Domingo, Noviembre 6, 2016 - 00:00
Han pasado trescientos sesenta años desde que el Maestro del Barroco, el sevillano Diego Velázquez, las inmortalizara en uno de los cuadros más famosos de la historia, Las Meninas, y siguen siendo motivo de admiración de los millones de visitantes del Museo del Prado, en Madrid, su hogar desde 1819.
A pesar del paso del tiempo y de haber sobrevivido al incendio del Alcázar, que acabó con casi toda la colección real, incluida parte de la obra del mismo Velázquez, la Infanta Margarita conserva la lozanía de sus cinco años, y permanece digna y serena al lado de sus meninas, Isabel y María Agustina, de los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, de su mastín Salomón –un perro casi tan famoso como la Infanta misma– y del resto de su séquito, mientras sus padres, los reyes Felipe IV y Mariana, la miran desde el espejo, y el propio pintor asoma detrás del lienzo, pincel y paleta en mano, pensativo, en pleno acto de creación.
Descrito originalmente como Retrato de la Señora Emperatriz con sus damas y una enana, Retrato de la familia de Felipe IV, o sencillamente Retrato de la familia, el cuadro se conoce como Las Meninas desde el siglo XIX. Las meninas, término de origen portugués, eran jóvenes, generalmente de familia noble, que servían como damas de compañía de las infantas niñas, encargadas de guiar su educación y cuidado hasta su mayoría de edad. La figura principal de la obra es la Infanta Margarita Teresa de Austria, quien, casi desde su nacimiento, estuvo comprometida en matrimonio con su tío materno, Leopoldo I, Emperador de Austria, y fue uno de los personajes de la familia real que más veces retrató Velázquez. Estos retratos eran enviados a Viena, para mantener a Leopoldo informado sobre el aspecto de su prometida, con la que se casaría cuando ella cumpliera quince años.
La obra de Velásquez ha servido de inspiración para muchos otros artistas, quienes han probado recrear Las Meninas a su manera, tal vez olvidándose de Velázquez, o quizás para rendirle homenaje, modificando la luz, cambiando de lugar a uno o varios personajes, agregando o alterando algunos elementos, para crear así ‘sus Meninas personales’.
Su yerno, Juan Bautista Martínez del Mazo, pintó a Velásquez de espaldas, en segundo plano, en su cuadro La familia del pintor. Goya lo tomó como modelo y se retrató prácticamente en el mismo punto y en la misma posición cuando pintó a otra familia real, la de Carlos IV.
Pero a diferencia de Velázquez, que ocupa un lugar prominente en su obra, Goya se trasladó al fondo, quedando en penumbra.
Obsesionado con la idea de realizar su propia versión de Las Meninas desde que visitó el Museo del Prado, a los trece años de edad, Pablo Picasso se encerró en su estudio en las afueras de Cannes, entre agosto y diciembre de 1957 y, ‘olvidándose de Velázquez’, elaboró una ‘suite’ de 58 lienzos en los que jugó con diversas composiciones cubistas y claves de color, resaltó o eliminó personajes e introdujo nuevos elementos, como balcones y palomas. Donó al Museo Picasso de Barcelona la serie, que se conserva completa por deseo expreso del artista.
‘Las Meninas de Picasso’, estudio cubista del pintor malagueño, quien elaboró una serie de 58 piezas alusivas a la obra de Velázquez.
Salvador Dalí se retrató junto a Gala en el espejo e invitó al espectador a formar parte del lienzo. Hizo víctimas de su nebuloso surrealismo a los personajes del cuadro. Los multiplicó, se los estampó a Velázquez sobre la frente, los hizo parte de una ‘obra estereoscópica’ y terminó transformándolos en números, dejando en el misterio el por qué el número siete se repite varias veces.
Salvador Dalí se acercó cada vez más a los grandes maestros que admiró. Aquí, una de sus alusiones a la obra de Velázquez.
Hay versiones delicadas como las acuarelas de Ramón Gaya, o enormes, como la escultura de siete metros y once toneladas de Manolo Valdés, del Bulevar Salvador Allende, en Madrid. Joaquín Sorolla deja entrever detalles inspirados en Las Meninas en sus cuadros Mis hijos, Autorretrato y María vestida de blanco, y su María Guerrero, interpretando a Finea en La dama boba, de Lope de Vega, es un tributo a la Infanta Margarita.
En las pinturas y esculturas al estilo pop, llenas de fino humor y crítica a la política española de Equipo Crónica, encontramos a la Infanta y su séquito en La salita, un moderno apartamento de finales de los setenta donde no podía faltar la televisión, la pelota y el patito de caucho de los niños, o las vemos salir al jardín en el chalet con sus basquiñas y guardainfantes, muy dispuestas a tomar el sol.
El caricaturista Antonio Mingote puso a volar a la Infanta por los aires ante la mirada estupefacta de sus acompañantes, mientras el perro aprovecha la oportunidad para vengarse de la eterna patada de Nicolasito, y lo muerde.
Pero no solo los españoles se dejaron seducir por Las Meninas.
El italiano Luca Giordano las denominó ‘La Teología de la Pintura’ y pintó su Familia del Conde de Santisteban en homenaje al lienzo del sevillano. El escritor irlandés Oscar Wilde se inspiró en el cuadro para regalarnos su cuento “El cumpleaños de la infanta”, y el británico Richard Hamilton, padre del pop, sustituyó a Velázquez por Picasso y a los protagonistas por figuras ‘picassianas’, integrando todos los lenguajes de Picasso en una sola imagen. Y no faltó quien las pintara en un juego de espejos laberíntico al estilo del holandés M. C. Escher.
Alberto Gironella, el poeta mexicano de las imágenes visuales, transfiguró el solemne salón del cuadro de Velázquez en un jardín encantado, y a Las Meninas las transformó en un gran ramo de flores, mientras que para nuestro Fernando Botero, en su estilo muy particular, Margarita, la Infanta, no ha engordado; sencillamente, ha aumentado de volumen hasta alcanzar su plenitud sensual.
La infanta Margarita, del pintor colombiano Fernando Botero.
Según parece, el propio Velázquez pintó unas primeras Meninas, que se encuentran en el palacio campestre de Kingston Lacy, en Dorset, Inglaterra, y que algunos expertos consideran que es un modelo que Velázquez realizó para ser aprobado por el rey. La versión, casi idéntica a la del Prado, es bastante más pequeña, y falta el espejo con la imagen de los reyes. Bajo el color se aprecian líneas de lápiz que dibujan el óvalo de la cara de la infanta, así como los ojos y los cabellos, detalle que llama poderosamente la atención, pues se sabe que Velázquez acostumbraba pintar directamente sobre el lienzo, sin bocetos previos.
Recientemente surgió en España el proyecto ‘Otras Meninas’ en el que artistas contemporáneos comparten su arte, su visión y su creación interpretativa de la obra de Velázquez. La propuesta se fundamenta en la identidad de la menina como ícono español en la cultura universal, destacando la feminidad como valor de equilibrio humano y la situación de la mujer a través del tiempo. El proyecto es promovido por Women Together, asociación sin ánimo de lucro con sede en Madrid, que impulsa el desarrollo de comunidades en el Tercer Mundo con proyectos como el Centro Internacional de Innovación y Desarrollo, en cercanías de la Universidad de Cartagena, para apoyar el trabajo de artesanas colombianas, cabezas de hogar.
Una muestra itinerante de las Otras Meninas visitó Colombia en 2014 y estuvo expuesta en el Museo Histórico de Cartagena (Palacio de la Inquisición), en la Galería de la Antigua Aduana de Barranquilla, y en el Domo de Exposiciones de la Biblioteca Departamental de Cali. Durante su visita a nuestra ciudad, Mauricio Cortés, curador de la muestra, comentó que una anécdota, aparentemente trivial, dio origen al título de la exposición: Lucía Bosé, esposa del torero Dominguín y madre del popular cantante Miguel Bosé, quien mantuvo una estrecha amistad con Picasso, llegó a su atelier justamente cuando estaba haciendo sus Meninas. Lucía le dijo admirada «Ooooh, estás pintando las Meninas», a lo que Picasso contestó: "No, no son las Meninas, son otras Meninas".
Esta muestra itinerante incluye obras de reconocidos artistas europeos como Manolo Valdez, Dora Salazar y Santiago Ticatoste, a la que se han sumado destacados artistas colombianos como David Manzur, Patricia Tavera, Ruby Rumié, Valentino Cortázar, Aura María Mercado y María Fernanda Cuartas. De las obras, tan diversas como sus autores, recuerdo en especial una pequeña escultura en cartón, de Pepe Yagues, representando la basquiña o falda de las meninas como una jaula, simbolizando a la mujer enjaulada en su propia vestimenta; el paisaje bordado a mano de Flor Tapia, y la Menina Caribeleada, de Aura María Mercado, a quien Cortés describía como una “Klimt caribeña”, por su colorido y diseño.
ILUSIÓN Y REALIDAD
Mucho se ha escrito en torno a Velázquez y su obra maestra. Sobre su dominio de la técnica, la multiplicación de las fuentes de luz y el manejo del color. De su complejidad, armonía y la profundidad de los gestos de sus personajes que los hace tan humanos y reales; de su pincelada suelta y libre, vibrante y vital, capaz de transmitir sus emociones. De la emblemática Cruz de la Orden de Santiago, añadida a posteriori y atribuida al propio monarca.
Del espejo, del reflejo.
Todo en el cuadro es un gran enigma. El realismo de Las Meninas se ha comparado con el de una fotografía. Velázquez se adelantó varios siglos al invento de Daguerre al capturar un instante cotidiano en la vida de la infanta, y, al incluirse en el cuadro, se anticipó también a la era del selfi, logrando un retrato de grupo en uno de los espacios más creíbles de la pintura occidental. Los críticos han intentado explicar la veracidad de la estancia, llegando a decir que Velázquez pintó el aire mismo.
Por años el cuadro estuvo ubicado en la sala XV del Museo del Prado. El gran ventanal a su izquierda lo iluminaba lateralmente, dando la sensación de ser una continuación de la pequeña sala en la que se encontraba, tanto que, al verlas por primera vez, el poeta francés Teófilo Gautier exclamó: «Où est le tableau?» (¿Dónde está el cuadro?). La obra fue reubicada recientemente y hay quienes consideran que, a pesar de sus grandes dimensiones, el cuadro se pierde en la inmensidad del nuevo recinto, y se ha disipado esa conexión espacial y luminosa con su entorno.
Pero, ya en el recinto, te olvidas de todo, de la complejidad de la composición, de lo magistral del juego de luces. Te vas acercando y tu mirada se enfoca en la niña, en la Infanta. La habitación parece envolverte, incluirte en su espacio. De pronto, estás dentro del cuadro, en un punto entre la pareja real y la Infanta y su comitiva. La multitud a mi alrededor ha desaparecido, y los acompañantes de la princesa del lienzo se esfumaron. Nos quedamos a solas, la Infanta y yo, en un espacio íntimo, en ese círculo privado del artista, su obra y el espectador. Toda la grandeza de la obra se concentra en esa mirada, mezcla de inocencia y sensatez, de quien sabe cuál es su sitio en el mundo y lo asume con dignidad y serenidad.
¿Dónde está el límite entre la pintura y la realidad?
En palabras del escritor e historiador del arte, Harold Gene Diab, "cada persona que se pone delante del cuadro por un momento se incorpora en él y se convierte, no solo en testigo, sino también en partícipe de la ilusión. Al terminar su momento de contemplación, sale del espacio y sigue su camino por la vida. De esta forma, el retrato parece desafiar no solo al espacio, sino también al tiempo".
Quien ha tenido la oportunidad de mirar Las Meninas seguirá su camino, pero no podrá olvidar ese encuentro.
Clarita Spitz
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