Domingo, Octubre 16, 2016 - 00:09
Con la vorágine de sucesos ocurridos luego del plebiscito que refrendaría los acuerdos de paz entre el Gobierno de Colombia y las Farc, vino a mi memoria un proyecto artístico realizado en la ciudad de Skoghall, Suecia, por el Maestro Alfredo Jaar.
Como él, son varios los artistas latinoamericanos que ocupan primeros lugares en el panorama mundial del arte. Alfredo Jaar es un artista visual, arquitecto y cineasta chileno, radicado en Nueva York. Es famoso principalmente por sus instalaciones e intervenciones urbanas en las que combina elementos de la fotografía y la arquitectura. Justo, una de sus obras es El Museo de Skoghall, que realizó en el año 2000.
Skoghall es una pequeña ciudad sueca que no existía hace 30 años, es muy nueva y prácticamente carece de espacios públicos. Fue creada para apoyar una fábrica de papel y pulpa de propiedad de la poderosa corporación Stora Enso. La fábrica de papel Skoghall produce tanto cartón que una de cada seis cajas para bebidas en todo el mundo se elabora de su producto. En el proceso de creación de la ciudad, Stora Enso financió instituciones públicas tales como iglesias, escuelas y un hospital para que sus trabajadores pudieran disfrutar de un estilo de vida moderno. Pero, es apenas como un caparazón de ciudad porque no hay instalaciones culturales.
En la búsqueda de una mayor presencia cultural en su comunidad, la ciudad de Skoghall encargó a Alfredo Jaar para que presentara un proyecto. Él le propuso a la empresa Stora Enso que financiara un pequeño museo-temporal en Skoghall. Ellos estuvieron de acuerdo porque el artista planteó que el museo debía ser construido enteramente de papel –con un esqueleto simple de madera– a partir del que producía la planta de Stora Enso. Sería un museo de vida efímera. El artista exigió que el recinto, una vez construido, fuera sede de una exposición de trabajos de artistas jóvenes invitados; que fuera inaugurado por el alcalde con la solemnidad y la música propia de tales ceremonias. Debería ser abierto al público y, al tercer día, debería ser consumido por el fuego, con todos los cuidados del caso para evitar daños o desgracias.
El debut fue un éxito. La mitad de la población asistió. Pero a medida que pasaba el tiempo, el pensamiento cívico afloró y se pidió cambiar la última parte de la instalación. A ellos les gustaba su nuevo centro cultural y querían mantenerlo. Ese fue un regalo subyacente de la obra de Jaar, el de activar la conciencia de algo que no sabían que se estaba perdiendo. Una vez que la comunidad se dio cuenta, quisieron quedarse con su museo. En varias ocasiones le pidieron a Jaar abstenerse de la destrucción, pero la obra debía terminarse para que funcionara como tal y el museo fue calcinado mientras el pueblo observaba.
Las protestas que se produjeron ante la quema del edificio, las solicitudes de mantenerlo, el carácter intencionalmente efímero, lograron hacer patente la necesidad de un espacio semejante y crear entre los ciudadanos las fuerzas de cooperación capaces de conseguirlo. Este hecho simbólico se materializó con el fin de generar un impacto (situación del dar–quitar) y transmitir así a la población de Skoghall la importancia de la existencia de un espacio físico construido en la ciudad para dar cabida al desarrollo cultural.
El proyecto se basó en la carencia de un espacio de este tipo, sumado a la no valoración por parte de la población de Skoghall de este elemento urbano fundamental para la calidad de vida de un grupo social. Después de la terminación de la obra, la gente reaccionó y se creó una agrupación de amigos del museo de Skoghall para generar el proyecto de un museo para la ciudad. Y siete años después el artista recibió una carta donde le ofrecían la comisión de un museo permanente para Skoghall.
Como esta, hay otras obras de Alfredo Jaar que tratan acerca de la relación entre la arquitectura, el arte y los museos. Hay en ellas una noción de exhibir y pensar un arte cercano, a escala humana, ajeno a las multitudes del turismo, al star system, al comercio; un arte que muestra lo que las galerías y los museos suelen excluir. Un arte que se desmarca y separa de las recurrencias visuales del público, en busca de una renovación de la mirada y de revelar la presencia de problemas sociales que no se ven a simple vista. Son cuestionamientos acerca de lo que no somos capaces de percibir o sentir.
Este trabajo es fascinante en varios aspectos. El diseño del espacio como museo, la utilización de papel como material de construcción creando una presencia física con lo que suponemos que es material desechable. El carácter efímero de la obra y la determinación que al final todo será completamente quemado, hizo que los ciudadanos experimentaran la angustia de la pérdida y esto reforzó su clamor por la cultura. Algo similar a las manifestaciones de los estudiantes, comunidades populares, indígenas y millones de ciudadanos que han reaccionado por estos días y se movilizan porque no quieren perder esta oportunidad de paz para Colombia.
Néstor Martínez Celis: Artista visual y
profesor investigador (Grupo Videns) de la
Universidad del Atlántico.
Néstor Martínez Celis
sumario:
¿Solo la percepción de lo efímero es capaz de remover las fibras más humanas y movilizar a las personas por el cambio? Desde Suecia, una intervención artística para pensar nuestra situación política actual.
No