Quantcast
Channel: Revistas - Latitud
Viewing all articles
Browse latest Browse all 761

72 horas en Tokio

$
0
0
Domingo, Septiembre 18, 2016 - 00:00
Archivo
He llegado a Tokio tras 20 horas de viaje desde que salí de Bogotá y un par de escalas en Miami y Dallas. Los 4.000 metros de pista del Aeropuerto Internacional de Narita –la más larga de Japón–, y la cálida amabilidad oriental de las primeras personas con la que nos cruzamos en el terminal aéreo, refuerzan la inevitable sensación, aunada a un monumental ‘Jet Lag’, de que estamos al otro lado del mundo.
 
Afuera, el florecimiento de los árboles de cerezo anuncia la llegada de la primavera, que coincide con el cumpleaños de Buda, una de las tradiciones religiosas más arraigadas en las creencias espirituales de los japoneses.
 
Es la época, como ninguna otra en el año, en que habitantes venidos de diferentes partes del país y visitantes de todo el continente asiático y el resto del mundo inundan las calles de Tokio, haciéndola también tres o cuatro veces más costosa de lo normal. 
 
La Sakura, o árbol de cerezos japonés, acumula en el color de sus flores los últimos restos de un invierno de terciopelo que da la bienvenida a una primavera que florece con gran vivacidad. Es un árbol que sólo da flores durante estas dos primeras semanas primaverales del año en Japón. Su flor muere para volver a nacer y repetir este ciclo anualmente de manera ininterrumpida, tal vez la metáfora que mejor representa al budismo en el credo politeísta japonés, el cual ve la vida en la tierra como una transición, un ciclo repetitivo en el que venimos para volver a morir, y que ve la muerte como un estado activo en donde en realidad renacemos para una nueva vida.
 
Si hoy Japón es una nación reconocida por su gran desarrollo comercial y financiero, y la cuna de una cultura milenaria capaz de coquetear con los límites de nuestra propia existencia como especie, su capital, Tokio, logra matizar un enorme desarrollo urbano y social que de manera amigable y sostenible coexiste con su medio ambiente natural, una realidad que hasta no ser palpada de cuerpo presente no es más que un frío caso de éxito de las sociedades modernas.
 
Pero la actual pujanza del país tuvo épocas pasadas de mucho sacrificio. Después de la Segunda Guerra Mundial, Japón sufrió en carne propia las consecuencias de hacer parte del bando perdedor, lo cual hizo que gran parte de su cultura tradicional fuera permeada por los grandes cambios y sucesos que devinieron. Nagazaki, un japonés de 60 años que sirve de guía a visitantes en Tokio, cuenta que cuando niño recuerda haber visto a su padre trabajar más de 10 horas diarias. “Todos trabajaban por reconstruir el país en esos momentos”, recuerda Naga, como lo llaman, y atribuye esta actitud al gran honor que sentían los japoneses de hacer parte de la reconstrucción del país. “La honorabilidad hace parte de la filosofía del Samurái. El Samurái piensa primero en ayudar y proteger a sus prójimos, incluso por encima de sí mismo. Es un honor para él. El honor, como el Monte Fuji, es lo más importante para el japonés”, afirma.
 
Camino al Fujiyama 
En los días despejados, la figura esbelta del Monte Fuji se eleva con simetría y elegancia en lo profundo del horizonte de Tokio. Cerca de 2 horas en bus desde el centro de la capital japonesa nos conducen a la localidad de Hakone. Cerca de allí, en el sistema de cráteres volcánicos de Owakudani, se encuentra el Parque Fuji-Hakone-Izu, un maravilloso ecosistema natural que alberga al lago Ashinoko o Ashi, el cual reposa entre jardines, montañas y pequeñas pero organizadas poblaciones que viven ancladas a la tremenda fuente energética que para los japoneses significa el monte Fujiyama. 
 
Los orígenes de este lago se relacionan con una explosión colectiva de volcanes que ocurrió en esta zona hace unos 3.000 años. Este cataclismo taponó el recorrido natural de algunos ríos, permitiendo la acumulación de grandes volúmenes de agua que dieron origen a las condiciones para el nacimiento del Ashinoko. Esta serie de acontecimientos naturales dieron lugar a decenas de pozos de aguas termales que hacen famosa a esta zona ubicada a 100 kilómetros de la estación de Shinjuku en el centro de Tokio, un recurso natural que impulsa un sostenible turismo de salud y que a su vez jalona el desarrollo hotelero.
 
A medida que nos internamos en el sistema de montes volcánicos donde esta incrustado el mítico monte Fujiyama o Fuji –su nombre se traduce como “deidad del fuego” o “inmortalidad”–, percibimos múltiples sensaciones que nos ponen de frente con el valor de las cosas sencillas en el Japón. La vista de Fujisan, como fue nombrada ancestralmente esta montaña que se considera sagrada desde el siglo VII, y que es cuna de un sinnúmero de mitos, sería inmortalizada por artistas japoneses que a través de la historia representaron de muchas maneras la fuerza de este gigante natural. 
 
Durante el recorrido en los mini-cruceros programados para los visitantes del lago Ashinoko se percibe la sensación térmica que indica que estamos en los dominios del gran Fuji, un frio oriental que viaja desde la cima de la montaña y que baja bañando toda su falda y alrededores. Más tarde, la vista del Hotel de Yama, con sus amplios y coloridos jardines nos transporta en el tiempo para hacernos sentir como muchos grandes artistas japoneses que experimentaron la grandeza del monte Fuji y encontraron en la montaña su gran fuente de inspiración. 
 
Uno de estos artistas y quizás quien mejor ha representado al monte Fuji, fue Katsushika Hokusai, conocido como Hokusai. Dos series de grabados en madera que realizó a mediados del siglo XIX sobre la montaña sagrada, conocidos como Cien vistas del Monte Fuji, evidencian la fijación que Hokusai sentía por el Fujiyama y ponen de presente de la estrecha relación que las dos principales corrientes espirituales dominantes en el Japón, el budismo y el sintoísmo, tienen con el monte Fuji, el cual han convertido en un tradicional símbolo de la vida eterna.
 
El respeto y el amor por el monte Fuji ha alimentado a lo largo de los siglos la cultura nipona, que considera a este volcán sagrado como un tesoro natural que en cada paso de su recorrido transmite su espiritualidad; una grandeza que le da luces a occidente sobre cómo interpretar el pensamiento y la filosofía japonesa, y que según la tradición de los antiguos japoneses, considera de buen augurio observar la montaña iluminada de rojo con el primer sol del amanecer.
 
Kabukicho, el populoso distrito rojo de Tokio.
 
Perdidisimo en Tokio 
El Metro de Tokio es un laberinto urbano bajo la capital japonesa, una arácnida red de trenes subterráneos creada y puesta en marcha en 1927 con el fin de conectar lo que en el momento era un ambicioso proyecto de ciudad. Adentrarse en el Metro de la capital japonesa es una aventura para aquellos que no estamos acostumbrados a los sistemas de transporte suburbano, y menos a uno tan grande como este. 
 
Esta increíble obra de ingeniería, a pesar de los millones de pasajeros que como verdaderas hormigas recorren sus túneles diariamente, se las arregla para funcionar con la exactitud y puntualidad propia de esta cultura milenaria. Los rostros de cientos japoneses, chinos, coreanos, y uno que otro occidental perdido, entre los que por supuesto me incluyo, son el collage humano que mejor representa transitar por su interior
Desde su puesta en funcionamiento, el metro de Tokio fue pionero de los trenes subterráneos en el continente asiático, ubicándose como el cuarto de mayor tránsito de usuarios en el mundo al lado de los metros de Shanghái, Nueva York y Londres. Actualmente el Metro de Tokio es operado por dos grandes compañías, y entre ambas han logrado desarrollar 13 líneas con más de 270 estaciones, motivo por el que pararse frente al plano de este Metro asusta a cualquiera. Aun así y dejando de lado la barrera idiomática, las grandes dimensiones de las estaciones y la cantidad de gente que camina de lado a lado, los japoneses se las arreglan para que moverse por esta red bajo tierra sea una sencilla tarea cotidiana.
 
Al oeste de la ciudad, en pleno corazón de Tokio, está Shibuya, uno de los sectores más dinámicos de la ciudad gracias a la popularidad de la que goza entre los jóvenes tokiotas. Una vez emerjo entre la estación Shibuya, me estrello de frente con la densidad poblacional de Tokio. La vista de cruces peatonales como Scramble Kousaten, representado en filmes como Lost in translation (Perdidos en Tokio), me confirman el porqué de la fama de este sector, el más transitado del mundo, con 5 millones de peatones que diariamente utilizan de manera coordinada los 4 semáforos peatonales que gobiernan el paso a través de este corredor urbano.
 
Al norte de Shibuya está el distrito de Shinjuko, donde se encuentra Kabukicho, el mítico distrito rojo de Tokio. En esta zona abundan los lugares pequeños con servicios sexuales y los tradicionales Love Hotels. Compartir con una Geisha tradicional, por ejemplo, puede costar entre 200 y 500 dólares dependiendo la negociación a la que llegues con la abuela, como se le conoce a la señora que generalmente está a cargo de arreglar el servicio. También se encuentran teatros de tipo erótico y múltiples ofertas sexuales tanto para hombres como para mujeres, ya que es común encontrar afrodescendientes que ofrecen su servicio a las japonesas que acuden o transitan por esta zona. Igualmente, es de los pocos lugares de la ciudad donde la seguridad no está garantizada debido a la disputa territorial que hay entre la mafia china y la mafia japonesa por el control del sector en los últimos años.
 
A vuelo de pájaro se puede percibir a Tokio como una ciudad con muchos lugares y subculturas por descubrir, y con una profunda actitud de respeto hacia el otro que se hace evidente en sus habitantes, siempre dispuestos a ayudar a propios y extraños que encuentran en su camino. El vertiginoso metro de Tokio, metáfora de la vida en el Japón; el contacto diario con jóvenes, adultos y mujeres japonesas, que en su amabilidad desnudan el verdadero espíritu japonés, develan una idiosincrasia que encuentra en el honor un valor supremo sobre el que descansa una filosofía tan milenaria como real. Tal vez es por eso que aunque por momentos pueda sentirse perdido en Tokio, siempre hay algo en la actitud de los nipones que te ofrece la seguridad de estar como en casa. 
Jesús Ivanov Díaz
sumario: 
Crónica de viaje en la capital nipona.
No

Viewing all articles
Browse latest Browse all 761

Trending Articles