Está clarísimo: para alcanzar esta noche la estatuilla del Oscar, sujetarla con una mano tan firme como emocionada y alzarla por primera vez para Colombia, el principal obstáculo que tiene que salvar Ciro Guerra se llama El hijo de Saúl, la ópera prima del director húngaro László Nemes.
El cine colombiano está nominado a ganar hoy por primera vez una estatuilla de la Academia con la película ‘El abrazo de la serpiente’.
La película ‘El hijo de Saúl’ representa a Hungría, y compite también con los filmes ‘A War, la otra guerra’, ‘Mustang’, ‘Theeb’ y ‘El abrazo de la serpiente’.
Esta película, así como El abrazo de la serpiente, de Guerra, fueron presentadas al mundo en mayo de 2015 en un mismo escenario de lujo, el Festival de Cannes, donde la de Nemes obtuvo el Grand Prix, la distinción más prestigiosa del certamen francés después de la Palma de Oro, mientras que la colombiana, que no estaba en competencia, fue reconocida, mediante el Art Cinema Award, como la mejor cinta de la sección paralela Quincena de Realizadores.
Desde entonces, ambas películas no han hecho sino cosechar más y más premios en distintos festivales internacionales (curiosamente, 23 en total para cada una) y muchos comentarios elogiosos de parte de la crítica en las más diversas lenguas. El abrazo de la serpiente ha ganado en eventos celebrados en ciudades de América Latina, Estados Unidos, Europa, el Cercano Oriente, el Lejano Oriente de Rusia y la India, y ha sido calificada como «gigantesca y poética», «una exploración intensa en el corazón de la Amazonía», «una odisea magnífica». Por su parte, El hijo de Saúl ha sido enaltecida en certámenes que se concentran en ciudades de Europa y Estados Unidos, y que incluyen algunos de la más alta reputación, como los Globos de Oro, los Critics’ Choice Awards y los New York Film Critics Circle Awards, y exaltada como «un ejercicio magistral que remodela horrores familiares», «un necesario, útil, coherente monstruo inocente».
Los dos filmes merecen rigurosamente esas aclamaciones. El abrazo de la serpiente es una suerte de road movie fluvial en medio de la selva –como ya han señalado algunos–, con la peculiaridad de que es de carácter doble y paralelo, y en que las distintas etapas del viaje enfrentan a los personajes con diversos desafíos, experiencias y conocimientos. Separadas entre sí por 40 años, las dos expediciones juntan, no sin conflicto, dos culturas y dos visiones del mundo en la busca de un objeto común (una planta sagrada), con un fin esencialmente igual: curar los males del hombre occidental. La primera expedición fracasa, de modo que la siguiente adquiere la índole de una segunda oportunidad que se presenta para hallar el objeto buscado y, sobre todo, para que éste logre cumplir el fin propuesto.
El hijo de Saúl es una terrible, dramática historia de ficción incrustada en el contexto de un hecho histórico real, algo así como una “hipótesis fantástica” (para emplear la categoría de Gianni Rodari) desarrollada dentro del marco del suceso de la rebelión del 7 de octubre de 1944 de uno de los Sonderkommandos del campo de concentración de Auschwitz. Con una experimentación y una exquisitez formales admirables, la cinta de László Nemes narra también una odisea, una odisea en espacio reducido: el angustioso y obstinado periplo de Saúl Aüslander, el protagonista, tratando de enterrar el cuerpo de un niño, lo que implica la etapa previa y aventurera de conseguir un rabino. Al final, como el veterano pescador de El viejo y el mar, llega a su puerto final sin nada entre las manos, aunque en el último momento recibe una inesperada recompensa.
Pero, sin duda, la que ha recogido el más amplio y claro favoritismo en todo el mundo para recibir esta noche el mítico premio en el glamoroso escenario del teatro Dolby, en Hollywood Boulevard, en Los Ángeles, es, seamos objetivos, El hijo de Saúl. ¿Qué piensan, sin embargo, los colombianos al respecto, y, en particular, los colombianos conocedores de cine?
Escenas de las películas de Colombia y Hungría, dos de las que compiten por el Óscar en la categoría Mejor Película Extranjera.
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«Me parece que las dos películas se merecen el Oscar», dice el bogotano Manuel Kalmanovitz, crítico de cine de la revista Semana y uno de los seis expertos cuya opinión consulté para este artículo. «Y lo digo no por ser un aguastibias sino porque, en general, en cosas como ésta los que llegan de finalistas tienen todos un nivel de calidad alto y muy parejo. Pero por ser colombiano y por la forma en que la película me ha resonado, me gustaría que ganara El abrazo de la serpiente».
El realizador barranquillero Roberto Flores, director de Cazando luciérnagas y Ruido rosa, coincide con este parecer. «Ambas se lo merecen, por razones cinematográficas y extracinematográficas». Con todo, precisa: «Gustándome mucho la película de Ciro y cruzando los dedos cada día para que gane, debo decir, sin embargo, que me gusta más la obra de László Nemes. Logra llegar con más profundidad y contundencia a aquellos rincones de la condición humana a los que Ciro aún no llega, pero a los que llegará muy pronto». Pero Flores quiere ser claro en cuanto a los créditos de El abrazo de la serpiente: «Y por supuesto, eso no significa tampoco que el eventual triunfo de nuestro director sería inmerecido. Los atributos de su película, el momento de nuestro cine y la pertinencia del tema la harían una muy justa ganadora».
El crítico y cineclubista barranquillero Gonzalo Restrepo es otro que, considerando que El hijo de Saúl «es más visceral», piensa, no obstante, que «cualquiera de las dos puede ganar». Agrega que «son dos películas diferentes. Una maneja los resortes del drama (nos conmueve) y la de Ciro es una obra maestra de cine etnográfico». Eso sí, tiene puesta también la camiseta nacional y espera por eso que gane El abrazo de la serpiente.
La posición del barranquillero Julio Lara Bejarano, crítico y actual jefe de prensa de la Cinemateca del Caribe, es distinta de las dos anteriores: sin demeritar «la también hermosa y contundente realización de El hijo de Saúl», su inclinación valorativa es por la cinta de Ciro Guerra, la cual, por eso, a su juicio, merece ganar el Oscar. «Por su aguda propuesta estética y narrativa –argumenta–, que traduce a códigos universales, en tono de viaje heroico, una mirada humanista que redescubre, más allá de la manigua, el desolador panorama de la modernidad, vacío de esencia, anidado en la codicia y en la ansiedad por la escasez de recursos. Además, por indagar en la Colombia desconocida y desmemoriada, desde una cinematografía que potencia el estilo, el guión y los personajes con idéntico esmero».
Quienes sí toman partido sin matización alguna por una sola de las dos películas son Pedro Adrián Zuluaga y Sara Harb. Zuluaga, antioqueño, crítico de cine de la revista Arcadia y autor del libro Cine colombiano: cánones y discursos dominantes, afirma que merece ganar El hijo de Saúl porque «encarando un tema aparentemente tan manido como el del Holocausto, el director se las arregla para aportar un punto de vista completamente inédito, con una cámara asfixiante que nos hace sentir todo el tiempo la animalidad de la situación, la pérdida de los contornos humanos por esa razón instrumental puesta al servicio de la muerte».
Por su parte, Harb, barranquillera, ex directora de la Cinemateca del Caribe y directora del mediometraje Ensalmo, estima que la estatuilla debe otorgarse al filme de László Nemes porque «se trata de un ejercicio cinematográfico muy elaborado que se apoya en una puesta en escena compleja en la que, a la manera de Robert Bresson, tiene mayor relevancia el sonido que la imagen». Y le reconoce también la virtud que señala Zuluaga: «Es una historia conocida tratada de una manera descarnada, pero que no cae en lo obvio».
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A propósito del tema del Holocausto, les pregunto a los seis especialistas si creen que éste podría de por sí inclinar la balanza a favor de El hijo de Saúl. En general, todos piensan que sí o que es posible, pero aclaran que, en todo caso, si gana, es la extraordinaria calidad de esta película la que a la larga será determinante y que, por otra parte, el aspecto del tema en cuanto tal podría también beneficiar a El abrazo de la serpiente.
Kalmanovitz dice que «calcular desde acá esas cosas es imposible» y que «al fin y al cabo, El abrazo de la serpiente es también una especie de holocausto». «La pregunta para los votantes –concluye entonces– es si quieren elegir algo que les es familiar, como el holocausto de la Segunda Guerra (aunque en la película húngara se cuenta a través de un recurso formal novedoso) o si se dejan seducir por algo totalmente inesperado y exótico y desconocido para ellos». Esta perspectiva lo lleva al siguiente corolario: «La familiaridad y las resonancias del Holocausto pueden ayudar a El hijo de Saúl, pero también pueden perjudicarlo y hacer que elijan algo que de verdad no hayan visto antes».
Zuluaga concuerda con Kalmanovitz en que ya Hollywood ha visto demasiado cine sobre el Holocausto y en que también se puede hablar de «un Holocausto indígena». «Un genocidio de proporciones mayúsculas –dice– que puede ser ahora más coyuntural en su urgencia por hacerse visible, dado el momento actual de la humanidad, con una tremenda crisis económica y espiritual a la que el mundo indígena (con su sabiduría idealizada y su manera de encarar el medio ambiente regida por la idea de la sostenibilidad y no de la depredación) parece dar respuesta».
En esta misma línea, Flores piensa igualmente que «un factor a favor de El abrazo de la serpiente es el furor actual en torno a las culturas nativas y la mirada romántica, postcolonial, que acompaña ese tema, que es alimentada, a su vez, por el sentimiento de culpa occidental». Ampliando el espectro de elementos que inciden en los premios de la Academia de Hollywood, señala: «Tener chance en los Oscar también obedece a estrategia y mercadeo, o sea, al dinero, y en ese sentido es loable que en la recta final, desde la Presidencia de la República, fueron conscientes de que esta circunstancia, en términos cinematográficos, significa lo mismo que ser semifinalista y posible ganador de un mundial de fútbol. Era un asunto de Estado dar un empujón, y la película y su equipo se lo merecen, pues han sido serios, constantes y sólidos».
Sara Harb y Lara Bejarano mencionan el hecho de la fuerte presencia de la comunidad judía en la industria de Hollywood y, por supuesto, entre los votantes de la Academia. Sin embargo, sostiene Harb, «lo que pesará en la balanza a favor de El hijo de Saúl es la magnífica puesta en escena de este film complejo en todos los oficios del cine, que logra contar una historia muy conocida de manera conmovedora y asombrosa sin caer en el lugar común», lo que es ratificado por Lara Bejarano: «Es una película que se arriesga y plantea serias diferencias en el abordaje de la misma temática. Individualiza el dolor, evita el tono coral en el relato y aísla al espectador, en tanto el protagonista es víctima del mismo aislamiento». Ahora bien, para Lara existe otro factor extrínseco que incidiría a favor de la cinta húngara: «Al figurar el tema indígena también en la categoría principal –la de mejor película–, con la muy opcionada El renacido, ello puede llevar a un redireccionamiento hacia el Holocausto como tema en la de mejor película en idioma extranjero».
Por su parte, Restrepo opina que no es el tema del Holocausto el que puede darle la ventaja a El hijo de Saúl. «No –dice–: es que de pronto llega más al pathos del espectador, pues la relación entre el niño y el prisionero húngaro es muy emotiva».
Flores plantea una conclusión general en torno a esta cuestión del tema: «Siempre hay contextos que favorecen o perjudican las obras en competencia y eso no debe aminorar el mérito de ganar de ninguno de los participantes».
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–Ser nominado al premio Oscar, e incluso ganarlo, ¿puede traer consecuencias positivas sólo en el futuro de Ciro Guerra o, en general, en el del cine colombiano? –les pregunto.
«Creo que en general para el cine colombiano –dice Kalmanovitz–, pero sólo para cierto cine colombiano. Las películas tipo Sábados felices en las que se ha especializado Dago García no se verán afectadas y seguirán logrando un millón de espectadores a pesar de todo. El otro cine, más arriesgado e innovador, que se cuestiona sobre nuestra realidad, sí creo que puede salir beneficiado, como que haya gente en los distintos ámbitos del mundo cinematográfico (distribuidores, programadores de festivales, el público en otros países) que le den un chance por relacionarlo tangencialmente con El abrazo de la serpiente».
Flores y Lara Bejarano son también optimistas al respecto. El primero advierte, no obstante, que «el qué tanto se capitalicen esas consecuencias positivas, en lo particular y en lo general, dependerá de los individuos, de las instituciones y del público, que es el único que nos puede ayudar a disminuir el cerco que nos tienden distribuidores y exhibidores». Y aclara que «la llegada al Oscar es el resultado del trabajo serio de una generación que ha sido apoyada por el Estado, cuya política y legislación en materia de cine, aunque con cosas por mejorar, son un modelo mundial, manejado con inusual y reconocida transparencia por Proimágenes y la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura». Y sentencia: «Lo hemos ganado todo: lo único que faltaba era el Oscar».
Lara Bejarano, a su turno, resalta también el papel que en este logro (al cual él suma la Cámara de Oro obtenida en Cannes en 2015 por La tierra y la sombra, de César Acevedo) han jugado antes realizadores como Sergio Cabrera, Víctor Gaviria y Felipe Aljure, al igual que «las leyes e incentivos parafiscales recientes y el desempeño del organigrama nacional del sector, tendiente a priorizar la construcción de una industria». Espera que en el futuro se abran «múltiples ventanas de negocios para Guerra, Acevedo y demás cineastas, productoras y distribuidoras nacionales».
Sara Harb reconoce que el Oscar «es una plataforma que definitivamente visibiliza una cinematografía modesta y de temas muy locales como es el cine colombiano», pero no está segura de que, además de ser «indudablemente positivo para Ciro Guerra, pues tendrá nuevas y mejores oportunidades de producción», lo sea para los otros directores.
Zuluaga también se muestra cauteloso: «Puede generar nuestra acostumbrada tendencia a la heroización, puede llevar a que Ciro empiece a representar la totalidad del cine colombiano, borrando el contexto general, como ha pasado tantas veces en la cultura colombiana, o puede generar espacios para que su cine, más otros cines de sentidos distintos, puedan seguirse haciendo». «Lo más positivo –añade– es cómo ayuda a superar un poco ese histórico divorcio del espectador colombiano con las películas nacionales».
Y de la cautela de Zuluaga pasamos al escepticismo de Restrepo, para quien el único beneficiario será Ciro Guerra, pues tendrá más facilidad para encontrar el presupuesto de otros proyectos. Es más, «el cine colombiano como tal –asegura– no existe; hay un cine independiente, como el de Guerra».
Éstas son las luces y proyecciones de los expertos. Esta noche, una celebridad rasgará un sobre lacrado –mientras muchos en nuestro país sentirán que son sus corazones los que rasga– y nos cantará la verdad. Luego, con el paso de las horas, amanecerá y veremos… el nuevo futuro del cine colombiano.
Manuel Kalmanovitz
Crítico de cine de revista ‘Semana’
‘El abrazo...’ es una especie de holocausto. Las dos se merecen el Óscar. Tienen un nivel de calidad alto y muy parejo. Me gustaría que ganara la de Ciro.
Pedro adrián zuluaga
Antioqueño, crítico de cine.
Merece ganar ‘El hijo de Saúl’, porque aporta un punto de vista inédito con una cámara asfixiante que hace sentir la pérdida de los contornos humanos.
Gonzalo Restrepo
Crítico y cineclubista de B/quilla
‘El hijo de Saúl’ es más visceral. Una maneja los resortes del drama (nos conmueve) y la de Ciro es una obra maestra del cine etnográfico.
Roberto flores
Realizador y director de cine
Ambas se merecen el Óscar por razones cinematográficas y extracinematográficas. Gustándome mucho la de Ciro, me gusta más la de Nemes.
Julio lara Bejarano
Crítico de cine
Ciro Guerra merece ganar. Su propuesta estética y narrativa traduce a códigos universales. Es una mirada humanista que redescubre el desolador panorama de la modernidad.