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Ana María Shua: el océano en una pecera

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Domingo, Septiembre 25, 2016 - 00:00
Ha publicado seis volúmenes de minicuentos, además de seis novelas (algunas premiadas y llevadas al cine), varias colecciones de cuentos y decenas de libros infantiles y juveniles, pero ella sigue curioseando en las cosas mínimas de la vida como si acabara de descubrirlas. Libros como La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas y Fenómenos de circo son imprescindibles hoy para estudiar este género literario, que ya era uno de los predilectos de otros autores argentinos como Borges y Cortázar. 
 
P En sus cuentos hay muchos asesinos, o personas que de alguna forma están aniquilando a otra, o 
matando algo de sí mismas. 
¿Matar es un efecto 
secundario de la vida?
R Me encanta esa alusión al título de la que yo considero mi mejor novela: “La muerte como efecto secundario”. Pero no, no es matar. El efecto secundario de la vida es morir, por supuesto. Como decía un médico amigo, la salud es un estado transitorio que no augura nada bueno. La vida es una plaga mortal que infecta a todos los seres desde el embrión mismo. Las personas vivimos como si fuéramos inmortales. La literatura está aquí para recordarnos que ninguna historia humana termina bien.
 
P Otro tema recurrente en su obra es la enfermedad. ¿La escritura también puede ser una dolencia crónica?
R  Así es, la enfermedad, como el amor, es una aventura que está al alcance de cualquiera. La escritura es un tipo de enfermedad que antes se consideraba una falla de la voluntad: es un
vicio, una adicción muy difícil de abandonar. Y que, como todas las adicciones, no siempre provoca placer. 
 
P ¿En el microrrelato el hecho de que el lector deba completar casi todo el sentido del texto vuelve al autor un ser imaginario, inexistente? 
R Por supuesto, si el microrrelato salió mal. Si salió bien, el sentido está allí, y el autor ha dejado las claves necesarias para que el lector lo entienda. “Completar el sentido” es una frase que puede entenderse mal y que se refiere, en realidad, a los conocimientos comunes que el lector comparte con el autor. Si yo digo “No por mucho madrugar”, el lector ya sabe que sigue: “se amanece más temprano”. No es tanto trabajo, ¿verdad? Tengo una anécdota que ilustra muy bien esta situación. Dictando un taller de microrrelato en España, en la Universidad Menéndez y Pelayo, les leí a mis talleristas un bellísimo texto de Cortázar que se llama “Aserrín, aserrán” y termina así: Al final pidió pan y no le dieron, pidió queso y le dieron un hueso. / Lo que sigue lo sabe cualquier niño, pregúntele. De pronto, por la cara de mis oyentes, me di cuenta de que no habían entendido nada.  Es que en Argentina es muy popular una variante del Aserrín Aserrán que dice así: Piden queso / y les dan un hueso / y les cortan el pescuezo. ¡Pero los españoles jamás habían oído esa versión y por lo tanto no podían completar el sentido del microrrelato de Cortázar!
 
P ¿Cuál es la diferencia esencial entre 
escribir para adultos y escribir para niños?
R Cuando se escribe para adultos, se piensa en un lector parecido a uno. Cuando se escribe para chicos, se piensa en un lector parecido a uno cuando era chico. 
 
P ¿Cómo definiría usted la literatura 
infantil?
R La literatura infantil se define por su receptor, el niño. Me gusta mucho la definición de la profesora Marisa Bortolussi, que dice: “el niño es un ser ahistórico, asocial, analfabeto e inculto”. Que, obviamente, se va aculturando a medida que crece.  Cuando uno escribe para chicos, tiene que considerar a un lector que no ha terminado de desarrollar su pensamiento lógico, con menos vocabulario y menos experiencia, y así y todo no hay más límites que el talento del autor. 
 
P ¿Hay ciertas reglas o límites a la hora de escribir literatura para niños?
R Cada vez que se intenta instalar una preceptiva, uno recuerda algún genio que la saltó por arriba. “No es posible hacer literatura experimental para niños”, se dice. Entonces te acordás de Alicia en el País de las Maravillas.  “Los chicos necesitan textos cortos”, se dice. Entonces te acordás de ‘La historia interminable’ o ‘Harry Potter’.  Los chicos necesitan finales felices, se dice. Entonces te acordás de algunos atroces y geniales finales de Roald Dahl.  
 
P ¿Cuál es la mayor lección que le ha 
dado un niño?
R Nacer, que no es poco.  
 
P ¿Puede el libro cumplir todavía, en estos tiempos tan tecnológicos, un papel primordial en el desarrollo de las nuevas generaciones?
R ¡Claro! La lectura no cambia porque cambien los soportes. Me imagino la desesperación de los que sufrieron el pasaje del papiro al códice. Podían tener todo ese texto a la vista simplemente sosteniendo el papiro con las manos bien separadas y de pronto se encontraban con los límites de la página. Me imagino la angustia de un monje copista ante la imprenta. Pero ya ves, hoy me doy el lujo de bajarme el pdf de la Teogonía de Hesíodo a mi lector electrónico. Eso sí, pasándolo por un programa que lo convierte en formato Mobi. El ser humano, hoy igual que siempre, necesita que le cuenten historias. 
 
P Roberto Bolaño dijo que la literatura del siglo XXI pertenecerá a los argentinos, ¿qué opina de eso?
R Que era más generoso (con los argentinos) que profeta. 
 
P Sus cuentos largos y breves tienen, muchas veces, finales inesperados, ¿qué es lo más inesperado que le ha ocurrido como escritora?
R No creas que me jacto de mis finales inesperados, al contrario, son casi una concesión a mis lecturas de formación. Hoy me gustan más los cuentos que terminan con un anticlímax. Pero te voy a contar una historia inesperada. En el año 1972, mi hermana menor se hizo una cirugía estética de nariz. El médico hacía cirugía en su consultorio y no internaba a los pacientes. Mamá y mi hermana se encontraron allí con una chica peruana que se acababa de operar y se sentía muy mal. Había venido a Buenos Aires a comprarse el ajuar. Estaba con su hermana, alojada en un hotel, y en una semana tenía que volver a Lima para casarse.  Mamá decidió traerlas a las dos a casa para pasar la convalecencia. Treinta años después publiqué un cuento basado en esa historia. La hermana de la peruanita operada estaba viviendo en Buenos Aires, lo leyó, me buscó, me encontró y se convirtió en una agradecidísima amiga de mi mamá en sus últimos años. ¡Ficción eres y a la literatura volverás!
 
P Su esposo es un conocido fotógrafo. ¿Qué tan importante es lo visual en su obra? 
R Bueno, yo creía que no era importante en absoluto, pero más de un director de cine me ha dicho todo lo contrario. Soy una persona muy poco visual. Trabajé muchos años en publicidad y cuando mi co-equiper, el director de arte, me preguntaba cómo imaginaba un aviso, yo contestaba siempre “Todo tipográfico”.  Tal vez fue una de las razones por las que me enamoré de un hombre que me complementaba. Tanto me cuesta lo visual que a veces, en una primera versión, mis personajes parecen flotar en el aire, sin línea de horizonte, y tengo que volver atrás para darles un entorno, un paisaje, una decoración que los acompañe y los ubique. Es muy importante darse cuenta de lo que a uno le falta, porque entonces se puede remediar, aunque sea en parte.
 
P Una hija suya se ha vuelto un referente de las artes marciales mixtas. ¿Cómo se refiere ese cuento a sí misma?
R ¡Oooh, es tan raro! Me lo cuento con una curiosa mezcla de orgullo y temor. Me siento muy orgullosa de que mi hija haya podido elegir un camino tan diferente y llevarlo adelante con la máxima responsabilidad profesional, hasta las últimas consecuencias. Es una prueba de que la educamos con verdadera libertad. Por otra parte, Paloma Fabrykant escribe y muy bien. De hecho su carrera en las MMA empezó escribiendo como periodista deportiva (aunque desde otro punto de vista, se puede decir que empezó con su propia práctica de artes marciales). Por supuesto me gustaría que avanzara también por el lado de la literatura. Pero sobre todo, como mamá, tengo mucho, mucho, mucho miedo de que la lastimen. 
 
P ¿Cree que hay un momento en que uno debe retirarse de un género literario, igual que un deportista cuelga los guayos gastados? 
R  A partir de cierta edad y, sobre todo, de cierta cantidad de obras publicadas, los escritores nos dedicamos a repetir viejos clichés y a responder a las demandas estereotipadas de nuestro público, grande o pequeño. Eso incluye a los buenos y los malos, a los genios y a los mediocres, a Cortázar, a Borges, a mí. Cuando uno empieza a escribir, cree que todo es posible. Con los años, va descubriendo que el océano de su propia mente era en realidad una pecera, y empieza a chocar contra el vidrio de las paredes. Cada uno de nosotros tiene un mundo limitado, mucho más modesto de lo que suponíamos. Con los años y los libros, empezamos, inevitablemente, a repetirnos. Es eso o el silencio. Cuando era joven, me indignaba contra los escritores que insistían en plagiarse a sí mismos, en seguir escribiendo cuando ya no tenían nada nuevo que decir. Hoy, por supuesto, soy mucho más generosa. Somos escritores, ¿qué otra cosa vamos a hacer? 
 
P ¿Qué semejanzas hay entre un circo y los círculos literarios?
R Circo y círculo son palabras que tienen el mismo origen. Se trata siempre de girar en redondo. 
 
Portadas de algunas de las creaciones de la escritora argentina Ana María Shua.
 
Algunos microrrelatos de Shua:
La mujer que vuela
–Puedo volar –dice la mujer. Se la ve grande y cansada. Fue bella.
–Trapecista. Una genial trapecista –entiende el director del circo.
–No. Yo vuelo de verdad.
–¿Con cables invisibles? ¿Con un sistema de imanes como el mago David Copperfield?
–Usted no entiende. Como Súperman. La mujer alza el vuelo y da una vuelta completa alrededor de la carpa.
–Una gran artista. Pero no es este su lugar, señora –el director es sincero y odia tener que rechazar una gran artista–. Este es un modesto circo de minicuento. Estoy seguro de que tendrá más suerte en una novela de realismo mágico.
 
Formicario
Qué bonitos son, ¿verdad?, sobre todo las hembras y los de piel oscura. Lástima que vivan tan poco, pero enseguida vienen otros a reemplazarlos. Han construido muchísimo, así, más cerca, con esta lupa se los puede ver mejor. No todos se llevan bien entre sí, hemos tenido problemas para evitar que se exterminen unos a otros. Yo creo que el encierro los vuelve agresivos, si tuviéramos más espacio donde ponerlos estarían mejor, después de todo ya son más de seis mil millones en este pequeño mundo.
 
El jardín de los senderos
Si nunca me extravié en el jardín de los senderos que se bifurcan es porque fui fiel al antiguo proverbio que exige: en la encrucijada, divídete. Sin embargo, a veces me pregunto, la felicidad, ¿no es elegir y perderse? 
 
¿Quién es la víctima?
Los payasos actúan en parejas. Por lo general, uno de ellos es víctima de las bromas, trucos y tramoyas del otro: el que recibe las bofetadas. Las parejas pueden ser Augusto y Carablanca, Pierrot y Arlequín, Penasar y Kartala, el tonto y el inteligente, el gordo y el flaco, el torpe y el ágil, el autor y el lector.

 

Paul Brito
sumario: 
Entrevista con esta escritora argentina que en España y Latinoamérica es reconocida como la Reina del Microrrelato,
No

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