró la mayor parte de su peculiar existencia. Ese apego al desvalido estimulaba sus cruzadas sociales para palear carencias seculares. Y su don altruista transmutaba en virtudes las desgracias acumuladas por centurias.

Su protagonismo lo convirtió en maestro de sí mismo por la sencilla razón de no mostrarse espontáneo sino cuando se sentía completamente seguro del bien producido por su humanismo infinito. Sabía a plenitud que entre más grande fuera su sencillez, la grandiosidad de ella no se podía soslayar. Fue consciente, además, de aquella sentencia de Johan Wolfgang Goethe: «una vida inútil es una vida prematura».

Para hacer lo que quería, Gustavo Castillo García buscaba razones en las afugias de su gente linda, pero también le servían de excusa para comprender la inequidad galopante. Basado tal vez en los postulados de George Christopher, se confesaba partidario del equilibrio de clases en lugar de la igualdad de clases, poco realista en la sociedad de hoy por el egoísmo y la insensatez de las interrelaciones modernas.

Le acompañé desde su radioperiódico ‘La Costa en noticias’, con un equipo aguerrido de colegas: Mañe Vargas, Juan B. Fruto Camargo, Cástulo Meza, Hernando Gómez Oñoro y Gustavo Ospino, entre otros, en una campaña cívica bautizada “Guerra a la basura”, que acabó por poco lapso con la vergüenza de montañas de escombros y desechos en calles y barriadas.

“El carrito de Pedrito”, jornada navideña que abría los corazones de la gente desprendida para aportar juguetes a niños marginales fue otra prueba de la amplitud de su corazón.

Castillo García, con picaresca originalidad acuñó la certera frase «colgó los tenis» para referirse al fallecimiento de algún oyente. Cuando la noticia contenía algún exabrupto imponía en el refranero popular otra frase perdurable: «qué barbaridad doña Julia», y en los desaparecidos radioteatros de la afamada radio barranquillera se granjeaba aplausos de un público delirante dominado emocionalmente por su verbo especial. Supo meterse en la cocina de su vastísima audiencia con apuntes y gracejos que el camaján del barrio, el vendedor callejero, los rebuscadores de San Nicolás y las damiselas tristes del Barrio Chino asumían y consagraban en la jerga popular como dichos perdurables de filosofía existencial.

Encumbró a intérpretes aficionados desde “La Tómbola Murcia” (Voz de la Patria) y “Cosas de mi Tierra” (Radio Libertad). Consagró a humildes campesinos y pescadores como decimeros repentistas y contestatarios, y condujo a la fama a humoristas recursivos y a magos descrestadores y deslumbrantes.

De su inspiración, bajo los efectos de un guayabo trepidante, brotó el inolvidable chandé Carnavales de Julieta, que sirvió de trinchera infranqueable para evitar que los concejales de la década del 60 manipularan a su antojo la escogencia de las reinas populares de las carnestolendas.

Me haría interminable si preciso en detallar la galería de cruzadas cívicas y obras sociales que desinteresadamente gestó y concretó este portentoso hombre de la radio. Pero fueron tantas y de reconfortantes efectos en las mentes y corazones de miles de personas, que el día que Gustavo Castillo murió hasta las sirenas de las ambulancias sonaban tristes.

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A Esthercita Forero la eternizó como ‘La Novia de Barranquilla’.

Anécdotas en el Radioperiódico ‘La Costa en Noticias’

Por Fanny Sosa*
EL ROBO DE UNA CARTERA, EN DIRECTO
Durante una emisión del noticiero La Costa en Noticias, las reporteras Fanny Sosa Márquez y Marly Blanco Rodríguez llegaron al mercado público para transmitir el informe sobre los precios de la canasta familiar. Justo cuando Gustavo Castillo daba el cambio para el reporte, las periodistas se percataron de que un ladrón sacaba del transmóvil la cartera de una de ellas y corría por entre los vendedores. Ante tal situación las periodistas, muy nerviosas, le regresaron el cambio informativo al estudio del noticiero mientras ellas trataban de recuperar el objeto robado. Al enterarse, Castillo García hizo sonar la sirena de alerta y con voz fuerte anunciaba que sus reporteras eran víctimas de un robo. Por varios minutos, él y las reporteras relataron en directo el suceso, lo que dio pie para que la audiencia —comerciantes y vendedores— corrieran tras el delincuente hasta que fue puesto a órdenes de las autoridades.

TRILLIZAS RETENIDAS EN EL HOSPITAL
En alguna oportunidad un oyente informó que a una vecina le habían retenido las trillizas que acababa de tener, porque no tenía para pagar 30 mil pesos en el Hospital Universitario. Una vez confirmada la noticia, Gustavo Castillo hizo sonar la sirena y con su particular «Atención, flash, flash» inició una campaña para recaudar el dinero. Durante la tercera emisión, una de sus reporteras se fue al hospital a recaudar las donaciones. Llegó cualquier cantidad de personas que entregaba monedas y billetes. Se reunieron 100 mil pesos, cifra considerable 35 años atrás. Finalmente, las directivas del hospital no cobraron y con el dinero se compraron alimentos, ropa y otros elementos a las niñas.

‘EL HOMBRE DEL PALO’
Cuando ocurrió el crimen de las damas Kaled, en 1984, en el radioperiódico se inició una serie de crónicas, ambientados con algunos sonidos, efectos y música que caracterizaban el particular estilo del noticiero. Siempre que se refería a Miguel Ángel Torres Socarrás, el acusado del crimen, Castillo García hacía sonar el disco titulado ‘El hombre del palo’. Tiempo después, Torres Socarrás llegaba a una audiencia en el Centro Cívico, y al ser abordado por la reportera, él se molestó al saber que era del noticiero de Gustavo Castillo. Solo dijo: «No hablo nada, ese programa que me pone el disco de ‘El hombre del palo’». Eso motivó al radioperiodista para abrir la emisión con la sirena anunciando que Torres Socarrás sabía que en ese noticiero lo apodaban de esa forma.

*Trabajó como reportera con Castillo García.

*Presidente del Colegio Nacional de Periodistas, seccional Atlántico.

Ricardo Díaz De la Rosa
sumario: 
Gustavo Castillo García, referente de la radio en Barranquilla, ejerció sin ostentaciones, y lideró campañas cívicas. Dicharachero, y sin artificios, estimulaba a la audiencia a sumarse a causas sociales, por amor al prójimo.
No

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