Domingo, Septiembre 25, 2016 - 00:00
En todos los pueblos del mundo se advierte la búsqueda de una cultura para la paz mundial. Búsqueda destinada a avanzar en el terreno de los más amplios diálogos políticos, con el propósito de lograr soluciones definitivas a su problemática.
La crisis política y socioeconómica y de todo tipo que vive Colombia se ha venido desenvolviendo entre la violencia, por un lado, y los proyectos de construcción de democracia, por otro.
Esta crisis es producto del viejo modelo de democracia restringida, democracia representativa. Este es responsable en buena medida del quiebre de las relaciones jurídico-institucionales de expresión política en la vida del país. Debido a que en Colombia la democracia ha perdido sus espacios de convivencia ciudadana, para el ejercicio político deliberante y participativo, la violencia se ha convertido en instancia de mediación de los conflictos y tensiones sociales. Esta situación contrasta con los fenómenos mundiales mencionados.
Al respecto, Pedro Santana ha expresado acertadamente que “En Colombia una de las características nodales de nuestra cultura política –heredada precisamente del bipartidismo compulsivo que nos gobierna– es la creencia muy difundida, lo cual muestra la ausencia de una cultura democrática elemental, que la democracia es el gobierno compartido por todos –pero en ese concepto de todos solo se involucra a liberales y conservadores”.
El mismo autor advierte que “la democracia es un régimen de disenso, es a través de la confrontación de las fuerzas civiles y políticas como se determinan los rumbos de la sociedad…”
Justamente, hoy se piensa con optimismo que es posible ensayar una nueva vía, buscar proyectos alternativos sociales, comenzar a soñar de nuevo y asentar las bases de un reciente modelo o una nueva utopía. Una sociedad donde podamos convivir sin matarnos y resolver las contradicciones sin violencia, mediante mecanismos pacíficos.
Infortunadamente, en Colombia la característica más marcada de la cultura política es la carencia de una cultura democrática, tal como lo plantea Marco Palacios: “La cultura política dominante en Colombia es bipartidista, civilista y legalista. Esta cultura corresponde a una tradición oligárquica que, en sus dos últimas acepciones, remonta al periodo colonial… disponemos en Colombia de un método democrático, pero no hemos arribado a una sociedad democrática”.
Esta característica se observa claramente en la célula municipal: la vida de los municipios colombianos es la más clara negación de prácticas democráticas.
En los municipios del Caribe, motivo de reflexión y análisis de este artículo, se pueden observar con facilidad el conjunto de características negativas que impiden el desarrollo social de la comunidad. Sin embargo, se han detectado significativas reservas democráticas en los sectores populares de dichos municipios que contrastan con las prácticas políticas de quienes hoy ejercen el poder. A este respecto Palacios observa: “La debilidad de la nación se expresa en que los nexos entre el ciudadano y el Estado apenas se están construyendo en Colombia. La fuerza de gravedad del ámbito regional o local sigue predominando, de suerte que lo más apropiado para arribar a una sociedad democrática usando las instituciones democráticas vigentes sería subrayar los aspectos de la democracia local y de la participación popular en los asuntos comunitarios y municipales.
Las comunidades locales son portadoras de una cultura e historia que en su articulación guardan las claves que en el futuro inmediato permitirán, como fuerzas democráticas que son, transformar las actuales condiciones de participación en la búsqueda de sus reivindicaciones económicas y políticas”.
‘Chiñoño Botines’, personaje creado por el imaginario popular Caribe, es la más viva representación de la antidemocracia. Haciendo uso de técnicas de investigación ligadas a metodologías participativas, tales como la imputación y personificación, los pobladores hicieron la caracterización y el perfil de este individuo que lo es todo. Es el Municipio mismo; es la fiel representación de los partidos políticos tradicionales, y aún de algunos movimientos alternativos, pero, curiosamente, lo único que no es este personaje es la población organizada socialmente. Con otras palabras, no encaja en la sociedad civil. Está divorciado de ella y solo le “coquetea” en épocas preelectorales. Su relación con los pobladores, además de ser estrictamente económica, es efímera. Se acerca a ellos cuando está muy interesado, y se retira por largo tiempo. Sus apariciones y ausencias dependen del mercado. En este caso, la oferta monetaria para adquirir el indispensable voto.
Enaldo Cantillo, en Mi librito decimal ha dado a conocer una magnífica página en la que desde su particular perspectiva examina el fenómeno del voto en las localidades del Caribe colombiano:
Yo fijándome de pronto
en tu forma de votar.
A quién puedes reclamar
después que vendes el voto.
Si tú no le pones coto
el político te azota.
Tu paciencia se agota
y así te podría decir
cuando vayas a elegir
fíjate bien por quién votas.
(…)
Yo no doy las preferencias
si en verdad no las merecen
mi vida expongo mil veces
por el voto en referencias.
Me vendrán las consecuencias
que con calma esperaré
y al mismo tiempo diré
esa no es la luz que brilla.
Que antes que vivir de rodillas
más vale morir de pie.
‘Chiñoño’ no solo es antidemocrático; es un maestro en el arte de la depredación. Piensa y obra sobre la base de que si él no hace lo que hace, otros lo harán también. ¿Entonces por qué no practicar la burocracia, o mejor, la burrocracia?
Afirmado en el poder, nuestro personaje otorga contratos a sus amigos, pues ‘Chiñoño’ es experto en trabajar con ellos y para ellos. Utiliza también un equipo de colaboradores expertos en prácticas antidemocráticas y enemigos declarados de las más elementales reformar políticas.
Una de las más importantes formas de resistencia que emplea la comunidad para enfrentar este personaje es el chisme. La vida política y social de aquella encuentra en él un elemento de representación que desteje la malla construida burdamente por los artesanos de este tipo de accionar político. Pero lo destacable no es el chisme en sí mismo, sino la dimensión crítica que alcanza cuando de recrear la realidad se trata. Esta dimensión crítica del chisme es, desde el punto de vista de la sabiduría popular, una técnica valiosa, que permite conocer desde dentro realidades aparentemente insignificantes. Ese conocimiento ha sido de gran utilidad para reexaminar actitudes poco estudiadas en el comportamiento político de los gamonales locales.
En una interesante ponencia Esneider Agudelo devela las múltiples facetas de este elemento de la cultura popular: “El chisme a veces es decisivo en situaciones determinadas y en general ayuda a conformar la opinión pública, para bien o para mal, y ayuda incluso a configurar la ideología de los grupos humanos”.
El chisme, marginado de la reflexión académica, cumple un rol muy eficaz en las prácticas de comunicación de los sectores populares, ya que mediante él ejercen una forma de censura social y de crítica política a la cotidiana corrupción del Estado local. Esta “ciencia exacta”, al decir de Crespo, está inserta en la cultura oral de los barrios que conforman los municipios.
Otro rasgo negativo de la cultura política local es la picardía. Método por excelencia de don ‘Chiñoño Botines’, quien, según la perspicaz imaginación popular, lleva ese apellido no por razones genéticas, sino por su malsana inclinación a dilapidar los presupuestos municipales.
El ya citado poeta popular Endaldo Cantillo en la “Ley del tramposo” recrea con humor tal rasgo:
Hace trampa hasta que bueno
que se cubre en esta manta
porque esa ilusión le encanta
de que no paga lo ajeno
no le vale ningún freno
por vivir tan amargado
yo no sé si estoy errado
francamente he de decirlo
eso usted puede escribirlo
pa’ el tramposo no hay honrado.
La estructura gamonalista ha desarrollado apéndices funcionales conocidos como los “calanchines”. Así, ‘Chiñoño Botines’ va completando su organigrama para el asalto no solo a la razón ciudadana, a la ética de la comunidad, sino a lo que él más aprecia: la contratación para la rapiña presupuestal.
Los “calanchines” políticos se pasean orondos por la geografía regional y nacional. El periodista Ernesto McCausland los ha descrito así: “Es una especie voraz y opípara; es la misma especie que aparece devorándose ávidamente el banquete de contratos supernumerarios de la gobernación. Son los mismos que alquilan sus nombres para legitimar firmas obscuras que, a punta de licitaciones, se tragan los presupuestos, como tiburones”.
El perfil aproximado de la vida municipal, elaborado con las técnicas descritas, con la personificación e imputación de hechos y circunstancias, nos muestra un municipio antidemocrático, con una clase política en decadencia.
Portada del libro que recoge parte de la producción intelectual de Correa De Andréis, publicado por Ediciones Uninorte.
“La cultura política en Colombia es bipartidista, civilista y legalista. Existe un método democrático, pero no hemos arribado a una sociedad democrática”.
Alfredo Correa De Andréis
sumario:
Latitud comparte apartes de un texto del inmolado sociólogo Adolfo Correa De Andréis que subraya la ausencia de una cultura democrática capaz de promover espacios de convivencia ciudadana como una de las causas de nuestra violencia, al tiempo que prefigur
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