Domingo, Octubre 23, 2016 - 00:00
¿Qué pensaría, lector, si le dijera que un hombre me ha contado la conversación que sostuvo durante treinta años con otro hombre que encontró por casualidad en una estación de tren en Bélgica? ¿Creería usted que a ese hombre desconocido –un tal Jacques Austerlitz– le fue borrada de su memoria gran parte de la infancia? Pues debería empezar a creerme, porque este es el argumento de la novela Austerlitz, del escritor alemán W.G. Sebald.
Nos adentramos en Londres, Bélgica, Praga, para escuchar voces desconocidas que nos hablan del pasado y el presente. Vemos sus calles, conocemos a sus gentes, entramos en bibliotecas y edificios antiguos, recorremos cementerios, caminamos sobre las ruinas. El sentido del viaje en Austerlitz no es solo espacial. El recorrido temporal del espíritu y del lenguaje pone en movimiento los engranajes secretos de la existencia. Trasladarse en tren significa recordar el paso del tiempo vivido por otros en épocas distantes, dirigiéndose –simultáneamente– hacia el futuro.
La novela reconstruye la vida perdida de Jacques Austerlitz, un estudioso de la historia y la arquitectura. Escrita en largo aliento, la narración exige de un lector paciente y meticuloso. Sebald decide usar apenas cinco puntos aparte, y trazar con la coma, el punto seguido, y los puntos suspensivos, un ritmo propio de la sintaxis alemana, donde solo es posible descifrar la idea hasta la palabra final. Desde la construcción formal, se deja entrever la metáfora de la vida como flujo imparable.
Una característica que salta ante los ojos desde el libro como objeto, y deja de manifiesto la titánica obra de Sebald, es la fotografía. A medida que el lector avanza en el marasmo de letras sin espacio para descansar, van apareciendo relojes, mariposas, fachadas destruidas y un sinnúmero de recuerdos traídos a través de la visión. Fotografías en blanco y negro de carácter documental, entradas de museo, hojas de informe, se introducen entre los párrafos inacabables de la obra, no como mero adorno, sino como un nuevo sentido narrativo. En los personajes se manifiesta la conciencia de la imagen, y el principal de ellos asemeja la aparición de esta en el papel a “las sombras de la realidad, exactamente como los recuerdos, (…) que emergen en nosotros en medio de la noche y se oscurecen rápidamente para el que quiere sujetarlos, como una copia fotográfica que se deja demasiado tiempo en el baño de revelado”. El autor de esta novela nos muestra un sentido distinto de la pausa, las fotos son un respiro narrativo, un remplazo de los puntos, nos detienen y hacen florecer las imágenes que son leídas.
Winfried Georg Maximilian Sebald construye con su novela Austerlitz, los nuevos rumbos de la literatura en la contemporaneidad. Fotografía, arquitectura, cine, pintura, filosofía y astronomía dentro de la literatura, no solo como temas sino como fenómenos palpables.
La novela, escrita originalmente en alemán, llega a nosotros en español, pero ad intra aparecen el inglés, el checo, el francés y exigen del lector una labor de traducción. Sebald nos involucra en la lectura, sabe que estamos ahí detrás de las páginas, confusos pero a la vez excitados por descifrar posibles pistas que nos revelen algo de una historia cada vez más oscura. De manera inteligente nos hace partícipes, y no deja cabo suelto.
Novela histórica, pues nos habla de la ocupación nazi en Checoslovaquia y los campos de concentración de Terezín; novela del recuerdo, pues todo ocurre a través de una única voz que reconstruye lo contado por los demás; novela de la imaginación tras los rastros de la memoria, y de la documentación, porque hace de la vida un archivo. Todo esto es Austerlitz, de W.G. Sebald… y lo que nos queda por desentrañar.
Sebald, W.G. ‘Austerlitz’. Barcelona: Anagrama, 2014. 296 págs.
Ezequiel Quintero Gallego
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