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Puntos de bizca: Luis Ernesto Arocha

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Domingo, Noviembre 20, 2016 - 00:00

Conocí a Luis Ernesto Arocha en el apartamento del cineasta Diego León Giraldo hace alrededor de cuarenta años. Había llegado recientemente de Nueva Orleans y traía en su haber películas de 8 milímetros en los que la fotografía, dirección, montaje y musicalización eran de su autoría.

Era la primera vez que veía a un costeño metido en el mundo del cine. Una rara avis en el momento y lugar. Lo que más me confundía era su modestia. Uno acostumbrado a que  todos los artistas llegaran gritando sus méritos, se encontraba de pronto con un hombre toda sencillez, bonhomía, tranquilidad y un mundo de belleza bajo su eterna cachucha.

En ese momento feliz de los sesenta, Arocha estuvo de moda. En un desfile en el Hotel Tequendama, supongo que para recoger fondos de algún proyecto cultural, estuvieron en la pasarela Gloria Zea, Rita Agudelo y otras grandes damas de la cultura.

Marta Traba desfilaba con una gran falda blanca mientras Arocha proyectaba sobre ella una de sus películas. Los contertulios de El Cisne, a pocos metros de allí, recibíamos de los asistentes que estaban en un ir y venir informaciones de las intimidades del evento.

La filmación de La ópera del mondongo —una película con guion y dirección de Arocha en 1972—, en la que se denunciaban los males endémicos de la ciudad y se anunciaba un final apocalíptico, marcó un momento en nuestra vida fílmica. La ciudad ha sobrevivido como sabemos, pero esas imágenes cuando el mundo era joven resultaron indelebles. Uno de los escenarios fue el interior de ‘La Perla’, un edificio art nouveau frente a Bellas Artes. Toda la ‘gente bella’ participó en el film, ya sea como actores o como extras, pues lo in era participar en esa filmación.

Cuando se vendió el edificio, y al entregarlo a sus nuevos dueños algún inocente comentó: «Decían que era un lugar cultural y no he visto sino sacar envases de licor, cada vez más y más…»

¿Pero es que todavía se ignora que las musas son unas borrachas perdidas?

Allí en ese mismo sitio Arocha creó muchos de sus ‘Objetos de arte’ y sus proyectos de arquitectura que le valieron premios nacionales.

Alguna vez Arocha y yo trabajamos juntos en un guion, hasta ahora no muy afortunado, pero que me permitió conocer de cerca una de las imaginaciones más fértiles que hay desde el Cabo de la Vela hasta el golfo de Urabá.

Insólita era también su biblioteca heterogénea en la que la sección ocultista predominaba. En ella se descubrían los grandes iniciados como El tratado del fuego cósmico (libro inspirado por un lama que trasmitía telepáticamente su mensaje y se reproducía en una escritura automática.) Arocha me confesó que esa obra le había parecido de difícil lectura. También encontré Cobra, una novela, digamos, ‘oriental’, de Severo Sarduy, prolijamente subrayada.

Pero no es fácil conocer la obra cinematográfica de Luis Ernesto Arocha. Un festival en los ochenta en un cine club fue la única ocasión en que tuve la oportunidad de ver las imágenes de Motherlove, con el rechoncho, pequeño y vegetariano Drácula dando brincos para alcanzar los largos cuellos florentinos de las damas que pasaban a su lado. El recuerdo es indeleble.

Ahora sabemos (el dato lo tomé de un folleto) que su obra fílmica consta de ocho películas de 8 mm, tres de 16 mm y siete de 35. Tres videos y cinco guiones inéditos. Algunas de estas películas están incompletas, pues parte de las cintas las empleó para amarrar matas en su vivero.

Afortunadamente hace dos meses se presentó en el MAMB una retrospectiva de la obra de Arocha y pudimos apreciar los documentales de Feliza Bursztyn y de Salcedo, entre otros, y también una nueva versión de Drácula en la que este vampiro hace las paces con Van Helsing, su eterno perseguidor, y terminan reconciliados fumando marihuana.

En uno de sus últimos y más trabajados guiones, la Diva Zahibi —famosa quiromántica en la Barranquilla de los años cuarenta y cuyo aviso en la prensa la anunciaba como “mentalista azteca con estudios en Chicago”— desaparece en el ascensor del Hotel Regina y reaparece cuarenta años después. A pesar de que una funcionaria de Mincultura calificó el guión de «excesivo» para no darle financiación, hay que esperar que la diva lance algunos de sus conjuros y al final logremos ver la película que Luis Ernesto nos está debiendo.

Ramón Illán Bacca
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