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Lectura con lluvia

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Domingo, Octubre 9, 2016 - 00:00
Tomada de internet
En este fin de semana de tormentas físicas y políticas, leí las novelas Historia oficial del amor, de Ricardo Silva Romero y Estelinda Rodríguez, aquella ave que nunca regresó a su nido, del profesor y autor tomasino, Roberto Sarmiento Fontalvo.
La novela de Silva, una saga familiar, nos cuenta a través de los ojos del autor, y de las vidas de su madre, su tío y abuelo la historia de este país. Su abuelo, el político cartagenero Alfonso Romero Aguirre, una estrella durante el régimen liberal, tuvo un gran momento cuando en un debate con Laureano Gómez le gritó: “Usted trajo al futuro, el atraso”. Sin embargo, años después, Romero Aguirre, atrapado en sus radicales posiciones políticas, se definía como “El único muerto político en este país”.
Alfonso Romero Buj, su hijo, un líder maoísta, fue asesinado por sus conmilitones en una doctrinaria rencilla interna. El capítulo donde los conjurados planean el crimen está escrito con tal intensidad que no desmerece de algunas páginas de Los poseídos de Dostoievski. Igualmente la historia de su madre, Mercedes Romero de Silva, una abogada muy capaz y estricta que estuvo durante el régimen de Virgilio Barco postulada varias veces para ser ministra de Justicia. Como refiere su hijo, eso era un motivo de angustia para la familia, pues en esa época, con un Pablo Escobar muy poderoso, aceptar ese ministerio era ponerse una soga al cuello. 
En su libro Ricardo Silva Romero logra enseñarnos, deleitándonos. Algo al tiempo fácil de definir pero difícil de lograr.
Con Estelinda Rodríguez, aquella ave que nunca regresó a su nido, Sarmiento Fontalvo nos cuenta las aventuras y desventuras de la errática mujer que le da el nombre al libro. ¿Qué intenta decirnos el autor? El abandono de Estelinda a su familia y después la búsqueda de su madre por sus hijos,  ¿es el relato de un drama?, ¿de una tragedia? “Un texto solo existe en virtud de la cadena de respuestas que suscita”, decía Umberto Eco, para quien: “El autor sabe que no será interpretado de acuerdo a sus intenciones, sino a una serie de interacciones que implican también a los lectores”.
En ambas novelas, quiéranlo o no sus autores, hay un sabor trágico. Se sabe que la vida es trágica por su estructura misma. “La vida, aún en el mejor de los casos, es apenas soportable”, dice un mandarín chino en El sueño de la alcoba, una novela china del siglo XVIII de más de dos mil páginas y de autor anónimo.
La vida del común de las gentes, no obstante, se defiende porque en la mayoría de las personas, al no destacarse en su periplo vital, evita la tragedia. En la mayoría de las existencias humanas todo se reduce a un tránsito gris entre la cotidianidad doméstica y el olvido visto desde afuera.
La tragedia, esta con mayúscula, según los antiguos, solo se daba a los héroes, reyes, heroínas y reinas, que estaban sometidos a un destino implacable trazado de antemano y del que no podían escapar. Para el común de la gente solo se daban las calamidades. Eso sí, según Elías Canetti, nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. 
Ahí dejo el tema, porque no son especulaciones metafísicas ni entelequias lo que debe caracterizar a una novela sino lo que cuenta, la fluidez del relato es lo que atrapa al lector. En ambas novelas el cine se da como algo presente en la vida cotidiana. Cine norteamericano, cine selecto, o series controvertidas como Karate Kid, en la novela de Silva. (No menciona esas películas francesas donde la pareja tiene un buen momento amoroso y después dura el resto de la película haciendo un análisis sobre el hecho). En Sarmiento hay un trasfondo de telenovelas o de películas mejicanas vistas en el cine como La Bamba. ¿En estas obras se cabalga en la realidad? Alejandro Dumas escribió y el sí sabía por qué 
lo decía: “Crear personajes que matan a los 
de los historiadores y cronistas es un privilegio de los novelistas”. 
Ramón Illán Bacca
sumario: 
No son especulaciones metafísicas ni entelequias lo que debe caracterizar a una novela sino lo que cuenta, la fluidez del relato es lo que atrapa al lector”.
No

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